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Capítulo ocho: Los exámenes y el fin de curso

Hermione (quién obviamente sabía lo que ella y Harry habían visto en el bosque ya que de seguro éste último se lo había contado) no había sacado el tema de lo que había ocurrido en el bosque, lo cuál Irina tampoco habló y agradecía. Cada vez que dormía tenía pesadillas con eso.


Ambas chicas se la pasaban en la biblioteca estudiando e Irina agradecía tener a una amiga como Hermione ya que ayudaba bastante para poder estudiar

Hacía mucho calor, en especial en el aula grande donde se examinaban por escrito. Les habían entregado plumas nuevas, especiales, que habían sido hechizadas con un encantamiento antitrampa.

También tenían exámenes prácticos. El profesor Flitwick los llamó uno a uno al aula, para ver si podían hacer que una piña bailara claqué encima del escritorio (a Irina le costó un poco pero cree que lo hizo bien). La profesora McGonagall los observó mientras convertían un ratón en una caja de rapé. Ganaban puntos las cajas más bonitas, pero los perdían si tenían bigotes. Snape los puso nerviosos a todos, respirando sobre sus nucas mientras trataban de recordar cómo hacer una poción para olvidar.

Por suerte, desde que habían comenzado los exámenes, Irina no había pensado en eso que había estado bebiendo sangre de unicornio.

El último examen era Historia de la Magia. Una hora respondiendo preguntas sobre viejos magos que habían inventado calderos que revolvían su contenido, y estarían libres, libres durante toda una maravillosa semana, hasta que recibieran los resultados de los exámenes. Cuando el fantasma del profesor Binns les dijo que dejaran sus plumas y enrollaran sus pergaminos, Irina no pudo dejar de alegrarse con el resto.

Al salir del salón de Historia de la Magia, Alex, Irina y Steve buscaron a Sarah para poder a los jardines de Hogwarts a descansar.

[...]

—¿Harry Potter?

—¡Salvó la Piedra Filosofal!

—¡Quién lo diría!

Eso y montones de otras cosas se escuchaban por todo el lugar. La noche del mismo día de los exámenes, Harry Potter (con la ayuda de Ron Weasley y Hermione Granger) había salvado la Piedra Filosofal.

—¡Vamos! ¡Envíaselo! —decía Steve a Irina.

—¡Ay, no sé!

—Dame eso —dijo Sarah y le quitó la caja de chocolates a Irina. Se dirigió a las grandes puertas de la enfermería y la tocó. —Hola señora Pomfrey. ¿Podría darle esto a Harry Potter? Muchas gracias ¡Oh! Y si pregunta, son de parte de Irina Black. Listo, ¿ves? —dijo la rubia mientras se alejaban de la enfermería— No era tan difícil.

[...]

—Es una lástima que Gryffindor no gane la Copa de las Casas —lamentó Steve mientras se sentaban junto a Irina al lado de Neville. En pocos minutos se iba celebrar el banquete de fin de año.

—Es verdad. Pero lo lograremos el próximo año.

Todo el Gran Comedor estaba decorado con los colores de Slytherin, verde y plata, para celebrar el triunfo de aquella casa al ganar la copa durante siete años seguidos. Un gran estandarte, que cubría la pared detrás de la mesa de los profesores, mostraba la serpiente de Slytherin.

Pocos minutos después, el Gran Comedor estalló en murmuros. Irina dirigió su vista a la entrada y ahí estaba la fuente de esos murmuros: Harry Potter.

Se deslizó en un asiento entre Ron y Hermione.

Unos momentos después, Dumbledore entró y las conversaciones cesaron rápidamente.

—¡Otro año se va! —dijo alegremente Dumbledore—. Y voy a fastidiarlos con la charla de un viejo, antes de que puedan empezar con los deliciosos manjares. ¡Qué año hemos tenido! Esperamos que sus cabezas estén un poquito más llenas que cuando llegaron... Ahora tienen todo el verano para dejarlas bonitas y vacías antes de que comience el próximo año... Bien, tengo entendido que hay que entregar la copa de la casa y los puntos ganados son: en cuarto lugar, Gryffindor, con trescientos doce puntos; en tercer lugar, Hufflepuff, con trescientos cincuenta y dos; Ravenclaw tiene cuatrocientos veintiséis, y Slytherin, cuatrocientos setenta y dos.

Una tormenta de vivas y aplausos estalló en la mesa de Slytherin.

