2.03


Capítulo once: Cazadora de Gryffindor



—… ¿Entonces? ¿Qué dices? —dijo Oliver con cierto tono de súplica.

—Está bien —dijo Irina cerrando el libro de pociones—, pero quiero que me compares con otros que se postulen para el puesto de cazador.

—¡Sí! —dijo, más bien gritó, Oliver mientras comenzaba a caminar a la salida— ¡Pondré la fecha de las pruebas en el tablón de anuncios! —Oliver, tuvo que salir ya que la señora Pince lo echó de la biblioteca.

Durante los últimos veinte minutos, Oliver Wood, el capitán de quidditch de Gryffindor, estuvo tratando de convencer a Irina para que sea la nueva cazadora de Gryffindor ya que Alicia Spinett se había graduado de Hogwarts.

Irina había tratado de decirle que el que su madre haya sido jugadora profesional de quidditch no significa que ella sea buena en el deporte, pero Oliver aseguraba que ella lo tenía en la sangre.

—Hola —saludó Hermione mientras dejaba su mochila en el suelo y comenzaba a sacar su pergamino, pluma y tintero.

—Hola —saludó Irina.

—Ay no, ¿llegué muy tarde? —preguntó Hermione al ver los libros que había sacado Irina para hacer las tareas.

—No, llegué hace veinte minutos.

—¿Y por qué aún no has comenzado? —preguntó al ver que Irina sólo tenía un párrafo escrito.

—Iba, pero Oliver estuvo tratando de convencerme de que entre al equipo de Gryffindor.

—¿En serio? ¿Y aceptaste? —cuestionó con interés en su voz.

—Me presentaré a las pruebas.

Estuvieron casi toda la tarde, hasta la cena, haciendo los deberes.

A la noche, Irina le escribió una carta a su madre para que le envíe su escoba.

A la mañana siguiente, Irina se acercó al tablón de anuncios y efectivamente ahí había un anuncio que decía que las pruebas de quidditch se realizarían el viernes por la tarde.

Cuando por fin llegó el viernes por la tarde, Irina dejó su mochila en su habitación se cambió por ropa más cómoda y con su escoba fue hasta el campo de quidditch.

En el campo ya se encontraba el equipo. En total fueron tres personas que se presentaron a las pruebas, una chica de cuarto, un chico de sexto e Irina.

Marcarían cuatro tantos, si les atajaban la mayoría no obtendrían el puesto.

La chica de cuarto, se le caía la quaffle mucho y sólo logró marcar dos tantos. El chico de sexto no tenía buena puntería, por lo tanto siempre le erraba y no esquivaba muy bien las bludgers, sólo logró marcar uno. Irina logró marcar tres tantos.

Así que, al final de la tarde, Irina Black era la nueva cazadora de Gryffindor.

—Felicidades por entrar al equipo —dijo Harry mientras entraban al vestíbulo.

—Gracias Harry —Irina (un poco ruborizada) le sonrió para luego comenzar a subir las escaleras en dirección a la sala común de Gryffindor junto al resto del equipo.

—Saluda a la nueva cazadora de Gryffindor —dijo Irina mientras se echaba en uno de los sillones junto a Steve y dejaba su escoba apoyada en el sillón.

—¡Felicidades elle! ¿Cuándo será el primer entrenamiento?

—No tengo ni idea.

Irina estaba teniendo un lindo sueño en donde comía montones de helado de chocolate cuando una somnolienta Katie Bell zarandeó a Irina.

—¿Qué pasa? —preguntó aturdida.

—Oliver... entrenamiento de quidditch...

Irina miró por la ventana, entornando los ojos. Una neblina flotaba en el cielo de color rojizo y dorado.

—Pero si aún está amaneciendo —dijo Irina con la voz ronca.

—Ya lo se... vamos.

Irina, cómo aún no tenía su uniforme de quidditch, se colocó su túnica color azul oscuro, se hizo una cola de caballo baja y con la escoba en el hombro, salió junto a Katie de la sala común en dirección al campo de quidditch.

El resto del equipo de Gryffindor ya estaba en los vestuarios sólo faltaban ellas y Harry. El único que parecía realmente despierto era Wood. Fred y George Weasley estaban sentados, con los ojos hinchados y el pelo sin peinar, Angelina Johnson bostezada cada cinco segundos.

Irina tomó asiento junto a los gemelos y Katie junto a Angelina.

—Por fin, Harry, ¿por qué te has entretenido? —preguntó Wood
enérgicamente unos minutos después—. Veamos, quiero decirles unas palabras antes de que saltemos al campo, porque me he pasado el verano diseñando un programa de entrenamiento completamente nuevo, que estoy seguro de que nos hará mejorar.

