2.09


Capítulo diecisiete: Tom.S. Ryddle

—Bonita cola —alagó Irina al ver a Hermione.

Irina no sabe cómo pero a Hermione le había ocurrido algo y ahora..., bueno, era mitad gato. Así que Madame Pomfrey le tuvo que dar algo para que no comenzara a estornudar ni ponerse roja por su alergia.

—¿En serio no vas a descansar? —cuestionó Irina mientras sacaba sus apuntes de las clases de ese día—. Si yo tuviera orejas y bigotes descansaría.

—No seas tonta —replico la ahora chica gato—, a los profesores no les importará si tengo bigotes o no.

Hermione se sentó mejor en su cama haciendo que algo dorado se viera. Estaba debajo de su almohada.

—¿Qué es esto? —preguntó Irina y en un rápido movimiento sacó una tarjeta dorada.

—Nada, una tarjeta para desearme que me ponga bien —dijo Hermione intentando sacársela.

A la señorita Granger deseándole que se recupere muy pronto, de su
preocupado profesor Gilderoy Lockhart, Caballero de tercera clase de la Orden de Merlín, Miembro Honorario de la Liga para la Defensa Contra las Fuerzas Oscuras y cinco veces ganador del Premio a la Sonrisa más Encantadora, otorgado por la revista «Corazón de Bruja».


—Vaya... —comentó Black dando vuelta la tarjeta para ver si había algo del reverso—, es muy fanfarrón ¿no?

Hermione le sacó la tarjeta. Tenía el rostro colorado.

—Claro que no, fue muy amable de su parte desear que me recupere —balbuceó mientras volvía a guardar la tarjeta debajo de su almohada.

Irina se despidió de Hermione y abandonó la enfermería. Snape los había tapado de tarea, tanto, que Irina cree que nos los acabará hasta cuarto.

Mientras subía las escaleras a la torre de Gryffindor se encontró con Ron y Harry.

—Ho... —Ron se quedó con el saludo a medio camino ya que un arranque de cólera llegó hasta sus oídos.

—Es Filch —susurró Harry, y los tres subieron deprisa las escaleras y se detuvieron a escuchar donde no podía verlos.

—Espero que no hayan atacado a nadie más —dijo Ron, alarmado.

—Shh —susurró Irina para escuchar lo que decía Filch.

Se quedaron inmóviles, con la cabeza inclinada hacia la voz de Filch, que parecía completamente histérico.

—... aun más trabajo para mí. ¡Fregar toda la noche, como si no tuviera otra cosa que hacer! No, ésta es la gota que colma el vaso, me voy a ver a Dumbledore.

Sus pasos se fueron distanciando, y oyeron un portazo a lo lejos.

Asomaron la cabeza por la esquina. Evidentemente, Filch había estado cubriendo su habitual puesto de vigía; se encontraban de nuevo en el punto en que habían atacado a la Señora Norris. Buscaron lo que había motivado los gritos de Filch. Un charco grande de agua cubría la mitad del corredor, y parecía que continuaba saliendo agua de debajo de la puerta de los aseos de Myrtle la Llorona. Ahora que los gritos de Filch habían cesado, podían oír los gemidos de Myrtle resonando a través de las paredes de los aseos.

—¿Qué le pasará ahora? —preguntó Ron.

—Yo digo que vayamos a ver —propuso Irina, y levantándose la túnica por encima de los tobillos, se metieron en el charco chapoteando, llegaron a la puerta que exhibía el letrero de «No funciona» y, haciendo caso omiso de la advertencia, entraron.

Myrtle la Llorona estaba llorando (para variar), si cabía, con más ganas y más sonoramente que nunca. Parecía estar metida en un retrete. Los aseos estaban a oscuras, porque las velas se habían apagado con la enorme cantidad de agua que había dejado el suelo y las paredes empapados.

—¿Qué pasa, Myrtle? —inquirió Harry.

—¿Quién es? —preguntó Myrtle, con tristeza, como haciendo gorgoritos—. ¿Vienes a arrojarme alguna otra cosa?

Harry fue hacia el retrete y le preguntó:

—¿Por qué tendría que hacerlo?

—No sé —gritó Myrtle, provocando al salir del retrete una nueva oleada de agua que cayó al suelo ya mojado—. Aquí estoy, intentando sobrellevar mis propios problemas, y todavía hay quien piensa que es divertido arrojarme un libro...

