1.02
Capítulo dos: Severus Snape y las clases de vuelo
Irina cree que sin la ayuda de Nick casi Decapitado ya estaría llegando tarde a su primera clase del día.
En Hogwarts había 142 escaleras, algunas amplias y despejadas, otras estrechas y destartaladas. Algunas llevaban a un lugar diferente los viernes. Otras tenían un escalón que desaparecía a mitad de camino y había que
recordarlo para saltar, lamentablemente Steve no recordó eso y cayó de la escalera haciendo que Irina y ahora sus nuevos amigos, Alex y Sarah, rieran cada vez que lo recordaban.
—¿No podías predecir eso? —le preguntó Steve mientras frotaba su mano en la pierna.
—El que sea vidente no significa que vaya a predecir todas tus desgracias, Steve.
Después, había puertas que no se abrían, a menos que uno lo pidiera con amabilidad o les hiciera cosquillas en el lugar exacto, y
puertas que, en realidad, no eran sino sólidas paredes que fingían ser puertas. También era muy difícil recordar dónde estaba todo, ya que parecía que las cosas cambiaban de lugar continuamente. Las personas de los retratos seguían visitándose unos a otros, e Irina estaba segura de que las armaduras podían andar.
Tenían que estudiar los cielos nocturnos con sus telescopios, cada miércoles a medianoche, y aprender los nombres de las diferentes estrellas y los movimientos de los planetas. Tres veces por semana iban a los
invernaderos de detrás del castillo a estudiar Herbología, con una bruja pequeña y regordeta llamada profesora Sprout, y aprendían a cuidar de todas las plantas extrañas y hongos y a descubrir para qué debían utilizarlas.
Pero la asignatura más aburrida era Historia de la Magia, la única clase dictada por un fantasma. El profesor Binns ya era muy viejo cuando se quedó dormido frente a la chimenea del cuarto de profesores y se levantó a la mañana siguiente para dar clase, dejando atrás su cuerpo. Binns hablaba monótonamente, mientras escribía nombres y fechas, y hacia que Elmerico el Malvado y Ulrico el Chiflado se confundieran.
El profesor Flitwick, el de la clase de Encantamientos, era un brujo
diminuto que tenía que subirse a unos cuantos libros para ver por encima de su escritorio. Al comenzar la primera clase, sacó la lista y, cuando llegó al nombre
de Harry Potter, dio un chillido de excitación y desapareció de la vista.
La profesora McGonagall era siempre diferente. Estricta e inteligente, les habló en el primer momento en que se sentaron, el día de su primera clase.
—Transformaciones es una de las magias más complejas y peligrosas que aprenderán en Hogwarts —dijo—. Cualquiera que pierda el tiempo en mi clase
tendrá que irse y no podrá volver. Ya están prevenidos.
Entonces transformó un escritorio en un cerdo y luego le devolvió su forma original. Todos estaban muy impresionados y no aguantaban las ganas de empezar, pero muy pronto se dieron cuenta de que pasaría mucho tiempo antes de que pudieran transformar muebles en animales. Después de hacer
una cantidad de complicadas anotaciones, les dio a cada uno un fósforo para que intentaran convertirla en una aguja. Al final de la clase, sólo Hermione Granger había hecho algún cambio en el fósforo. La profesora McGonagall mostró a todos cómo se había vuelto plateada y puntiaguda, y dedicó a la niña una excepcional sonrisa. Irina estaba algo decepcionada, su fósforo se había vuelto muy delgado y tenía algunas partes metálicas.
La mejor clase que se le daba a Irina era Defensa Contra las Artes Oscuras. Remus, su padrino, meses antes de que tan solo llegara su carta de Hogwarts la había instruido en DCAO.
La clase que todos esperaban era Defensa Contra las Artes Oscuras, pero las lecciones de Quirrell resultaron ser casi una broma. Su aula tenía un fuerte olor a ajo, y todos decían que era para protegerse de un vampiro que había conocido en Rumania y del que tenía miedo de que volviera a buscarlo. Su turbante, les dijo, era un regalo de un príncipe africano como agradecimiento por haberlo liberado de un molesto zombi, pero ninguno creía demasiado en su
historia. Por un lado, porque cuando Seamus Finnigan se mostró deseoso de saber cómo había derrotado al zombi, el profesor Quirrell se ruborizó y
comenzó a hablar del tiempo, y por el otro, porque habían notado que el curioso olor salía del turbante, y los gemelos Weasley insistían en que estaba lleno de ajo, para proteger a Quirrell cuando el vampiro apareciera.
