Desengaño
Tres veces llegué a ir a un parque de diversiones con Ana. Cada una de ellas el parque se llamó diferente y tenía un nuevo juego que mi amiga quería probar.
Hay uno que es una enorme torre donde te sientas en una silla y esperas lleno de ansias a que el operador dé el visto bueno para que te lancen hacia arriba. Se sube y baja unas cuantas veces hasta que ésta clase de elevador se va hasta lo más alto de la torre para dejarte en caída libre.
Literal, es una caída libre que se da sin avisar ya que te dejan entre diez segundos y un minuto esperando.
La única vez que me subí era de noche y las sensaciones se multiplicaron por un millón. El aire me impidió respirar con facilidad y sentí como si mi estómago hubiera subido hasta mi garganta. Fue una sensación de pura asfixia que casi me hizo desmayar.
Desde ahí supe que una caída libre sería lo último que quería experimentar.
Las decepciones son así: llegan sin avisar, primero te suben al cielo y luego te dejan en caída libre para llegar al infierno. No hay adrenalina, no hay una sensación de plenitud. Es puro y total vacío que te deja sin nada.
Mientras más se sube... Más dura es la caída.
Rodrigo no roncaba ni hacía sonidos, estar con él era como dormir sin nadie a un lado.
Llevaba media hora admirando cada milímetro de su rostro. Sus pestañas rizadas, sus cejas pobladas, la nariz respingada y ese cabello que se sentía suave al tacto.
No podía creer que estuviera acostada a su lado mientras él dormía. Debí sentirme ansiosa o nerviosa pero estaba en paz.
No supe lo cansado que estaba hasta que me contó —en medio de bostezos—, que esos días que no hablamos no pudo dormir del todo bien por la culpa.
Y aunque ansiaba buscarme, prefirió darme mi espacio.
Un beso nos llevó a otro, luego a otro que despertó la necesidad de sentirlo más cerca, así que cuando besó mi cuello y me tomó por la cintura me perdí en sus caricias.
Y aunque algo me decía que íbamos muy rápido, no pude negarme cuando me cargó para llevarme —sin dejar de besarme— hasta su recámara donde contra todo pronóstico solo nos dedicamos a besarnos de manera muy tierna.
Y entre pláticas poco a poco se fue quedando dormido.
Era extraño sentir culpa pero emoción ante lo que había pasado. Casi se podría decir que lo de Óscar no me dolió como se esperaba porque él estaba esperando detrás de la puerta.
Mi celular tintineó haciéndome sobresaltar, lo saqué de la parte trasera de mis jeans y parpadeé varias veces tratando de ajustar mi vista a la luz.
"¿Todo bien?"
Sonreí y miré de nuevo a Rodrigo antes de responder.
"De maravilla"
Suspiré apagando la pantalla y metiendo el aparato debajo de la almohada. Puse las manos debajo de mi mejilla y dejé que el cansancio tomara control.
Sentí un ligero toque en el costado de mi rostro que me regresó de mi estado inconsciente. Cuando abrí los ojos, los orbes azules de Rodrigo me recibieron. Me veía de una manera que me dejó sin aliento ya que era intensa pero a la vez cargada de algo que no lograba nombrar.
—¿Te desperté? —preguntó en un susurro.
Cerré y abrí los ojos tratando de ocultar que me ardían, luego negué. Fue hasta que puso su mano entre nosotros que noté que había estado acariciando mi rostro.
—¿Qué hora es? —pregunté somnolienta.
—Como las cuatro de la mañana —contestó en voz baja.
Suspiré y cerré los ojos.
—Me estoy acostumbrando a tu colchón —murmuré ocultando el rostro en su almohada.
Rio en voz baja y buscó mi mano para entrelazar nuestros dedos. Sentí mucho calor y mi corazón se estremeció.
—Y yo a verte dormir.
Abrí los ojos y lo miré por unos segundos. No quería dejarme llevar, tenía mucho miedo.
No supe si mi rostro reflejó mis pensamientos, pero él suspiró y se acercó para dejar un beso en mi frente antes de abrazarme.
