Capítulo 2

Corrimos hacia el interior del bosque. Mientras corríamos pude escuchar cómo los hombres se reían de nosotros, pero con cada paso que dábamos las risas se escuchaban menos y eso me tranquilizaba porque significaba que nos estábamos alejando.

Las ramas chocaban contra mi cara y mi cuerpo mientras corríamos, algunas me raspaban la cara pero no iba a detenerme por unas heridas leves que podían ser la causa de que me encuentre y me maten.

Nunca me gustó la actividad física y ahora me arrepentía de no haberla practicado más porque me estaba cansando muy rápido, sin embargo, el otro chico corría con una agilidad para esquivar las ramas. Abrí la boca para tratar de hacer que el aire entrara a mis pulmones pero cada vez se me hacía más difícil poder respirar.

El chico, con un ágil movimiento, levantó al niño, lo cargó en sus brazos y siguió corriendo.  Fui quedándome atrás, ya no podía seguir corriendo. El chico pareció darse cuenta y se puso a correr detrás de mí. Con una mano me empujaba desde la espalda para que siguiera avanzando y con la otra sostenía al niño. Me sorprendió su resistencia, siguió empujándome durante un largo tramo del camino.

Le pedí que se detuviera porque ya no podía seguir. Sentía mis piernas acalambradas, me dolían como nunca antes lo habían hecho, me costaba respirar. Me sentía como un pescado fuera del agua cuando abría mi boca e intentaba que el aire entrara. Me senté en el piso y me apoyé contra un árbol.

—Lo…siento— tartamudeé mientras inhalaba aire en cada palabra que decía.

— No lo sientas, creo que nos alejamos lo suficiente… por ahora. — dijo el chico dejando que el niño volviera a poner sus pies sobre la tierra. — Soy Santiago, por cierto. Y él es Mateo. ¿Cómo quieres que te llamemos?

—Maleen. — respondí tratando de sonreír.

—Bien Maleen, trata de recuperarte lo más rápido que puedas, debemos seguir, todavía no hemos pasado por ninguna cueva…

— ¿Vamos a confiar en ese Agente? —pregunté desconcertada.

— Sí, no se me ocurre otra opción…

—Pero no lo conocemos. — le interrumpí.

— Y tú y yo no nos conocemos, pero estas confiando en mí ¿no? — dijo él rápidamente para que así no pueda interrumpirlo.

Supuse que tenía razón, aunque no quería confiar en ese hombre. Ese hombre era uno de los que nos había atado y dejado que nos dieran caza. Sin embargo, Santiago tenía razón. Tampoco lo conocía a él y prácticamente ya le estaba confiando mi vida, pero era porque él, de alguna manera, me salvó al seguir empujándome para que pudiéramos seguir avanzando. Cualquier persona en cualquier caso se hubiera salvado ella misma y a quienes conocían, en cambio, él me empujó para que siguiera cuando tenía la opción de dejarme allí para que muriera. Tal vez no se ganó mi confianza, pero si mi agradecimiento, y si él decía que debíamos hacerle caso al Agente… ¿Qué podría hacer yo? Darme la vuelta e ir por mi propio camino sabiendo que sin la ayuda de Santiago no podría llegar lejos y mucho menos sobrevivir.

Me puse de pie luego de unos minutos en los que Santiago se la pasó caminando de un lado a otro. Él creyó conveniente que siguiéramos caminando en vez de correr, ya que por el “ruido” que yo hacía al correr nos encontrarían con facilidad.

No hablamos por el simple hecho de que no sabíamos de qué hacerlo. Yo caminaba por detrás y podía ver cómo Santiago hablaba con Mateo, le mostraba los árboles, los arbustos, algunas veces reían…

— Es la cueva— dijo Mateo con una sonrisa de oreja a oreja. Supe que él también se sentía aliviado porque lo de la cueva no fue un engaño.

— Pues es mejor que vayamos hacia la derecha. — dijo Santiago y se giró hacia mí. — ¿Te molestaría que nos apresuráramos un poco? Es que en un par de horas va a anochecer y creo que debemos alejarnos lo más posible…

— Claro— respondí con una mueca. ¿Era un estorbo para él? — Perdón por ser un estorbo.

—Mujeres… — fue todo lo que dijo y cargó a Mateo de nuevo. Caminamos aún más rápido, yo casi trotaba a su lado, pero él sólo daba pasos grandes y no parecía cansarse.