Irina, por suerte, ya se había aprendido de memoria el camino hasta el Gran Comedor.
—¿Qué tenemos hoy? —preguntó Steve a Irina, mientras se servía unas salchichas asadas.
—Pociones Dobles con los de Slytherin.
—¡Oh! Tenemos clase con Alex.
Irina se estaba sirviendo unas tortitas y tocino cuando en aquel momento llegó el correo. Irina ya se había acostumbrado, pero la primera mañana se impresionó un poco cuando unas cien lechuzas
entraron súbitamente en el Gran Comedor durante el desayuno, volando sobre las mesas hasta encontrar a sus dueños, para dejarles caer encima cartas y
paquetes. Ése día su madre y padrino le habían enviado una carta felicitándola por haber entrado en Gryffindor (incluso se había enterado que ambos habían apostado en qué casa quedaba. Allyson perdió cinco sickles y un galeón). La lechuza de su madre entró al Gran Comedor y se posó adelante del plató de Irina.
La chica le sacó el pequeño paquete que traía con él.
—¡Son bombones de chocolate! —dijo emocionada y le dio la mitad a su mejor amigo.
Fue una suerte que Alex haya sido seleccionado en Slytherin ya que los guió a las mazmorras que era en donde estaba la sala común de Slytherin y el aula de Snape.
Snape, como Flitwick, comenzó la clase pasando lista y, como Flitwick, se detuvo ante el nombre de Harry.
—Ah, sí —murmuró—. Harry Potter. Nuestra nueva... celebridad.
Draco Malfoy y sus amigos Crabbe y Goyle rieron tapándose la boca.
Snape terminó de pasar lista y miró a la clase. Sus ojos eran tan negros como la noche; eran fríos y vacíos y hacían pensar en túneles oscuros.
—Ustedes están aquí para aprender la sutil ciencia y el arte exacto de
hacer pociones —comenzó. Hablaba casi en un susurro, pero se le entendía todo. Como la profesora McGonagall, Snape tenía el don de mantener a la clase en silencio, sin ningún esfuerzo—. Aquí habrá muy poco de estúpidos movimientos de varita y muchos de ustedes dudarán que esto sea magia. No
espero que lleguen a entender la belleza de un caldero hirviendo suavemente, con sus vapores relucientes, el delicado poder de los líquidos que se deslizan a través de las venas humanas, hechizando la mente, engañando los sentidos...
Puedo enseñarles cómo embotellar la fama, preparar la gloria, hasta detener la muerte... si son algo más que los alcornoques a los que habitualmente tengo que enseñar.
Irina no creía que ella fuera un alcornoque.
Más silencio siguió a aquel pequeño discurso.
—¡Potter! —dijo de pronto Snape—. ¿Qué obtendré si añado polvo de
raíces de asfódelo a una infusión de ajenjo?
Irina sabía eso, pero no se gastó en alzar la mano, le había preguntado a Harry y además en todo caso le daría la palabra a Hermione Granger que alzaba la mano y casi se caía de la silla desesperada por responder.
—No lo sé, señor —contestó Harry.
—Vamos a intentarlo de nuevo, Potter. ¿Dónde buscarías si te digo que me encuentres un bezoar?
«En el estómago de una cabra». Pensó Irina.
—No lo sé, señor.
—¿Cuál es la diferencia, Potter; entre acónito y luparia?
«No hay diferencia, son lo mismo»
Ante eso, Hermione se puso de pie, con el brazo extendido hacia el techo de la mazmorra.
—No lo sé —dijo Harry con calma—. Pero creo que Hermione lo sabe.
¿Por qué no se lo pregunta a ella?
