1.01


Capítulo uno: El Sombrero Seleccionador


I

rina despertó agitada. Había tenido una visión en donde ella tenia los ojos tapados y había una voz que le decía Slytherin...

Comenzó a alistarse aún pensando en su visión.

—¡Mamá!

—¿Qué? —Irina escuchaba los pasos de su madre cada vez más cerca. —¿Qué ocurre?

—¿Has visto mi libro de Transformaciones? —preguntó Irina mientras rebuscaba debajo de su cama.

—No, ¿ya lo perdiste? —preguntó en un tono acusatorio mientras se cruzaba de brazos.

Irina levantó la cabeza para mirar a su madre.

—Ehh... ¿no? —le dio una sonrisa inocente mientras volvía a buscar.

Se pudo escuchar cómo alguien subía por las escaleras hasta llegar a la habitación de la chica.

—¿Este es tu libro? —preguntó Remus mientras levantaba la mano en dónde tenía el libro de Transformaciones de primer año.

—¡Sí! ¡Gracias Remus!

Eran las nueve de la mañana, faltaban dos horas para que Irina partiera a su primer año escolar en Hogwarts.

Irina tomó el libro para luego guardarlo en su baúl y cerrar éste.

—¿Listo? ¿Ya no te falta nada?

—Nop. —dijo remarcando la «p».

—Entonces vamos a desayunar. Hice tortitas.

Irina bajó de dos en dos las escaleras y cuando faltaban cuatro escalones para llegar al suelo los saltó en limpio.

—¿Cómo te sientes? ¿Estás nerviosa? —preguntó Remus mientras servía las tortitas y colocaba tres platos en la mesa.

Irina asintió.

—Más que nada por la selección.

—Oh, tranquila, sólo tienes que matar a un trol de la montaña. Es sencillo. —dijo Allyson mientras bebía un sorbo de café.

—Si, y sobretodo sabes mucho sobre Defensa contra las Artes Oscuras. Derrotarlo va a ser pan comido. —anunció Remus reprimiendo una risa.

Media hora más tarde, Irina se encontraba bajando de las escaleras con su lechuza en la jaula y detrás de ella estaba Allyson bajando el baúl de Irina mediante magia.

Antes de salir a la calle Allyson bajó el baúl al suelo y con ayuda de Irina lo subieron al maletero del auto.

Media hora más tarde llegaron a King's Cross.

Cargaron su equipaje en uno de los carritos y comenzaron a caminar hasta llegar al muro que separaba al andén 9 y 10.

—Bien Irina, tú primero.

La chica miró los lados y agarrando bien su carrito comenzó a correr hasta pasar en limpio el muro.

El cartel del andén 9¾ apareció junto al expreso color escarlata y todos los alumnos con sus familias.

A los pocos segundos entraron Allyson y Remus y para sorpresa de Irina también lo hizo Steve.

—¡Hola! Pensé que no te vería hasta que llegáramos a Hogwarts. —dijo la chica.

Ella y Steve se conocían desde los cuatro años. Él vive en frente de la casa de su madrina (quien también es su tía) así que cada que la iba a visitar ambos jugaban hasta que formaron una bonita amistad.

Minutos después, ambos estaban acomodando sus baúles en los compartimientos.

—¿En qué casa crees que quedemos? —preguntó Steve.

—No lo sé, ¿Tú?

—No tengo ni idea.

Steve era un hijo de muggles. Muchas veces Irina se tuvo que morder la lengua para no decir algo relacionado al mundo de la magia antes de que se enterara que Steve era un mago.

A los minutos un chico con el pelo ondulado entró al compartimiento.

—¿Podría sentarme con ustedes? Todos los compartimientos están llenos.

—¡Claro! —dijo Steve con una sonrisa. Siempre había sido muy amigable.

—¿Cómo te llamas?

—Alex... Pamell.

—¡Yo te conozco! O bueno, mi mamá conoce a tu padre. ¿Trabaja en el Ministerio verdad?

—Si... ¿quién es tú madre?

—Allyson Black. Trabaja en el Departamento de Deportes y Juegos Mágicos.