—Pero si alguien te arroja algo, a ti no te puede doler —razonó Harry—. Quiero decir, que simplemente te atravesará, ¿no?

Myrtle chilló:

—¡Vamos a arrojarle libros a Myrtle, que no puede sentirlo! ¡Diez puntos al que se lo cuele por el estómago! ¡Cincuenta puntos al que le traspase la cabeza! ¡Bien, ja, ja, ja! ¡Qué juego tan divertido, pues para mí no lo es!

—Pero ¿quién te lo arrojó? —le preguntó Harry.

—No lo sé... Estaba sentada en el surtidor, pensando en la muerte, y me dio en la cabeza —dijo Myrtle, mirándoles—. Está ahí, empapado.

Irina, Harry y Ron miraron debajo del lavabo, donde señalaba Myrtle. Había allí un libro pequeño y delgado. Tenía las tapas muy gastadas, de color negro, y estaba tan humedecido como el resto de las cosas que había en los lavabos.

Irina se acercó para agarrarlo pero Ron la tironeo del brazo.

—¿Estás loca? —le dijo Ron—. Podría ser peligroso.

—¿Por qué iba a ser peligroso? —preguntó Irina como si fuera lo más tonto que había escuchado en todo el día.

—¿Acaso nunca has oído de los libros malditos? —le preguntó como si fuera lo más obvio—. El Ministerio ha confiscado miles y había uno que te quemaba los ojos. Y todos los que han leído Sonetos del hechicero
han hablado en cuartetos y tercetos el resto de su vida. ¡Y una bruja vieja de Bath tenía un libro que no se podía parar nunca de leer! Uno tenía que andar por todas partes con el libro delante, intentando hacer las cosas con una sola mano. Y...

—Ya Ron, si he oído sobre los libros malditos. Pero si no lo abrimos nunca nos vamos  enterar de si está o no maldito.

Irina se safo del agarre del chico y tomó el libro.

Parecía un diario común y corriente y según la desvaída fecha era de hace cincuenta años atrás. Irina lo abrió y en la primera página podía leerse en tinta emborronada «T.S. Ryddle».

—Es un diario —dijo con simpleza.

—Espera —dijo Ron, que se había acercado con cuidado y miraba por encima del hombro de Irina. Harry también se acercó. —, ese nombre me suena... T.S. Ryddle ganó un premio hace cincuenta años por Servicios Especiales al Colegio.

—¿Y cómo sabes eso? —preguntó ésta vez Harry sorprendido.

—Lo sé porque Filch me hizo limpiar su placa unas cincuenta veces cuando nos castigaron —dijo Ron con resentimiento—. Precisamente fue encima de esta placa donde vomité una babosa. Si te hubieras pasado una hora limpiando un nombre, tú también te acordarías de él.

Irina comenzó a separar las páginas y no había escrito absolutamente nada, ni un cumpleaños, evento, nada.

—No escribió nada.

—Me pregunto por qué querría alguien tirarlo al retrete —dijo Ron con curiosidad.

Harry tomó el diario y comenzó a ver las tapas del diario.

—Debió de ser de familia muggle —dijo Harry, especulando—, ya que compró el diario en la calle Vauxhall...

—Bueno, eso da igual —dijo Ron.

Irina se encogió de hombros y lo guardó en el bolsillo de su túnica.

Hermione había salido de la enfermería sin orejas, bigotes, cola y pelaje a principios de febrero. La primera noche que pasó en la torre de Gryffindor, Irina, Harry y Ron le contaron sobre el diario.

—¡Aaah, podría tener poderes ocultos! —dijo con entusiasmo Hermione, agarrando el diario y mirándolo de cerca.

—Si los tiene, los oculta muy bien —repuso Ron—. A lo mejor es tímido. No sé por qué lo guardas, Irina.

La chica se encogió de hombros.

—Quizá algún día me pueda servir.

—Lo que me gustaría saber es por qué alguien intentó tirarlo —dijo Harry—. Y también me gustaría saber cómo consiguió Ryddle el Premio por Servicios Especiales.

—Bueno, pudo salvar a algún profesor de algo u obtuvo muchas matrículas de honor en brujería. —dijo Irina.

—Quizás asesinó a Myrtle, y todo el mundo lo consideró un gran servicio —añadió Ron haciendo que Irina soltara una pequeña risa.

Harry y Hermione adoptaron una expresión de interés.

