2.06


Capítulo catorce: El club de duelo y Theodore Nott


Esa misma noche, mientras Irina dormía, tuvo una visión. Lo malo de tener ese tipo de visiones era que Irina no recordaba casi nada, sólo fragmentos muy borrosos, pero de algo estaba segura, hubo otro ataque en el colegio y fue contra un chico de Gryffindor.

El lunes por la mañana comenzó a esparcirse el rumor de que Colin Creevey había sido atacado y que yacía como muerto en la enfermería. El ambiente se llenó de rumores y sospechas. Los de primer curso se desplazaban por el castillo en grupos muy compactos, como si temieran que los atacaran si iban solos.

Mientras tanto, a escondidas de los profesores, se desarrollaba en el colegio un mercado de talismanes, amuletos y otros chismes protectores.

Neville Longbottom había comprado una gran cebolla verde, cuyo olor decían que alejaba el mal, un cristal púrpura acabado en punta y una cola podrida de tritón antes de que los demás chicos de Gryffindor le explicaran que él no corría peligro, porque tenía la sangre limpia y por tanto no era probable que lo atacaran.

—Fueron primero por Filch —dijo Neville, con el miedo escrito en su cara redonda—, y todo el mundo sabe que yo soy casi un squib.

Steve, había adquirido el cristal púrpura acabado en punta.

—Cómo dice mi tía: prevenir antes que curar —decía.

Durante la segunda semana de diciembre, la profesora McGonagall pasó, como de costumbre, a recoger los nombres de los que se quedarían en el colegio en Navidades. A Irina le habría gustado quedarse pero ninguno de sus amigos se quedaba.

Las clases de Pociones se impartían en una de las mazmorras más espaciosas. Aquella tarde de jueves, la clase se desarrollaba como siempre. Veinte calderos humeaban entre los pupitres de madera, en los que descansaban balanzas de latón y jarras con los ingredientes. Snape rondaba por entre los fuegos, haciendo comentarios envenenados sobre el trabajo de los de Gryffindor, mientras los de Slytherin se reían a cada crítica. Draco Malfoy, que era el alumno favorito de Snape.

A Irina, la pócima infladora le salía muy espesa, parecía masa para panqueques.

Mientras Irina intentaba arreglar su pócima el caldero de Goyle explotó rociando a toda la clase. Los alumnos chillaban cuando los alcanzaba la pócima infladora. A Malfoy le salpicó en toda la cara, y la nariz se le empezó a hinchar como un balón; Goyle andaba a ciegas tapándose los ojos con las manos, que se le pusieron del tamaño de platos soperos, mientras Snape trataba de restablecer la calma y de entender qué había sucedido.

—¡Silencio! ¡SILENCIO! —gritaba Snape—. Los que hayan sido salpicados por la poción, que vengan aquí para ser curados. Y cuando averigüe quién ha hecho esto...

Irina intentó contener la risa cuando vio a Malfoy apresurarse hacia la mesa del profesor, con la cabeza caída a causa del peso de la nariz, que había llegado a alcanzar el tamaño de un pequeño melón. Mientras la mitad de la clase se apiñaba en torno a la mesa de Snape, unos quejándose de sus brazos del tamaño de grandes garrotes, y otros sin poder hablar debido a la hinchazón de sus labios. A Steve le había caído poción en la mano derecha la cuál parecía una pelota.

Cuando todo el mundo se hubo tomado un trago de antídoto y las diversas hinchazones remitieron, Snape se fue hasta el caldero de Goyle y extrajo los restos negros y retorcidos de la bengala. Se produjo un silencio repentino.

—Si averiguo quién ha arrojado esto —susurró Snape—, me aseguraré de que lo expulsen.

Una semana más tarde, Steve e Irina caminaban por el vestíbulo cuando vieron a un tumulto de gente alrededor del tablón de anuncios.

—¡Un club de duelo! —dijo entusiasmada Irina— ¡y la primera sesión es ésta noche!

—No me vendrían mal unas clases de duelo.

—Pero yo te podría dar clases de duelo...

—Si, pero tú eres muy rápida en un segundo estaría en suelo.

Esa noche, a las ocho, los dos amigos se dirigieron deprisa al Gran Comedor. Las grandes mesas de comedor habían desaparecido, y adosada a lo largo de una de las paredes había una tarima dorada, iluminada por miles de velas que flotaban en el aire. El techo volvía a ser negro, y la mayor parte de los alumnos parecían haberse reunido debajo de él, portando sus varitas mágicas y aparentemente entusiasmados.