—Oh, si, ¿ella no jugaba antes en las Arpías de Holyhead?

—Sí.

—Es una pena que lo abandonara.

—Hola, disculpen —una chica de cabello rubio y ojos azules entró al compartimiento. —. ¿Puedo sentarme aquí?

—Claro.

La chica se sentó al lado de Steve.

—¿Cómo se llaman?

—Steve Massers.

—Irina Black.

—Alex Pamell.

—Yo soy Sarah Micent.

Comenzaron a hablar hasta el mediodía cuando la señora del carrito pasó.

—Hola queridos, ¿desean algo del carrito?

Los cuatro asintieron y compraron ranas de chocolate, tartas de calabaza, varitas de regaliz, chicles y una caja de Grageas Bertie Bott de Todos los Sabores.

—¿Qué es eso? —preguntó Steve mirando la caja de las grageas.

—Son grageas de todos los sabores y cuando te digo todos son todos.

—A mi una vez me tocó una sabor vómito. No pude comer nada durante todo el día, me daban arcadas. —dijo Alex.

—Pero también hay otras como sabor cereza, chocolate, fresa...

Comenzaron a comer todo lo que habían comprado y dejaron a lo último las grageas.

—Cada uno tomará una sin ver —especificó Sarah.

La primera en sacar fue Irina que le tocó una verde, Steve una gris, Alex una roja y a Sarah una color amarillo.

—Pasto. —dijo Irina al comer la gragea.

—Puaj... Pimienta.

—¡Oh! Me toco cereza.

—¡Que asco! Me tocó cera de oídos.

A medida que pasaban las horas el cielo se iba oscureciendo. Cuando el cielo se tiñió de purpura de dispusieron a cambiarse. Primero, Alex y Steve salieron del compartimento y cuando ambas chicas ya se encontraron cambiadas abandonaron el compartimiento para que ellos se pudieran cambiar.

Una voz retumbó en el tren.

—Llegaremos a Hogwarts dentro de cinco minutos. Por favor, dejen su
equipaje en el tren, se lo llevarán por separado al colegio.

Los cuatro estaban muy nerviosos, incluso estaban pálidos.

Cuando el tren se detuvo todos los estudiantes salieron del expreso. A Irina se le retorcía el estómago de los nervios.

—¡Primer año! ¡Los de primer año por aquí! ¿Todo bien por ahí, Harry?

Un hombre muy grande de cara peluda los estaba esperando con una lámpara en la mano.

—Vengan, siganme... ¿Hay más de primer año? Miren bien dónde pisan. ¡Los de primer año, siganme!

—¡Mira es él! —susurró Sarah a Alex, Irina y a Steve. —¡Es Harry Potter!

Irina se fijó en el chico de cabello negro que estaba a unos metros de ellos y se pudo apreciar la cicatriz en forma de rayo.

Resbalando y a tientas, siguieron a Hagrid por lo que parecía un estrecho sendero.

—En un segundo, tendrán la primera visión de Hogwarts —exclamó Hagrid por encima del hombro—, justo al doblar esta curva.

Se produjo un fuerte ¡ooooooh!

El sendero estrecho se abría súbitamente al borde de un gran lago negro. En la punta de una alta montaña, al otro lado, con sus ventanas brillando bajo el cielo estrellado, había un impresionante castillo con muchas torres y
torrecillas.

Remus y Ally le habían descrito el castillo, pero definitivamente su descripción no le hacia justicia.

—¡No más de cuatro por bote! —gritó Hagrid, señalando a una flota de botecitos alineados en el agua, al lado de la orilla. Irina y Steve subieron a uno, seguidos por Alex y Sarah.

—¿Todos han subido? —continuó Hagrid, que tenía un bote para él
solo—. ¡Bien! ¡ADELANTE!

Y la pequeña flota de botes se movió al mismo tiempo, deslizándose por el lago, que era tan liso como el cristal. Todos estaban en silencio, contemplando
el gran castillo que se elevaba sobre sus cabezas mientras se acercaban cada vez más al risco donde se erigía.

