Nombre
El aire movía mi cabello rizado y yo me abracé con fuerza, respiré con lentitud y cerré los ojos.
—¿Estás bien? Sabes que no tienes...
Asentí varias veces y abrí los ojos, ese era el penúltimo reto según el doctor Israel. Una herida más que sanar.
—Sí, estoy lista —aseguré sintiendo los latidos de mi corazón en la cabeza.
Ana apretó mi mano antes de entrelazar su brazo con el de su novio, ambos me esperarían en la entrada.
Suspiré y me adentré al lugar con pasos titubeantes y piernas temblorosas. Escuché gente reír, pláticas inentendibles y me abracé con más fuerza.
Caminé hasta el centro, donde se encontraba el lago y seguí el camino de los corredores hasta llegar a ese lugar.
Entonces ya no se escuchaba nada, solo una que otra ave y las hojas de los árboles moverse a causa del aire.
Observé nuestro rincón desde lejos. Estaba intacto. Aun estaba esa roca donde mi padre solía sentarse. El árbol que nos regalaba la sombra y el pasto verde donde en múltiples ocasiones nos recostamos para mirar al cielo.
Apreté mis brazos antes de cerrar los ojos y sentir las lágrimas acumularse.
«Los extraño»
Levanté mis párpados y caminé hasta el lugar, sentía mi estómago dar vueltas y una opresión en el pecho que me dificultaba respirar.
Entonces me detuve justo en ese lugar donde nos tomamos la última foto. Me quedé impasible haciendo más fuerte el abrazo en mi cuerpo.
Sentí el nudo en la garganta y mis pestañas humedecerse conforme parpadeaba.
«Recordar es una manera de mantenerlos con vida, te va a doler, pero aprenderás a controlar y no dejarte ahogar» la voz del doctor resonó en mi cabeza.
Y solté un sonoro y profundo suspiro antes de cerrar los ojos y dejar que todos los recuerdos con mis padres regresaran a mi mente.
Escenas se empezaron a ver a mi alrededor. Risas, juegos, abrazos, regaños, todo lo veía muy claro como si de una película se tratara.
Un sollozo quedó atorado en mi garganta y las lágrimas comenzaron a derramarse.
Escuchaba sus voces, tan claras, llamándome por mi primer nombre, ese que dejé de usar después de su muerte. Oí las veces que dijeron que me amaban, las noches que me abrazaron y consolaron mientras lloraba a causa de las pesadillas.
Aire me rodeó de manera sobrenatural y casi los pude sentir abrazándome con fuerza.
—Hola, papi, hola, mami... Aquí estoy —susurré al viento y supe en mi interior que ellos habían ido a mí.
Mi vista se fijó en las múltiples listas de cosas para hacer que me había mandado Ana. Si algo sobraba en ese país eran lugares para visitar.
Mordí mi mejilla mientras trataba de decidir qué haría primero una vez que llegara. Igual y solo me dedicaba a dormir, Dios sabía que el viaje fue desgastante.
El nombre de mi amiga apareció en la pantalla y una sonrisa se formó en mis labios, seguro se estaba desvelando solo para llamarme.
—¿Qué hora es allá? —pregunté al contestar.
Se escuchó que Ana bostezó y la imaginé estirando los brazos mientras se alejaba de Octavio.
—No importa, ¿cómo vas?
Miré el reloj en el panel que anunciaba los trenes que estaban por llegar.
—No he tenido un ataque en dieciocho horas —le conté con sincera emoción.
Ella rio.
—Ya llevas dos semanas sola, creo que te ganaste el derecho a tener un pequeño ataque.
Me encogí de hombros aunque sabía que ella no me podía ver.
—No son como antes, ¿sabes? Ahora sólo se me revuelve el estómago.
La escuché suspirar a la par del arribo del tren.
—Me llamas cuando llegues —pidió.
—Te mando mensaje, a este paso Octavio me va a odiar por desvelarte.
Ella rio de nuevo en voz baja.
—Te va a odiar por no mandar las fotos, no olvides tomar en el camino.
—Vale.
Tras despedirnos, me acerqué a una ventanilla donde entregué mi boleto y la mujer leyó los datos.
—Li...
—Carolina —interrumpí.
