1.07


Capítulo siete: El bosque prohibido

—Hola. —saludó Harry al pasar al lado de Irina, Steve y Sarah.

—¡Hola Harry! —saludó Irina con mucha felicidad y con un tono elevado de voz.

—¿No era que no te gustaba Potter? —canturreó Steve unos días después cuando descubrió que la chica se había quedado viendo a Harry y luego se ruborizó cuando éste le dio una sonrisa ladina.

—¡Cállate!

Bien, tres días después confirmó lo obvio, le gustaba Harry Potter. Pero de seguro era algo pasajero, como cuando le gustó ese chico muggle, su "enamoramiento" duró una semana.

Irina se estaba colocando su bata mientras bajaba las escaleras y salía de la sala común.

A mitad de la noche le había dado alergia y no paraba. Así que decidió ir a la enfermería ya que no soportaba estar tosiendo y estornudando.

—¡Señorita Black!

«Ay, no». Pensó.

—¿Qué hace fuera de la cama a mitad de la noche? —preguntó McGonagall. Parecía muy molesta.

—Profesora yo...

—Será mejor que me acompañe a mi despacho.

Bien, iban a descontarle puntos.

—¿Y bien? ¿Puede decirme por qué estaba a la una de la mañana en los corredores?

—Yo iba a...

Pero no pudo acabar ya que Filch entró al despacho llamando a la profesora.

—Quedese aquí Black.

Y sin más salió.

¡Ella sólo quería algo para quitarle la alergia que tenía!

Se sentó en una de las sillas y comenzó a inspeccionar el despacho. Cuando escuchó que la puerta se volvió a abrir se dio vuelta y miro sobre su hombro.

—¿Harry? ¿Hermione? ¿por qué están aquí?

Hermione sólo balbuceó unas palabras inentendibles y ambos se sentaron en las sillas de al lado.

De seguro habían hecho algo malo ya que ninguno de los dos hablaba.

Pocos minutos después, la puerta se volvió a abrir, ésta vez la profesora McGonagall entró junto a Neville.

—¡Harry! —estalló Neville en cuanto los vio—. Estaba tratando de encontrarte para prevenirte, oí que Malfoy decía que iba a atraparte, dijo que tenías un drag...

Irina quería reírse. Ellos en verdad estaban en problemas. ¿Un dragón? ¿De dónde habían sacado un dragón?

Harry negó violentamente con la cabeza, para que Neville no hablara más, pero Irina, al igual que la profesora McGonagall, lo vio. Lo miró como si echara fuego y se irguió, amenazadora, sobre los cuatro.

—Nunca lo habría creído de ninguno de ustedes. El señor Filch dice que estaban en la torre de Astronomía. Es la una de la mañana. Quiero una explicación.

—En mi defensa... —dijo Irina mientras se acomodaba en su asiento—, yo iba a la enfermería. —y volvió a toser.

Sin embargo, la profesora miraba a los otros tres. Ésa fue la primera vez que Hermione no pudo contestar a una pregunta de un profesor. Miraba fijamente sus zapatillas, tan rígida como una estatua.

—Creo que tengo idea de lo que sucedió —dijo la profesora McGonagall—. No hace falta ser un genio para descubrirlo. Te inventaste una historia sobre un dragón para que Draco Malfoy saliera de la cama y se metiera en líos. Te he atrapado. Supongo que te habrá parecido divertido que Longbottom oyera la historia y también la creyera, ¿no?

Ninguno de los otros tres dijo algo.

—Estoy disgustada —dijo la profesora McGonagall—. Cinco alumnos fuera de la cama en una noche. ¡Nunca he oído una cosa así! Tu, Hermione Granger, pensé que tenías más sentido común. Y tú, Harry Potter... Creía que Gryffindor significaba más para ti. Los cuatro sufrirán castigos... Sí, tú también, Longbottom, nada te da derecho a dar vueltas por el colegio durante la noche, en especial en estos días: es muy peligroso y se les descontarán cincuenta puntos de Gryffindor y cinco puntos a ti, Black.

Bueno, ella la sacó bastante barata.

—¿Cincuenta?

—Cincuenta puntos cada uno —dijo la profesora McGonagall, resoplando a través de su nariz puntiaguda.

—Profesora... por favor...

—Usted, usted no...

