Azul
En mis múltiples intentos por adaptarme, terminé odiando ciertas cosas que antes amaba. Desde comida hasta colores.
Aquél que casi desaparecí de mi vida durante mi recuperación fue el color azul. No soportaba verlo ya que me traía los peores recuerdos.
Llevaba una hora viendo la pequeña luz azul en la esquina izquierda del celular de Óscar encenderse y apagarse mientras mis manos hormigueban al recordar que juré no volver a revisar el bendito aparato. Me había traído más decepciones que paz.
Fotos de supuestas amigas, números nuevos. La típica "nueva alumna" que casualmente nunca me topaba en la escuela. Sus reclamos bien fundamentados por meterme en su intimidad.
Mi estómago hizo un ruido a causa de la ansiedad y el hambre mientras que yo suspiré, Óscar me daba la espalda al dormir. A veces era consciente de que todo lo que hacía, para él, estaba mal. Todo. Criticaba y hacía comentarios irónicos disfrazados de broma. Me hacía sentir que tenía que esforzarme más para estar a su altura...
No comí nada durante el día, mucho menos en la noche, pues él se quedó a dormir. Decía que comer después de las seis de la tarde era dañino; mencionaba la grasa saturada, el cuerpo, la digestión, etc. Así que me limité a tomar un vaso de leche, de todos modos el saltarme comidas era mi pan de cada día.
Hablando de, Dios no permitiera que comiera pan, aquello era casi sacrilegio. Sí, estaba a dieta sabiendo que eso me podía regresar a un camino que hacía tiempo dejé.
Él roncaba a mi lado mientras que su celular reposaba en el buró a su derecha y yo solo observaba la mentada luz.
¿No podía avisarle a su zorra en turno cuando estaba conmigo?
Suspiré y me giré para observar al techo. Hasta esos pensamientos eran enfermos, creer que me era infiel pero aferrarme a seguir con él.
¿Qué demonios estaba mal conmigo?
Me giré dándole la espalda y me concentré en la ventana, podía escuchar el aire silbar de lo fuerte que estaba.
Ana lo odiaba por el daño que me causaba, ya fuera consciente o inconscientemente. Había muchas cosas que aún no compartía con él, como mi abuso y ese tiempo que dejé de comer.
Mordí el interior de mi mejilla, moría de ganas por revisar su celular, quitarme de nuevo esas vendas para ahora sí abandonarlo si me había dejado de lado por otra de sus amigas.
«Sí, claro» pensé con sarcasmo.
Llevábamos seis meses de relación en un vaivén de romance y peleas que siempre terminaban en lo mismo: Promesas huecas.
¿Por qué no me podía dar lo que exigía?
Yo sí dejaba a mi única amiga por estar con él. Dedicaba cada gramo de mi ser para agradarle. Incluso cuando me compraba ropa era teniendo en cuenta sus gustos y exigencias.
Tal vez sí estaba más obsesionada que enamorada. Tenía miedo de que me dejara.
Mis ojos se llenaron de lágrimas y un dolor punzante se hizo presente en mi pecho ante ese pensamiento. Mi ansiedad se incrementaba cada que pensaba en que probablemente un día una de esas guapas chicas que le coqueteaban sería lo suficientemente atrayente para que me cortara.
Pensé con desgano que al final del día, el no comer fue una buena decisión.
Dormí a lo mucho tres horas, la ansiedad no dio tregua y me la pasé girando en la cama hasta que de un momento a otro mis ojos se cerraron y el sueño se adueñó de mí.
Me eché agua en él rostro al menos cinco veces para despejar mi mente, al observarme en el espejo noté que mi cabello parecía un nido de pájaros y las ojeras debajo de mis ojos resaltaban sobre la pálida piel.
Óscar seguía dormido, pero el celular ya no tenía la parpadeante luz. Supuse que en ese tramo que me perdí, él despertó y revisó el aparato. Ojalá le dijera a la zorra que hoy no tenía tiempo para ella.
Suspiré con fuerza y cerré los ojos. Necesitaba dejar de hacerme daño. Sobretodo porque en esos meses que llevábamos juntos, no lo había visto realmente con otra.