—¿Quién creen que nos enseñará? —preguntó Alex que en ese momento se acercó a ellos junto a Sarah.

—Quizá McGonagall.

—O el profesor Lockhart.

Y la rubia no se equivocaba, Gilderoy Lockhart se encaminaba a la tarima, resplandeciente en su
túnica color ciruela oscuro, y lo acompañaba nada menos que Snape, con su usual túnica negra.

Lockhart rogó silencio con un gesto del brazo y dijo:

—¡Vengan aquí, acerquense! ¿Me ve todo el mundo? ¿Me oyen todos? ¡Estupendo! El profesor Dumbledore me ha concedido permiso para abrir este modesto club de duelo, con la intención de prepararlos a todos ustedes por si algún día necesitan defenderse tal como me ha pasado a mí en incontables ocasiones (para más detalles, consulten mis obras).

»Permítanme que les presente a mi ayudante, el profesor Snape —dijo Lockhart, con una amplia sonrisa—. Él dice que sabe un poquito sobre el arte de batirse, y ha accedido desinteresadamente a ayudarme en una pequeña demostración antes de empezar. Pero no quiero que se preocupen los más jóvenes: no se quedarán sin profesor de Pociones después de esta demostración, ¡no teman!

En el labio superior de Snape se apreciaba una especie de mueca de desprecio. Irina se preguntaba por qué Lockhart continuaba sonriendo; si Snape lo hubiera mirado como miraba a Lockhart, habría huido a todo correr en la dirección opuesta.

Lockhart y Snape se encararon y se hicieron una reverencia. O, por lo menos, la hizo Lockhart, con mucha floritura de la mano, mientras Snape movía la cabeza de mal humor. Luego alzaron sus varitas mágicas frente a ellos,
como si fueran espadas.

—Como ven, sostenemos nuestras varitas en la posición de combate convencional —explicó Lockhart a la silenciosa multitud—. Cuando cuente tres, haremos nuestro primer embrujo. Pero claro está que ninguno de los dos tiene intención de matar. Una..., dos... y tres.

Ambos alzaron las varitas y las dirigieron a los hombros del contrincante. Snape gritó:

—¡Expelliarmus!

Resplandeció un destello de luz roja, y Lockhart despegó en el aire, voló hacia atrás, salió de la tarima, pegó contra el muro y cayó resbalando por él hasta quedar tendido en el suelo.

Alex, al igual que otros de Slytherin virotearon.

—¿Estará bien? —preguntaba Sarah preocupada.

Lockhart se puso de pie con esfuerzo. Se le había caído el sombrero y su pelo ondulado se le había puesto de punta.

—¡Bueno, ya lo han visto! —dijo, tambaleándose al volver a la tarima—. Eso ha sido un encantamiento de desarme; como pueden ver, he perdido la varita... ¡Ah, gracias, señorita Brown! Sí, profesor Snape, ha sido una excelente idea enseñarlo a los alumnos, pero si no le importa que se lo diga, era muy
evidente que iba a atacar de esa manera. Si hubiera querido impedírselo, me habría resultado muy fácil. Pero pensé que sería instructivo dejarles que vieran...

Snape parecía dispuesto a matarlo, y quizá Lockhart lo notara, porque dijo:

—¡Basta de demostración! Vamos a colocarlos por parejas. Profesor
Snape, si es tan amable de ayudarme...

Snape colocó a Irina con un chico alto de ojos grises llamado Theodore Nott de Slytherin, a Steve con Terry Boot de Ravenclaw, a Alex con Dean Seamus y a Sarah con Ernie Macmillan.

El contrincante de Irina, Theodore, tenía una gran cara de póker como si nada de lo que ocurría a su alrededor no le importara en lo más mínimo y además le aburriera muchísimo.

—¿Qué me ves tanto? ¿Acaso tengo algo en el rostro? —preguntó de manera fría e irritada.

—Nada, nada —se apresuró a contestar Irina mientras desviaba su vista a otro punto del Gran Comedor.

—¡Ponganse frente a sus contrincantes —dijo Lockhart, de nuevo sobre la tarima— y hagan una inclinación!

Theodore e Irina se inclinaron.

—¡Varitas listas! —gritó Lockhart—. Cuando cuente hasta tres, ejecuten sus hechizos para desarmar al oponente. Sólo para desarmarlo; no queremos que haya ningún accidente. Una, dos y... tres

¡Expelliarmus! —dijo Irina y en un ágil movimiento de varita, la varita de su contrincante salió volando de su mano.

