Epílogo
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Narra Serena:
Habían pasado seis años de aquella guerra donde tres pueblos pelearon juntos. Gracias a aquella batalla, el mundo no solo conocía la existencia de Wakanda, ahora Talokan y Aztlán eran parte del mundo contemporáneo; también se hablaba sobre el pueblo Tlaxcalteca y de cómo este seguía vivo a pesar del tiempo y del cómo terminó muriendo por la avaricia de sus lideres, pero Aztlán aceptaba a aquellos que se habían redimido ante la Tlatoani.
Al inicio, el pueblo de Aztlán temía que el mundo fuera a destruir sus tierras tal y cómo lo habían hecho los conquistadores españoles con el resto del país. La Tlatoani de Aztlán y la Reina de Wakanda habían llegado a un acuerdo con la ONU de que ningún país atacaría a sus pueblos incluyendo al pueblo de Talokan, aún si su gobernante jamás había hecho aparición ante las Naciones Unidas. Y en caso de que algún país se atreviera a romper el acuerdo, el castigó sería severo y las posibilidades de un "perdón" serían nulas.
De vez en cuando, la Reina de Wakanda y la Tlatoani de Aztlán se visitaban mutuamente para ponerse al corriente de nuevos sucesos que acontecían en dichos reinos, pero esas estadías no duraba mucho, ya que, desde que los pueblos se hicieron públicos, ha habido intentos de saqueos en ambas naciones y había que hacer justicia, pues, no estaban respetando el acuerdo que se había hecho y firmado en la ONU.
Durante los seis años que pasaron, Aztlán prosperó aún más, gracias a la ayuda de Shuri y los científicos de ambos lugares. La seguridad aumento, el comercio cambio e incluso la forma de vestir se modernizo, pero sin perder el estilo que llevábamos usando desde hace siglos. A Shuri le parecía raro que no se hubiese implementado la moda moderna, pero no era porque la Tlatoani no quisiera hacerlo, era porque el pueblo estaba acostumbrado a lo mismo y les gustaba estar como estaban. Sin embargo, cuando se comentó lo de cambiar su forma de vestir, el pueblo aceptó, muchos atuendos cambiaron, pero los trajes ceremoniales seguían siendo usados en festivales y rituales, respetando sus armonías en colores y telas.
—¿Qué pasó con Kukulkán? —preguntó el pequeño niño frente a mí.
—Nadie sabe —respondí con tristeza.
—¿Por qué? —el niño me veía con sus ojos llenos de dudas.
—Pues... —miré mis manos y me puse a jugar con ellas—. Después de la guerra, él se alejo de Aztlán y Wakanda.
—Pero me contaste que él se había enamorado —ladeó su pequeña cabecita.
—Y así fue —admití—. Él se había enamorado de la Tlatoani, iban a convertirse en esposos, pero el miedo logró convencerla de que para cuidar a su pueblo, ella debía estar sola.
—¡Eso no es justo! —cruzó sus brazos mostrando su enojó.
—¿Por qué? —acaricié su espalda para tranquilizarlo.
—En Aztlán, todos dicen que ella también se había enamorado de él —explicó mientras veía el paisaje frente a nosotros—. Todos me dijeron que se iban a casar y nadie me quiso decir porque se dejaron de amar. Acaso... ¿se dejaron de amar?
—A veces, las cosas no duran tanto, pero los recuerdos lo mantienen vivos y duraderos —le sonreí esperando una respuesta similar, pero el pequeño solo me fulminaba con la mirada.
—Entonces... ¿ya no se aman? —preguntó haciendo un puchero.
—La Tlatoani nunca dejó de amarlo, pero desde que el rey de Talokan se fue... —hice una pausa dejando salir un largo suspiro— nadie supo si él siguió amandola.
—¡Yo puedo buscarlo y preguntarle! —el pequeño niño levanto sus brazos hacía el cielo, señalando que estaba listo para su primera misión.
—Eso no se puede —respondí.
—¿Por qué? —el pequeño bajo sus brazos un tanto desmotivado.
—Después de que ambos gobernantes se alejaran, la Tlatoani prohibió cualquier contacto con Talokan —lo mire con tristeza.