Me vio de soslayo pero selló mi boleto y me enseñó el andén en el que ya me esperaba el tren.
—Turas maith.
Le di un pequeño asentimiento y me encaminé al transporte que me llevaría a mi destino.
Conforme avanzaba no pude evitar pensar en que hacía mucho nadie me llamaba por mi primer nombre. Aunque Ana y el doctor Israel sugirieron que hiciera uso de él.
Un nombre que acompañara mi reinicio.
Una vez que llegué al andén, me subí al tren y noté cómo la mayoría iba en familia o pareja. Apreté con fuerza el tirante de mi mochila y me armé de valor.
—Disculpe, ¿está ocupado este asiento? —pregunté unas diez veces en los primeros asientos,sin embargo, solo obtuve como respuesta miradas extrañadas. Y los que hablaban inglés iban acompañados.
Bendita suerte. Decidí irme hasta el final, ahí seguro encontraría un lugar.
Pasé detrás de una familia que tenía tres hijos, los padres trataban de sentarlos y acomodar sus pequeñas maletas, todo en el mismo acto.
Avancé unos cuantos lugares más y vislumbré una cabeza de cabello negro. No tenía nadie en frente, incluso puso una mochila a su lado y buscó algo hasta sacar un papel arrugado.
Volteé hacia atrás, tal vez esperaba a alguien como todas las personas que ya había pasado.
Me acerqué un poco más y vi que había extendido el papel en la mesa. Tenía garabatos... O letras.
Parecía letra de doctor, de esas que solo un farmacéutico y Dios logran entender.
Vi que tras escribir más, suspiró y dobló de nuevo el papel sobre la mesa para luego recargar la cabeza en el respaldo. No sé porqué sentí que estaba aliviado.
En fin, decidí arriesgarme a ser ignorada, de nuevo. Ese viaje fue un buen ejercicio para superar aquél miedo.
—¿Esta ocupado este lugar? —pregunté y me medio odié al hablar con timidez.
Abrió los ojos y me observó por unos momentos con sus orbes café.
Tenía cabello negro un tanto alborotado junto a una barba de dos o tres días y parecía realmente cansado.
Negó.
—Adelante —dijo haciendo un leve movimiento con la cabeza en dirección al asiento de enfrente.
Sentí un profundo alivio al escuchar mi lengua materna salir de su boca y la invitación a sentarme.
—¡Gracias! Nadie aquí habla español y solo me ven como si estuviera loca —comenté tomando el lugar frente a él.
Puse mi mochila a un lado imitándolo y lo observé sintiendo una inexplicable curiosidad.
No parecía un joven aventurero ni un hombre de negocios. Mordí el interior de mi mejilla recordando que tenía el reto de iniciar una conversación.
—¿Negocios o placer? —pregunté esperando no ahogarme a media oración.
Me vio por unos momentos y se encogió de hombros.
—Ninguna —respondió con un tono que pareció sincero.
Y entendí, esas nuevas voces en mi cabeza me dijeron que estábamos en el mismo barco. Sonreí a pesar de mí y desvié la atención a la ventana.
—Ya somos dos tratando de empezar de nuevo —comenté en un hilo de voz.
El tren comenzó a avanzar y la emoción se acrecentó en mi interior. Pronto estaría en Berlín y de ahí podría hacer lo que Ana me recomendó.
Ese viaje fue la mejor decisión, me había costado en un inicio pero ya estaba encaminada y no pude evitar sentirme llena de esperanza.
De esa que en algún momento creí inalcanzable.
—Tobías. —Escuché.
Volteé confundida, había estirado la mano y esperaba mi respuesta.
Entonces la voz de Ana y el doctor Israel regresaron. Un nuevo nombre para un inicio.
—Lidia —respondí tomando su mano.
Noté como observó mis brazos por un momento y frunció el ceño con reconocimiento.
Por un momento esa vergüenza quiso regresar pero la logré controlar. Las cicatrices las tendría de por vida, pero eran un recuerdo de aquello que paso a paso iba dejando atrás.
Nos soltamos y ambos regresamos la mirada a la ventana.
Sabía que pude tener otro destino, uno más trágico y destructivo. Pero Ana estaba en lo correcto, algo allá arriba decidió mantenerme con vida.
Mi historia aún no estaba decidida.
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