—No puedo prometerte nada porque la vida está llena de trampas —susurró—. Lo que sí puedo decirte es que siempre trataré de hacer lo mejor para ti.
Escondí el rostro en su pecho y escuché su acelerado latido. No quería que me hiciera daño. No soportaría una decepción más, ya no.
Empuñé su playera con fuerza y traté de contener las lágrimas que amenazaban con salir.
Rodrigo me estaba dando tantas cosas bellas que poco a poco se fue convirtiendo en el último pilar que sostenía mi cordura.
Tenía demasiado poder sobre mí y no tenía idea de ello.
Hacía mucho que no salía con Octavio y Ana porque solía sentirme mal tercio con ellos y por esa enemistad que tenían con Óscar.
Mi mejor amiga no dejaba de sonreír mientras contaba anécdotas graciosas de nuestra adolescencia.
—Y nuestra amiga Marcela llenó el piso de agua, ¿recuerdas, Caro?
Asentí con una pequeña sonrisa que era más de nervios que de otra cosa. La mano de Rodrigo sobre mi hombro y la cercanía de su cuerpo me tenían en alerta.
—En fin, ella resbaló, se sostuvo de mí y yo de Caro que se tuvo que agarrar de la puerta del baño —siguió entre risas.
Bufé e hice girar los ojos.
—Y para mi suerte Damián iba pasando —murmuré.
Ana soltó una sonora carcajada.
—Recuerdo su cara, te preguntó qué hacíamos y contestaste...
—Patinando, ¿qué no es obvio?
Todos rieron y yo me sonrojé recordando el momento. Fue casi al final de ciclo escolar, en el tiempo en el que Ana empezó a sacar esa personalidad más fuerte y desafiante que llevaba años ocultando bajo el miedo de ser rechazada.
Mi amiga se limpió unas lágrimas de los ojos.
—Fue hilarante, su cara de "locas" y Marcela aventando más agua.
—El problemas fue secar, creo que gastamos todo el papel —dije pensativa.
—Eran todas unas rebeldes —intervino Octavio.
Ana volteó y lo miró.
—Ya me conoces —exclamó con un guiño.
Rodrigo rio y de pronto me atrajo más a él para ocultar el rostro en mi cabello. Tenía esa rara manía de pasar su nariz por mi mejilla y quedarse ahí por varios minutos. Una caricia tan íntima que me hacía estremecer y erizaba mi piel.
Ladeé el rostro y me perdí de nuevo en su toque, era adictivo. Entonces dejó un beso en mi mejilla antes de seguir pasando la nariz por mi costado.
—Te quiero —susurró en voz muy baja.
Mi corazón dio un brinco y se me cortó la respiración. De reojo noté que Ana nos vio con una pequeña sonrisa antes de susurrarle algo a su novio.
Rodrigo buscó mi mano por debajo de la mesa y entrelazó nuestros dedos, se incorporó de nuevo cuando sirvieron nuestros alimentos.
La atmósfera en la mesa era tan agradable que me sentía en medio de un sueño del que jamás quería despertar. Ana llevándose bien con Rodrigo, él haciéndome sentir querida y protegida; estaba dentro de una burbuja flotando por la vida.
Un tintineó se escuchó y Rodrigo suspiró, sacó su celular mientras Ana comentaba algo sobre un restaurante al que fue la semana anterior con Octavio.
De reojo noté que frunció el ceño antes de apagar la pantalla y guardar el aparato. Parecía algo molesto pero me dio otro beso en el costado de mi cabeza para después participar en la conversación.
Platicamos sobre todo y nada, Rodrigo nos compartió experiencias de otros países y Octavio cosas que se veían en los concierto que llegaba a dar.
El tiempo se me fue como agua entre los dedos y para cuándo me di cuenta ya estábamos caminando hacia el cine para ver una película.
Otro tintineo se escuchó desde su pantalón. Bufó y sacudió la cabeza pero no hizo ningún intento por sacar el celular.
—¿Qué pasa? —pregunté notando su gesto frustrado.
—Cosas del trabajo, nada con lo que me interese lidiar —dijo presionando mi mano.