El niño dejo caer sus brazos y bajo la mirada. Su respiración comenzó a entrecortarse y una pequeña lágrima de deslizo por su mejilla.
—¿No volvieron a verse en esos seis años?, ¿no paso nada más? —preguntó sin levantar la mirada.
—Pues... la Tlatoani descubrió uno de los mayores regalos que la vida le pudo dar —sonreí para mi misma.
—¿Cuál? —por fin levantó la mirada con su carita llena de curiosidad.
—Iba a tener un bebé. —respondí sin más, pero el pequeño frente a mí me miraba confundido, cómo si la respuesta no fuese suficiente y que daría entrada a nuevas dudas.
—¿Un bebé? —limpió sus mejilla con el dorso de su pequeña mano.
—Un hijo de Aztlán y de Talokan.
—¿Cómo? —se acomodó del modo que quedo más cerca de mí, esperando una explicación digna de tal noticia.
—Eso lo sabrás más adelante.
—Pero...
—Cuando seas mayor, lo entenderás.
—Pero mamá... —rezongo.
—Shhh... —estiré mis brazos para poder abrazarlo.
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Seis años atrás
Narra Namor:
Me encontraba sentado en mi trono, tenía la mirada fija en el collar destrozado que pensaba regalarle a Serena justo antes de que iniciará aquella guerra sin sentido.
El corazón me dolía y los ojos no dejaban de arderme, la ansiedad y la tristeza se habían apoderado de mí y por más que quisiera hacer algo, no podía acercarme a Aztlán sin alertar a su gente y a su Tlatoani.
Hacía más de seis meses que no sabía de ella, no tenía noticias por parte de nadie, ni siquiera de la reina de Wakanda, y eso que yo creía que eran amigas o hasta donde yo sabía.
No lo pensé dos veces, deje el vestigio del collar en el descanso del brazo y salí nadando con rapidez hacia la superficie. Ya no podía estar sin saber nada de ella, La última vez que había tenido noticias sobre Serena, fue cuando Shuri me dijo que ella estaba pasando por un gran cambio, supuse que era la reconstrucción de su pueblo; había recibido demasiados daños y mi ayuda no fue solicitada ni bienvenida cuando intenté volver.
En el camino hacía Aztlán, observe una nave Wakandiana muy familiar, iba descendiendo y acercarme podría ser un error. Desde lo alto, observé a Shuri ser recibida por Tupoc, uno de los guardias de Serena, para desaparecer tras la nueva entrada a Aztlán. Todo estaba modernizado, la entrada ya no era una simple roca y ya no la dejaban sola, pues, había dos filas a los costasos recibiendona Shuri. También note que campo que rodeaba toda la extensión del territorio de Aztlán, se había fortalecido, así los extraños y aquellos que pudieran intentar saquear al pueblo, no encontrarían jamás su ubicación.
Anteriormente Aztlán había tenido un camuflaje, pero era más débil y fácil de derrumbar, fue así como ataqué aquella vez.
Detecte movimiento en la entrada, era Shuri y al parecer, su visita había sido fugaz, subió a su nave y esta comenzó a ascender. Aproveché la oportunidad para ir en dirección a Wakanda, pero sin llegar al reino, pues, me cruzaría en su camino para poder llamar su atención y así fue. Cuando me puse frente a la nave, esta se detuvo y comenzó a descender para así permitir la salida de su reina.
—Reina Shuri. —fui descendiendo muy lentamente.
—Namor. —respondió fría.
—Lamento interrumpir tu viaje, pero...
—Pero quieres saber de ella —me interrumpió. Cruzó sus brazos sobre su pecho y suspiro—. No puedo ayudarte.
—Hace seis meses que no sé nada de ella —reclamé—. Creí que iba a recibir alguna noticia.
—¿Y no fue así? —colocó sus manos sobre su cintura.
—¡Claro que no! —levanté la voz. En ese momento, su guerrera Okoye, bajó de la nave y se posicionó en uno de sus costados.
—Namor, se que te di mi palabra.
—Y dejaste de cumplirlo.
—Lo sé, pero ya no puedo contarte más —agitó sus manos hacia el frente y suspiro de nuevo—. Realmente lo lamento, pero...