Llegamos al árbol con la marca mucho más rápido de lo que creí. El sol ya casi se había ocultado cuando decidimos parar y descansar un poco.

— ¿Te parece ir con Mateo a buscar algo de leña? —preguntó Santiago. — Creo que todos tenemos hambre, trataré de cazar una ardilla, o algo para comer.

— ¿Con qué se supone que vas a cazar?

— No sabes lo que un hombre puede hacer si tiene el estomago vacío—  respondió él con una sonrisa que de alguna forma hizo que también yo sonriera. Me di cuenta al instante de lo que hacía y tomé la mano de Mateo para ir a buscar leña.

— ¿Tienes miedo?- me preguntó Mateo mientras recogíamos algunas ramas.

— ¿Miedo a qué?

— No sé, a cualquier cosa. —Dijo el niño. — Yo le tengo miedo quedarme solo…

— No deberías tenerle miedo a eso. —respondí  rompiendo una rama de un árbol. — Parece que Santiago nunca te dejaría solo.

— Sí. — dijo sonriendo. – Tuve suerte de que me encontrara.

— ¿Que te encontrara? ¿No son hermanos?

— No, yo estaba en la calle muriéndome de hambre y él me encontró.

Volvimos al lugar donde íbamos a descansar.  Ya había una pequeña fogata encendida, tres ardillas muertas junto a la fogata  y Santiago estaba sentado preparando una  ardilla para “cocinarla”.

— Dejen la leña a un lado y vengan a calentarse. En esta época hacer calor por la mañana, pero podemos congelarnos por la noche. — dijo Santiago, sin quitarle la vista a su ardilla.

— ¿Cómo lo hiciste todo tan rápido? —pregunté sorprendida.

— Ya te dije… no sabes de  lo que es capaz un hombre cuando está hambriento.

— Pero no tienes nada para encender una fogata y mucho menos armas para cazar…

— ¿Vas a sentarte y comer? ¿O es que una ardilla es muy poca cosa para ti? — Recordé lo hambrienta que estaba, ya eran dos días en los que no había metido nada en mi estómago. Me senté frente a él, la fogata era una barrera entre nosotros.

Me llamó la atención el movimiento del fuego, su color naranja, amarillo… el calor que desprendía… estaba viéndolo fijamente y mi mente estaba vacía. Sentía como si el fuego me estuviera absorbiendo.

— ¿Qué haces? ¡Te vas a quemar! — exclamó Santiago a mi lado, jalándome hacia atrás. — ¿Qué pasa contigo?

No supe cuándo llegó a mi lado,  pero estaba ahí, evitando que mi cara estuviera cubierta de fuego.  Giré para tenerlo frente a mí. No entendía que acababa de pasar.

Me disculpé y volví a sentarme.

— ¿Nunca has visto una fogata? — preguntó Santiago con un tono burlón.

— Eh… no…— respondí. Era cierto, mi abuelo no me dejaba acercarme al fuego, decía que era muy peligroso y que él se encargaría de todo lo que tuviera que ver con fuego. Los últimos meses en los que estuvo enfermo y no podía esforzarse comíamos todo frío o crudo, esos meses fueron más de frutas o cualquier cosa que estuviera a nuestro alcance y que no necesitara ser cocinado.

Santiago tenía razón cuando habló sobre el clima del bosque por la noche. Hacía un frío que nos hacía tiritar. Agradecí haberme vestido  con el abrigo de mi abuelo y mis botas calientes, de otra forma habría muerto congelada.

Por el contrario, Santiago y Mateo vestían camisetas y pantalones rotos. Aparte de que sus zapatillas deportivas no se veían tan calientes como mis botas. Ofrecí mi abrigo para cubrir a Mateo, después de insistir un par de veces, Santiago aceptó y envolvió al niño con él.

Me acurruqué un poco más cerca del fuego para ver si así podría calentarme. Funcionó de alguna manera. Estaba un tanto caliente, pero no podía dormir. Apoyé mi cabeza contra mi brazo para que fuera tan cómodo como una almohada.

— ¿Santiago? — susurré volteándome para ver si el chico estaba despierto. No me respondió así que supuse que estaba durmiendo. Volví a voltearme para quedar en la misma posición que antes.

— Dime. — susurró él, sin moverse.

—Quería saber… ¿A dónde planeamos… planean ir? — pregunté corrigiéndome lo más rápido que pude.  No era nada seguro que me llevaran con ellos, no me conocían, no sabrían si soy de confianza y quizá al lugar donde iban yo no podía ir.