—Bah, bah... es evidente que la fama no lo es todo. —dijo Snape.—Siéntate —gritó a Hermione—. Para tu información, Potter; asfódelo y
ajenjo producen una poción para dormir tan poderosa que es conocida como Filtro de Muertos en Vida. Un bezoar es una piedra sacada del estómago de una cabra y sirve para salvarte de la mayor parte de los venenos. En lo que se
refiere a acónito y luparia, es la misma planta. Bueno, ¿por qué no lo están apuntando todo?
Se produjo un súbito movimiento de plumas y pergaminos. Por encima del ruido, Snape dijo:
—Y se le restará un punto a la casa Gryffindor por tu descaro, Potter.
Las cosas no mejoraron para los Gryffindors a medida que continuaba la clase de Pociones. Snape los puso en parejas, para que mezclaran una poción sencilla para curar forúnculos. A Harry y a Irina los había colocado juntos. Se paseó con su larga capa negra, observando cómo pesaban ortiga seca y aplastaban colmillos de serpiente, criticando a todo el mundo salvo a Malfoy, que parecía gustarle. Al parecer, a Snape le encantaba criticar el trabajo de Irina y de Harry. En el preciso momento en que les estaba diciendo a todos que miraran la perfección con que Malfoy había cocinado a fuego lento los pedazos de cuernos, multitud de nubes de un ácido humo verde y un fuerte silbido llenaron la mazmorra. De alguna forma, Neville se las había ingeniado para convertir el caldero de Seamus en un engrudo hirviente que se derramaba sobre el suelo, quemando y haciendo agujeros en los zapatos de los alumnos. En segundos, toda la clase estaba
subida a sus taburetes, mientras que Neville, que se había empapado en la poción al volcarse sobre él el caldero, gemía de dolor; por sus brazos y piernas aparecían pústulas rojas.
—¡Chico idiota! —dijo Snape con enfado, haciendo desaparecer la poción con un movimiento de su varita—. Supongo que añadiste las púas de erizo antes de sacar el caldero del fuego, ¿no?
Neville lloriqueaba, mientras las pústulas comenzaban a aparecer en su nariz.
—Llévelo a la enfermería —ordenó Snape a Seamus. Luego se acercó a Irina y Harry, que habían estado trabajando cerca de Neville.
—Tu, Harry Potter. ¿Por qué no le dijiste que no pusiera las púas?
Pensaste que si se equivocaba quedarías bien, ¿no es cierto? Éste es otro punto que pierdes para Gryffindor.
Irina lo miraba con el ceño fruncido y ardiendo de cólera. Eso era muy injusto, en lo único que Harry se estaba concentrando era en hacer la poción. Harry parecía que iba a replicar pero Irina le pateó no muy fuerte la pierna.
—No lo provoques. A este paso Gryffindor perderá veinte puntos.
Cuando acabó la clase, Steve e Irina se despidieron de Alex para subir a la sala común.
—Snape demostró ser un idiota ¿no?
—Si, mamá y Remus me dijeron que tuviera cuidado, que por cualquier cosa intentaría descontarme puntos.
—¿Por qué será?
Irina se encogió de hombros mientras comía uno de los bombones. —No lo sé.
[...]
—Voy a hacer el ridículo. —decía Steve.
El jueves tenían clases de vuelo. Irina no estaba preocupada, ha montado una escoba desde los seis años.
—Lo harás bien, no es tan malo como parece.
Realmente, todos los que procedían de familias de magos hablaban sobre quidditch.
Cada cierto tiempo, Irina, recibía un paquete con las galletas de miel caseras de su madre.
Un lechuzón entregó a Neville un paquetito de parte de su abuela. Lo abrió excitado y les enseñó una bola de cristal, del tamaño de una gran canica, que parecía llena de humo blanco.
—¡Es una recordadora! —dijo Irina quién se había sentado al lado de Neville durante el desayuno.
—La abuela sabe que olvido cosas —explicó Neville— y esto te dice si hay algo que te has olvidado de hacer. Miren, uno la sujeta así,
con fuerza, y si se vuelve roja... oh... —se puso pálido, porque la Recordadora súbitamente se tiñó de un brillo escarlata—... es que has olvidado algo...
Neville estaba tratando de recordar qué era lo que había olvidado, cuando Draco Malfoy que pasaba al lado de la mesa de Gryffindor; le quitó la Recordadora de las manos.