—¿Pero? —di un paso al frente esperando una razón lógica del por qué de su incumplimiento a nuestro trato.
El silencio goberno durante unos segundos antes de verla sacar una clase de dispositivo de su bolsillo y acercarse a mí.
—Sabía que esta conversación tarde o temprano iba a suceder y aunque yo deba de callar —me entregó el dispositivo—, tú te darás cuenta.
—¿Qué? —desvíe la mirada del dispositivo para mirarla a ella.
—Eso te dará un minuto de ventaja sobre Aztlán para desactivar el escudo una sola vez—comenzó a explicar—, y cuando hayas logrado ver desde lejos a Serena, deberás salir del domo y alejarte. Si el tiempo se acaba antes de que tú logres salir, Serena podría tomarlo como una emboscada y no tendrá piedad.
—Eso lo sé, pero —me interrumpió.
—Entonces, sé rápido y aléjate en cuanto puedas —dio media vuelta para dirigirse a la nave Wakandiana, pero se detuvo unos instantes y giró levemente su cuerpo—. Ah, y antes de que se me olvidé, no te acerques a ella por ningún motivo. Y si lo que ves no te gusta, yo no tendré piedad en atacar a Talokan si acaso te atreves a hacerlo con Aztlán.
Volvió a continuar su camino y la nave despegó, alejándose rápidamente del lugar en donde se había detenido momentos antes.
Miré el dispositivo en mi mano, era una clase de control con un pequeño botón.
Estaba llenó de dudas por lo que se refería Shuri con que algo no me fuera a gustar, pero igual me arriesgaría a ver a Serena aún si solo fueran un par de segundos.
Al igual que la nave Wakandiana, alcé el vuelo de regreso a Talokan y así como me lo indicó Shuri, desactivé el campo y me adentre a territorio mexica.
Surcaba el cielo de Aztlán, buscando a Serena con la mirada y debía darme prisa si queria evitar una nueva guerra. A lo lejos, logré escuchar la voz de una mujer que gritaba el nombre de la Tlatoani, así fue que la seguí para lograr llegar hasta donde se encontraría la mujer que aún causaba que mi corazón se acelerara. Cuando por fin logré ver a Serena, esta se encontraba de espaldas, pero cuando escuchó ser nombrada por aquella mujer que gritaba su nombre, giró sobre su eje revelándome una sorpresa, qué llenó mi corazón de miedo y dudas. Serena llevaba a un bebé en sus brazos, movía su cuerpo de un lado a otro para arrullarlo a la vez que ponía atención a la voz de aquella mujer. No podía especular ni sacar conclusiones de lo que estaba viendo, pero sin duda alguna, tenía miedo. Tal vez el bebé era de alguna mujer que recién hubiese parido o incluso de quién estuvo llamándola por si nombre, pero Serena tenía un aspecto un tanto diferente, se le veía agotada y a la vez feliz, eran las características que alguna vez vi en el rostro de las Talokanies que se convertian en madres.
Un nudo se formó en mi garganta, quería un explicación, quería acercarme y entender que estaba sucediendo, pero el golpe fue aún más fuerte cuando vi a un hombre acercarse a ella, este la abrazo y acarició el rostro del bebé. No pude soportarlo más, mi corazón se había roto; Serena había encontrado a su rey.
El pitido del dispositivo me hizo reaccionar, era la señal para salir de ahí y alejarme, ya no había razón para acercarme ni intentar algo, yo ya no era parte de la vida de Serena.
Me alejé de Aztlán, pero no logré llegar ni a la mitad del caminó cuando me derrumbé. El dolor en mi corazón era insoportable, me faltaba el aire y un jadeo salió de mi boca, sin poder aguantar más, comencé a llorar; la última vez que lo había hecho fue cuando mi madre falleció y tuve ocultarme para que nadie me viera, justo cómo lo hacía en ese momento. Golpeé el suelo, maldije una y otra vez, y me arrodillé ocultando mi rostro en mis manos hasta pegar mi cabeza al suelo. Fue la primera vez que deseé morir, pero ese sentimiento lo oculté de la misma forma que oculté el dolor que sentí durante la muerte de mi madre; oculté mi sentir para que Talokan no sufriera conmigo y no le tomaran odio o rencor a la que alguna vez creyeron ser su reina.
