Toque

Hubo un tiempo en el que mis piernas se asemejaron a dos jamones rozados. Razón por la que mi prima solía hacerme burla; decía que tenía buena pierna y pompa, que era una lástima que fuera por ser gorda.

Esa fue una de las tantas cicatrices que me llevaron a tener un trastorno alimenticio.

El ir a comprar ropa era una tortura, no encontraba tallas y aquello que me quedaba era ropa de señora de la que mis compañeros se solían burlar.

Muchas veces escondí mi ansiedad comiendo chocolates, tomando refrescos o buscando cosas en el refrigerador a media noche.

Mis padres no pudieron hacer mucho, incluso me llegaron a llevar con un nutriólogo para que tratara de bajar mi peso.

Lo curioso fue que necesité de una cruel frase de Damián para que investigara y me metiera de lleno a la anorexia.

"Ni privándote de comida dejarías de estar gorda"

En ese tiempo lo tomé como un reto personal, le demostraría a él y a mi prima que podía llegar a estar tan delgada como quisiera. Pero, con la anorexia no se juega. Es una enfermedad que te carcome en silencio, te distorsiona la realidad y jamás te deja ir.

Miraba mi reflejo y tiraba del short blanco hacia abajo mientras Ana se alisaba el cabello en el baño.

Cuando le conté que Rodrigo iría, dejó a Octavio de lado y llegó al departamento con ropa, maquillaje y accesorios.

—No voy a ligar —exclamé cientos de veces sin ser escuchada.

—No para ligar te vas a poner linda, ¡te ves bien! —alegó ella.

La blusa negra era holgada pero bonita, dejaba al descubierto mis hombros. El short ni siquiera era corto pero tenía pánico de mostrar mis piernas.

—Bien, va; te puedes poner unos jeans si me juras que te quieres cambiar porque te sientes incómoda y no porque escuchas a la estúpida de Pamela en tu cabeza —dijo Ana entrando a la habitación y señalándome con el cepillo.

Mordí mi mejilla con nervios y me miré de nuevo en el reflejo. Me sentía fresca y cómoda con la ropa, pero Ana tenía razón, era la voz de mi prima la que decía que me veía ridícula.

—Lo sabía —concluyó regresando a su cabello.

Suspiré y jalé la blusa hacia el frente. Durante el tiempo que viví sin comer tomé ciertas mañas: cubrir mi estómago con cojines o mis brazos, usar ropa holgada y hacerla hacia el frente para esconder mi gordura, usar una liga roja para jalarla cada que me diera hambre, evitar a toda costa blusas de tirantes para que nadie viera mis brazos. Eran cosas que hasta la fecha me costaba dejar de hacer.

Ana entró de nuevo y puso maquillaje sobre la cama, supuse que hice una cara llena de pánico porqué hizo girar los ojos.

—Solo voy a resaltar tus ojos, estoy segura de que alguien lo disfrutará —comentó tomándome de los hombros para sentarme en la cama.

Sentí la sangre subir a mis mejillas y calor en mi frente.

—¡Ana! Ya te dije...

—Sí, shush o te pinto los labios de rojo —amenazó.

La vi con ojos entrecerrados pero finalmente suspiré y la dejé hacer.

A veces me sentía una chica linda, sobretodo cuando Óscar me elogiaba. Honestamente esperaba con todas mis fuerzas que esa noche fuera de aquellas en las que me gustaba ser yo.

La música retumbaba en mis oídos, por lo normal sería algo que disfrutaba de no ser porque no toleraba la electrónica. Mi talón de Aquiles.

Humo y luces inundaban el lugar, risas y gente bailando estaban por ocasionarme un ataque de pánico.

Ana lo notó, así que me empujó a la esquina de la mesa que convenientemente se encontraba cerca de una ventana.

—¡Respira! —exclamó tratando de hacerse escuchar por encima de la estruendosa música—. Si te sientes mal nos vamos, solo dilo.