—¡Bajen las cabezas! —exclamó Hagrid, mientras los primeros botes alcanzaban el peñasco. Todos agacharon la cabeza y los botecitos los llevaron a través de una cortina de hiedra, que escondía una ancha abertura en la parte delantera del peñasco. Fueron por un túnel oscuro que parecía conducirlos justo por debajo del castillo, hasta que llegaron a una especie de muelle subterráneo, donde treparon por entre las rocas y los guijarros.

—¡Eh, tú, el de allí! ¿Es éste tu sapo? —dijo Hagrid, mientras vigilaba los
botes y la gente que bajaba de ellos.

—¡Trevor! —gritó un niño de rostro regordete, muy contento, extendiendo las manos. Luego
subieron por un pasadizo en la roca, detrás de la lámpara de Hagrid, saliendo finalmente a un césped suave y húmedo, a la sombra del castillo.

Subieron por unos escalones de piedra y se reunieron ante la gran puerta de roble.

—¿Están todos aquí? Tú, ¿todavía tienes tu sapo?

Hagrid levantó un gigantesco puño y llamó tres veces a la puerta del castillo.

La puerta se abrió de inmediato. Una bruja alta, de cabello negro y túnica verde esmeralda, esperaba allí. Tenía un rostro muy severo. Remus y Ally le habían hablado de ella, Irina estaba segura que era la profesora McGonagall.

—Los de primer año, profesora McGonagall —dijo Hagrid.

Irina sonrió con satisfacción al saber que había acertado.

—Muchas gracias, Hagrid. Yo los llevaré desde aquí.

Abrió bien la puerta. El vestíbulo de entrada era tan grande que hubieran podido meter toda su casa ahí. Las paredes de piedra estaban
iluminadas con resplandecientes antorchas, el techo era tan alto que no se veía y una magnífica escalera de mármol, frente a ellos, conducía a los pisos superiores.

Siguieron a la profesora McGonagall a través de un camino señalado en el suelo de piedra. Irina podía oír el ruido de cientos de voces, que salían de un portal situado a la derecha (el resto del colegio debía de estar allí), pero la
profesora McGonagall llevó a los de primer año a una pequeña habitación vacía, fuera del vestíbulo. Se reunieron allí, más cerca unos de otros de lo que
estaban acostumbrados, mirando con nerviosismo a su alrededor.

—Bienvenidos a Hogwarts —dijo la profesora McGonagall—. El banquete de comienzo de año se celebrará dentro de poco, pero antes de que ocupen sus lugares en el Gran Comedor deberan ser seleccionados para sus casas. La Selección es una ceremonia muy importante porque, mientras estén aquí, sus casas serán como vuestra familia en Hogwarts. Tendrán clases con el resto de la casa que les toque, dormirán en los dormitorios de sus casas y pasarán el tiempo libre en la sala común de la casa.

»Las cuatro casas se llaman Gryffindor, Hufflepuff, Ravenclaw y Slytherin. Cada casa tiene su propia noble historia y cada una ha producido notables brujas y magos. Mientras estéis en Hogwarts, sus triunfos conseguirán que las casas ganen puntos, mientras que cualquier infracción de las reglas
hará que los pierdan. Al finalizar el año, la casa que obtenga más puntos será premiada con la copa de la casa, un gran honor. Espero que todos ustedes sea un orgullo para la casa que les toque.

»La Ceremonia de Selección tendrá lugar dentro de pocos minutos, frente al resto del colegio. Les sugiero que, mientras esperan, se arreglen lo mejor posible.

—¿Tengo mi cabello bien? —preguntó Irina mientras se alisaba su camisa y se acomodaba su corbata.

—S-si. —contestó Steve con notable nerviosismo.

—Volveré cuando lo tengamos todo listo para la ceremonia —dijo la
profesora McGonagall—. Por favor, esperen tranquilos.

Salió de la habitación. Irina tragó con dificultad. ¿En verdad los harían derrotar a un trol de la montaña? ¿Cómo harían para seleccionarte después de hacerlo?

