2.07


Capítulo quince: Fawkes, el fénix

¡Potter es el heredero de Slytherin! —decía Steve luego de que Irina le explicara qué es el pársel y quiénes lo hablaban.

—Bueno..., no lo sé.

—¿Por qué dices eso?

Irina se acercó a Steve para que nadie los escuchara. Estaban en uno de los sillones más apartados de la sala común de Gryffindor.

—Porque mi madre y mi padrino eran los mejores amigos de su padre y ellos nunca mencionaron algo sobre Slytherin o la Cámara de los Secretos. Además, su padre, James, fue a Gryffindor.

—¿Y qué? Mira a Harry, parece alguien agradable y va y ataca a la gata de Filch y a Colin.

A la mañana siguiente, sin embargo, la nevada que había empezado a caer por la noche se había transformado en una tormenta de nieve tan recia que se suspendió la última clase de Herbología del trimestre. La profesora Sprout quiso tapar las mandrágoras con pañuelos y calcetines, una operación delicada que no habría confiado a nadie más, puesto que el crecimiento de las mandrágoras se había convertido en algo tan importante para revivir a la Señora Norris y a Colin Creevey.

Mientras Alex tenía clases, Irina, Sarah y Steve se dirigían a la cocina para tomar unas tazas de chocolate caliente.

—Justin está muy asustado —sentenció la rubia—. Yo nunca creí que Harry fuera el heredero de Slytherin y mucho menos que el atacara a la gata de Filch y a Colin.

—Si, pero ¿por qué justo a ellos?

—Bueno, el otro día escuché que antes de Halloween Potter había tenido problemas con Filch. Y ese niño, Colin, siempre lo estaba siguiendo con la cámara, además, todos vieron y escucharon como Harry le dijo que no le sacara fotos cuando se rompió el brazo, y no lo dijo precisamente amable.

Bueno, Sarah tenía razón.

—Pero él derrotó a Quién-tú-sabes...

—¡Otro punto! Dime, ¿cómo un bebé va a derrotar al mago tenebroso más poderoso de todos los tiempos? Sólo un mago tenebroso sobreviviría a la maldición asesina. Quizá por eso lo quería matar Quién-ustedes-saben, no quería que hubiera otro mago oscuro. Quién sabe que otros poderes tiene.

Irina no supo qué responder, tampoco Steve.

—Además, nadie honrado podría hablar con las serpientes —dijo Sarah finalmente.

Con el pasar de los minutos, Irina tuvo un mal presentimiento que cada vez se iba intensificando más. Algo muy malo iba a pasar. Tenía dos opciones, ignorarlo o seguir a su instinto.

—Debo ir a la sala común —dijo mientras se levantaba de la silla—. Nos vemos luego —y sin más, salió por el cuadro de la cocina.

Comenzó a correr por los pasillos y llegó a uno particularmente oscuro.

Se paró en seco. Soltó un jadeo.

Sobre el suelo, rígido y frío, con una mirada de horror en el rostro y los ojos en blanco vueltos hacia el techo, yacía Justin Finch-Fletchley. Y eso no era todo. A su lado había otra figura, componiendo la visión más extraña que Irina hubiera contemplado nunca. Se trataba de Nick Casi Decapitado, que no era ya transparente ni de color blanco perlado, sino negro y neblinoso, y flotaba inmóvil, en posición horizontal, a un palmo del suelo. La cabeza estaba medio colgando, y en la cara tenía una expresión de horror idéntica a la de Justin.

—Harry... —susurró la chica. Harry estaba no muy lejos de ellos y los miraba con una gran expresión de terror.

—Y-yo no lo hice, Irina, en serio yo no lo hice.

Irina se acercó cautelosamente. ¿Y ahora que harían? ¿Cómo y por qué Nick Casi Decapitado estaba petrificado?

—Ay no, no, no, esto está mal, muy mal, hay que buscar a un profesor, Harry —habló con terror.

Lo único que se oía eran las voces amortiguadas de los profesores que daban clase a ambos lados.
Podían salir corriendo, y nadie se enteraría de que habían estado allí. Pero no podían dejarlos de aquella manera..., tenían que hacer algo por ellos. ¿Habría alguien que creyera que ellos no habían tenido nada que ver? Aún estaban allí, aterrorizados, cuando se abrió de golpe la puerta que tenía a su derecha. Peeves el poltergeist surgió de ella a toda velocidad.

—¡Vaya, si es Potter pipí en el pote! —cacareó Peeves, ladeándole las gafas de un golpe al pasar a su lado dando saltos. Peeves ni siquiera le prestó atención a Irina—. ¿Qué trama Potter? ¿Por qué acecha?

Peeves se detuvo a media voltereta. Boca abajo, vio a Justin y Nick Casi Decapitado. Cayó de pie e Irina supo sus intenciones.