Sacudí la cabeza y cerré los ojos antes de suspirar, no le arruinaría su noche, me negaba a ser la razón por la que se cancelara todo.

Octavio era músico, tocaba en una banda de metal así que varios de sus amigos se encontraban en el lugar. De igual manera, compañeras del trabajo acompañaban a Ana pero ella se mantenía a mi lado aun entre pláticas.

Rodrigo todavía no llegaba, avisó en la tarde que tuvo una junta de improvisto y que nos vería en el lugar. Aunque traté de ocultar mi decepción, Ana lo notó.

—¿Quieres que vayamos al baño? —me susurró cuando se dio cuenta de que casi sacaba la cabeza por la ventana para inhalar aire limpio.

Le di una sonrisa de agradecimiento y tras tomar mi mano y avisarle a su novio que en unos momentos regresábamos, me arrastró hasta el fondo del local donde no había tanta gente.

Entramos a los sanitarios donde vi a chicas retocando su maquillaje o peinándose, otras reían mientras hablaban de sus acompañantes.

Yo me recargué en uno de los muros y suspiré con profundidad.

—¿Segura de que estás bien? —preguntó Ana retocando su labial.

Asentí varias veces y volví a halarme la blusa hacia el frente. Podía sentir la mirada de mi mejor amiga a través del espejo.

—¿Aún nada?

Me encogí de hombros, puse el celular en silencio en el momento en el que entramos, no quería estar revisando cada que sonara por la más mínima cosa. No sería la intensa amiga que acosa.

Ana hizo girar los ojos, terminó con su asunto y se paró frente a mí. La sentí mover mi cabello hacia un lado y acomodarlo de tal manera que cayera solo sobre el hombro izquierdo.

—¿Lista?

Cerré los ojos, conté hasta diez y finalmente asentí.

—Caro, de verdad, si te sientes mal nos vamos, aún alcanzamos la última función del cine, sabes que no me molestaría ir.

Le sonreí con agradecimiento pero negué.

—No, quiero hacer esto, es tiempo —aseguré.

Me miró con escrutinio antes de tomar de nuevo mi mano para caminar de regreso a nuestra mesa.

Cuando llegamos los amigos de Octavio se habían adueñado de mi rincón.

—¡Hey, idiotas! ¡Ahí va Caro! —exclamó mi amiga pero la tomé del brazo.

—No importa, estoy bien —le aseguré a pesar de que mi corazón se había acelerado ante la cercanía de extraños.

Pero ella no se inmutó, se aproximó y comenzó a alegar —de manera bastante amigable—, con los chicos.

—Hola —susurraron en mi oído causándome un estremecimiento que literal me detuvo el corazón por un momento.

Volteé sobresaltada, sus ojos azules y sonrisa de lado me recibieron.

—¡Llegaste! —dije más aliviada de lo que pretendí.

Él asintió antes de darme ese curioso beso en la mejilla, me guiñó un ojo y llevó su atención a los que estaban a mis espaldas.

Parpadeé varias veces y sacudí la cabeza para salir de mi ensoñación, volteé y descubrí a Ana dándome una mirada significativa.

—Rodrigo, ella es Ana, mi mejor amiga y la festejada.

Si mi amiga hubiera sido capaz, habría saltado de emoción. Casi se le aventó en un abrazo y me sentí incómoda ante la situación.

—¡Dios! Solo te he visto en foto, eres casi un amigo para mí —exclamó en voz alta.

Lo tomó del brazo y lo giró hacia Octavio.

—¡Amor! Él es Rodrigo —gritó.

Quise meterme debajo de una de las mesas ante su obviedad, casi le hizo saber que hablaban de él.

Se saludaron con un apretón de manos y procedieron a presentar a todos los demás, Rodrigo asentía y a las chicas que llegó a saludar las dejó anonadadas.

—Dime que lo notaste —dijo Ana en mi oído.

Arqueé una ceja extrañada.

—¿Qué?

Me tomó por los hombros y me giró para que la viera a ella y no al chico que se había puesto a platicar con los invitados.