Llegue a Talokan, veía a la gente ir y venir, de un lado a otro, todos regaládome una sonrisa en cuanto me veían pasar. Por mi parte y con gran pesar, tuve que fingir una sonrisa y aún así no paso desapercibida por Namora y Attuma, ambos preguntaban para saber que me estaba pasando y que era lo que había ocurrido para ponerme en ese estado de silencio, cada que se acercaba yo me alejaba y trataba de desviar la conversación, Attuma dejó de insistir, pero Namora continuó intentando una y otra vez.
—¡Dije que ya basta! —la miré con furia, ella solo me miraba de vuelta sin inmutarse.
—Attuma —este asintió con la cabeza—. Continúa con tu labor, por favor.
Attuma se alejo nadando a toda velocidad dejándome completamente solo con Namora, ella continuaba con la mirada fija sobre mí.
—¿Ella...? —ladeó levemente su cabeza a un lado, ni siquiera le permití terminar lo que iba a decir.
—No volverán a mencionarla —indiqué—. Ella continuó con su responsabilidades y yo haré lo mismo con para Talokan. Ahora... puedes irte.
Le di la espalda esperando a que se fuera de ahí, solo logré escuchar el sonido del agua al desplazarse cuando ella se fue nadando del lugar.
Me quede sin moverme un solo milímetro, la imagen de Serena con el bebé en brazos y aquel hombre hizo que mi corazón volviera a romperse; levanté la mirada y vi el collar que se encontraba aún en el descanso de los brazos, fue en ese momento en el que me di cuenta que ella y yo, no volveríamos a estar juntos.
Actualidad
Reía mientras jugaba con los niños de mi pueblo, me habían pedido jugar con ellos al juego de la pelota, cada uno de ellos se movía de una forma ágil y golpeaban la pelota con la cadera con tanta fuerza, qué pasaba disparada por mis costados.
Pedí un descanso, ellos aceptaron y al poco tiempo ya estaban volviendo a jugar, pero esta vez sin mí.
Mientras veía jugar a los niños, Attuma se acercaba con rapidez hacia nosotros.
—¿Qué sucede? —pregunté confundido.
—Uno de los guardias avistó a la Tlatoani de Aztlán —dijo jadeante.
Un pitido sacudió mis oidos, el frío recorrió mi espalda y el corazón me comenzó a latir con fuerza.
—¿Qué? —volví a preguntar, quería confirmar que había escuchado bien y que no era parte de mi imaginación.
—Ella está aquí —afirmó asintiendo con la cabeza cómo último gesto.
Dude por un instante en si debía salir y comprobarlo con mis propios ojos, pero por un instante recordé aquellas palabras de Serena donde prohibían cualquier relación entre Aztlán y Talokan, por ese mismo instante tuve miedo de que fuera una declaración de guerra, qué no tendría sentido. ¿Por qué otra razón iba a estar tan cerca de Talokan?
Sin perder más tiempo, ordené que gran número de guerreros se quedarán cuidando a la gente y la entrada a Talokan, mientras que yo me arriesgaría a ir solo a la superficie con la indicación de que en caso de peligro, daría mi señal.
Fui ascendiendo poco a poco y al salir por completo del mar, busqué por todos lados a Serena con la mirada hasta que la encontré. Estaba sentada casi en la punta de la pirámide que había cerca a la orilla de mar, llevaba puesto un vestido blanco con ornamentos de oro alrededor de su cuello y en sus muñecas, el cabello lo llevaba suelto y este era levemente despeinado por la pequeña brisa que se sentía.
Vi cómo se ponía de pie y a los pocos segundos, apareció un pequeño que había estado escondido tras de ella, el corazón me dio un vuelco cuando logré ver la forma de sus orejas y el color de sus dedos mientras tomaba de la mano a Serena.
Ambos comenzaron a elevarse en el aire para avanzar lentamente hacía la orilla de la playa, sin pensarlo, hice lo mismo quedando a unos cuantos metros de distancia. El sonido de las olas era lo único que apaciguaba el silencio entre nosotros.
—Kukulkán —escuché pronunciar mi nombre con tanta seguridad.
