2.01
Capítulo nueve: Flourish y Blotts
Irina y Steve estaban haciendo una pijamada. El chico había llevado unas frituras muggles que hacían preguntar a Irina ¿cómo es posible que se estuvo perdiendo tal exquisitez durante tantos años?
Por otra parte, Remus estaba muy enfermo y por "enfermo" Irina se refiere a que la luna llena sería en dos días.
Su padrino estaba con grandes ojeras y casi no aguantaba nada. Por suerte, Allyson había podido conseguir todos los ingredientes para la poción matalobos lo cuál, era una total salvación. Los ingredientes, además de ser extremadamente costosos, algunos son muy difíciles de conseguir y por suerte, Remus tendría esa magnífica poción por al menos dos transformaciones más.
Irina, Steve y Sarah, dos días atrás, habían ido a la casa de Alex. Una pintoresca y victoriana casa de tres pisos (contando el ático) con un precioso jardín delantero y trasero. Si por fuera la casa parecía grande por dentro lo era el doble. Ellos tenían un elfo doméstico lo cuál sorprendió a Steve. El elfo se llamaba Ghot.
La señora y el señor Pamell resultaron ser personas muy agradables, incluso, Peter, el hermano mayor de Alex resultó ser muy agradable. El chico, dentro de poco iría a Estados Unidos a trabajar para la MACUSA, el Ministerio de Magia de allí.
[...]
Irina había bajado a desayunar aún en pijama. Mientras comía su cereal, una lechuza entró a la cocina con una carta atada a la pata.
—¡Es la carta de Hogwarts! —dijo Irina mientras rompía el sello y la lechuza salía volando al exterior.
—¿Que dice? —preguntó Remus.
—El primero de septiembre parte el tren a Hogwarts el uno de septiembre en la estación de King's Cross... —leía— ¡Aquí está! Los estudiantes de segundo curso necesitarán: El libro reglamentario de hechizos (clase 2), Miranda Goshawk. Recreo con la «banshee», Gilderoy Lockhart. Una vuelta con los espíritus malignos, Gilderoy Lockhart. Vacaciones con las brujas, Gilderoy Lockhart. Recorridos con los trols, Gilderoy Lockhart. Viajes con los vampiros, Gilderoy Lockhart. Paseos con los hombres lobo, Gilderoy Lockhart. Un año con el Yeti, Gilderoy Lockhart.
—¿Por que tantos libros de Lockhart? —preguntó Irina dejando la carta sobre la mesa.
—Son muy caros —añadió Allyson.
—Supongo que el nuevo profesor de Defensa contra las Artes Oscuras debe ser muy fan suya —dijo Remus leyendo la carta.
—Quizás.
—El domingo iremos al Callejón Diagon a comprarlos —dijo Allyson dándole el último sorbo a su café. —. Debo ir al trabajo, nos vemos más tarde. Adiós —le dio un beso en la cabeza a Irina para luego agarrar su maletín y capa de viaje y salir de la casa.
A los pocos minutos, Remus también se despidió de Irina para ir a su nuevo trabajo.
El domingo, luego de desayunar unos emparedados, Irina tomando unos polvos Flu.
—¡Callejón Diagon! —dijo fuerte y claro. Unas grandes llamas verde esmeralda la envolvieron y lo siguiente que vio fue un remolino de colores (en su mayoría verde esmeralda) y apareció en una tienda de túnicas de equipos de quidditch.
Se sacudió el hollín de la ropa y a los segundos apareció Allyson seguida de Remus.
Su madre le sacó el hollin de la cara y salieron de la tienda.
—Primero iremos a Gringotts y luego a Madame Malkin, la túnica ya te queda muy justa y a mitad de año ya te quedará chica. -decía Ally.
Al llegar a a Gringotts los tres fueron guiados a uno de los carros por uno de los duendes del banco.
Para llegar a las cámaras tenían que subir en unos carros pequeños, conducidos por duendes, que circulaban velozmente sobre unos raíles en miniatura por los túneles que había debajo del banco. Irina disfrutó el descenso por el que tenían que pasar para llegar a la cámara.
Cuando llegaron, sacaron unos cuantos galeones, sickles y knuts.
—A ver, nos separaremos para terminar más rápido. Nos veremos dentro de una hora en Flourish y Blotts.
Como sólo Irina necesitaba una pluma nueva, algunos tinteros, la túnica y algunos ingredientes para pociones, los tres se reunieron diez minutos antes en Flourish y Blotts.
GILDEROY LOCKHART
firmará hoy ejemplares de su autobiografía
EL ENCANTADOR
de 12.30 a 16.30 horas
—Será mejor que entremos o nunca conseguirás tus libros —sentenció Remus.
Irina asintió y se comenzó a escabullir entre la gente para poder entrar a la tienda. En la puerta había un mago con aspecto abrumado, que decía:
—Por favor, señoras, tengan calma..., no empujen..., cuidado con los libros...
