10. Sabía que podría morirse

Petrificada, se encontraba a la espera de alguna idea para salir del embrollo. En el ínterin, esquivó la lámpara rota de su mesita de noche antes de que le lastimara en el rostro.

El encapuchado había golpeado ese objeto con un chaco, formado por dos palos muy cortos, pero en vez de unirse con una cuerda, había una línea de electricidad. Y el siniestro lo maniobraba como si nada.

El incógnito languidecía cada vez que un corrientazo azotaba sus extremidades. El haz de partículas heladas que brotaban de sus manos  salía en cortos efluvios.

Se estaba agotando.

Y ella todavía no podía atacar. El antagonista era demasiado fuerte. Si a un especial entrenado le estaba resultando difícil. ¿Qué quedaría para Selene?

Eso sí, primero debía protegerse. Dobló sus rodillas, arrastrando su espalda por la pared y quedándose lo más cerca del suelo para evitar que el incógnito en uno de sus vanos esfuerzos por atacar, le diera sin querer.  El chaco del Siniestro se humedecía por el contacto con el hielo, pero gracias al efecto eléctrico, se derretían las capas de escarcha y su arma quedaba impune.

Entre desviaciones de golpes, la dirección del daño se dirigía hacia la pelirroja. Y el siguiente no logró evitarlo.

Apretó sus dientes y casi mordió su lengua. Sintió un ardor térmico genuino; una ráfaga gélida había llegado hasta su mano. Sujetó con la otra, la muñeca dañada.

Y la pulsera se rompió. Estaba desprovista de todo artilugio tecnológico y su inestabilidad de dones se despertaría en cualquier momento.

Entró en pánico. Estaba indefensa.

El frío le había calado los huesos, pero tuvo que resistir porque el transbordador seguía sacudiéndose y en un abrupto movimiento se ladeó hacia el lado contrario.

Los dos sujetos cayeron en la esquina del frente, haciéndose más heridas.

El incógnito tomó un cuadro y lo lanzó hacia la cabeza de su adversario. En el aturdimiento del otro, se recompuso y atacó con toda la fuerza que poseía.  Era tranquilizante como la balanza se estaba ladeando hacia la victoria de su bando, pero ella debía solucionar una cuestión más importante. Sobrevivir.

La idea de entrar a su habitación para ver lo que pasaba fue muy mala.

Al inclinarse la nave hacia el lado opuesto, la pelirroja se sostuvo de un mueble de madera atornillado a la pared.  Su mano aguantaba la manija de una gaveta y rezó para que no se deslizara.

Pero sí lo hizo. La fricción y aspereza del material frenaba el movimiento, haciéndolo más tortuoso. Gruñó de frustración.

Tenía chance de agarrarse de la hendidura que estaba dejando atrás, pero no tenía control sobre sus otros dedos lastimados. 

Llevó la palma hasta su mejilla y aunque no conseguía mover mucho el brazo libre, así tembloroso y medio inservible se enjugó la lágrima de desesperación que recorría su piel. Ella no era de entristecerse. Pero el estrés quebró su resistencia y no se contuvo.

¿Perdería movilidad para siempre? Era lo que se preguntaba. ¡Tenía diecisiete años! Y una vida por delante.

—Selene, por favor...  —Un susurro suplicante llegó hasta sus tímpanos.

¡Gwen también estaba en peligro! Estaba dentro de la habitación igual, ya que la brusca sacudida la empujó hacia ahí.

—... ¿puedes ayudarme? —Trató de mostrar su compostura aún al borde de la catástrofe, pero el temor la atenazaba.

Carter temblaba más que Selene. No estaba acostumbrada a soportar su cuerpo solo con sus brazos.  Unos flacuchos músculos cargando alrededor de cincuenta kilos no era algo para una chica.

Los dedos de la pelinegra estaban compungidos sobre la jamba y sus puntas blanquecinas y achantadas. Las capas de piel internas se rasgaban; la sangre estaba por salir. Sobrecargaba sus tendones.

Y con gran impotencia, sus manos empezaron a resbalarse por el metal y solo tenía un lugar donde caer.

Sobre la ventana del dormitorio. Rota.

«Reacciona, maldición», se gritó la pelirroja.

La gaveta casi pendió sobre su mano, pero al borde de caerse llevó la extremidad paralizada a la rendija del mueble y flexionó la muñeca, estampando toda su palma contra la madera ya que sus dedos no servían.

Con furia lanzó la gaveta y cayó en la espalda del siniestro. Esto lo desarmó por completo. El chaco salió por la ventana.

Se sostuvo con ambos brazos. Ya estaba harta de inutilidad.

Trató de concentrarse y su cabeza se nubló por completo. Solo tenía un objetivo, que luchaba por imponerse entre el cansancio mental: se teletransportaría con Gwen hacia el pasillo.

Nunca había hecho eso antes. Sabía que podría morirse sin pulsera.

Pero lo decidió así.

***
Selene tiene que correr el riesgo sí o sí. Cueste lo que cueste.

Gerald no estará muy contento después de haberse amainado la tormenta. Para nada.

Próxima actualización: jueves, 6 de agosto

Los quiero ❤

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