—¡No!

Sin embargo, Peeves llenó los pulmones y gritó:

—¡AGRESIÓN! ¡AGRESIÓN! ¡OTRA AGRESIÓN! NINGUN MORTAL NI FANTASMA ESTÁ A SALVO! SALVESE QUIEN PUEDA ¡AGREESIÓÓÓÓN!

Una puerta tras otra, se fueron abriendo todas las que había en el corredor, y la gente empezó a salir. Durante varios minutos, hubo tal jaleo que por poco no aplastan a Justin y atraviesan el cuerpo de Nick Casi Decapitado.

Los alumnos acorralaron a Irina y a Harry contra la pared hasta que los profesores pidieron calma. La profesora McGonagall llegó corriendo, seguida por sus alumnos, uno de los cuales aún tenía el pelo a rayas blancas y negras. La profesora utilizó la varita mágica para provocar una sonora explosión que restaurase el silencio y ordenó a todos que volvieran a las aulas. Cuando el lugar se hubo despejado un poco, llegó corriendo Ernie, el de Hufflepuff.

—¡Te han agarrado con las manos en la masa! —gritó Ernie, con la cara completamente blanca, señalando con el dedo a Harry. —¿Y tú? —dijo mirando a Irina—, ni siquiera sé porqué me sorprendo...

Ernie iba a agregar algo más pero el grito de McGonagall lo hizo callarse:

—¡Ya basta Macmillan! —gritaron McGonagall.

Y de repente, sintió como si un balde de agua helada le cayó encima. Estaba clarísimo, la iban a expulsar y su madre la mataría.

Los profesores Flitwick y Sinistra, del departamento de Astronomía, fueron los encargados de llevar a Justin a la enfermería, pero nadie parecía saber qué hacer con Nick Casi Decapitado. Al final, la profesora McGonagall hizo aparecer de la nada un gran abanico, y se lo dio a Ernie con instrucciones de subir a Nick Casi Decapitado por las escaleras. Ernie obedeció, abanicando a Nick por el corredor para llevárselo por el aire como si se tratara de un aerodeslizador silencioso y negro. De esa forma, Irina, Harry y la profesora McGonagall se quedaron a solas.

—Por aquí, Black, Potter —indicó ella.

—Profesora —le dijo Harry enseguida—, le juro que nosotros no...

—Eso se escapa de mi competencia, Potter —dijo de manera cortante la profesora McGonagall.

—Me van a expulsar... mamá me va a matar... me enviará a Francia o al otro lado del océano... —murmuraba Irina sumida en la desesperación.

¿Por qué debía estar en el momento equivocado en el lugar equivocado? Lo mismo pasó el año pasado y ahora...

Doblaron una esquina, y ella se paró ante una gárgola de piedra grande y extremadamente fea.

—¡Sorbete de limón! —dijo la profesora.

Se trataba, evidentemente, de una contraseña, porque de repente la gárgola revivió y se hizo a un lado, al tiempo que la pared que había detrás se abría en dos. Incluso aterrorizada como estaba por lo que le esperaba, Irina no pudo dejar de sorprenderse. Detrás del muro había una escalera de caracol
que subía lentamente hacia arriba, como si fuera mecánica. Al subirse ellos y la profesora McGonagall, la pared volvió a cerrarse tras ellos con un golpe sordo.

Subieron más y más dando vueltas, hasta que al fin, ligeramente mareada, Irina vio ante él una reluciente puerta de roble, con una aldaba de bronce en forma de grifo, el animal mitológico con cuerpo de león y cabeza de águila.

Entonces supo adónde los llevaba. Aquello debía de ser la oficina de Dumbledore.

Dejaron la escalera de piedra y la profesora McGonagall llamó a la puerta. Ésta se abrió silenciosamente y entraron. La profesora McGonagall pidió a ambos que esperaran y los dejó solos.

Si no hubiera tenido tanto miedo a ser expulsada del colegio, habría disfrutado observando todo aquello. Era una sala circular, grande y hermosa, en la que se oía multitud de leves y curiosos sonidos. Sobre las mesas de patas largas y finísimas había chismes muy extraños que hacían ruiditos y echaban pequeñas bocanadas de humo. Las paredes aparecían cubiertas de retratos de antiguos directores, hombres y mujeres, que dormitaban encerrados en los marcos. Había también un gran escritorio con pies en forma de zarpas, y detrás de él, en un estante, un sombrero de mago ajado y roto: era el Sombrero Seleccionador.

Irina estaba sumida en su propia desesperación como para darse cuenta que Harry caminó hasta el viejo y raído sombrero para colocárselo.

—Ay... ¿cómo voy a hacer? No puedo aprender francés en ¿cuánto? ¿ocho meses? Mamá va a matarme, Remus me dijo que no me metiera en problemas...

—Te equivocas —dijo Harry en voz alta.