Wood sostenía un plano de un campo de quidditch, lleno de líneas, flechas y cruces en diferentes colores. Sacó la varita mágica, dio con ella un golpe en la tabla y las flechas comenzaron a moverse como orugas. En el momento en que Wood se lanzó a soltar el discurso sobre sus nuevas tácticas, a Fred Weasley se le cayó la cabeza sobre el hombro de Irina y empezó a roncar.

Le llevó casi veinte minutos a Wood explicar los esquemas de la primera tabla, pero a continuación hubo otra, y después una tercera. Irina se adormecía mientras el capitán seguía hablando y hablando.

—Bueno —dijo Wood al final—. ¿Ha quedado claro? ¿Alguna pregunta?

—Yo tengo una pregunta, Oliver —dijo George, que acababa de despertar dando un respingo—. ¿Por qué no nos contaste todo esto ayer cuando estábamos despiertos?

A Wood no le hizo gracia.

—Escuchenme todos —les dijo, con el entrecejo fruncido—, tendríamos que haber ganado la copa de quidditch el año pasado. Éramos el mejor equipo con diferencia. Pero, por desgracia, y debido a circunstancias que escaparon a nuestro control...

Wood tardó un momento en recuperar el dominio. Era evidente que la última derrota todavía lo atormentaba.

—De forma que este año entrenaremos más que nunca... ¡Vamos, salgan y pongan en práctica las nuevas teorías! —gritó Wood, tomando su escoba y saliendo el primero de los vestuarios. Con las piernas entumecidas y bostezando, le siguió el equipo.

Habían permanecido tanto tiempo en los vestuarios, que el sol ya estaba bastante alto, aunque sobre el estadio quedaban restos de niebla. Cuando Irina saltó al terreno de juego, vio a Steve, Ron y Hermione en las gradas.

—¿No han terminado? —preguntó Steve.

—Ni siquiera empezamos, Wood nos estuvo enseñando la nueva estrategia.

Montó en la escoba y, dando una patada en el suelo, se elevó en el aire. El frío aire de la mañana le azotaba el rostro, consiguiendo despertarle bastante más que la larga exposición de Wood. Comenzó a dar vueltas por el campo haciendo carreras con Harry, Fred y George.

—¿Qué es ese ruido? —preguntó Fred, cuando doblaban la esquina a toda velocidad.

Hicieron silencio. Se escuchaban pequeños ruidos de disparos.

Irina miró alrededor hasta que se detuvo en las gradas. Un niño estaba sentado en uno de los asientos superiores, con una cámara levantada, sacando una foto tras otra, y el sonido de la cámara se ampliaba extraordinariamente en el estadio vacío.

—¡Mira hacia aquí, Harry! ¡Aquí! —chilló.

—¿Quién es él? —preguntó Irina.

—Ni idea —dijo Harry y aceleró.

—¿Qué pasa? —dijo Wood frunciendo el entrecejo y volando hacia ellos. ¿Por qué saca fotos aquél? No me gusta. Podría ser un espía de Slytherin que intentara averiguar en qué consiste nuestro programa de entrenamiento.

—Es de Gryffindor —dijo rápidamente Harry.

—Y los de Slytherin no necesitan espías, Oliver —observó George.

—¿Por qué dices eso? —preguntó Wood con irritación.

—Porque están aquí en persona —dijo George, señalando hacia un grupo de personas vestidas con túnicas verdes que se dirigían al campo, con las escobas en la mano.

—¡No puedo creerlo! —dijo Wood indignado—. ¡He reservado el campo para hoy! ¡Veremos qué pasa!

Wood se dirigió velozmente hacia el suelo. Debido al enojo aterrizó más bruscamente de lo que habría querido y al desmontar se tambaleó un poco. Irina, Harry, Fred y George lo siguieron.

—Flint —gritó Wood al capitán del equipo de Slytherin—, es nuestro turno de entrenamiento. Nos hemos levantado a propósito. ¡Así que ya pueden irse!

Marcus Flint aún era más corpulento que Wood. Con una expresión de astucia digna de un trol, replicó:

—Hay bastante sitio para todos, Wood.

Angelina y Katie también se habían acercado. No había chicas entre los del equipo de Slytherin, que formaban una piña frente a los de Gryffindor y miraban burlonamente a Wood.

—¡Pero yo he reservado el campo! —dijo Wood, escupiendo la rabia—. ¡Lo he reservado!

—¡Ah! —dijo Flint—, pero nosotros traemos una hoja firmada por el profesor Snape. «Yo, el profesor S. Snape, concedo permiso al equipo de Slytherin para entrenar hoy en el campo de quidditch debido a su necesidad de dar entrenamiento al nuevo buscador.»

—¿Tienen un buscador nuevo? —preguntó Wood—. ¿Quién es?

Detrás de seis corpulentos jugadores, apareció un séptimo, más pequeño, que sonreía con su cara pálida y afilada: era Draco Malfoy.

A Irina le causó rabia y desagrado ver su cara.

—¿No eres tú el hijo de Lucius Malfoy? —preguntó Fred, mirando a Malfoy con desagrado.

