15. Sin vuelta atrás

Las reveladoras palabras que facilitó el mensaje bastaron para mantener atenta a la pelirroja. Alerta y pensante se paralizó en la silla desenfocando su vista para sopesar lo ocurrido.

Los acontecimientos tenían un aire extraño por esas últimas semanas, y tal vez, eso indicaban que algo más retorcido se realizaba por lo bajo.

Tenía un sabor amargo de  angustia en los labios, al estar consciente de que un paso en falso sería peor y la Compañía no necesitaba más calamidades. Pero debía investigar pese a las posibles reprimendas de su padre y la amenaza de su seguridad.

Sin pronuncia palabra, se despegó de Gwen, desplegó la gaveta del escritorio y sustrajo su ordenador portátil.

Carter apreciaba con subrepción  las acciones de Selene. La pelirroja dejó ver en la pantalla un signo de señal wi-fi.

—¿Tienen conexión a Internet? —inquirió con los ojos abiertos.

—No estamos tan aislados. Nuestro trabajo es en síntesis mantener el equilibrio, y debemos estar atentos a toda la información del mundo. Somos muy pocos para demasiados —explicó Selene con naturalidad—. Aunque no sé utilizar mucho esto. Prefiero el trabajo de campo, je —dijo sonriendo.

—Te ayudo si quieres. —Selene le hizo un espacio a Carter que abrigó el teclado con sus manos—. ¿Qué quieres buscar?

—Todo lo relacionado con el subterráneo Kross.

—¿Donde encontraron la nota? ¿Para qué? No saldrá ningún enlace que nos llevará al paradero del mensaje.

—No importa. Solo quiero saber más del lugar. —Se encogió de hombros, fingiendo inocencia.

—Hmm. —Gwen sabía ser perspicaz cuando algo la motivaba—. ¿Vas a ir?

—Bingo —susurró.

La morena se acomodó las gafas en la nariz, ahorrando tiempo para ordenar sus pensamientos.

—¿No es un poco arriesgado?

—Todo ha sido arriesgado por estos días y aquí estoy. Entera.

—Tan entera como tus últimas hemorragias. —Eso salió de Gwen sin pensar, pero no era menos cierto.

—Bueno, es verdad.  ¿Pero qué más da? Para esto fui entrenada, Gwen. ¿Cuál es mi propósito sino este?

Carter suspiró y parecía reservarse su criterio, tecleó varios nombres y ayudó a su amiga a seguir con el fatídico plan. Con una condición. Esta vez serían dos y no una, las que se meterían en problemas.

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La soledad del sitio azotaba sus esperanzas de encontrar una pista que paliara su desconocimiento, una prueba de que la intención del mensaje llevaba implícito algo significativo.

Para introducirse en la investigación forense utilizó su tan riesgosa habilidad de ser etérea para que así no la viera nadie. Gwen la esperaba afuera, a una distancia prudencial para que no sospecharan.

Selene caminó sin rumbo mientras el material metálico del metro reflejaba el resplandor producido por las lámparas del tren.

No había nada. En el fondo yacía la misma inscripción manual en código morse. Selene se inclinó hasta la pared mancillada. El olor a óxido o sal estaba ausente. Esa “sangre” debía estar hecha con algún líquido rojo artificial. Pero lo que sí era real era lo que decía: Estoy aquí. Inquietante y curioso. Ella tenía que saber el móvil por lo que fue escrito.

La pelirroja se sentó en una de las sillas plásticas para pensar cómo exprimir todas sus opciones.

En una acción para acondicionarse, apoyó su mano contra uno de los soportes metálicos para viajes, sintiendo la frialdad acerada del barrote.

Una chispa electrizante aguijoneó su muñeca.

Selene apartó la palma, la examinó desconcertada y la volvió a colocar atribuyendo a su imaginación el suceso. Cabeceó hacia atrás. Casi con los ojos en blanco, agarró el barrote después de unos segundos para  no  golpearse contra el suelo por la turbación.

Había visto otra mano que se aguantaba del mismo objeto, una presencia desconocida más que compartía el momento. Escasas imágenes inconexas se habían amontonado en su cabeza, como luciérnagas aladas que se esfumaban a gran velocidad de su consciencia.

La sensación no era buena. Sentía como si esas visiones estuvieran cubiertas de un manto sombrío.

Asustada Selene se levantó de la silla, giró su cabeza para comprobar que todo era ilusorio, pero no pudo evitar aliviarse porque  sentía como si algo se adueñara de esa porción del tren.