Irina estuvo repasando mentalmente todos los hechizos y maleficios de defensa que Remus le había enseñado. A su padrino se le daba de maravilla Defensa Contra las Artes Oscuras así que no dudó en darle clases a Irina antes del primero de septiembre.

Entonces sucedió algo que le hizo dar un salto en el aire... Muchos de los que estaban atrás gritaron.

—¿Qué es...?

Resopló. Lo mismo hicieron los que estaban alrededor. Unos veinte
fantasmas acababan de pasar a través de la pared de atrás. De un color blanco perla y ligeramente transparentes, se deslizaban por la habitación, hablando unos con otros, casi sin mirar a los de primer año. Por lo visto, estaban discutiendo. El que parecía un monje gordo y pequeño, decía:

—Perdonar y olvidar. Yo digo que deberíamos darle una segunda
oportunidad...

—Mi querido Fraile, ¿no le hemos dado a Peeves todas las oportunidades que merece? Nos ha dado mala fama a todos y, usted lo sabe, ni siquiera es un fantasma de verdad... ¿Y qué están haciendo todos ustedes aquí?

El fantasma, con gorguera y medias, se había dado cuenta de pronto de la presencia de los de primer año.

—Estamos esperando para ser seleccionados, señor. —respondió Irina. No le gustaba ignorar a las personas, o bueno, fantasmas en éste caso, cuando hablan, era de muy mala educación.

—¡Alumnos nuevos! —dijo el Fraile Gordo, sonriendo a todos—. ¡Espero verlos en Hufflepuff —continuó el Fraile—. Mi antigua casa, ya
saben.

Hufflepuff también había sido la antigua casa de su madre.

—En marcha —dijo una voz aguda—. La Ceremonia de Selección va a
comenzar.

Irina sentía un gran peso en su estómago. El corazón le latía con fuerza. Si su madre pudo derrotarlo ¿por qué ella no?

La profesora McGonagall había vuelto. Uno a uno, los fantasmas flotaron a través de la pared opuesta.

—Ahora formen una hilera —dijo la profesora a los de primer año— y
siganme.

Irina se colocó detrás de Steve y detrás de ella se colocó Harry Potter.

Salieron de la habitación,
volvieron a cruzar el vestíbulo, pasaron por unas puertas dobles y entraron en el Gran Comedor.

Estaba iluminado por miles y miles de velas, que flotaban en el aire sobre cuatro grandes mesas, donde los demás estudiantes ya estaban sentados. En las mesas había platos, cubiertos y copas de oro. En una tarima, en la cabecera del comedor, había otra gran mesa, donde se sentaban los profesores. La profesora McGonagall condujo allí a los alumnos de primer año y los hizo detener y formar una fila delante de los otros alumnos, con los profesores a sus espaldas. Los cientos de rostros que los miraban parecían pálidas linternas bajo la luz brillante de las velas. Situados entre los estudiantes, los fantasmas tenían un neblinoso brillo plateado. Irina levantó la vista y vio un techo de terciopelo negro, salpicado de estrellas. Oyó susurrar a una chica: «Es un hechizo para que parezca como el cielo de fuera, lo leí en la historia de Hogwarts».

Era difícil creer que allí hubiera techo y que el Gran Comedor no se abriera directamente a los cielos.

La profesora McGonagall ponía en silencio un taburete de cuatro patas frente a los de primer año. Encima del taburete puso un sombrero puntiagudo de mago. El sombrero estaba remendado, raído y muy sucio.

Bueno, era obvio que no tenían que luchar contra un trol.

—¡Mi madre me había dicho que teníamos que pelear contra un trol de la montaña! —susurró indignada Irina a Steve, quién soltó una débil risa.