Asentí, caminábamos detrás de Octavio y Ana por el centro de la ciudad. Otro tintineo resonó y fruncí el ceño cuando él maldijo por lo bajo.
—Parece urgente —murmuré.
Exhaló de manera audible y soltó mi mano.
—No lo es, pero deja lidio con esto... —espetó sacando el aparato y desbloqueándolo.
Asentí y seguimos caminando, él iba distraído en su celular cuando de pronto se detuvo de golpe. Avancé tres pasos más antes de girarme para verlo extrañada.
Tenía ambas cejas arqueadas en ademán de sorpresa y la boca ligeramente abierta, se veía tenso, como si estuviera congelado.
De manera inconsciente me abracé.
—¿Todo bien? —pregunté.
Rodrigo me miró sobresaltado, pareció que no recordaba que estaba ahí y eso me hizo fruncir el entrecejo. Me miraba como si jamás me hubiera visto antes. Apagó la pantalla y se guardó el celular.
—Debo ir a la oficina —titubeó de manera rápida sacudiendo la cabeza.
Sentí a Ana y Octavio pararse detrás de mí. Rodrigo se veía alterado. Miró hacia su izquierda antes de verme de nuevo, se acercó y dejó un beso en mi frente.
—Te llamo en la noche —masculló sobre mi piel.
Sentí algo frío recorrer mi cuerpo y terminé desconectándome de la situación, así que ni siquiera escuché ni observé cómo se despidió de mi mejor amiga y su novio.
Lo que sí logré captar fue como caminó con rapidez de regreso a dónde había dejado su auto. Una parte de mí sintió que su espalda sería lo único que vería de ahí en adelante.
Sacudí la cabeza tratando de alejar esos dañinos pensamientos que comenzaban a susurrar que todos se iban. Qué estaba empezando a pagar por mis errores y lo peor aún no llegaba.
Tal y como lo prometió, llamó, pero se escuchaba extraño, como si se estuviera esforzando por ocultar algo. Cómo si le pesara hablar conmigo.
—Seguro tuvo un problema grande en el trabajo —dijo Ana a mi lado mientras comía papas.
Asentí sin decir nada, algo me dijo que no era eso.
—Caro —me reprendió.
Suspiré y bajé mis piernas. Estábamos en su departamento viendo una película de Disney. La de Encantada para ser más específica.
—¿Recuerdas lo que decía Pamela? —pregunté en un susurro.
—¿Que acostarse con todos no la hacía una zorra? —respondió con ironía.
Sacudí la cabeza.
—No, eso del sexto sentido.
La escuché bufar.
—El tuyo está descompuesto —se burló.
Le di media sonrisa y preferí guardar silencio. Mi prima solía decir que todas las mujeres cargamos con un sexto sentido que nos avisa cuando nos están engañando.
Durante mi relación con Óscar ignoré ese presentimiento porque prefería vivir una mentira que quedarme sola. Sin embargo, esa tarde con Rodrigo, el sensor se volvió a encender mucho más fuerte que con mi ex.
Crucé los brazos y pretendí no darle importancia al asunto, pero la realidad era que comencé a enterrar las uñas en mi piel para tratar de silenciar las voces de sospecha que murmuraban que Rodrigo me iba a destruir.
Y que ni siquiera lo vería venir.
Toqué la puerta frente a mí con nervios y me traté de asegurar de que no estaba cruzando ninguna línea ya que en el pasado me recibió con una enorme sonrisa.
Las conversaciones se habían vuelto cortantes y siempre se excusaba en que el problema en su trabajo lo mantenía ocupado.
Quise darle una sorpresa, esperaba que eso le aligerara la carga.
Abrió a gran velocidad haciéndome sobresaltar, me miró con sorpresa antes de ver algo al interior de su departamento.
—Caro —dijo regresando su atención a mí.
Entrelacé mis manos y dudé, bajé la mirada al suelo, de pronto me sentí intimidada.
—Venía a ver si quieres ir a cenar, sé que has estado presionado por el trabajo y —Me encogí de hombros—, quería ayudarte con una distracción.