Si antes existía alguna motivación para no dejar el lugar, ahora ya no. Con la impresión amarga que le produjo esa experiencia fantasma, salió con las manos vacías.

Se encontró con Carter en el rellano de las escaleras y la tocó por el hombro. Esa era la señal silenciosa para retirarse. Ascendieron sin mediar palabra y ella se volvió visible refugiándose detrás de una columna.

—Nada —le anunció. Sus labios se mantuvieron reticentes a contar lo único relevante que pasó dentro del metro.

—Bueno... Lo intentamos.

Los rasgos de Selene decayeron y se colorearon de desánimo. Tenía alguna esperanza  en solucionar ciertas cuestiones que hace mucho le costaba olvidar. Y asumió que esta última indagación pudiera haber arrojado alguna luz. Pero no pasó.

Intuía que el envío de los escuadrones de incógnitos a la ciudad era porque encontraron actividad siniestra y no sabían donde residían. Pero ella sí. Solo debía convencer a su padre.

Después estaba la carpeta vacía, que la hizo entrar en ridículo frente a Gerald.  Un punto en contra.

Solo se le ocurría que se hubiera traspapelado la información cuando la rubia pedante del pasillo recogió las carpetas al caerse, en la institución oculta en el subterráneo.

¿Pero y si siempre hubiera estado vacía? Eso indicaba que la carpeta sería una facsímil destinado a un propósito y le afligía  que ese objetivo fuera el de servir de carnada. De ser así, no tenía idea de cuan segura estaban ella y la Compañía.

Al otro lado de la calle, alguien las miraba. Llevaba unos pantalones oscuros y una chaqueta roja.

Su caminar se advertía desde la distancia, seguro y firme. Cuando cruzó la calle y se acercó, Gwen se puso rígida.

—¿Qué hacen aquí? —dijo él.

—Está permitido salir por las calles. —Para que Gwen ser mostrara distante e impusiera aclaraciones de sopetón, solo podía tratarse de un chico. Liam.

—Hey, solo fue una pregunta casual, Gwencita. 

—¿Qué haces tú por aquí, por cierto? —quiso saber Selene.

—Estaba visitando a alguien. —Sobó su nuca portando una sonrisa triste—. Con esto de la avería han puesto nerviosa a toda la ciudad.

—Oh, ¿pudieron encontrar a ese alguien? —curioseó la pelirroja.

—No, no lo secuestraron. Es un amigo de la infancia, sufrió una leve contusión en la cabeza cuando se desmayó en el tren.

—Ah, cierto. «Todos se desmayaron, y los que no, desaparecieron», Campbell todavía conservaba esas imágenes para sí.

Era obstinada hasta con su padre, y  llevaba a cabo una tarea bajo cualquier pronóstico. No  poder ayudar a mantener el equilibrio entre los sin-don, la frustraba. Y más cuando vislumbraba que algo  anormal estaba involucrado en el embrollo.

—¿Nos vamos para el artefacto?

—¡¿Artefacto?! —le espetó Selene a Liam, arqueando una ceja.

—Para la Compañía, mujer. —Torció los ojos con diversión—. No hace falta amenazar.

—Ella no estaba amenazándote —saltó Gwen.

—Ujum, como quieras.

Selene ya se había adelantado, dejando discutir a Carter y a Price. Cuando coincidieron en el paso, su próximo destino era el transbordador atómico o teletransportador, dando las actividades del día por concluidas.

Al cruzar la intersección más cercana al callejón donde se comunicaban con la Compañía, los autos frenaron de momento y los empleados de las cafeterías y tiendas rayanas se asomaban por las vitrinas. Así mismo, los transeúntes y conductores alejaron su enajenación para observar hacia arriba.

«¿Arriba?», la pelirroja no entendió hasta que una idea la dejó sin respiración.

Unas chispas, pequeñas desde donde ellos estaban, aparecieron en el cielo.

No podía ser posible.

Las titilantes luces desataron su potencia. Matices violeta se fundían con las chispas, simulando el espectáculo de los fuegos artificiales.

Otra explosión más se desencadenó en lo alto. Ocurrió otro ruido desgarrante para el corazón de Selene, otro espasmo muscular que tensaba cada una de sus fibras. 

Gracias a la ignorancia de la mayoría de las personas, que lo consideraban una sorpresa grata, terminaron  aplaudiendo ingenuos.