— Primero quiero alejarme lo suficiente de nuestros amigos, los cazadores, y luego pensaré en el siguiente movimiento…

— ¿Ya conocías este bosque? Es que parece que no fuera la primera vez que estas en el bosque, lo conoces tan bien… sabes exactamente dónde ir…

— Sólo lo conozco teóricamente. —dijo con tono de voz tranquilo. — Sigo las instrucciones que me dejaron.

— ¿Por qué te capturaron?

— Mejor duérmete- noté que se tensó y que se sentía incómodo. – Mañana no vamos a parar.

Di por finalizada la conversación. ¿Qué podía haber hecho tan malo que no quería compartirlo conmigo? Después de todo, los dos estábamos en el mismo lugar, teniendo el mismo castigo… seguramente hicimos lo mismo. Y lo mismo significaba tener la marca. Tal vez él tampoco sabía que significaba, y por eso no quería decírmelo…

Un sonido hizo que me sentara inmediatamente y viera a los lados. Santiago ya estaba de pie. Ambos sabíamos qué era ese sonido, era un disparo. Un disparo que se escuchó muy cerca de nosotros. ¿Estarían tan cerca como creíamos? ¿Que no dormían o descansaban?

— Carga a Mateo. —dijo Santiago con tono firme. — Sigue yendo en esa dirección. Hagas lo que hagas no te detengas.

— ¿Y tú? — pregunté, más preocupada de lo que quería sonar.

— Voy a ir a ver qué tan cerca están y si puedo quitarles alguna arma. Luego vendré a apagar el fuego, puede que crean que seguimos aquí.

No dijo más  y se fue corriendo silenciosamente por entre los árboles en el sentido contrario al que me dijo que tomara. Alcé a Mateo en mis brazos. Podía mover mejor los brazos sin ese abrigo, pero apenas me alejé del fuego sentí el frío. Estaba temblando pero me puse a correr.

No veía nada de lo que tenía en frente, algunas ramas me golpeaban la cara y un par de veces estuve a punto de caerme porque pisaba mal y me torcía  los tobillos. Sentí las manos de Mateo aferrándose a mi cuello y no sé porqué pero sonreí. Por mi mente pasó que quizá ese niño ya confiaba en mí…

Escuchamos un disparo, y otro más. Las primeras imágenes que se mostraron en mi cabeza era un Santiago herido, tratando de arrastrarse para que no terminaran con su vida. Fue un tonto. ¿Cómo hizo eso sin saber a qué se estaba enfrentando? Él sabía exactamente que ni Mateo ni yo podríamos sobrevivir un días más en el bosque sin él, y aún así él fue a encontrarse con esos tipos… Me pregunté si ese chico pensaba en lo que hacía o actuaba impulsivamente.

Dejé a Mateo en el piso.

—Iré a ver qué pasa…

—No. — dijo el niño interrumpiéndome. – Santiago dijo que vayamos en esa dirección.

—Pero puede que esté muerto…—La boca del niño se tensó y noté que aguantaba las ganas de llorar. “Bien hecho, Maleen. Siempre tienes ese tacto con las personas” dijo la voz de mi cabeza. — No quise decir eso, me refería a que quizá necesite ayuda…

—Él estará bien, dijo que vayamos en esa dirección. —repitió señalando el vacío en la oscuridad del bosque.

Un niño tenía más madurez y autoridad que yo… Lo volví a levantar y a seguir “corriendo” pero lo cierto era que ya estaba bastante cansada. Sentía unas gotas de sudor que se resbalaban por mi cuello. El lado positivo era que el escape me estaba calentando.

Supuse que nos alejamos lo suficiente. Dejé a Mateo en el piso y me puse a respirar tan rápido como pude. Quería recuperarme tan pronto como era posible.

—Quedémonos aquí. —dijo Mateo. — San nos encontrará. Este árbol tiene la marca.

Vi el árbol buscando la marca, y era así. Había un pequeño círculo rojo la parte baja del tronco de ese árbol.

Me senté contra el árbol e hice que Mateo se sentara en mis faldas. Lo abracé para que se calentara un poco ya que ahora no teníamos fogata y se sentía un poco más fuerte el frío. Tenerlo cerca de mí hizo que yo también me calentara y ambos nos dormimos al instante.

