El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece;
no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor;
no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad.
Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.

1 Corintios 13:4-7 (RVR1960)

Científicamente, el amor es un conjunto de químicos que se disparan en el cerebro y actúan como lo haría una droga. Nos adormece y modifica ciertas reacciones que nos llevan a ver al ser especial de un modo distinto a los demás.

La sociedad está llena de paradigmas en cuanto del amor se trata. Lleva al ser humano a convertir este sentimiento en algo tóxico potencialmente destructivo.

La frase: "Pégame pero no me dejes"; se ha ido disfrazando para pasar desapercibida en letras de canciones, películas, tramas de libros y novelas televisivas. Se ha vendido la idea de que quién ama todo soporta y quién soporta se lleva una recompensa.

Entonces empezamos a creer que el amor convierte a las personas; que podemos lograr que el hombre maltratador un día vea las cosas con la falsa luz del amor y nos trate como un príncipe trataría a su princesa después de rogar por perdón.

Y compramos la idea, la hacemos nuestra y nos embarcamos en una relación tóxica disfrazada de dificultad.

Desde que tengo memoria, se me inculcó esta errónea idea del amor en base a lo que dice la biblia:

"El amor todo lo soporta"

Ese fue mi mantra durante prácticamente toda la secundaria. Hice la frase mía para que mis actitudes siempre estuvieran basadas en esa idea.

Así fue como me dejé pisotear por el primer hombre que catalogué como "amor de mi vida". Fue la primera piedra de la pirámide de tristeza y ansiedad que gobernó mi vida.

Dicen que la adolescencia es una de las épocas mas difíciles del ser humano. Nos encontramos en medio de hormonas locas que alteran los químicos y nos hacen divagar sobre sueños románticos de antaño.

Y si le sumaba que yo buscaba razones para mantenerme con vida, anclas que me sostuvieran a una existencia que odiaba sin recordar el porqué, se podría decir que ahí di el primer paso dentro de un camino lleno de odio y autodestrucción.

Damián, así se llamó mi primer tormento. El primero al que dije amar y por el que empecé a crear esta costumbre de dejarme pisotear en nombre del mal llamado "amor".

Éramos el típico cliché de novela juvenil: la chica callada con el joven guapo y popular.
Me humillaba de maneras que quise olvidar, se burlaba de mí con sus amigos y si podía sacar alguna ventaja estando a mi lado, lo hacía sin dudar. Y yo siempre me puse en bandeja de plata creyendo que todo el sufrimiento algún día sería recompensado.

Aún me parece increíble lo que mi primer enamoramiento dejó a su paso.

Una frase terminó por marcarme de por vida. Me llevó a creer que era afortunada por tener a alguien interesado e impulsaba mi ansiedad por convertirme en alguien supuestamente amado:

"Eres tan fea como los Lunes"

Una frase totalmente absurda que me dejó callada e hizo que estudiara mi reflejo en cada ocasión hasta que terminara por odiar los espejos en la habitación.

Y cuidé esa idea como lo haría con un árbol: la alimenté, le cambié el agua, y me preocupé porque no pereciera; la mantuve cerca hasta que creció y con sus frutos me envenenó.

Y todo inició con este mal concepto del amor.

Pasaron muchos años para que me interesara de nuevo en alguien del sexo opuesto. No lo planeé, incluso intenté huir de todos esos sentimientos que ya me habían destruido en una ocasión.

Pero al final me encontré observándolo de manera disimulada durante cada clase que me dio, si me preguntaba algo me sonrojaba y tartamudeaba al responder. Su mirada me ponía nerviosa y su sonrisa despertaba sentimientos que creí que solo podían ser para ese que alguna vez llamé "primer amor".

Mi nombre en sus labios era un hechizo que me atraía como miel a la abeja. Me gustaba todo de él, hasta su aparente desinterés. Y cuando comenzó a acercarse, no pude evitar rendirme ante él.

Solo había una regla: Nadie podía saber.