¿Cómo podían aplaudir cuando el hogar de algunos estaba siendo sepultado? Por supuesto, no sabían eso.

Las mejillas de la pelirroja le estaban ardiendo, de la tristeza súbita a la rabia, tratar el suceso como un show la irritaba. Apretando los puños, corrió hacia el transbordador. Tenía que asegurarse, tal vez era otra ilusión.

Selene dio golpes en los ladrillos al llegar al callejón. Repetía una y otra vez la secuencia y no quería abrirse el muro. El efecto de su impotencia estaba maltratando sus nudillos, coloreándose de magulladuras secas.

—¿Qué haces, loca? —Una voz masculina llegó a los pocos minutos detrás de ella y la separó de la pared tomándola de los antebrazos. El aroma a gel para cabello se insinuaba.

Price consiguió que dejara de lastimarse, y Gwen cuando los alcanzó en carrera, analizó el cariz, no emitió palabra y la abrazó. Con palmaditas en la espalda, trató de consolarla.

Selene no lloraba, pero ganas tenía. La rabia, incapacidad, inseguridad crecían en su pecho y estaba por estallar. Su hogar desde que tenía memoria. Sus pertenencias ,su padre, su todo, se esfumaron en esquirlas inservibles.

Perderlo todo no era agradable.

Ya no tenía motivo para luchar, no beneficiaría a nadie con sus hallazgos, su padre no estaría ahí para sentirse orgulloso. Ya no había Incógnitos, solo ella con tres especiales novatos y toda una legión enemiga del otro lado. Decenas de vidas perdidas solo por una rivalidad antigua que consideraba obsoleta y estúpida.

Tragó saliva. La nariz y la zona alrededor de los ojos se le entumecieron. Resistía las lágrimas y los deseos de sollozar.

Un cuarto chico se juntó con ellos. Al parecer, con la misma intención de verificar  la entrada a la Compañía y terminar dictaminando que los fuegos artificiales que se vieron en el cielo, era en realidad, la nave incógnita volando en pedazos.

Ewan llevaba el cabello enmarañado por la agitación. Hasta él corrió hacia allí, pese a su hiriente indiferencia por la vida secreta de los especiales.

Su cara denotaba ecuanimidad y pasividad, contrarias a la dureza de carácter que mostraba siempre.

Hasta él terminó con las defensas bajas cuando percibió el estallido en el cielo.

—Debemos irnos. Ya no hay nada qué hacer —concluyó el castaño. Pero para alguien muy ligado en emociones a los incógnitos dejar todo atrás era lastimero.

—¿A dónde? —murmuró Selene, no debía alzar la voz para no manifestarla resquebrajada.

—A donde sea. Ya no podemos quedarnos aquí —dictaminó Ewan con decisión. Sus rasgos habían vuelto a endurecerse, en donde antes se había expresado una pincelada de conmiseración hacia la pelirroja.

En una caricia de prudencia, Selene se acercó a Kingsley, y pese a la posición rígida de él, no le faltó agallas a ella para extender sus manos.

Lo abrazó. Ewan alzó las cejas, sorprendido, exhumando por primera vez un sentimiento  que se discernía a lo lejos, sin disimulos.

Un poco de la tranquilidad del chico aunque no fuera pegadiza, quería sentir  ella. Su chaqueta olía a cuero y a limpieza.

Ewan trató de corresponder el abrazo pues el afecto no era su fuerte. Colocó sus manos en la espalda menuda de Selene y la confortó por un buen rato.

A partir de allí, si querían sobrevivir siendo especiales, debían protegerse uno a los otros porque lo que se avecinaba no sería parecido a la cotidianidad de los sin-don, ni mucho menos.

Fueron a parar a una cafetería para apagar tensiones.

Selene bebía un café doble que descansaba en una plataforma de madera sintética. La mesa daba a un ventanal por donde se veía el exterior.

—Se pueden quedar en mi casa, si lo desean. —Liam cerró sus labios y los relamió limpiándolos de restos de café. Le gustaba romper el silencio, el ambiente estaba muy denso.

—No, gracias —dijo Gwen mientras colocaba la taza en el plato.

—Debemos hacer un plan. Al menos, nosotras dos.

Las únicas que debían preocuparse de una estancia eran las chicas, pues Liam era adinerado, y sería difícil aceptar algo de él por sus maneras coquetas de ofrecer su ayuda.