Todos observaban el sombrero, como si estuvieran esperando algo. Pasaron unos segundos en completo silencio, entonces el sombrero se movió. Una rasgadura cerca del borde se abrió, ancha como una boca, y el sombrero
comenzó a cantar:

Oh, podrás pensar que no soy lindo,
pero no juzgues por lo que ves.
Me comeré a mí mismo si puedes encontrar
un sombrero más inteligente que yo.
Puedes tener bombines negros,
sombreros altos y elegantes.
Pero yo soy el Sombrero Seleccionador de Hogwarts
y puedo superar a todos.
No hay nada escondido en tu cabeza
que el Sombrero Seleccionador no pueda ver.
Así que pruébame y te diré
dónde debes estar.
Puedes pertenecer a Gryffindor,
donde habitan los valientes.
Su osadía, temple y caballerosidad
ponen aparte a los de Gryffindor.
Puedes pertenecer a Hufflepuff
donde son justos y leales.
Esos perseverantes Hufflepuff
de verdad no temen el trabajo pesado.
O tal vez a la antigua sabiduría de Ravenclaw,
Si tienes una mente dispuesta,
porque los de inteligencia y erudición
siempre encontrarán allí a sus semejantes.
O tal vez en Slytherin
harás tus verdaderos amigos.
Esa gente astuta utiliza cualquier medio
para lograr sus fines.
¡Así que pruébame! ¡No tengas miedo!
¡Y no recibirás una bofetada!
Estás en buenas manos (aunque yo no las tenga).
Porque soy el Sombrero Pensante.

Todo el comedor estalló en aplausos cuando el sombrero terminó su canción. Éste se inclinó hacia las cuatro mesas y luego se quedó rígido otra vez.

—¿Así que sólo hay que ponerse el sombrero? —dijo Irina mientras terminaba de aplaudir. —. Voy a matar a mamá.

La profesora McGonagall se adelantaba con un gran rollo de pergamino.

—Cuando yo los llame, deberán ponerse el sombrero y sentarse en el taburete para que los seleccionen —dijo. —¡Abbott, Hannah! —una chica de trenzas rubias y la cara algo rosada subió al taburete. Le colocaron el sombrero y éste gritó:

—¡HUFFLEPUFF!

La mesa con corbatas amarillas comenzaron a aplaudir.

—¡Bones, Susan!

Bien, a Irina le habían comenzado a sudar las manos. Sólo esperaba que hubiera más chicos con apellido «B».

—¡HUFFLEPUFF! —gritó otra vez el sombrero, y Susan se apresuró a
sentarse al lado de Hannah.

—¡Boot, Terry!

—¡RAVENCLAW!

La segunda mesa a la izquierda aplaudió esta vez. Varios Ravenclaws se levantaron para estrechar la mano de Terry, mientras se reunía con ellos.

El corazón de Irina latía muy rápido.

—¡Black, Irina!

—Suerte —dijo Steve.

Irina sentía sus piernas de plomo mientras se abría paso entre los alumnos que estaban antes que ella. Cuando se encontraba a tan sólo cuatro metros, el camino se le hizo interminable.

Al igual que con los anteriores chicos que fueron seleccionados, todos en el Gran Comedor miraban al próximo que sería seleccionado. Para suerte de Irina, cuando la profesora McGonagall le clocó el sombrero, éste, le tapó los ojos.

—Mhm... Otra Black —dijo una vocecita en su cabeza—, interesante...

«¿Qué es interesante?». Pensó Irina.

—Irías perfectamente en Slytherin... pero también desencajas mucho...

El sombrero realmente se estuvo debatiendo en si enviarla a o no a Slytherin hasta que dijo:

—¡Ya se! ¡GRYFFINDOR!

Irina se quitó el sombrero y la mesa más alejada de la izquierda estalló en vivos aplausos, incluso unos gemelos pelirrojos comenzaron a silbar. Al llegar algunas personas le estrecharon la mano para luego tomar asiento en ahora, la mesa de su nueva casa.

Irina no pudo evitar pensar en la visión que había tenido horas antes

Steve la miraba aterrado. Uno de los miedos del chico era no quedar seleccionado y que lo envíen de nuevo a casa.

Brocklehurst, Mandy fue a Ravenclaw, pero Brown, Lavender fue a Gryffindor haciendo que ésta vez Irina también aplauda mientras la chica caminaba a la mesa.

—¡Bulstrode, Millicent!

—¡SLYTHERIN!

—¡Finch-Fletchley, Justin!