—La manera en la que saluda.

Fruncí el ceño confundida, sí, era bastante rara.

—No sé...

Ana hizo girar los ojos.

—Pon atención cuando se despidan, te haré examen.

La vi como si estuviera loca pero ella solo me guiñó un ojo.

Jamás vi un chico privarse de algo por permanecer a mi lado. Así que mirar a Rodrigo negarse a bailar con varias chicas que se acercaron —de manera descarada, Ana ya había dicho zorra al menos diez veces—, me tomó desprevenida.

Sobretodo cuando se limitó a una cerveza y recuperó mi esquina para luego ponerse como muro entre el mundo y yo, lo que provocó que mi amiga cada tanto me diera una enorme sonrisa que me hacía sonrojar.

Una conocida tonada empezó a escucharse en el lugar, Ana literalmente gritó y pasó su mano detrás de Rodrigo para jalar mi brazo.

—¡Caro, vamos!

Negué varias veces aunque estaba sonriendo, Rodrigo rio y se hizo hacia adelante para darle a mi amiga espacio para que me sacara de mi refugio.

La voz de Mike se escuchaba tan clara a pesar de la rapidez con la que cantaba, Ana comenzó a saltar y mover la cabeza al ritmo de las guitarras de Faint. Y cuando llegó el coro me dio un codazo y negué sintiéndome sonrojar.

Hubo un tiempo, cuando salió el disco de Meteora de Linkin Park, en el que salimos en mi auto para irnos a una carretera donde le subíamos todo el volumen al estéreo y cantábamos esa canción hasta que la garganta nos ardiera. No podía recordar la última vez que lo hice.

—¡I won't be ignored! —gritó entre risas.

Vi a Rodrigo totalmente avergonzada pero él me sonrió mientras bebía de su botella.

—¡Canta, es mi cumpleaños! —exclamó Ana mientras corría la segunda parte de la canción.

Mordí el interior de mi mejilla con nervios, ya no hacia eso, me sentía expuesta y ridícula aun estando sola.

Entonces sentí una mano en mi cintura y vi de soslayo su rostro a un lado de mí, millones de escalofríos me recorrieron.

—I can't feel, the way I did before, don't turn your back on me... —cantó.

—¡I won't be ignored! —gritó Ana.

Comencé a reír y lo sentí presionar el lugar dónde tenía la mano. Jadeé ligeramente ante el toque.

Entonces llegó el estribillo donde ambos cantaron juntos, para el último coro, inexplicablemente me llené de ánimo y dejé que Ana tomara mi mano para saltar con ella mientras cantábamos a todo volumen.

Me sentí libre, sin presiones ni ridículos juicios. Experimenté algo que jamás llegué a sentir con Óscar. Esas ganas de querer ser solo yo sin importarme lo que los demás opinaran.

Fue una completa libertad que a juzgar por los ojos llorosos de Ana y su fuerte abrazo, perdí sin darme cuenta.

—Te adoro, chamaca —susurró en mi oído.

Le di una sonrisa mientras trataba de calmar mi acelerada respiración, ella se giró a Rodrigo y repitió el gesto para decirle algo que lo hizo sonreír y asentir.

Después de darme otro abrazo, levantó la mano para llamar a uno de los meseros y se acercó a su novio quién la veía con un amor que siempre envidié, en el buen sentido de la palabra.

Entonces sentí una mano en mi hombro y giré la cabeza para encontrar a Rodrigo. Su toque era lo más extraño que llegué a experimentar en la vida, pues podía trasmitir cientos de cosas en un instante.

Me giró hasta que terminé entre sus brazos, me sostuvo con fuerza para después depositar un beso en el costado de mi cabeza.

Mi respiración se cortó mientras que mi oído quedó en su pecho donde pude escuchar con claridad como su corazón latía acelerado.

Y agradecí al universo que él no pudiera escuchar que el mío latía igual, o hasta más rápido que el suyo.

Estaba en caída libre, y no sabía si quería seguir o huir.

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