Unos pasos hicieron que me despertara alerta. Mateo aún dormía sobre mi regazo. Se veía tan tranquilo junto a mí… pero los pasos se escuchaban más cerca de nosotros. No pensé en Santiago, porque él tenía una manera muy silenciosa de caminar y no haría tanto ruido, debía ser alguien más… quizá alguno de los cazadores…

—Mateo despierta. — susurré sacudiendo un poco al niño. – Escucho unos pasos, hay que escondernos.

—Tal vez es Santiago. — susurró con un brillo en sus ojos cafés.

— Tal vez, pero no hay que arriesgarnos. — dije para no volver a arruinar las expectativas del niño.

Hice que el niño se escondiera detrás de un árbol que tenía un tronco lo suficientemente grueso para ocultarlo.

Tomé una piedra en mi mano lista para saltar a la persona que venía y golpearla en la cabeza.

Aguanté la respiración para que no hubiera ningún sonido. Los pasos estaban más cerca… salí de mi propio escondite lista para “atacar”. Me lancé contra esa persona sin ni siquiera haber visto quién era. Al instante me inmovilizó y me hizo caer.

— ¿Qué diablos te pasa? — dijo Santiago encima de mi mientras me sujetaba las manos por encima de mi cabeza.

— ¿Qué diablos te pasó a ti? — pregunté al notar la cara cortada del chico. Puso los ojos en blanco y se quitó de encima extendiendo la mano para ayudarme a levantarme.

Cuando lo tuve frente a mí vi la razón por la que hacía tanto ruido al caminar. Tenía un hueco en el pantalón a la altura del muslo.  El hueco estaba lleno de sangre. Supuse que el disparo había dado allí. También tenía una cortadura en el pecho que se notaba porque la camiseta estaba casi destrozada.

— Por Dios…— dije al terminar de examinarlo. — ¿Te duele?

—Puede entrar en mi lista de las cosas más dolorosas que me han pasado… necesito agua. — dijo examinando la herida que tenía en el muslo. — ¿Y Mateo?

Me olvidé del niño. Fui a buscarlo y estaba en el lugar donde lo dejé. Con las manos en los oídos para no tener que escuchar nada. Al verme pareció aliviado y hasta sonrió.

Corrió hacia Santiago y lo abrazó.

Después  de caminar un rato muy lentamente encontramos un pequeño  lago.  Santiago sacó un cuchillo que tenía oculto en su pantalón antes de quitarse la camiseta. Al verlo sentí cómo la sangre me llegaba a las mejillas y hacía que me sonrojase. Él no parecía notar que estaba a punto de sacarse el pantalón frente a mí.

—Iré a buscar algunas hojas para ponerte en las heridas. — dije como excusa y caminé lo más rápido que pude.

—No te alejes mucho. — gritó Santiago.

Caminé entre los bosques. Mi abuelo me enseñó a buscar las hojas que se necesitaban para curar una herida. Buscaba Llantén, supuse que en un bosque debía haber. Para cuando volví con un par de hojas que encontré, Santiago ya estaba vestido y se lo veía mucho mejor. El corte de su cara apenas era visible y la herida de la pierna no se veía tan mal.

— ¿Qué hiciste? — pregunté examinando su pierna.  Parecía una herida que hubiera tenido hace años, ya cicatrizada.

— ¿Te sorprende? Soy fácil de curar.

— Pienso que hay algo mal en ti. — dije dejando las hojas en un lado.

— ¿Porque me curo rápido? — dijo riendo.

— Porque eso no es normal. — respondí tan seria como pude, pero cada vez que él sonreía yo también tenía ganas de hacerlo.

—Lo normal es aburrido. — respondió poniéndose de pie y sujetando a Mateo por la mano. — Aparte, tú no eres normal.

— ¿A qué te refieres? — dije,  esperanzada de que me hablara de la marca que ambos teníamos.

— A que una persona normal no confía tanto en alguien que no conoce. — dijo como si fuera eso lo que quería decir.

— Cuestión de supervivencia, ¿no crees? — respondí caminando por delante. Escuché que murmuró algo, pero no fui capaz de entender qué era.

No sabía por qué, pero no quería hablarle. Me sentía decepcionada, creí que iba a hablarme sobre la marca, que me diría que era algo genético… creo que hasta podría salirme con que éramos hermanos y yo le creería… ¿Tan desesperada estaba de pensar que la marca era algo “normal”? Al parecer sí.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top