Harry y Ron Weasley saltaron de sus asientos. La profesora McGonagall, que detectaba
problemas más rápido que ningún otro profesor del colegio, ya estaba allí.
—¿Qué sucede?
—Malfoy me ha quitado mi Recordadora, profesora.
Con aire ceñudo, Malfoy dejó rápidamente la Recordadora sobre la mesa.
—Sólo la miraba —dijo, y se alejó, seguido por Crabbe y Goyle.
—Si, claro —dijo Irina.
Aquella tarde, a las tres y media, Irina, Steve y los otros Gryffindors bajaron corriendo los escalones delanteros, hacia el parque, para asistir a su primera clase de vuelo. Era un día claro y ventoso. La hierba se agitaba bajo sus pies
mientras marchaban por el terreno inclinado en dirección a un prado que estaba al otro lado del bosque prohibido, cuyos árboles se agitaban tenebrosamente en la distancia.
Los Slytherins ya estaban allí, y también las veinte escobas,
cuidadosamente alineadas en el suelo. Irina había oído a Fred y a George Weasley quejarse de las escobas del colegio, diciendo que algunas comenzaban a vibrar si uno volaba muy alto, o que siempre volaban ligeramente torcidas hacia la izquierda.
Entonces llegó la profesora, la señora Hooch. Era baja, de pelo canoso y ojos amarillos como los de un halcón.
—Bueno ¿qué están esperando? —bramó—. Cada uno al lado de una escoba. Vamos, rápido.
Irina miró su escoba. Era vieja y algunas de las ramitas de paja
sobresalían formando ángulos extraños.
—Extendan la mano derecha sobre la escoba —les indicó la señora
Hooch— y digan «arriba».
—¡ARRIBA! —gritaron todos.
La escoba de Irina fue a parar al instante a su mano derecha. Miró alrededor y Harry también lo había logrado. El chico levantó la vista y al ver que ella también lo había conseguido le sonrió.
Luego, la señora Hooch les enseñó cómo montarse en la escoba, sin
deslizarse hasta la punta, y recorrió la fila, corrigiéndoles la forma de sujetarla.
Irina tuvo el asomo de una sonrisa cuando la profesora dijo a Malfoy que lo había estado haciendo mal durante todos esos años.
—Ahora, cuando haga sonar mi silbato, dan una fuerte patada —dijo la señora Hooch—. Mantengan las escobas firmes, elévense un metro o dos y luego bajen inclinándose suavemente. Preparados... tres... dos...
Pero Neville, nervioso y temeroso de quedarse en tierra, dio la patada antes de que sonara el silbato.
—¡Vuelve, muchacho! —gritó, pero Neville subía en línea recta, como el corcho de una botella... Cuatro metros... seis metros... Irina le vio la cara pálida y asustada, mirando hacia el terreno que se alejaba, lo vio jadear; deslizarse hacia un lado de la escoba y...
BUM... Un ruido horrible y Neville quedó tirado en la hierba. Su escoba seguía subiendo, cada vez más alto, hasta que comenzó a torcer hacia el bosque prohibido y desapareció de la vista.
La señora Hooch se inclinó sobre Neville, con el rostro tan blanco como el del chico.
—Uy... uy... es la muñeca —la oyó decir—. Vamos, muchacho... Está bien... A levantarse.
Se volvió hacia el resto de la clase.
—No deben moverse mientras llevo a este chico a la enfermería. Dejen las escobas donde están o estarán fuera de Hogwarts más rápido de lo que tardarán en decir quidditch. Vamos, hijo.
Neville, con la cara surcada de lágrimas y agarrándose la muñeca, cojeaba al lado de la señora Hooch, que lo sostenía.
Casi antes de que pudieran marcharse, Malfoy ya se estaba riendo a carcajadas.
—¿Han visto la cara de ese gran zoquete?
Los otros Slytherins le hicieron coro.
—¡Cierra la boca, Malfoy! —dijo Parvati Patil en tono cortante.
—Oh, ¿estás enamorada de Longbottom? —dijo Pansy Parkinson, una chica de Slytherin de rostro duro. Nunca pensé que te podían gustar los gorditos llorones, Parvati.
—¡Miren! —dijo Malfoy, agachándose y recogiendo algo de la hierba—. Es esa cosa estúpida que le mandó la abuela a Longbottom.