—¿Qué? —preguntaron Ron e Irina al mismo tiempo.

—Bueno, la Cámara de los Secretos se abrió hace cincuenta años, ¿no? —explicó Harry. Bien Irina se estaba perdiendo una parte de la historia—. Al menos, eso es lo que dijo Malfoy...

—Sí... —admitió Ron.

—Y este diario tiene cincuenta años —dijo Hermione, golpeándolo, emocionada, con el dedo.

Irin abrió su boca en una "o" al comprender lo que decía Hermione.

—Entonces... Tom Ryddle pudo estar relacionado con la cámara de los secretos...

—¡Exacto! —exclamó Hermione con entusiasmo—. Sabemos que la persona que abrió la cámara la última vez fue expulsada hace cincuenta años. Sabemos que a T.S. Ryddle le dieron un premio hace cincuenta años por Servicios Especiales al Colegio. Bueno, ¿y si a Ryddle le dieron el premio por atrapar al heredero de Slytherin? En su diario seguramente estará todo explicado: dónde está la cámara, cómo se abre y qué clase de criatura vive en ella. La persona que haya cometido las agresiones en esta ocasión no querría que el diario anduviera por ahí, ¿no?

—Esa es una fantástica teoría, pero hay un problema —dijo Ron mirándolos a todos—, ¡no hay nada escrito en ese diario!

Hermione sacó su varita de la bolsa.

—¡Podría ser tinta invisible! —susurró.

Y dio tres golpecitos al cuaderno, diciendo:

—¡Aparecium!

Pero no ocurrió nada. Impertérrita, volvió a meter la mano en la bolsa y sacó lo que parecía una goma de borrar de color rojo.

—Es un revelador, lo compré en el callejón Diagon —dijo ella.

Frotó con fuerza donde ponía «1 de enero». Siguió sin pasar nada.

—Ya te lo decía yo; no hay nada que encontrar aquí —dijo Ron—. Simplemente, a Ryddle le regalaron un diario por Navidad, pero no se molestó en rellenarlo.

Irina no había desechado el diario de Ryddle y a pesar de que ella tenía el diario, Harry y Hermione eran los más interesados en el libro de los cuatro.

Harry estaba determinado a averiguar algo más sobre Ryddle, así que al día siguiente, en el recreo, Harry se dirigió a la sala de trofeos para examinar el premio especial de Ryddle, acompañado por una Irina un poco desinteresada, una Hermione rebosante de interés y un Ron muy reticente, que les decía que había visto el premio lo suficiente para recordarlo toda la vida.

La placa de oro bruñido de Ryddle estaba guardada en un armario esquinero. No decía nada de por qué se lo habían concedido.

—Menos mal —dijo Ron—, porque si lo dijera, la placa sería más grande, y en el día de hoy aún no habría acabado de sacarle brillo.

Sin embargo, encontraron el nombre de Ryddle en una vieja Medalla al Mérito Mágico y en una lista de antiguos alumnos que habían recibido el Premio Anual.

—Me recuerda a Percy —dijo Ron, arrugando con disgusto la nariz—: prefecto, Premio Anual..., supongo que sería el primero de la clase.

—Lo dices como si fuera algo vergonzoso —señaló Hermione, algo herida.

El sol había vuelto a brillar débilmente sobre Hogwarts. Dentro del castillo, la gente parecía más optimista. No había vuelto a haber ataques después del cometido contra Justin y Nick Casi Decapitado, y a la señora Pomfrey le encantó anunciar que las mandrágoras se estaban volviendo taciturnas y reservadas, lo que quería decir que rápidamente dejarían atrás la infancia.

Irina pensaba que el heredero de Slytherin se había acobardado ya que cada vez resultaba más difícil abrir la Cámara de los Secretos, todo el colegio estaba muy alerta y receloso.

Gilderoy Lockhart estaba convencido de que era él quien había puesto freno a los ataques. Irina y Harry lo oyeron exponerlo así ante la profesora McGonagall mientras los de Gryffindor marchaban en hilera hacia la clase de Transfiguración.

—No creo que volvamos a tener problemas, Minerva —dijo, guiñando un ojo y dándose golpecitos en la nariz con el dedo, con aire de experto—. Creo que esta vez la cámara ha quedado bien cerrada. Los culpables se han dado cuenta de que en cualquier momento yo podía pillarlos y han sido lo bastante sensatos para detenerse ahora, antes de que cayera sobre ellos... Lo que ahora necesita el colegio es una inyección de moral, ¡para barrer los recuerdos del trimestre anterior! No te digo nada más, pero creo que sé qué es exactamente lo que...