—Atotoztli... —susurré. No era común que yo la llamara por su verdadero nombre, pero era algo que en ese momento creí que lo ameritaba.
Ella junto con el niño avanzaron con calma acercándose más y más a mí hasta acortar la distancia entre nosotros, pero sin acercarse lo suficiente.
—Yo... —hizo una pausa.
—Ha pasado mucho tiempo —fue lo único que pude decir.
—Si, lo sé... —susurró.
Me agaché colocando una rodilla sobre la arena, miré al pequeño y le sonreí.
—Y... ¿quién acompaña a la Tlatoani? —el pequeño niño volteó a ver a Serena y esta asintió con la cabeza.
—Mi nombre es Ameyal, hijo de la Tlatoani Atotoztli e hijo heredero de Aztlán —me sorprendió al escucharlo hablar en un perfecto Maya, pero la duda nació en mí al no escucharlo decir el nombre de su padre
—Es... un placer conocerlo, príncipe de Aztlán —hice una reverencia con la cabeza y volví a ponerme de pie.
—Y también... —volvió a hablar el pequeño Ameyal, pero ya no en maya y tampoco en náhuatl.
Serena lo miraba atentamente con una línea delgada en los labios en forma de sonrisa.
—¿Si? —pregunté en señal de que continuará para que no tuviera miedo.
—Y también... —volvió a hacer una pausa—. Soy hijo de Talokan.
Sus palabras retumbaban en mis oídos cómo si estuviéramos en una cueva, miré al pequeño Ameyal y luego miré a Serena que me mostraba una gran sonrisa dejando ver la hilera superior de sus dientes a la par de que unas cuantas lágrimas rebeldes deslizándose por sus mejillas.
Me dejé caer sobre mis rodillas contra la arena, la sensación de tranquilidad y emoción comenzaron a apoderarse de mi cuerpo, estaba deseando que lo que había escuchado fuera real y no una alucinación en mi cabeza.
Volteé de nuevo a ver a Serena, ella estaba limpiando sus mejillas con el dorso de la mano que tenía libre.
—¿Él es mi...? —la voz se me había entrecortado dificultándome el poder hablar.
—Si —respondió—. Es nuestro hijo.
Solté a llorar, ahora todo tomaba sentido cuando cuestioné a Shuri sobre el bebé, ella siempre desviaba la conversación y se le escapó el decir que se parecía a su padre, y lo era; veía su parecido conmigo.
Ameyal se soltó de la mano de Serena y se echó a correr en mi dirección, me abrazo con todas sus fuerzas y le regresé el abrazo del mismo modo teniendo cuidado de no lastimarlo.
—Sé que debí decírtelo, pero tenía miedo y... —la interrumpí acercándome a ella y robándole un beso a los bellos labios con los que llevaba soñando tantos años.
—Estamos juntos, siempre lo estuvimos —besé su frente y ella me envolvió entre sus brazos.
Ahí sobre la arena, sentados uno junto al otro, veíamos jugar a nuestro hijo con la arena. Serena me contó todo lo que había sucedido después de separarnos y de cómo se dio cuenta de que estaba embarazada y lo difícil que fue el parto; me dolía no haber podido compartir esos momentos junto a ella, me mostró las fotos que Shuri le había tomado durante el embarazo, las fotos de cuando Ameyal se encontraba en los brazos de Serena cuando era un recién nacido y de la ceremonia dónde Ameyal fue presentado al pueblo y a los Dioses.
—Estuviste sola durante la ceremonia —la miré con tristeza. Sabía que ese ritual debían estar presente ambos padres, y que ella la haya pasado sola me mataba de tristeza.
—No lo estuve —respondió. Por un momento me dio miedo escuchar su respuesta completa—. Mis amigas estuvieron ahí y... tú siempre estuviste a mi lado aún si no estabas ahí físicamente.
La tomé del rostro con ambas manos para besarla tiernamente.
—Jamás volveré a dejar que el miedo nos separe —mencioné—. Eso nos separó y ahora no volverá.
Serena me sonrió y volvimos a besarnos siendo interrumpidos por el pequeño Ameyal, quién usaba sus poderes para mojarnos y estallar en un mar de risas.