—¡HUFFLEPUFF!

—Finnigan, Seamus. —El muchacho estuvo sentado un minuto entero, antes de que el sombrero lo declarara un Gryffindor.

—Granger, Hermione.

La chica casi corrió hasta el taburete y se puso el sombrero, muy nerviosa.

—¡GRYFFINDOR! —gritó el sombrero.

Cuando Neville Longbottom, el chico que perdía su sapo, fue llamado, se tropezó con el taburete. El sombrero tardó un largo rato en decidirse. Cuando finalmente gritó: ¡GRYFFINDOR!, Neville salió corriendo, todavía con el sombrero puesto y tuvo que devolverlo, entre las risas de todos, a Steve quién parecía que le daría un ataque.

—¡GRYFFINDOR!

Irina aplaudió con mucho entusiasmo. Incluso a Steve le volvieron los colores a la cara.

—¡Estamos juntos! —dijo Steve mientras se sentaba frente a Irina.

—¡Micent, Sarah!

—¡HUFFLEPUFF! —gritó el sombrero y la chica se encaminó a la mesa.

—¡Malfoy, Draco!

McGonagall ni siquiera término de colocarle el sombrero cuándo éste gritó:

—¡SLYTHERIN!

Moon y Nott fueron a Slytherin.

—¡Pamell, Alex!

—¡SLYTHERIN!

Parkinson... Después unas gemelas, Patil y Patil... Más
tarde Perks, Sally-Anne... y, finalmente:

—¡Potter, Harry!

Mientras el chico se adelantaba todo el Gran Comedor estalló en susurros:

—¿Harry Potter?

—¡Es él!

Cuando le colocaron el sombrero en el ambiente se sentía una gran tensión que se esfumó segundos después cuando el sombrero gritó:

—¡GRYFFINDOR!

Harry recibía la aclamación mas sonora de toda la noche. Los mismos gemelos que antes habían silbado ahora gritaban «¡Tenemos a Potter! ¡Tenemos a Potter!»

Y ya quedaban solamente tres alumnos para seleccionar. A Turpin, Lisa le tocó Ravenclaw.

—¡Weasley, Ronald!

El chico tenía una palidez verdosa. Se encaminó al taburete y segundos después el sombrero gritó: ¡GRYFFINDOR!

Otra vez, volvieron a aplaudir.

—Bien hecho, Ron, excelente —dijo pomposamente el prefecto de Gryffinfor mientras que Zabini, Blaise era seleccionado para Slytherin.

La profesora McGonagall enrolló el pergamino y se llevó el Sombrero
Seleccionador.

Albus Dumbledore se había puesto de pie. Miraba con expresión radiante a los alumnos, con los brazos muy abiertos, como si nada pudiera gustarle más que verlos allí.

—¡Bienvenidos! —dijo—. ¡Bienvenidos a un año nuevo en Hogwarts! Antes de comenzar nuestro banquete, quiero decirles unas pocas palabras. Y aquí
están, ¡Papanatas! ¡Llorones! ¡Baratijas! ¡Pellizco!... ¡Muchas gracias!

Se volvió a sentar. Todos aplaudieron y vitorearon.

Fuentes abarrotadas de comida aparecieron. Irina y Steve se miraron y se sirvieron un poco de todo.

—¿Por qué no me dijiste que habría un banquete? —preguntó Steve con la boca llena de pollo y pan.

—Estaba más preocupada por el supuesto trol que por el banquete.

—Eso tiene muy buen aspecto —dijo con tristeza el fantasma de la gola, observando a Harry Potter mientras éste cortaba su filete.

—¿No puede...?

—No he comido desde hace unos cuatrocientos años —dijo el fantasma—. No lo necesito, por supuesto, pero uno lo echa de menos. Creo que no me he
presentado, ¿verdad? Sir Nicholas de Mimsy-Porpington a su servicio. Fantasma Residente de la Torre de Gryffindor.

—¡Yo sé quién es usted! —dijo súbitamente Ron Weasley—. Mi hermano me lo contó. ¡Usted es Nick Casi Decapitado!