Ewan estudiaba  pero hacía prácticas de la Universidad en una empresa y también llevaba una vida aparte sin muchos contratiempos, aunque su familia no lo mantuviera como a Liam.

—Deben conseguir trabajo —expresó Ewan terminándose su bebida— si quieren sobrevivir.

—No seas duro, hombre. Por eso ofrezco mi sincera ayuda —. Price se llevó una mano al pecho en fingida solemnidad—. Moléstenme cuando quieran.

—Preferimos trabajar —objetó Gwen.

La pelirroja tenía el cerebro compungido de tanto pensar y la jaqueca la estaba molestando.

Trataba de evadir las ideas descabelladas de investigar a fondo la explosión, pero los pensamientos no la dejaban en paz. Impaciente, lo soltó sin más:

—El estallido fue muy extraño. Todo estaba en orden cuando salí por la mañana.

Los demás se callaron, quisieron dejar que su desolación fuera curada por ella misma.

—Creo que lo más justo es buscar la manera de ir hasta el fondo. Tal vez todos no... —La mención de la muerte no conseguía brotar de su boca.

—Selene. —Una de las pocas veces que Ewan la llamaba por su nombre. Captó la atención de todos—. No empecemos. Por favor, acepta que debes buscar trabajo y seguir adelante.

—Que quiera conocer la verdad no significa que pretenda dejar mi vida estancada.

—Estarías viviendo en el pasado. Y descuidarías tu futuro, además de ponernos en riesgo a todos. Somos especiales como tú. De los pocos que quedan. —Esa frase apachurró el corazón de la pelirroja—. Si esa fuerza quiso eliminar a los incógnitos, con nosotros también lo hará. Es una guerra que no podemos ganar.

—Bueno, entonces esta será la última vez que nos veamos. Así no los pondré en peligro. —Los dedos de la pelirroja se crisparon sobre la porcelana de la taza.

—Eso sabes que no hará la diferencia. Si están al corriente de que quedaron especiales ligados con los incógnitos nos pondrás en peligro.

—Entonces les haré creer que quedé yo. Estoy graduada, sé lo que tengo que hacer en una guerra.

—Te crees demasiado capaz, Campbell. —La conversación estaba subiendo niveles. Ewan y Selene terminarían discutiendo—. Eres tú sola contra no sabes cuántos.

—Eso no te incumbe, Kingsley. —Estaba hastiándose y su testarudez característica estaba aflorando—. Voy a averiguar qué pasó.

Selene dio un último sorbo al café y ante el silencio incómodo tras de sí, salió a la calle.

Gwen la alcanzó, acelerando su andar.

—Oye, espérame.

—¿Eh? —La pelirroja  giró en sus pies—. Gwen, no estás obligada a nada. 

—Lo sé, pero te voy a ayudar igualmente.

—Gracias. —Recobró las fuerzas que perdió en la discusión por la voluntariedad y solidaridad de su amiga.

—Hey, chicas. No me dejen así. —gritó Liam a lo lejos. Corrió hasta ellas,  mechones de su pelo ondeaban—. ¿Por qué no nos encontramos en este lugar todos los días? ¿No vamos a perder contacto, verdad?

—Al parecer, alguien sí quiere —interrumpió Ewan a Liam cuando se integró al grupo. Se veía molesto.

—Así no los perjudicaré a ustedes ni a sus familias.

—Lo harás —rebatió el castaño.

Selene se mordió el labio inferior para acopiar paciencia.

—¡¿Por qué te importa que yo meta las narices en cosas que no son de tu interés?!

—Solo me molesta tu obstinación y falta de juicio. Y yo sigo teniendo familia.

—¡¿Y qué propones?! Que me muera  con la duda, con la incertidumbre de la verdad que tengo derecho a conocer. No puedo negar lo que soy, a diferencia de ti.

Hace unos minutos parecían buenos compañeros, pero al ser tan tercos, sus metas colisionaban y ningún ideal era el más adecuado para el otro.

—No podemos pretender normalidad. Somos especiales. —Selene alzaba la voz demasiado para estar en público. Sin embargo, los transeúntes miraban más por el escándalo que por la confesión ambigua.

—No pueden negar lo que son.

Selene dejó de hablar. Eso no lo había dicho Ewan. Ni Gwen o Liam. Y menos ella.