—Sí, sí, bien hecho, Slytherin —dijo Dumbledore—. Sin embargo, los acontecimientos recientes deben ser tenidos en cuenta.

Todos se quedaron inmóviles. Las sonrisas de los Slytherin se apagaron un poco.

—Así que —dijo Dumbledore— tengo algunos puntos de última hora para agregar. Déjenme ver. Sí... Primero, para el señor Ronald Weasley...

Ron se puso tan colorado que parecía un rábano con insolación.

—... por ser el mejor jugador de ajedrez que Hogwarts haya visto en muchos años, premio a la casa Gryffindor con cincuenta puntos.

Las hurras de Gryffindor llegaron hasta el techo encantado, y las estrellas parecieron estremecerse. Se oyó que Percy le decía a los otros prefectos: «Es mi hermano, ¿saben? ¡Mi hermano menor ¡Consiguió pasar en el juego de ajedrez gigante de McGonagall!».

Por fin se hizo el silencio otra vez.

—Segundo... a la señorita Hermione Granger... por el uso de la fría lógica al enfrentarse con el fuego, premio a la casa Gryffindor con cincuenta puntos.

Hermione enterró la cara entre los brazos. Los cambios en la tabla de puntuaciones pasaban ante ellos: Gryffindor estaba cien puntos más arriba.

—Tercero... al señor Harry Potter... —continuó Dumbledore. La sala estaba mortalmente silenciosa—... por todo su temple y sobresaliente valor, premio a la casa Gryffindor con sesenta puntos.

El estrépito fue total. Los que pudieron sumar, además de gritar y aplaudir, se dieron cuenta de que Gryffindor tenía los mismos puntos que Slytherin, cuatrocientos setenta y dos. Si Dumbledore le hubiera dado un punto más a Harry... Pero así no llegaban a ganar.

Dumbledore levantó el brazo. La sala fue recuperando la calma.

—Hay muchos tipos de valentía —dijo sonriendo Dumbledore—. Hay que tener un gran coraje para oponerse a nuestros enemigos, pero hace falta el mismo valor para hacerlo con los amigos. Por lo tanto, premio con diez puntos al señor Neville Longbottom.

Alguien que hubiera estado en la puerta del Gran Comedor habría creído que se había producido una explosión, tan fuertes eran los gritos que salieron de la mesa de Gryffindor. Neville no podía creer lo que estaba pasando, que, blanco de la impresión, desapareció bajo la gente que lo abrazaba. Nunca había ganado más de un punto para Gryffindor.

—Lo que significa —gritó Dumbledore sobre la salva de aplausos, porque Ravenclaw y Hufflepuff estaban celebrando la derrota de Slytherin—, que hay
que hacer un cambio en la decoración.

Dio una palmada. En un instante, los adornos verdes se volvieron
escarlata; los de plata, dorados, y la gran serpiente se desvaneció para dar paso al león de Gryffindor. Snape estrechaba la mano de la profesora McGonagall, con una horrible sonrisa forzada en su cara.

Las notas de los exámenes por fin llegaron. Por suerte, los cuatro aprobaron (Sarah estuvo por reprobar pociones).

Y de pronto, sus armarios se vaciaron, sus equipajes estuvieron listos... Todos los alumnos recibieron notas en las que los prevenían para que no utilizaran la magia durante las vacaciones («Siempre espero que se olviden de darnos esas notas», dijo con tristeza Fred Weasley). Hagrid estaba allí para llevarlos en los botes que cruzaban el lago. Subieron al expreso de Hogwarts, charlando y riendo, mientras el paisaje campestre se volvía más verde y menos agreste.

Comieron las grageas de todos los sabores, pasaron a toda velocidad por las ciudades de los muggles, se quitaron la ropa de magos y se pusieron camisas y abrigos... Y bajaron en el andén nueve y tres cuartos de la estación King's Cross.

Tardaron un poco en salir del andén. Un viejo y enjuto guarda estaba al otro lado de la taquilla, dejándolos pasar de dos en dos o de tres en tres, para que no llamaran la atención saliendo de golpe de una pared sólida, pues
alarmarían a los muggles.

—Podrían venir a mi casa éste verano —decía Alex mientras esperaban para salir.

—¡Claro!

Steve e Irina pasaron juntos el muro y unos metros más allá Remus, Ally y los padres de Steve los esperaban.

—¡Hola! ¿Un año movido? —les preguntó el padre de Steve mientras comenzaban a caminar a la salida.

—Algo. —dijo Irina mirando a Steve de soslayo.

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