—Yo preferiría que me llamaran Sir Nicholas de Mimsy... —comenzó a
decir el fantasma con severidad, pero lo interrumpió Seamus Finnigan, el del pelo color arena.

—¿Casi Decapitado? ¿Cómo se puede estar casi decapitado?

Sir Nicholas pareció muy molesto, como si su conversación no resultara como la había planeado.

—Así —dijo enfadado. Se agarró la oreja izquierda y tiró. Toda su cabeza se separó de su cuello y cayó sobre su hombro, como si tuviera una bisagra.

Era evidente que alguien había tratado de decapitarlo, pero que no lo había hecho bien. Pareció complacido ante las caras de asombro y volvió a ponerse la cabeza en su sitio, tosió y dijo: ¡Así que nuevos Gryffindors! Espero que este año nos ayuden a ganar el campeonato para la casa. Gryffindor nunca ha estado tanto tiempo sin ganar. ¡Slytherin ha ganado la copa seis veces seguidas! El Barón Sanguinario se ha vuelto insoportable... Él es el fantasma de Slytherin.

Irina miró hacia la mesa de Slytherin y vio un fantasma horrible sentado allí, con ojos fijos y sin expresión, un rostro demacrado y las ropas manchadas de sangre plateada. Estaba justo al lado de Draco Malcoy, no parecía muy contento con su presencia.

—¿Cómo es que está todo lleno de sangre? —preguntó Seamus con gran interés.

—Nunca se lo he preguntado —dijo con delicadeza Nick Casi Decapitado.

Cuando hubieron comido todo lo que quisieron, los restos de comida desaparecieron de los platos, dejándolos tan limpios como antes. Un momento más tarde aparecieron los postres. Trozos de helados de todos los gustos que uno se pudiera imaginar; pasteles de manzana, tartas de melaza, relámpagos de chocolate, rosquillas de mermelada, bizcochos borrachos, fresas, jalea, arroz con leche...

Irina se estaba sirviendo unas fresas y unos brownies cuando el tema de las familias surgió.

—Yo soy mitad y mitad —dijo Seamus—. Mi padre es muggle. Mamá no le dijo que era una bruja hasta que se casaron. Fue una sorpresa algo desagradable para él.

Los demás rieron.

Era el turno de ella.

—Yo soy sangre pura, vivo con mi madre y mi padrino —Irina se encogió de hombros. Agradeció que nadie preguntara: ¿Y tu padre?—. No hay mucho más ¿y tú Neville?

—Bueno, mi abuela me crió y ella es una bruja —dijo Neville—, pero la
familia creyó que yo era todo un muggle, durante años. Mi tío abuelo Algie trataba de sorprenderme descuidado y forzarme a que saliera algo de magia de mí. Una vez casi me ahoga, cuando quiso tirarme al agua en el puerto de
Blackpool, pero no pasó nada hasta que cumplí ocho años. El tío abuelo Algie había ido a tomar el té y me tenía agarrado de los tobillos y colgando de una ventana del piso de arriba, cuando mi tía abuela Enid le ofreció un merengue y él, accidentalmente, me soltó. Pero yo reboté, todo el camino, en el jardín y la calle. Todos se pusieron muy contentos. Mi abuela estaba tan feliz que lloraba. Y tendrían que haber visto sus caras cuando vine aquí. Creían que no sería tan
mágico como para venir. El tío abuelo Algie estaba tan contento que me compró mi sapo.

—Yo soy nacido de muggles —comenzó a decir Steve—, ambos son médicos. Se sorprendieron muchísimo cuando el profesor Flitwick llegó a mi casa, tuvo que encantar la tetera para que mis padres le creyeran. Papá estuvo muy emocionado cuando fuimos al Callejón Diagon.

Por último, también desaparecieron los postres, y el profesor Dumbledore se puso nuevamente de pie. Todo el salón permaneció en silencio.

—Ejem... sólo unas pocas palabras más, ahora que todos hemos comido y bebido. Tengo unos pocos anuncios que hacerles para el comienzo del año.

