El gran vuelo

Ella miraba por la ventana,
y se quedaba admiraba el cielo por horas,
Ella contaba a las aves
e imaginaba las posibilidades de volar a su lado.
E

lla, era Pía.


Los realistas creen que han nacido para vivir con los pies sobre la tierra, los apasionados para estar bajo el agua, pero los extraordinarios, como Pía, saben que su destino es volar por los aires.

De muchas cosas ha dudado a lo largo de los años, de otras tantas se ha equivocado, pero saber que su hogar se encuentra ahí arriba es lo único que tuvo claro desde los seis años. Al pensar en ello, una brisa de recuerdos empaña su memoria y la traslada al lugar donde sucedió todo: la terraza del antiguo edificio del trabajo de su padre.

Sabía que no debía haber subido hasta ahí, que no tenía que desobedecer a la esposa de su padre y que me puso en mucho riesgo al hacerlo, pero lo cierto es que las casualidades no existen y que, a veces, guiarse por los impulsos es lo que le da un giro inesperado ante la monotonía de lo que los humanos llaman vida. Por supuesto que eso no era algo que Pía tenía claro a esa edad. Lo único que recuerda es que un minuto atrás estaba divagando a través de la ventana del aburrido y gris despacho de su padre y, quizá treinta segundos después, se encontraba ahogada en un mar lleno de curiosidad, intentando descubrir hasta dónde se terminaban las escaleras, preguntándose si, de tanto subir, podría llegar a tocar el cielo.

Cuando pisó el último escalón y atravesó la oxidada puerta que se encontraba frente a ella, algo mágico sucedió. Eran alrededor de cinco y media de la tarde y ante sus ojos se presentaba uno de los fenómenos naturales más hermosos que el ser humano haya sido capaz de ver jamás. La manera en que los colores cálidos del día se fusionaron con lo frío y misterioso de la noche, creando las más prodigiosas tonalidades de pastel le hicieron parecer que estuviera alucinando. Eran tantas formas, tantos colores, tantos sonidos... Era irreal.

Una preciosa formación de gansos voló sobre su cabeza y en la belleza del infinito, se preguntó cómo sería poder desplegar sus delgados brazos al cielo, elevar su delicado rostro y saltar en la vastedad del espacio para poder volar a su lado. Quizá aquellos pensamientos eran demasiado profundos para los de una niña normal, pero de haber estado en su lugar, cualquier hubiese pensado lo mismo.

Inconscientemente, fue impulsada a saltar. Sus pequeños pies caminaron hasta la orilla de la terraza y sin temor alguno, quiso que el viento a su favor la lanzara por las nubes. Muy dentro de sí misma sabía lo mucho que ansiaba poder experimentar algo como aquello y aunque su mundo, en aquel entonces era tan pequeño, no había nada más que deseara hacer. Contó en reversa y al llegar al "uno", saltó. Por inercia, cerró sus ojos esperando alguna especie de reacción que le indicara que iba a poder flotar tal y como los personajes de las películas animadas hacían, pero su cuerpo se estremeció abruptamente al sentir que unos brazos le arroparon por completo e impidieron que emprendiera su vuelo.

Su padre había llegado en el momento preciso para salvarla de lo que pudo ser una de las muertes más trágicas, pero inocentes en aquella terraza. Luego, siguieron los gritos de exasperación, proseguido de un fuerte regaño, la angustia de su madrastra y de los muchos rostros largos que se toparon con Pía de regreso a casa. Había cruzado una línea y merecía un terrible castigo. Pero por más que ella quiso sentirse mal por lo que había estado a punto de hacer, no pudo. No tenía ni una sola pizca de remordimiento por lo sucedido. No existían dudas ni dolor. Sentía que estaba designada a volar aquella vez y debía hacer hasta lo imposible para lograrlo.

Algo había cambiado a partir de ese día, la manera en que elevaría su rostro y vería al cielo nunca iba a ser igual. Nunca antes había sentido una atracción tan fuerte por algo como en ese momento, por lo que, admirar la belleza del cielo se convirtió en un cliché desesperado de su existir. Se encontró a sí misma fantaseando en convertirse un mítico ser volador y empezó a soñar despierta hasta que un día ya no pudo distinguir la realidad de su imaginación.

Los adultos insistían en que presentaba un comportamiento típico de su edad y los especialistas reforzaron el argumento diciendo que aquello tan solo duraría un corto período de su infancia. Poco a poco, se fueron olvidando de ello, hasta que pasó a ser parte del cajón de las anécdotas bochornosas que terminas contando en las reuniones familiares, al menos, así sucedió con todos, menos con Pía.

Estaba tan maravillada con lo que aquel fantástico mundo de las alturas significaba, así que, en cuanto tuvo la oportunidad, se unió a una academia de aviación y, en su primer vuelo, cuando ya iba completamente sola explorando la tierra desde arriba, lo comprendió todo.

Su madre había sido una de las mejores pilotos que alguna vez existió, pero falleció en un terrible accidente cuando una tormenta eléctrica les cortó la comunicación con la base y perdió el control del avión que pilotaba. Se estrellaron al instante, pero no los encontraron hasta meses más tarde, en unas cumbres en Sudamérica. Pía tan solo tenía 3 años y lo poco que sabía de de ella era gracias a las fotografías y las historias que su padre le contaba de niña.

Sin embargo, en cuanto estuvo pilotando aquella primera vez y vio el precioso celaje ante sus ojos, lo pequeño e insignificante que se miraba la vida bajo sus pies y la paz que le daba estar por los cielos, comprendió que, aquel llamado que había sentido desde que tenía seis años por querer saltar de la terraza y "volar", no era más que su madre intentando comunicarse con ella para compartirle parte de su mundo. Todas esas risas y las veces que la llamaron loca e infantil, finalmente, tenía sentido y, como nunca antes, podía imaginar a su madre, guiándola desde el más allá.

Quizá ella siempre lo hubiese hecho, pero al menos, ahora, Pía sabía que era parte de ella y eso fue todo.

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