Sentí su mirada sobre mí, no era cálida ni tierna como antes.
—Perdón, tengo planes —declaró en un tono de voz vacilante.
Levanté el rostro con sorpresa y decepción.
—Oh, lo lamento, debí llamar antes...
Asintió varias veces mientras volvía a mirar al interior de su departamento.
—Sí, debiste... ¿podemos hablar después? —Casi rogó.
Accedí y después de suspirar le di la sonrisa más sincera que pude evocar, él me miró inexpresivo.
—Claro, perdón por... Esto.
No dijo nada y lo tomé como una señal para irme. Me di la vuelta y avancé unos cuantos pasos cuando lo escuché llamarme.
Volteé con cierta esperanza. Lo vi cerrar la puerta de su departamento y acercarse. Me miró con el ceño fruncido, pasó sus ojos por todo mi cuerpo y no entendí porqué.
—Mis padres volvieron de Europa así que voy a pasar unos días con ellos. —Se aclaró la garganta—. Te lo digo para que no te des vueltas en vano por acá.
Lo vi con sorpresa, por un momento en mi inocencia creí que pensaba presentarme. Asentí y le di una diminuta sonrisa.
—No te preocupes. No me verás por acá —dije tratando de sonar divertida.
Él asintió y de pronto me abrazó con fuerza. Puse mis manos en su espalda y recargué la cabeza en su pecho. Podía sentir el latido de su corazón en mi sien.
—Adiós, Caro —susurró antes de darme un beso en la frente y regresar a su departamento.
Me quedé estática en ese lugar por lo que me pareció una eternidad. Había dejado sus labios por unos agonizantes y largos segundos sobre mi piel antes de irse.
Se había sentido como una despedida.
Una muy cruel y definitiva despedida.
Las llamadas se convirtieron en mensajes. Los mensajes en emojis. Y los emojis en vistos.
Y aunque estos últimos me dolieron, traté de causar otra reacción en él, cualquiera. Necesitaba saber que seguía en mi vida y que no me había sacado de la manera más cruel.
Mínimo Óscar me había dicho cuando fue el final. Rodrigo solo se esfumó.
Tecleé otro mensaje tratando de conseguir una respuesta de su parte. Le preguntaba si todo estaba bien con su familia y la empresa, traté de recordarle que estaba ahí para cualquier cosa.
—¿Qué? —pregunté sintiendo la mirada de Ana llena de desaprobación.
—Lo estás haciendo —dijo cansada.
La miré escéptica.
—¿Qué hago? —cuestioné bloqueando el teléfono.
—Lo que hacías con Óscar, abrumarlo por no contestar, querer...
—¿Me estás diciendo que la del problema era yo? —la interrumpí incrédula.
—¡No! —dudó y suspiró—. Bueno, sí, en parte.
La miré asombrada y luego fruncí el ceño, estábamos en su departamento. Se suponía que me iba a ayudar a pintarme el cabello de un tono rojizo.
—¿Sí o no?
Ella suspiró y dejó de lado el pequeño envase que desprendía un olor ácido que me hacía arrugar la nariz.
—Quieres controlar a Rodrigo cómo lo intentaste con Óscar, crees que solo de esa manera no te van a hacer daño, que manejando la situación a tu modo evitarás una decepción.
—Eso no es...
—Aceptaste las migajas de Óscar pero tenías la enfermiza obsesión de querer saber dónde estaba y qué hacía... —Traté de detenerla, eso no era cierto, no del todo—. Pero Óscar nunca cedió y eso te desequilibró, entonces te dejaste hacer y deshacer con tal de que se quedara a tu lado.
La vi con enojo y crucé los brazos. No era así, me preocupaba que Rodrigo estuviera mal y no me lo quisiera decir. Sentía que debía retribuirle un poco de ese cariño que me llegó a dar.
—Te quiero, te adoro, pero está mal la manera en la que comienzas a depender de los que muestran cariño hacia ti —concluyó.
—No fue mi culpa que Óscar me fuera infiel —alegué con desesperación diciendo en voz alta un miedo que por momentos me embargaba.