El ser maestro no facilitaba las cosas. Cada dos meses se veía obligado a conocer nuevas personas. La escuela se manejaba por bimestres así que siempre estaba manejando grandes y variados grupos de conocidos.
Debía convencerme de que me era fiel por más que sus actos me hicieran pensar lo contrario.
—Buenos días —dijo somnoliento llegando por detrás para darme un beso en mi enmarañado cabello.
Asentí y me dispuse a lavarme los dientes. Coloqué la pasta, le eché agua y llevé el cepillo a mi boca a la par que me recargaba en el muro izquierdo para darle espacio a Óscar de asearse.
Hizo lo propio mientras me observaba por el reflejo, hasta que de pronto sus facciones se endurecieron.
—¿Ahora qué? —Prácticamente espetó.
Arqueé una ceja y fui a escupir la pasta para, acto seguido, enjuagarme. Ahora era él quien tenía los brazos cruzados.
—¿De qué? —dije tras secarme el rostro.
—Traes tu cara.
—Es la única que tengo —mascullé comenzando a sentir el enojo.
Me vio con ojos entrecerrados.
—No empieces, Caro, es muy temprano para tu mierda —escupió y salió del baño.
Me quedé atontada en el baño unos segundos antes de sentir la ira subir como espuma en mi interior.
—No hice nada y empiezas con tus cosas —grité yendo detrás de él.
Se estaba cambiando la playera y me daba la espalda.
—Siempre haces esa maldita cara cuando quieres pelear —gruñó—. No estoy de humor, me largo.
Y entonces el enojo se evaporó para darle lugar al miedo.
—No, espera, lo siento —dije atropellando las palabras mientras me aferraba a su brazo—. No quiero pelear, no voy a pelear, lo juro —terminé en un patético intento por arreglar aquello que no había hecho.
Él me vio de soslayo por varios segundos antes de suspirar y abrazarme. Me refugié en su pecho sintiendo como mi corazón latía desbocado. El palpitar taladraba mi cabeza y me sostuve a él como si de un salvavidas se tratara.
—Ya, te perdono —susurró besando mi frente.
Sentí el alivio expandirse y escondí aún más el rostro en su playera.
—¿Tienes hambre? Es casi medio día —pregunté forzando una pequeña sonrisa.
Él negó y sacó su celular, casi quise gritar de frustración pero me contuve. Maldito aparato del demonio.
—Te tengo una propuesta —anunció desbloqueando la pantalla—. Mi amigo me invitó a almorzar, le había dicho que no pero estuvo insistiendo en la madrugada.
Lo vi confundido y él me enseñó la conversación de WhatsApp; me sentí totalmente estúpida por dudar y pensar lo peor. Sobretodo por no dormir y atormentarme con esos pensamientos tan dañinos.
—¿Quieres ir? Creo que es tiempo de que lo conozcas.
Mi humor se disparó hacia arriba en un santiamén, jamás me había presentado a alguien de su círculo íntimo por la situación que teníamos. Tal vez, eso quería decir que finalmente sacaría a la luz nuestra relación.
¡Era la chica más afortunada del planeta!
—Claro, me encantaría —anuncié con ilusión.
Él sonrió y me dio un beso, de esos que roban el aliento y dejan con ganas de más, incluso nordió mi labio inferior antes de terminar.
—Bien, vete a poner guapa —susurró sobre mis labios y yo asentí emocionada.
De pronto el mundo era un mejor lugar.
El azul era mi color favorito: el del mar, el cielo, la ropa, mi auto, tennis, maquillaje; no importaba el tono, me ponía hiperactiva cuando lo veía.
Mi recámara estuvo pintada un tiempo de ese color y en la casa de mis padres fue igual. Era un tono que me llenaba y sentía que me describía, sobretodo cuando solía usarse para describir el estado de ánimo deprimente.
La primera vez que quise huir de él se dio esa tarde.
Jamás, en toda mi existencia, había visto semejante tono de azul en unos ojos: tan claros como el cielo, tan profundos como el mar; llamativos y atractivos sin igual.
Me sentía una maldita infiel por pensar así.