La Recordadora brillaba al sol cuando la cogió.
—¡Dejala en donde estaba! —dijo Irina.
Malfoy sonrió con malignidad.
—Creo que voy a dejarla en algún sitio para que Longbottom la busque... ¿Qué les parece... en la copa de un árbol?
—¡Tráela aquí! —rugió Harry, pero Malfoy había subido a su escoba y se alejaba. No había mentido, sabía volar. Desde las ramas más altas de un roble lo llamó:
—¡Ven a buscarla, Potter!
Harry agarró su escoba.
—¡No! —gritó Hermione Granger—. La señora Hooch dijo que no nos
moviéramos. Nos vas a meter en un lío.
Pero Harry no le hizo el mas mínimo caso. Se montó en su escoba, dio una fuerte patada y comenzó a elevarse.
—Qué testarudo... —dijo Hermione.
Dirigió su escoba para enfrentarse a Malfoy en el aire. Éste lo miró
asombrado.
—¡Déjala Malfoy! —gritó Harry— ¡O te bajaré de esa escoba!
—Ah, ¿sí? —dijo Malfoy, tratando de burlarse, pero con tono preocupado.
Harry se inclinó hacia delante, agarró la escoba con las dos manos y se lanzó sobre Malfoy como una jabalina. Malfoy pudo apartarse justo a tiempo, Harry dio la vuelta y mantuvo firme la escoba. Abajo, algunos aplaudían.
—¿No había dicho que nunca antes había volado?
—Aquí no están Crabbe y Goyle para salvarte, Malfoy —exclamó Harry.
—¡Atrápala si puedes, entonces! —gritó. Giró la bola de cristal hacia arriba y bajó a tierra con su escoba.
Irina (y probablemente Steve) tenía la boca abierta en una perfecta "O". Harry volaba perfectamente, había atrapado la recordadora antes de que tocara el suelo.
—¿En verdad él nunca montó una escoba? —preguntó Irina. Pero su pregunta quedó en el aire por un fuerte grito.
—¡HARRY POTTER!
La profesora McGonagall corría
hacia ellos.
—Nunca... en todo mis años en Hogwarts...
La profesora McGonagall estaba casi muda de la impresión, y sus gafas centelleaban de furia.
—¿Cómo te has atrevido...? Has podido romperte el cuello...
—No fue culpa de él, profesora...
—Silencio, Black.
—Pero Malfoy...
—Ya es suficiente, Weasley. Harry Potter, ven conmigo.
Harry y la profesora McGonagall fueron hasta el interior del castillo y todos los siguieron con la vista hasta que desaparecieron.
—Oh, bueno —Irina, con la escoba en la mano, se giró a Steve resignada.— fue lindo mientras duró.
Durante la cena Steve e Irina no dejaron de ver de reojo a Harry. No parecía muy disgustado.
—¿Lo habrán expulsado? —susurró Steve mientas comía puré de verduras.
—No lo sé, la profesora McGonagall parece muy estricta y cómo estaba allá afuera...
En ese momento, Malfoy, Crabbe y Goyle pasaron por detrás de Irina y se acercaron a Ron Weasley y Harry Potter quiénes no estaban más de dos metros de distancia de ella y Steve.
—¿Comiendo la última cena, Potter? ¿Cuándo tomas el tren para volver con los muggles?
—Eres mucho más valiente ahora que has vuelto a tierra firme y tienes a tus «amiguitos» —dijo fríamente Harry.
—Nos veremos cuando quieras —dijo Malfoy—. Esta noche, si quieres. Un duelo de magos. Sólo varitas, nada de contacto. ¿Qué pasa? Nunca has oído hablar de duelos de magos, ¿verdad?
—Por supuesto que sí —dijo Ron, interviniendo—. Yo soy su segundo. ¿Cuál es el tuyo?
Malfoy miró a Crabbe y Goyle, valorándolos.
—Crabbe —respondió—. A medianoche, ¿de acuerdo? Nos
encontraremos en el salón de los trofeos, nunca se cierra con llave.
—Eso no me huele bien —dijo Steve en un tono de voz bajo.
—A mí tampoco...
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top