Theodore tardó dos segundos en comprender que Irina lo había desarmado. Así que con parsimonia fue a buscar su varita.

Se volvieron a colocar en posición sólo que ésta vez no realizaron la inclinación.

¡Expelliarmus! —dijo Theodore pero Irina logró protegerse del hechizo.

—¡Alto!, ¡alto! —gritó Lockhart.

Ambos chicos se detuvieron. Y se miraron a los ojos. Irina rompió el contacto visual para mirar a su profesor de DCAO.

Una niebla de humo verdoso se cernía sobre la sala. Tanto Neville como Justin estaban tendidos en el suelo, jadeando; Ron sostenía a Seamus, que estaba lívido, y le pedía disculpas por los efectos de su varita rota; pero Hermione y Millicent Bulstrode no se habían detenido: Millicent tenía a Hermione agarrada del cuello y la hacía gemir de dolor. Las varitas de las dos estaban en el suelo. Irina y Harry se acercaron rápidamente para separar a ambas chicas.

—Muchachos, muchachos... —decía Lockhart, pasando por entre los estudiantes, examinando las consecuencias de los duelos—. Levántate, Macmillan..., con cuidado, señorita Fawcett..., pellízcalo con fuerza, Boot, y dejará de sangrar enseguida...

»Creo que será mejor que les enseñe a interceptar los hechizos indeseados —dijo Lockhart, que se había quedado quieto, con aire azorado, en medio del comedor. Miró a Snape y al ver que le brillaban los ojos, apartó la vista de inmediato—. Necesito un par de voluntarios... Longbottom y Finch-Fletchley, ¿qué tal ustedes?

—Mala idea, profesor Lockhart —dijo Snape, deslizándose como un murciélago grande y malévolo—. Longbottom provoca catástrofes con los hechizos más simples, tendríamos que enviar a Finch-Fletchley a la enfermería en una caja de cerillas. —La cara sonrosada de Neville se puso de un rosa aún más intenso—. ¿Qué tal Malfoy y Potter? —dijo Snape con una sonrisa malvada.

—¡Excelente idea! —dijo Lockhart, haciéndoles un gesto para que se acercaran al centro del Salón, al mismo tiempo que la multitud se apartaba para dejarles sitio—. Veamos, Harry —dijo Lockhart—, cuando Draco te apunte con la varita, tienes que hacer esto.

Levantó la varita, intentó un complicado movimiento, y se le cayó al suelo.

Snape sonrió y Lockhart se apresuró a recogerla, diciendo:

—¡Vaya, mi varita está un poco nerviosa!

Snape se acercó a Malfoy, se inclinó y le susurró algo al oído. Malfoy también sonrió. Harry miró asustado a Lockhart y le dijo:

—Profesor, ¿me podría explicar de nuevo cómo se hace eso de
interceptar?

Lockhart dio una palmada amistosa a Harry en el hombro.

—¡Simplemente, hazlo como yo, Harry!

—¿El qué?, ¿dejar caer la varita?

Pero Lockhart no le escuchaba. Harry y Draco levantaron las varitas.

—¿Asustado Potter? —dijo Malfoy.

—Ni un poco.

—Tres, dos, uno, ¡ya! —gritó Lockhart.

Malfoy levantó rápidamente la varita y bramó:

—¡Serpensortia!

Hubo un estallido en el extremo de su varita. De ella salía una larga serpiente negra, caía al suelo entre los dos y se erguía, lista para atacar. Todos se echaron atrás gritando y despejaron el lugar en un segundo.

—No te muevas, Potter —dijo Snape sin hacer nada, disfrutando claramente de la visión de Harry, que se había quedado inmóvil, mirando a la furiosa serpiente—. Me encargaré de ella...

—¡Permitanme! —gritó Lockhart. Blandió su varita apuntando a la serpiente y se oyó un disparo: la serpiente, en vez de desvanecerse, se elevó en el aire unos tres metros y volvió a caer al suelo con un chasquido. Furiosa, silbando de enojo, se deslizó derecha hacia Justin Finch-Fletchley y se irguió de nuevo, enseñando los colmillos venenosos.

Harry se acercó a la serpiente, muy despacio y comenzó a hablarle. Pero de su boca no salían palabras, sino, un silbido. Parecía como si estuviera incitando a la serpiente a atacar a Justin.

—Habla pársel... —susurró Irina.





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