—No me digas lo que puedo o no puedo hacer; Harry Potter. Ahora, vuelvan a la cama, todos, excepto tú, Black —McGonagall se paró de su asiento—. Nunca me he sentido tan avergonzada de alumnos de Gryffindor.

Ciento cincuenta y cinco puntos perdidos. Eso situaba a Gryffindor en el último lugar. En una noche, ellos tres habían acabado con cualquier posibilidad de que Gryffindor ganara la copa de la casa. Irina podía ganar cinco puntos en un segundo, incluso el doble contestando una pregunta, pero ¿ciento cincuenta?

Cuando Hermione, Harry y Neville salieron McGonagall se giró a Irina.

—Vamos Black, la acompañaré a la enfermería.

—Gra... cias pro... profesora —dijo Irina mientras le un ataque de estornudos.

A la mañana siguiente, Irina sentía un gran disgusto al ver el reloj de arena que indicaba los puntos de cada casa. Al principio, los Gryffindors que pasaban por el gigantesco reloj de arena,
que informaba de la puntuación de la casa, pensaron que había un error. ¿Cómo iban a tener; súbitamente, ciento cincuenta puntos menos que el día anterior? Y luego, se propagó la historia. Harry Potter; el famoso Harry Potter, el héroe de dos partidos de quidditch, les había hecho perder todos esos puntos, él y otros dos estúpidos de primer año.

Irina se sentía feliz de que ella no fue involucrada en esa historia.

Harry se había vuelto la persona más detestada de Gryffindor. A Hermione y a Neville ya nadie hablaba ni miraba. La chica había dejado de participar en las clases.

A la mañana siguiente, llegaron notas para Harry, Hermione, Irina y Neville, en la mesa del desayuno. Eran todas iguales.

Su castigo tendrá lugar a las once de la noche.
El señor Filch los esperará en el vestíbulo de entrada.

Prof M. McGonagall


—¡Oh! ¿¡Por qué yo!? —se quejó Irina.

—Bueno, estabas afuera de la cama, por más que querías ir a la enfermería.

Irina soltó un quejido y siguió comiendo sus papas a la francesa.

—Nos vemos mañana —se despidió de Irina y junto a Harry, Hermione y Neville bajaron al vestíbulo. Filch ya estaba ahí y para sorpresa de Irina también estaba Malfoy.

—Siganme —dijo Filch, encendiendo un farol y conduciéndolos hacia fuera—. Seguro que se lo pensaran dos veces antes de faltar a otra regla de la escuela, ¿verdad? —dijo, mirándolos con aire burlón—. Oh, sí... trabajo duro y dolor son los mejores maestros, si quieren mi opinión... es una lástima que
hayan abandonado los viejos castigos... colgarlos de las muñecas, del techo, unos pocos días. Yo todavía tengo las cadenas en mi oficina, las mantengo engrasadas por si alguna vez se necesitan... Bien, allá vamos, y no piensen en escapar, porque será peor para ustedes si lo hacen.

Irina no pensaba escapar.

Marcharon cruzando el oscuro parque. Neville comenzó a respirar con dificultad. Irina se preguntó cuál sería el castigo que les esperaba. Debía de ser algo verdaderamente horrible, o Filch no estaría tan contento.

La luna brillaba, pero las nubes la tapaban, dejándolos en la oscuridad. Delante, Irina pudo ver las ventanas iluminadas de la cabaña de Hagrid. Entonces oyeron un grito lejano.

—¿Eres tú, Filch? Date prisa, quiero empezar de una vez.

Al parecer Harry se había alegrado ya que Filch se giró a él y lo miró para decir:

—Supongo que crees que vas a divertirte con ese tonto, ¿no? Bueno, piénsalo mejor, muchacho... es al bosque adonde irán y mucho me habré equivocado si vuelven todos enteros.

Al oír aquello, Neville dejó escapar un gemido y Malfoy se detuvo de golpe.

—¿El bosque? —repitió, y no parecía tan indiferente como de costumbre—. Hay toda clase de cosas allí... dicen que hay hombres lobo.

Irina creía muy improbable eso.

Neville se aferró de la manga de la túnica de Harry y dejó escapar un ruido ahogado.

—Eso es problema suyo, ¿no? —dijo Filch, con voz radiante—.
Tendrían que haber pensado en los hombres lobo antes de meterse en líos.