Irina tenía una expresión de confusión muy grande. ¿Él paró los ataques? Quizás hace unos meses se lo hubiera creído pero desde que habló de cómo superó a un hombre lobo adulto, Irina ya no le creía nada.

De nuevo se tocó la nariz en prueba de su buen olfato y se alejó con paso decidido.

La idea que tenía Lockhart de una inyección de moral se hizo patente durante el desayuno del día 14 de febrero. Irina había dormido mucho a causa del entrenamiento de quidditch de la noche anterior y cuando llegó al Gran Comedor pensó que estaba teniendo alguna alucinación debido a que aún estaba algo dormida.

—¿Qué...? —preguntó Irina sentándose enfrente de Steve y al lado de Ron.

Los dos chicos parecían muy enojados como para hablar así que señalaron a Lockhart.

—Oh... —soltó Irina mientras se sentaba.

En realidad, no le disgustaba la decoración. De hecho le parecía algo lindo.

Las paredes estaban cubiertas de flores grandes de un rosa chillón. Y del techo de color azul pálido caían confetis en forma de corazones.

Hermione reía tontamente y a decir verdad, Irina también. ¿Por qué a Ron y Steve les asqueaba tanto?

Mientras Irina bebía jugo de naranja, Harry entró algo despinado y corriendo al Gran Comedor.

Cuando Harry se acercó a Irina confeti cayó sobre ambos chicos.

—¿Qué ocurre? —les preguntó Harry, sentándose y quitándose de encima el confeti.

Ron y Steve hicieron lo mismo cuando Irina les preguntó que pasaba.

Cuando Harry fue a agarrar una tostada se quedó viendo el cabello de Irina.

—Tienes confeti en el cabello.

—Oh —soltó Irina mientras se sacaba los pequeños corazones.

Lockhart, que llevaba una túnica de un vivo color rosa que combinaba con la decoración, reclamaba silencio con las manos. Los profesores que tenía a ambos lados lo miraban estupefactos. Desde su asiento, Irina pudo ver a la profesora McGonagall con un tic en la mejilla. Snape tenía el mismo aspecto que si se hubiera bebido un gran vaso de algún veneno.

—¡Feliz día de San Valentín! —gritó Lockhart—. ¡Y quiero también dar las gracias a las cuarenta y seis personas que me han enviado tarjetas! —Irina miró durante unos segundos a Hermione—. Sí, me he tomado la libertad de preparar esta pequeña sorpresa para todos ustedes... ¡y no acaba aquí la cosa!

Lockhart dio una palmada, y por la puerta del vestíbulo entraron una docena de enanos de aspecto hosco. Pero no enanos así, tal cual; Lockbart les había puesto alas doradas y además llevaban arpas.

—¡Mis amorosos cupidos portadores de tarjetas! —son—rió Lockhart—. ¡Durante todo el día de hoy recorrerán el colegio ofreciéndoos felicitaciones de San Valentín! ¡Y la diversión no acaba aquí! Estoy seguro de que mis colegas querrán compartir el espíritu de este día. ¿Por qué no piden al profesor Snape que les enseñe a preparar un filtro amoroso? ¡Aunque el profesor Flitwick, el muy pícaro, sabe más sobre encantamientos de ese tipo que ningún otro mago que haya conocido!

El profesor Flitwick se tapó la cara con las manos. Snape parecía dispuesto a envenenar a la primera persona que se atreviera a pedirle un filtro amoroso.

—No entiendo porqué les disgusta tanto —dijo Irina mientras salían del Gran Comedor a su primera clase.

—Si, eso lo dices porque quieres recibir una felicitación —dijo obvio Steve y disimuladamente señaló con la cabeza a Harry que iba junto a Ron y Hermione un poco más allá de ellos.

Irina cree que obtuvo un leve sonrojo.

—No sé de que hablas.

Los enanos alados se la pasaron interrumpiendo las clases e Irina sí recibió una felicitación, quizá no de la persona que esperaba pero si le pareció muy dulce.

Irina lamentaba la ausencia del diario en su mochila. La noche anterior Harry se lo había pedido prestado y refunfuñando, Irina se lo dio.