Se le anudaron las cuerdas vocales. En una esquina estaba un bote verde de basura con moscas sondeando en sus entrañas, y apoyado en él  un vagabundo con un pantalón vuelto retazos en las puntas y una camisa añil sucia, parecía dormir con un sombrero cubriendo su cara. Varios animales callejeros paseaban husmeando la comida o rastreando a otros y los ciudadanos aparecían y se esfumaban por las aceras colindantes.

No había nadie cerca de ellos.

«¿Qué fue eso?».

En ese instante, el desastrado vagabundo de cabello áspero y pegajoso, se levantó con vivacidad de los restos de cartón junto al contenedor y se quitó la ropa tan rápido que los chicos no pudieron reaccionar por la aparente y  grotesca indecencia.

Debajo de los ropajes desaseados había un traje gris de una sola pieza con ribetes negros en algunas costuras.

Desechó la ropa vieja junto con la peluca encanecida.

Tenía pequeñas arrugas en los bordes de los ojos y su cabello era castaño pajizo. Parecía de unos cuarenta años.

La extravagante metamorfosis dejó perplejos a los cuatro jóvenes.

—Los llevo oyendo desde hace un rato. Especialmente a ti, Selene.

La pelirroja alzó la guardia. Quien quiera que fuera él, tenía interés en descubrir a personas como ellos.

—¿Cómo sabes mi nombre? —dijo directa.

—No soy el enemigo. Por favor, déjenme presentarme.

El sujeto se acercó y Selene retrocedió un paso de forma instintiva.

—Soy Thomas Filch. Y vengo de la OCE. Orden Clandestina Especial. —Mostró su identificación—. Hacemos recorridos  diarios para identificar cualquier comportamiento extraño en la población. Buscamos a personas diferentes. Muchas veces los podemos identificar porque sus singularidades manifiestan descontrol pero no siempre. Esta no es la primera vez que te veo, Selene. En el centro de la ciudad te he observado, el papel de mendigo tiene sus ventajas. Y tus movimientos no son para nada ordinarios, apareces y desapareces sin más. Así que decidí vigilarte más a fondo y resulta que tus amigos también son iguales a ti. Considero apropiado  que unan fuerzas con otros, más en estos tiempos.

«Pero qué hombre tan entrometido»

—¿Cuál es tu propósito? —Tenía que hacer  preguntas más objetivas— ¿Cómo sé que no eres el que volaste mi hogar? —interrogó Campbell nada convencida de la fiabilidad de Filch.

—¿Volar? ¿Hablas de las luces violetas en el cielo? Las estamos investigando.

—No pretendas tanto desconocimiento. Si en verdad ustedes tienen el objetivo de buscar diferencias en la sociedad, entonces conocen a los incógnitos —rebatió ella.

—¿Incógnitos? ¿Son ustedes de ahí?

—Sí. Y ahora ya no existen —replicó Selene terminando en un hilo de voz.

—Nunca supe de la existencia de los Incógnitos y al parecer ustedes tampoco de la nuestra. Pero eso podemos solucionarlo si vienen conmigo. —dijo con temple diplomático. Thomas parecía sincero.

—No creas que vamos a confiar en ti tan fácil —advirtió Ewan con los puños cerrados.

—Hago lo que tengo indicado. Reclutar a especiales antes de que los capturen ellos.

—¿De qué hablas? —preguntó Gwen.

—Han iniciado una guerra en la que se llevan preparando desde hace tiempo y al parecer la destrucción de su hogar es una advertencia para nosotros. Tienen que seguirme.

—¿Y cómo sabemos que esto no es un farol? —inquirió Liam.

—Deben confiar en mí. Y deduzco que es la única alternativa que tienen.

De hecho, si querían dejar de ser las víctimas debían prepararse para que lo se avecinara y luchar.

—De acuerdo. Guíanos. A la menor amenaza nos  vamos —reclamó Selene.

—Como lo deseen. —Thomas asintió.

Se alejaron tres manzanas. Los llevó hacia una cabina telefónica roja adosada a la parte trasera de un Convento con jambas azules y una campana de cobre en lo alto.

Apretujados en el compartimento estrecho carmesí, Liam cerró la puerta exterior. Thomas apretó varios botones en el teléfono, se escuchó un clic y una puerta trasera se descubrió. Sus dedos agarraron el borde para abrir y cuidando de que el teléfono no golpeara la pared izquierda, entraron.

Sin vuelta atrás, descubrirían la verdadera naturaleza oculta bajo todo el misterio convulso que empañaba sus vidas.

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