Hagrid se acercó hacia ellos, con un gran perro pegado a los talones. Llevaba una gran ballesta y un carcaj con flechas en la espalda.

—Menos mal —dijo—. Estoy esperando hace media hora. ¿Todo bien, Harry, Hermione?

—Yo no sería tan amistoso con ellos, Hagrid —dijo con frialdad Filch—. Después de todo, están aquí por un castigo.

—Por eso llegan tarde, ¿no? —dijo Hagrid, mirando con rostro ceñudo a Filch—. ¿Has estado dándoles sermones? Eso no es lo que tienes que hacer. A partir de ahora, me hago cargo yo.

—Volveré al amanecer —dijo Filch— para recoger lo que quede de ellos —añadió con malignidad. Se dio la vuelta y se encaminó hacia el castillo, agitando el farol en la oscuridad.

¿El amanecer? Esa iba a ser la peor noche de Irina.

Entonces Malfoy se volvió hacia Hagrid.

—No iré a ese bosque —dijo, e Irina tuvo el gusto de notar miedo en su voz.

—Lo harás, si quieres quedarte en Hogwarts —dijo Hagrid con severidad—. Hicieron algo mal y ahora lo van a pagar.

—Pero eso es para los empleados, no para los alumnos. Yo pensé que nos harían escribir unas líneas, o algo así. Si mi padre supiera que hago esto, él...

—Te dirá que es así como se hace en Hogwarts -gruñó Hagrid—. ¡Escribir unas líneas! ¿Y a quién le serviría eso? Harán algo que sea útil, o si no se irán. Si crees que tu padre prefiere que te expulsen, entonces vuelve al
castillo y agarra tus cosas. ¡Vete!

Malfoy no se movió. Miró con ira a Hagrid, pero luego bajó la mirada.

—Bien, entonces —dijo Hagrid—. Escuchen con cuidado, porque lo que vamos a hacer esta noche es peligroso y no quiero que ninguno se arriesgue. Siganme por aquí, un momento.

Los condujo hasta el límite del bosque. Levantando su farol, señaló hacia un estrecho sendero de tierra, que desaparecía entre los espesos árboles negros. Una suave brisa les levantó el cabello, mientras miraban en dirección al bosque.

—Miren allí —dijo Hagrid—. ¿Ven eso que brilla en la tierra? ¿Eso plateado? Es sangre de unicornio. Hay por aquí un unicornio que ha sido malherido por alguien. Es la segunda vez en una semana. Encontré uno muerto el último miércoles. Vamos a tratar de encontrar a ese pobrecito herido. Tal vez tengamos que evitar que siga sufriendo.

—¿Y qué sucede si el que hirió al unicornio nos encuentra a nosotros primero? —dijo Malfoy, incapaz de ocultar el miedo de su voz.

—No hay ningún ser en el bosque que los pueda herir si están conmigo o con Fang —dijo Hagrid—. Y sigan el sendero. Ahora vamos a dividirnos en
dos equipos y seguiremos la huella en distintas direcciones. Hay sangre por todo el lugar, debieron herirlo ayer por la noche, por lo menos.

—Yo quiero ir con Fang —dijo rápidamente Malfoy, mirando los largos colmillos del perro.

—Muy bien, pero te informo de que es un cobarde —dijo Hagrid—. Entonces yo, Harry y Hermione iremos por un lado y Draco, Neville, Irina y Fang, por
el otro. Si alguno encuentra al unicornio, debe enviar chispas verdes, ¿de acuerdo? Saquen sus varitas y practiquen ahora... está bien... Y si alguno tiene problemas, las chispas serán rojas y nos reuniremos todos... así que tengan cuidado... en marcha.

El bosque estaba oscuro y silencioso. Después de andar un poco, vieron que el sendero se bifurcaba. Harry, Hermione y Hagrid fueron hacia la izquierda y Malfoy, Irina, Neville y Fang se dirigieron a la derecha.

Anduvieron en silencio, lo único que se escuchaba era el crujir de las ramitas y hojas secas al pisarlas.

—Enviarnos al bosque prohibido... nos tratan como esclavos... si mi padre supiera —murmuraba Malfoy.

Los minutos pasaron y no encontraban nada.