Ella no sabe qué tiene el libro que lo hace tan tentador.

Mientras Irina y Steve iban a clase de Encantamientos un grito resonó por el corredor.

—¡Eh, tú! ¡Harry Potter! —gritó un enano de aspecto particularmente malhumorado, abriéndose camino a codazos para llegar a donde estaba Harry que no estaba más allá de tres metros de distancia.

—Tengo un mensaje musical para entregar a Harry Potter en persona —dijo, rasgando el arpa de manera pavorosa.

—¡Aquí no! —dijo Harry enfadado, tratando de escapar.

—¡Párate! —gruñó el enano, aferrando a Harry por la bolsa para detenerlo.

—¡Suéltame! —gritó Harry, tirando fuerte.

Tanto tiraron que la bolsa se partió en dos. Los libros, la varita mágica, el pergamino y la pluma se desparramaron por el suelo, y la botellita de tinta se rompió encima de todas las demás cosas.

Harry intentó recogerlo todo antes de que el enano comenzara a cantar ocasionando un atasco en el corredor.

—¿Qué pasa ahí? —Era la voz fría de Draco Malfoy, que hablaba arrastrando las palabras.

—¿Por qué toda esta conmoción? —dijo Percy Weasley, que se acercaba.

Harry intentó escapar corriendo, pero el enano se le echó a las rodillas y lo derribó.

—Bien —dijo, sentándose sobre los tobillos de Harry—, ésta es tu canción de San Valentín:

Tiene los ojos verdes como un sapo en escabeche

y el pelo negro como una pizarra cuando anochece.

Quisiera que fuera mío, porque es glorioso,

el héroe que venció al Señor Tenebroso.

Steve fue el primero en largar la carcajada mientras decía: "¡Es horrible!" y luego, todo el mundo comenzó a reírse.

Harry estaba tan colorado como un tomate e intentaba reírse con el resto.

Por otra parte, Irina estaba doblada y lloran a de la risa junto a Steve que le costaba respirar de la risa.

—¡Fuera de aquí, fuera! La campana ha sonado hace cinco minutos, a clase todos ahora mismo —decía Percy, empujando a algunos de los más pequeños—. Tú también, Malfoy.

Irina estaba tratando de regular su respiración así que no vio cuando Malfoy se agachaba y agarraba algo, y con una mirada burlona se lo enseñaba a Crabbe y Goyle. Era el diario de Ryddle.

—¿Qué habrá escrito aquí Potter? —dijo Malfoy, que obviamente no había visto la fecha en la cubierta y pensaba que era el diario del propio Harry. Los espectadores se quedaron en silencio. Ginny miraba alternativamente a Harry y al diario, aterrorizada.

—Devuélvelo, Malfoy —dijo Percy con severidad.

—Cuando le haya echado un vistazo —dijo Malfoy, burlándose de Harry. Percy dijo:

—Como prefecto del colegio...

Pero Harry estaba fuera de sus casillas. Sacó su varita mágica y gritó:

—¡Expelliarmus!

Y tal como Snape había desarmado a Lockhart, así Irina vio que el diario se le escapaba a Malfoy de las manos y salía volando. Ron, sonriendo, atrapó el diario.

—¡Harry! —dijo Percy en voz alta—. No se puede hacer magia en los pasillos. ¡Tendré que informar de esto!

Malfoy estaba furioso, y cuando Ginny (que estaba junto a otros de primero y presenció todo) pasó por su lado para entrar en el aula, le gritó despechado:

—¡Me parece que a Potter no le gustó mucho tu felicitación de San Valentín!

Ginny se tapé la cara con las manos y entró en clase corriendo. Dando un gruñido, Ron sacó también su varita mágica, pero Harry se la quitó de un tirón.

Al llegar a clase de Encantamientos, Irina y Steve se separaron; la chica se sentó con Ron y Harry y Steve con otros dos chicos de Ravenclaw.

Cuando todos entraron a clase Irina sintió unos toques en su brazo. Harry le señalaba con disimulo el diario de Ryddle e Irina no habria notado nada extraño de no ser porque todos los demás libros estaban empapados de tinta roja. El diario, sin embargo, estaba tan limpio como antes de que la botellita de tinta se hubiera roto. Intentaron hacérselo ver a Ron, pero éste volvía a tener problemas con su varita mágica: de la punta salían burbujas de color púrpura, y él no prestaba atención a nada más.

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