—¡No! Nunca dije eso, lo hizo porque es un maldito patán; lo sabías pero creíste que lo podías cambiar y no, la gente no siempre cambia.
Mi mente se comenzó a cerrar, empezó a meditar sólo unas pocas palabras en vez de toda la conversación. Solo tenía clara una frase que Ana dijo.
—¿Eso crees? ¿Que soy una controladora?
Ella me vio con sorpresa antes de bajar la mirada y suspirar. Regresó su atención a mí y me vio con seriedad.
—Lo mismo me hiciste cuando inicié mi relación con Octavio, querías saber dónde estaba y...—Dudó—. Caro, la gente no se va a quedar porque manipules la situación, ni dejándote moldear para adaptarte, las relaciones no son así.
No dije nada, en mi mente solo estaba claro que Ana creía que era una loca controladora. Me quité la toalla de alrededor de mi cuello y tras tomar mis llaves y celular, salí de su departamento sin mirar atrás.
Ni siquiera la escuché cuando me pidió que esperara.
Pocas veces peleaba con Ana, y por lo normal siempre era por culpa de mi ahora ex novio.
Nunca había sido por algo entre nosotras dos.
No entendía porqué nunca me dijo lo que en realidad pensaba. Recordé ese día después de la última fiesta en la que fuimos meseras, cómo me pregunté si acaso ella hablaba pestes de mí cuando no estaba cerca.
Al parecer no estaba equivocada.
Por momentos el latido acelerado de mi corazón me dejaba sin aliento. Mi estómago estaba revuelto y sentía un dolor punzante en el pecho. Incluso mi vientre dolía como si estuviera en mi periodo. Quería hablar con alguien, desahogarme de lo que estaba sintiendo.
Presentía que si no sacaba todo lo que comenzaba a carcomerme llegaría a mi límite.
Miré el contacto por al menos cinco minutos. Jamás había intentado llamarlo para no importunarlo, pero ahora sentía esa desesperación de escuchar su voz y sentir sus brazos a mi alrededor.
Así que marqué el número y esperé.
—Hola —dijo en voz baja.
Cerré los ojos y sentí la humedad en mis ojos, se había escuchado cansado o hasta harto. Eso dolió en lo profundo de mi alma.
Traté de aferrarme a la posibilidad de que estuviera saliendo del trabajo y que por eso me hablaba así.
—Hola, no he sabido de ti —susurré enredando una mano en mi cabello.
—Sí. —Titubeó—. He estado ocupado.
Suspiré, lo escuchaba tan lejano, su mente estaba en otro lado.
—Te extraño —musité en voz casi inaudible.
Lo escuche exhalar con lo que me pareció hartazgo.
—¿Rodri? —La inigualables voz de Isabella de pronto lo llamó y yo levanté las cejas con sorpresa.
Abrí y cerré la boca varias veces. Mis ojos comenzaron a arder.
—¿Estás con Isabella? Creí que...
—¿Podemos hablar después? —interrumpió con una voz tan fría que me causó un estremecimiento.
Me quedé en silencio unos momentos, cerré los ojos con fuerza y sentí una lágrima recorrer mi mejilla.
—Sí —susurré con voz temblorosa.
—Adiós —dijo tajante.
Abrí la boca para decir algo pero mi voz se quedó ahogada.
—¿Estabas ocupado? —escuché a Isabella preguntar, Rodrigo no había cortado la llamada.
—No, nada importante, no te preocupes —contestó él.
No sabía si no se dio cuenta o...
—Bien, amor; vengo del doctor y...
La llamada finalmente se cortó y me quedé viendo el celular en mis manos por lo que me pareció una eternidad hasta que la verdad me golpeó de manera drástica. Rodrigo no cortó la llamada a propósito, quería que escuchara cómo me hizo una nimiedad, como había vuelto con Isabella a pesar de haberme dicho que me quería.
Entonces sentí el último pilar derrumbarse. Mi estómago se revolvió a tal grado que corrí al baño y vomité todo lo que había ingerido.
¿Qué hice mal?
Estaba sola. Por primera vez en mi vida, me había quedado realmente sola.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top