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El tiempo paso, Ameyal fue presentado a Talokan y todos festejaron alegres de conocer la unión entre ambos pueblos.
Serena y yo volvimos a unirnos, a veces yo pasaba unos días en Aztlán a su lado y ella venía conmigo a Talokan junto con Ameyal.
No pasó mucho tiempo cuando por fin Serena y yo nos casamos frente a nuestros pueblos proclamando la paz y unión de ambos; Shuri, Okoye y Riri junto con el pueblo Wakandiano estuvieron presentes en la ceremonia y también declaramos la paz.
Todos bailaban y algunos tocaban los instrumentos para llenar el lugar con música alegre, había risas y sonrisas por cada rincón.
Busqué a Serena por todos lados hasta que la vi parada a la orilla del río de Aztlán, me acerqué a ella y la rodeé por la cintura con mis brazos y coloqué mi cabeza en uno de sus hombros.
—¿Qué haces tan apartada de la fiesta? —besé su mejilla.
—Miraba el cielo y le contaba a mis padres que por fin podía estar con el amor de mi eternidad —giró con cuidado para quedar de frente y subió sus manos a mi cuello.
—Después de tanto tiempo... —sonreí.
—Tan cerca uno del otro y sin siquiera saberlo —acarició mi mejilla.
—Jamás te dejaré ir, no podría vivir un año y mucho menos un siglo sin ti —besé su frente.
—Jamás te perderé —susurró con unas pequeñas lágrimas en sus ojos.
Volvimos a unir nuestros labios en un beso tierno y lleno de amor. Serena se separó y se puso de puntitas para acercarse a mi oído.
—Estoy embarazada —susurró.
Mi corazón saltó de la emoción, la cargue en mis brazos y di un par de vueltas para después volver a besarla con tanto amor. Ameyal se unió a nuestro festejo y regresamos juntos a la fiesta para anunciar la noticia, todos se alegraron y nos dieron sus bendiciones y buenos deseos para nuestra ahora familia.
Serena, Ameyal y yo nos retiramos de la fiesta que continuó toda la noche.
Llevaba a Ameyal dormido en mis brazos mientras caminábamos juntos para dejarlo en su cuarto, lo dejé sobre su cama y Serena lo arropo para así dejarlo descansar.
Tomados de la mano, salimos del cuarto de Ameyal y caminamos hacia nuestro ahora cuarto. Una vez dentro, Serena se acercó al balcón que era iluminado con la luz de las antorchas y por la luz de la luna, me acerqué a ella y volví a abrazarla por la cintura.
Ambos suspiramos con satisfacción por estar juntos y una vez más Serena giró para mirarme de frente. Acarició mi mejilla con delicadeza y ternura mientras escuchábamos a lo lejos la música proveniente de la fiesta.
—No recuerdo si te lo dije alguna vez —mencioné.
—¿El qué? —ladeó la cabeza con sus ojos tan hermosos llenos de curiosidad.
—In Yaakumech —dije en voz alta y con claridad para ser escuchado.
Serena sonrió.
—In Yaakumech —acercó su rostro al mío y sellamos con un beso nuestro amor, un amor que sería nuestro por muchos siglos.
Fin
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¡Hola!
Por fin doy por concluida esta historia de amor, mi primera historia publicada.
El epílogo estaba destinado a publicarse el año pasado, específicamente el 17 de noviembre que fue el día en que publiqué la historia antes de hacerle tantos cambios a los primeros capítulos.
Esta historia la atesorare con todo mi corazón, pues, es la primera que publiqué y la escribí en modo de prueba para poder quitarme el miedo a dar a conocer y compartir mis historias con ustedes que me leen.
Cómo ya sabrán algunos y otros apenas se podrán estar enterando, tengo otro fanfic que por motivos personales tuve que poner en pausa pero que aún se sigue escribiendo para que también tenga su final. Por otro lado, tomé el caminó de escribir una historia fuera de los universos de los fanfics y si les gustó lo que leyeron en esta historia, los invitó a darse una vuelta a “Mi Doctor Favorito” para que le den mucho amor, deseando que en verdad les guste mucho.
Sin más que agregar.
¡Nos estamos leyendo!
Glosario:
In Yaakumech = Te amo
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