La mayoría de personas que esperaban para que Gilderoy Lockhart les firmara el libro eran señoras de cuarenta años.
Irina tomó un ejemplar de Recreo con la «banshee» y se colocó en la fila junto a su madre y a Remus quienes sorprendentemente se habían adelantado bastante en la fila.
—¿Cómo llegaron hasta aquí? —preguntó Irina colocándose junto a ellos.
—Unas señoras comenzaron a pelearse por el lugar y no vieron cuando nosotros nos escabullimos hasta aquí —respondió Allyson mientras se encogía de hombros.
A medida que la cola avanzaba, podían ver mejor a Gilderoy Lockhart. Estaba sentado a una mesa, rodeado de grandes fotografías con su rostro,
fotografías en las que guiñaba un ojo y exhibía su deslumbrante dentadura. El Lockhart de carne y hueso vestía una túnica de color añil, que combinaba perfectamente con sus ojos; llevaba su sombrero puntiagudo de mago desenfadadamente ladeado sobre el pelo ondulado.
Un hombre pequeño e irritable merodeaba por allí sacando fotos con una gran cámara negra que echaba humaredas de color púrpura a cada destello cegador del flash.
Segundos después Gilderoy se levantó de un salto y y gritó con rotundidad:
—¿No será ése Harry Potter?
La multitud se hizo a un lado, cuchicheando emocionada. Lockhart se dirigió hacia Harry y agarrándolo del brazo lo llevó hacia delante. La multitud aplaudió. Harry tenía la cara encendida cuando Lockhart le estrechó la mano ante el fotógrafo, que no paraba un segundo de sacar fotos.
—Y ahora sonríe, Harry —le pidió Lockhart con su sonrisa deslumbrante—. Tú y yo juntos nos merecemos la primera página.
Cuando le soltó la mano a Harry Lockhart, lejos de dejarlo ir, le pasó el brazo por los hombros y dijo:
—Señoras y caballeros —dijo en voz alta, pidiendo silencio con un gesto de la mano—. ¡Éste es un gran momento! ¡El momento ideal para que les anuncie algo que he mantenido hasta ahora en secreto! Cuando el joven Harry entró hoy en Flourish y Blotts, sólo pensaba comprar mi autobiografía, que estaré muy contento de regalarle. —La multitud aplaudió de nuevo—. Él no sabía —continuó Lockhart, zarandeando a Harry de tal forma que las gafas le resbalaron hasta la punta de la nariz— que en breve iba a recibir de mí mucho más que mi libro El encantador. Harry y sus compañeros de colegio contarán
con mi presencia. ¡Sí, señoras y caballeros, tengo el gran placer y el orgullo de anunciarles que este mes de septiembre seré el profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras en el Colegio Hogwarts de Magia!
—Genial —murmuró Irina con cierto sarcasmo.
La multitud aplaudió y vitoreó al mago, y Harry fue obsequiado con las obras completas de Gilderoy Lockhart. Tambaleándose un poco bajo el peso de los libros, logró abrirse camino desde la mesa de Gilderoy, en que se centraba toda la atención del público. Harry paso al lado de Irina más no le prestó atención y fue hasta el fondo de la tienda.
Escasos minutos después, se escuchó un estruendo metálico seguido de muchos libros cayendo. Arthur Weasley de había abalanzado sobre Lucius Malfoy quien había caído al suelo. La multitud se apartó haciendo que otras estanterías cayeran al suelo.
Los gemelos Weasley gritaban «¡Dale papá!» y al parecer la que era señora Weasley gritaba «¡No, Arthur, no!».
—¡Caballeros, por favor, por favor! —gritó un empleado.
Y luego, más alto que las otras voces, se oyó:
—¡Basta ya, caballeros, basta ya!
Hagrid vadeaba el río de libros para acercarse a ellos. En un instante, separó a Weasley y Malfoy. El primero tenía un labio partido, y al segundo, una Enciclopedia de setas no comestibles le había dado en un ojo. Malfoy todavía sujetaba en la mano el viejo libro sobre transformación que se lo entregó a una niña pelirroja que de seguro también era una Weasley.
—Toma, niña, ten tu libro, que tu padre no tiene nada mejor que darte.
Librándose de Hagrid, que lo agarraba del brazo, hizo una seña a Draco y salieron de la librería.
—No debería hacerle caso, Arthur —dijo Hagrid, ayudándolo a levantarse del suelo y a ponerse bien la túnica—. En esa familia están podridos hasta las entrañas, lo sabe todo el mundo. Son una mala raza. Vamos, salgamos de aquí.
Dio la impresión de que el empleado quería impedirles la salida, pero a Hagrid apenas le llegaba a la cintura, y se lo pensó mejor.
—Disculpe ¿podría incluir la pelea en el reportaje? —preguntó Lockhart—. Es por publicidad, claramente.
¡Diagonal!
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