Óscar y él hablaban del partido que se disputaría por la noche, mi novio de pronto bostezaba entre frases y yo me mantenía distraída en el celular.
Ana me estaba aplicando la ley del hielo, me dejó en visto los últimos cinco mensajes que le envié. Pero me sentía tan plena por estar con Óscar que le quité importancia. No le rogaba a nadie.
Al menos de eso me quise convencer.
—Óscar habla mucho de ti, me mataba la curiosidad. —Escuché.
Levanté la mirada sobresaltada, el chico frente a mí me veía con la cara ladeada a la izquierda. Miré a mi alrededor notando que Óscar no estaba por ningún lado.
—Fue al baño —explicó al ver mi estado extrañado.
—Oh, no me di cuenta —murmuré ruborizada evitando su mirada azulada.
De reojo noté como media sonrisa se formó en su rostro y se le hicieron unos hoyuelos en las mejillas. Desvié la mirada hacia donde estaba el pasillo de los baños sintiéndome extraña. Esos ojos podrían absorber hasta la vida misma y ni cuenta me daría.
—¿Entonces eres su alumna? —preguntó antes de beber de su té frío.
Asentí viéndolo de reojo, él parecía observar algo detrás de mí, o a alguien.
Tenía el cabello peinado hacia un lado, unas cejas bastante pobladas y una barba perfectamente bien delineada; el chico bien podría ser modelo. Fruncí el ceño tratando de recordar si Óscar mencionó a qué se dedicaba.
—Por unos meses, pronto terminaré el curso y me cambiarán de maestro —cooperé.
Asintió y sacó su celular.
—Óscar dice que aprendes rápido, un mes y sabías manejar la consola en su totalidad —contó con la vista en la pantalla.
Sentí mis mejillas enrojecer. No sabía que mi novio hablaba de mí, creí que en verdad me tenía en secreto.
—Memoria eidética —murmuré.
Me vio con sorpresa antes de sonreír de nuevo. Mi incomodidad aumentó de manera exagerada, incluso me moví un poco en la silla.
—¿Se la pasaron bien el viernes? —pregunté sin realmente pensarlo. Aunque, sinceramente, quería saber si Óscar me había mentido.
El hombre frente a mí asintió sin dudar, casi sabiendo lo que iba a preguntar.
—Necesitaba quitarme el estrés de la semana y Óscar también. —Se encogió de hombros—. Se nos fue el tiempo y había tanto ruido que ninguno escuchó su celular.
Por un momento pensé si acaso estaba justificando a mi novio y recordé aquello que alguna vez mi prima Roxana dijo: Los hombres se encubren cuando se trata de ser infieles.
Sacudí la cabeza ignorando la acusatoria voz que siempre susurraba que algo ocultaba la gente que me rodeaba.
—¿En qué trabajas? —pregunté tratando de mantener una plática en lo que mi novio regresaba.
—Tengo una empresa de importaciones, traemos ropa de algunas marcas desde Asia —contó con cierto orgullo.
—Vaya —murmuré observándolo un poco mejor.
No podía pasar de los treinta, o era traga años como Óscar. Mi novio tenía veintinueve años pero aparentaba veinticinco.
El punto era que el que manejara una empresa a su edad, me parecía algo admirable. Sobretodo porque no parecía ser un chico de oficina: vestía de saco con jeans junto a una camisa azul marino que hacía resaltar aún más sus ojos.
Entonces noté cómo fijó la vista en algo detrás de mí. Se puso tenso, incluso su mandíbula se volvió rígida y había achicado los ojos.
Extrañada volteé hacia atrás y encontré a una pareja saliendo del restaurante. La mujer tenía cabello largo y negro y estaba acompañada de un hombre de aparente cabello azabache.
Regresé mi atención al chico para encontrar que se veía realmente molesto, eso me puso ansiosa.
—¿Cómo dijiste que te llamabas?
Pareció salir de un trance, pues se sobresaltó ante mi pregunta y parpadeó varias veces antes de posar su vista en mí. Ladeó la cabeza y volvió a darme esa media sonrisa.
—Rodrigo.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top