»Los de primer año deben tener en cuenta que los bosques del área del castillo están prohibidos para todos los alumnos. Y unos pocos de nuestros antiguos alumnos también deberán recordarlo.

Los ojos relucientes de Dumbledore apuntaron en dirección a los gemelos pelirrojos.

—El señor Filch, el celador, me ha pedido que les recuerde que no deben hacer magia en los recreos ni en los pasillos.

»Las pruebas de quidditch tendrán lugar en la segunda semana del curso. Los que estén interesados en jugar para los equipos de sus casas, deben ponerse en contacto con la señora Hooch.

»Y por último, quiero decirles que este año el pasillo del tercer piso, del lado derecho, está fuera de los límites permitidos para todos los que no deseen una muerte muy dolorosa.

—¿Lo dice enserio? —preguntó Steve en un susurro.

—Yo diría que sí.

—¡Y ahora, antes de que vayamos a acostarnos, cantemos la canción del colegio! —exclamó Dumbledore.

Cada uno escogió la melodía que quería y los últimos en terminar fueron los gemelos Weasley.

—¡Ah, la música! —dijo, enjugándose los ojos—. ¡Una magia más allá de todo lo que hacemos aquí! Y ahora, es hora de ir a la cama. ¡Salgan al trote!

Los de primer año de Gryffindor siguieron a Percy a través de grupos bulliciosos, salieron del Gran Comedor y subieron por la escalera de mármol. Irina estaba adormecida por toda la comida que había consumido. Estaba tan dormida que ni se sorprendió al ver que la gente de los retratos, a lo largo de los pasillos, susurraba y los señalaba al pasar; o cuando Percy en dos oportunidades los hizo pasar por puertas ocultas
detrás de paneles corredizos y tapices que colgaban de las paredes. Subieron más escaleras, bostezando y arrastrando los pies y, cuando Irina comenzaba a preguntarse cuánto tiempo más deberían seguir, se detuvieron súbitamente.

Unos bastones flotaban en el aire, por encima de ellos, y cuando Percy se acercó comenzaron a caer contra él.

—Peeves —susurró Percy a los de primer año—. Es un duende, lo que en las películas llaman poltergeist. —Levantó la voz—: Peeves, aparece.

La respuesta fue un ruido fuerte y grosero, como si se desinflara un globo.

—¿Quieres que vaya a buscar al Barón Sanguinario?

Se produjo un chasquido y un hombrecito, con ojos oscuros y perversos y una boca ancha, apareció, flotando en el aire con las piernas cruzadas y empuñando los bastones.

—¡Oooooh! —dijo, con un maligno cacareo—. ¡Los horribles novatos! ¡Qué divertido!

De pronto se abalanzó sobre ellos. Todos se agacharon.

—Vete, Peeves, o el Barón se enterará de esto. ¡Lo digo en serio! —gritó enfadado Percy. Peeves hizo sonar su lengua y desapareció, dejando caer los bastones sobre la cabeza de Neville. Lo oyeron alejarse con un zumbido, haciendo
resonar las armaduras al pasar.

—Tienen que tener cuidado con Peeves —dijo Percy, mientras seguían avanzando—. El Barón Sanguinario es el único que puede controlarlo, ni siquiera nos escucha a los prefectos. Ya llegamos.

Al final del pasillo colgaba un retrato de una mujer muy gorda, con un vestido de seda rosa.

—¿Santo y seña? —preguntó.

Caput draconis —dijo Percy, y el retrato se balanceó hacia delante y dejó ver un agujero redondo en la pared. Todos se amontonaron para pasar (Neville necesitó ayuda) y se encontraron en la sala común de Gryffindor; una habitación redonda y acogedora, llena de cómodos sillones.

Percy condujo a las niñas a través de una puerta. Cuando Irina entró a su nuevo cuarto, se desplomó sobre una de las camas que estaba al lado de una de las ventanas.

Lo que más le dolió fue tener que levantarse para quitarse el uniforme y colocarse su pijama color rojo.

Sin embargo, eso no le quitó el sueño ya que apenas puso (otra vez) su cabeza en la almohada cayó en un profundo sueño.

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