Irina levantó la cabeza y vio que tenía el Sombrero Seleccionador en la mano.

—¿Qué haces? —dijo en un susurro — ¡Podrían castigarte!

Harry le dio una mirada que decía: ¿En serio?. Aunque a decir verdad el que Harry agarrara el sombrero era el menor de sus problemas.

Entonces, un ruido como de arcadas les hizo volverse completamente.

Sobre una percha dorada detrás de la puerta, había un pájaro de aspecto decrépito que parecía un pavo medio desplumado. Irina ni se fijó en qué tipo de pájaro era. Irina y Harry lo miraron, y el pájaro les devolvió una mirada torva, emitiendo de nuevo su particular ruido. Parecía muy enfermo. Tenía los ojos apagados y, mientras Irina lo miraba, se le cayeron otras dos plumas de la cola.

Irina se acercó un poco a la percha.

—No te acerques mucho, lo único que nos falta es que el pájaro de Dumbledore muera. —bromeó Harry.

Un segundo después, el pájaro comenzó a arder.

Irina y Harry profirieron un grito de horror e Irina retrocedió.

—¡Agua! ¿No hay algo con agua? —le pregunto Irina a Harry mientras éste buscaba algo en el escritorio de Dumbledore. El pájaro, mientras tanto, se había convertido en una bola de fuego; emitió un fuerte chillido, y un instante después no quedaba de él más que un montoncito humeante de cenizas en el suelo.

—¡Nos van a expulsar! —dijo lastimosamente Irina. Se giro a Harry escandalizada y dijo con la voz chillona—: ¿Por qué dijiste eso, Harry?

La puerta del despacho se abrió. Entró Dumbledore, con aspecto sombrío.

Irina sintió que en cualquier momento se desmayaría.

—Profesor —dijo Harry nervioso—, su pájaro..., no pudimos hacer nada..., acaba de arder...

Dumbledore sonrió.

—Ya era hora —dijo—. Hace días que tenía un aspecto horroroso. Yo le decía que se diera prisa.

Se rió de la cara atónita que ponían los dos niños.

—Fawkes es un fénix —Irina se sentía algo tonta, estaba tan preocupada por su expulsión que no reparó en que era un fénix —. Los fénix se prenden fuego cuando les llega el momento de morir, y luego renacen de sus cenizas. Miren...

Irina dirigió la vista hacia la percha a tiempo de ver un pollito diminuto y arrugado que asomaba la cabeza por entre las cenizas. Era igual de feo que el antiguo.

—Es una pena que lo hayan tenido que ver el día en que ha ardido —dijo Dumbledore, sentándose detrás del escritorio—. La mayor parte del tiempo es realmente precioso, con sus plumas rojas y doradas. Fascinantes criaturas, los fénix. Pueden transportar cargas muy pesadas, sus lágrimas tienen poderes curativos y son mascotas muy fieles.

Dumbledore se sentó en su silla de respaldo alto, detrás del escritorio, y fijó en ellos sus ojos penetrantes, de color azul claro. Sin embargo, antes de que el director pudiera decir otra palabra, la puerta se abrió de improviso e irrumpió Hagrid en el despacho con expresión desesperada, el pasamontañas mal colocado sobre su pelo negro, y el gallo muerto sujeto aún en una mano.

—¡No fue Harry, profesor Dumbledore! —dijo Hagrid deprisa—. Yo hablaba con él segundos antes de que hallaran al muchacho, señor, él no tuvo tiempo...

Dumbledore trató de decir algo, pero Hagrid seguía hablando, agitando el gallo en su desesperación y esparciendo las plumas por todas partes.

—... No puede haber sido él, lo juraré ante el ministro de Magia si es necesario...

—Hagrid, yo...

—Usted se confunde de chico, yo sé que Harry nunca...

—¡Hagrid! —dijo Dumbledore con voz potente—, yo no creo que Harry atacara a esas personas.

—¿Ah, no? —dijo Hagrid, y el gallo dejó de balancearse a su lado—. Bueno, en ese caso, esperaré fuera, señor director.

Y, con cierto embarazo, salió del despacho.

—Señorita Black... —dijo Dumbledore mirándola.

—Me va a expulsar ¿verdad? —preguntó con la voz temblorosa.

—No, por supuesto que no.

Irina sintió como un gran peso desaparecía de su estómago.

—¿En serio? —Dumbledore asintió —. Ay que bien, hubiera recibido un vociferador de mi madre y cuando se enoja es espeluznante. Además no hubiera podido aprender francés en unos meses...

Dumbledore sonrió.

—Si es tan amable, Irina, necesitaría que me dejara a solas con Harry, por favor.

—Si, profesor. Muchas gracias.

Y a paso rápido abandonó la oficina de Dumbledore.

Irina se sentía muchísimo más aliviada que antes.





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