—¡AHH! —gritó Neville y en un instante ya estaba lanzado chispas rojas al cielo. Draco se había escondido detrás de Neville y lo había agarrado.

—¡Draco! —dijo enojada Irina. Malfoy había asustado a Neville.

A los pocos minutos, Hagrid ya había llegado hasta donde estaban

—¿Qué pasó? ¿Están todos bien?

—Si, pero Malfoy asustó a Neville.

Hagrid parecía molesto.

—Vamos, vengan conmigo.

Caminaron junto a Fang hasta llegar a donde estaban Harry y Hermione.

—Vamos a necesitar mucha suerte para encontrar algo, después del alboroto que han hecho. Bueno, ahora voy a cambiar los grupos... Neville, tú
te quedas conmigo y Hermione. Harry, tú vas con Fang, Irina y este idiota.

Así que Irina se internó en el corazón del bosque, con Malfoy, Harry y Fang.

Anduvieron cerca de media hora, internándose cada vez más profundamente, hasta que el sendero se volvió casi imposible de seguir, porque los árboles eran muy gruesos. Irina pensó que la sangre también parecía más espesa. Había manchas en las raíces de los árboles, como si la pobre criatura se hubiera arrastrado en su dolor.

—Miren... —murmuró Harry agarrando de la manga de la túnica a Irina para que se detuviera.

Algo de un blanco brillante relucía en la tierra. Se acercaron más.

Sí, era el unicornio y estaba muerto. Irina nunca había visto nada tan hermoso y tan triste. Sus largas patas delgadas estaban dobladas en ángulos extraños por su caída y su melena color blanco perla se desparramaba sobre las hojas oscuras.

Irina había dado un paso hacia el unicornio, cuando un sonido de algo que se deslizaba la hizo congelarse en donde estaba. Un arbusto que estaba en el borde del claro se agitó... Entonces, de entre las sombras, una figura
encapuchada se acercó gateando, como una bestia al acecho. Irina, Harry, Malfoy y Fang permanecieron paralizados. La figura encapuchada llegó hasta el unicornio, bajó la cabeza sobre la herida del animal y comenzó a beber su sangre.

—¡AAAAAAAAAAAAAH!

Malfoy dejó escapar un terrible grito y huyó... lo mismo que Fang. La figura encapuchada levantó la cabeza y miró directamente a Irina y a Harry. La chica reaccionó y comenzó a retroceder.

La sangre del unicornio le chorreaba por el pecho. Se puso de pie y se acercó rápidamente
hacia ellos... Irina y Harry estaban paralizados de miedo.

Irina estaba por agarrar a Harry del brazo para comenzar a correr hasta que el chico se llevó una mano a la frente, a su cicatriz para taparla.

-¿Harry? -preguntó en un susurro aterrado.

Irina oyó cascos galopando a sus espaldas, y algo saltó limpiamente y atacó a la figura.

Harry cayó de rodillas. Pasaron unos minutos antes de que él levantara la vista.

Un centauro estaba ante ellos, tenía cabello rubio muy claro, cuerpo pardo y cola blanca.

—¿Estás bien? —dijo el centauro, ayudando a Harry a ponerse de pie.

—Sí... gracias...

-¿Que cosa fue eso?

El centauro no contestó. Tenía ojos asombrosamente azules, como pálidos zafiros. Observó a Harry con cuidado, fijando la mirada en la cicatriz que se
veía amoratada en la frente de Harry.

—Tú eres el chico Potter —dijo—. Es mejor que regresen con Hagrid. El bosque no es seguro en esta época en especial para ti. ¿Pueden cabalgar? Así será más rápido... Mi nombre es Firenze —añadió, mientras bajaba sus patas delanteras, para que Harry e Irina pudieran montar en su lomo.

Del otro lado del claro llegó un súbito ruido de cascos al galope. Otros dos centauros aparecieron velozmente entre los árboles, resoplando y con los flancos
sudados.

—¡Firenze! —rugió uno de ellos—. ¿Qué estás haciendo? Tienes dos humanos sobre el lomo! ¿No te da vergüenza? ¿Es que eres una mula ordinaria?

—¿Te das cuenta de quién es uni de ellos? —dijo Firenze—. Es el chico Potter. Mientras más rápido se vayan del bosque, mejor.