—Es curioso que menciones al padre de Malfoy —dijo Flint, mientras el conjunto de Slytherin sonreía aún más—. Déjame que te enseñe el generoso regalo que ha hecho al equipo de Slytherin.

Los siete presentaron sus escobas. Siete mangos muy pulidos, completamente nuevos, y siete placas de oro que decían «Nimbus 2.001» brillaron ante las narices de los de Gryffindor al temprano sol de la mañana.

—Ultimísimo modelo. Salió el mes pasado —dijo Flint con un ademán de desprecio, quitando una mota de polvo del extremo de la suya—. Creo que deja muy atrás la vieja serie 2.000. En cuanto a las viejas Barredoras —sonrió mirando desdeñosamente a Fred y George, que sujetaban sendas Barredora 5—, mejor que las utilicen para borrar la pizarra.

—No me importa la nota que tengan, yo reservé el campo para entrenar a nuestra nueva cazadora. Así que será mejor que se vayan.

—¿A sí? ¿Y quién es? —preguntó Flint.

—Yo —dijo Irina, quién estaba al frente. Flint la recorrió con una mirada que denotaba desinterés y el rostro de Malfoy endureció.

—Miren—dijo Flint—. Invaden el campo.

Steve, Ron y Hermione cruzaban el césped para enterarse de qué pasaba.

—¿Qué ha ocurrido? —preguntó Ron a Harry—. ¿Por qué no juegan? ¿Y qué está haciendo ése aquí?

Miraba a Malfoy, vestido con su túnica del equipo de quidditch de Slytherin.

—Soy el nuevo buscador de Slytherin, Weasley —dijo Malfoy, con petulancia—. Estamos admirando las escobas que mi padre ha comprado para todo el equipo.

Ron miró boquiabierto las siete soberbias escobas que tenía delante.

—Son buenas, ¿eh? —dijo Malfoy con sorna—. Pero quizás el equipo de Gryffindor pueda conseguir oro y comprar también escobas nuevas. Podrían subastar las Barredora 5. Cualquier museo pagaría por ellas.

El equipo de Slytherin estalló de risa.

—Pero en el equipo de Gryffindor nadie ha tenido que comprar su acceso —observó Hermione agudamente—. Todos entraron por su valía.

Del rostro de Malfoy se borró su mirada petulante.

—Nadie ha pedido tu opinión, asquerosa sangre sucia —espetó él.

Flint tuvo que ponerse rápidamente delante de Malfoy para evitar que Fred y George saltaran sobre él. Steve parecía sorprendido, y Ron se metió la mano en la túnica y, sacando su varita mágica, amenazó «¡Pagarás por esto, Malfoy!», y sacando la varita por debajo del brazo de Flint, la dirigió al rostro de Malfoy.

—¡Traga cracoles!

Un estruendo resonó en todo el estadio, y del extremo roto de la varita de Ron surgió un rayo de luz verde que, dándole en el estómago, lo derribó sobre el césped.

El equipo de Gryffindor se acercó a él.

—¡Ron! ¡Ron! ¿Estás bien? —chilló Hermione.

Ron abrió la boca para decir algo, pero no salió ninguna palabra. Por el contrario, emitió un tremendo eructo y le salieron de la boca varias babosas que le cayeron en el regazo.

El equipo de Slytherin se partía de risa. Flint se desternillaba, apoyado en su escoba nueva. Malfoy, a cuatro patas, golpeaba el suelo con el puño. Los de Gryffindor rodeaban a Ron, que seguía vomitando babosas grandes y brillantes. Nadie se atrevía a tocarlo.

—Lo mejor es que lo llevemos a la cabaña de Hagrid, que está más cerca —dijo Harry a Hermione, quien asintió valerosamente, y entre los dos agarraron a Ron por los brazos.

Cuando Harry, Ron y Hermione comenzaron a hacerse más pequeños a medida que se alejaban, Irina se giró a Steve.

—¿Me acompañas a las cocinas? Muero de hambre.

Comenzaron a caminar por los pasillos hasta llegar al sótano. En una de las paredes había un gran cuadro de frutas y a unos metros más alejado, se encontraba un montón de brarriles apilados.

Irina le hizo cosquillas a la pera hasta que apareció un picaporte, lo giró y ella y Steve entraron a las cocinas.

—¿Que se les ofrece? —preguntó uno de los elfos que había ahí.

—Unas tostadas, por favor.

El elfo luego de unos segundos apareció con un plato lleno de tostadas con mermelada y manteca.

—¿Se les ofrece algo más?

—E-eh, no, por ahora no, gracias.

Irina comenzó a prácticamente engullir las tostadas hasta que no quedaron más que migajas sobre el plato.

—No puedo creer que Malfoy dijera sangre sucia otra vez —decía Steve mientras volvían a la torre de Gryffindor.

—Y tampoco va a ser la última, creeme.





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