—¿Qué le has estado diciendo? —gruñó—. Recuerda, Firenze, juramos no oponernos a los cielos. ¿No has leído en el movimiento de los planetas lo que sucederá?

El otro centauro dio una patada en el suelo nervioso.

—Estoy seguro de que Firenze pensó que estaba obrando lo mejor posible —dijo, con voz sombría.

—¡Lo mejor posible! ¿Qué tiene eso que ver con nosotros? ¡Los centauros debemos ocuparnos de lo que está vaticinado! ¡No es asunto nuestro el andar como burros buscando humanos extraviados en nuestro bosque!

De pronto, Firenze levantó las patas con furia e Irina tuvo que aferrarse a Harry para no caer.

—¿No has visto ese unicornio? —preguntó Firenze—. ¿No comprendes por qué lo mataron? ¿O los planetas no te han dejado saber ese secreto? Yo me lanzaré contra el que está al acecho en este bosque, con humanos sobre mi lomo si tengo que hacerlo.

Y Firenze partió rápidamente, con Irina y Harry sujetándose lo mejor que podían, y dejó atrás a los dos centauros, que se internaron entre los árboles.

Irina no entendía nada. Un unicornio muerto, centauros y algo que estaba bebiendo la sangre del unicornio.

—¿Por qué Bane está tan enfadado? —preguntó Harry. ¿El centauro enojado se llamaba Bane?—. Y a propósito, ¿qué
era esa cosa de la que nos salvaste?

Firenze redujo el paso y previno a ambos que tuvieran la cabeza agachada, a causa de las ramas, pero no contestó. Siguieron andando entre los árboles y en silencio, durante tanto tiempo que Irina creyó que Firenze no volvería a hablar. Sin embargo, cuando llegaron a un lugar particularmente tupido, Firenze se detuvo.

—¿Saben para qué se utiliza la sangre de unicornio?

—No —dijo Harry.

—En la clase de Pociones solamente utilizamos los cuernos y el pelo de la cola de unicornio —añadió Irina.

—Eso es porque matar un unicornio es algo monstruoso —dijo Firenze—. Sólo alguien que no tenga nada que perder y todo para ganar puede cometer semejante crimen. La sangre de unicornio te mantiene con vida, incluso si estás al borde de la muerte, pero a un precio terrible. Si uno mata algo puro e indefenso para salvarse a sí mismo, conseguirá media vida, una vida maldita, desde el momento en que la sangre toque sus labios.

—Pero ¿quién estaría tan desesperado? —se preguntó Irina en voz alta—. Si te van a maldecir para siempre, la muerte es mejor, ¿no?

—Es así —dijo Firenze— a menos que lo único que necesites sea
mantenerte vivo el tiempo suficiente para beber algo más, algo que te devuelva toda tu fuerza y poder, algo que haga que nunca mueras. ¿Niña, sabes qué está escondido en el colegio en este preciso momento?

—¡La Piedra Filosofal! —contestó Harry por Irina— ¡Por supuesto... el Elixir de Vida! Pero no entiendo quién...

¿La Piedra Filosofal? ¿Qué?

—¿No pueden pensar en nadie que haya esperado muchos años para regresar al poder, que esté aferrado a la vida, esperando su oportunidad?

A Irina no se le ocurría nada ni nadie pero al parecer a Harry si ya que habló:

—¿Quieres decir —dijo con voz ronca Harry— que era Vol...?

—¡Harry, Irina! Harry, Irina ¿están bien?

Hermione corría hacia ellos por el sendero, con Hagrid resoplando detrás.

—Estamos bien —dijo Irina, casi sin saber lo que contestaba—. El unicornio está muerto, Hagrid, está en ese claro de atrás.

—Aquí es donde los dejo —murmuró Firenze, mientras Hagrid corría a examinar al unicornio-. Ya están a salvo.

Harry se deslizó sobre el lomo de Firenze y luego Irina lo imitó.

—Buena suerte —dijo Firenze—. Los planetas ya se han leído antes equivocadamente, hasta por centauros. Espero que ésta sea una de esas veces.

Se volvió y se internó en lo más profundo del bosque, dejando a Irina con la boca abierta.

Cuando llegaron a la sala común Irina fue caminado lo más rápido que pudo a su dormitorio. ¿Qué había sido todo eso?

Así que sólo se acostó y quedó viendo el techo hasta que se quedó dormida.





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