Capítulo Veintiuno
NEGRITAS = Hablan en Maya.
NEGRITAS CURSIVA = Hablan en Náhuatl.
⚠️ ADVERTENCIA ⚠️
Este capítulo contiene posible descripción gráfica de violencia y lenguaje vulgar. Pido discreción.
Si decide continuar la lectura es bajo su propia responsabilidad.
Sin más que agregar; disfruten del capítulo.
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Narra Carlos:
Mi regreso a la Ciudad, no fue lo único que tomó por sorpresa, pues una carta de Serena había llegado con "nuevas noticias", pero no era más que un insignificante mensaje de que estaba bien. Para mi mala gana, tuve que avisar a Shuri de la carta y esta le aviso a Namor, por lo tanto, los tuve a ambos en mi estudio buscando y moviendo cada objeto en él. Quería sacarlos de mi lugar seguro y que no volvieran, pero si hacía eso perdería la oportunidad de llevar a cabo la venganza de mi padre.
Durante la búsqueda de respuestas en mi estudio, tuve que unir fuerzas e ingenio con Namor. Tenía que actuar como si encontrar a Serena fuera tan importante para mí, debía fingir estar tan desesperado como Shuri para no levantar sospechas. Por fortuna, encontramos un par de acertijos y un mapa en uno de los libros que llevaba por título "Aztlán: El mito del pueblo"; Serena había pensado muy bien las cosas para esconder algo tan valioso en mi estudio y yo fui tan idiota como para no descifrarlo. Iba a tomarle foto al mapa para ir por mi lado a buscar lo que fuese que ese mapa ocultara, pero el molesto de Namor me quitó el papel y no dejó que nadie más lo viera, con la excusa de que era para "proteger" el secreto de la ubicación que mostraré el mapa y para evitar ponernos en peligro. Saco un discurso de que debía ser él quién se arriesgara buscando a Serena y que no permitiría que nosotros nos pusiéramos en peligro por buscar a nuestra amiga. No era normal ese interés.
Una vez más, me encontraba frustrado y con los brazos cruzados por no ser yo quien estuviera buscando las respuestas.
Tiempo después, Namor regreso y nos entregó una carta de Serena; Shuri no estaba de acuerdo y planeo conmigo el seguir a aquel sujeto y encontrar la verdad y así fue. Un día seguimos a Namor hasta Valle de Bravo y ahí desde lo lejos, vimos como se adentraba a una cueva a la cual tuvimos que lograr encontrar la forma de entrar y saber que se ocupaba al otro lado. Nos llevó unos cuantos días el descifrar el mecanismo y su respuesta; una vez dentro, quedamos deslumbrado con la magnífica vista que había frente a nosotros. Era un pueblo enorme y bastó, lleno de flora y fauna con una arquitectura tan antigua en donde se respetaba la naturaleza, pero tenía armonía con la arquitectura. A lo lejos escuchamos música que era tocada por tambores, flautas y otros instrumentos, nos preparamos para poder acercanos y ver lo que estaba ocurriendo; frente a nosotros se estaba llevando acabó la peor escena que podría imaginar, Serena y Namor estaban a punto de de besarse, pero el grito de Shuri sacó a todos de su órbita y sus rostros se llenaban de miedo y confusión. Shuri estaba casi por explotar y para ganarme aún más su confianza, tuve que arriesgarme a atacar a la pareja frente a nosotros, llevándome una herida en el costado causada por una lanza de un guardia que estaba cerca de nosotros. Era la excusa perfecta para hacer que Serena se sintiera culpable y poder manipularla con mi situación, pero todo iba de mal en peor; Namor siempre estaba interrumpiendo, siempre estaba cerca de ella y cuando menos lo creí posible, los vi besándose.
Namor se había vuelto mi enemigo, él había arruinado todo el plan que debía llevar a cabo; ya no podría enamorar a Serena y crear una alianza. Mi plan de hacerla mi esposa, se veía opacado por aquel intruso.
Días después, estaba más que recuperado y salí de Aztlán junto con Shuri y su perro guardián, Okoye. La amistad entre Serena y Shuri estaba pendiendo de un hilo y era justo lo que necesitaba para provocar una enemistad. Una nueva ventaja que debía de aprovechar.
Me reuní con Shuri después de haber salido de Aztlán, había pasado bastante tiempo para idear un plan en donde Shuri decidiera atacar Aztlán o Talokan y provocar esa ruptura en la relación de Serena y Namor, pero Shuri reflexionó al grado de querer irse a disculpar con ambos y desearles lo mejor en su relación, y claro que no lo ibaba permitir. Antes de que Shuri saliera de mi estudio, le administré un suero que mi pueblo descubrió hace siglos para intensificar las emociones, y aún más las emociones incorrectas. Al principio, Shuri trató de atacarme, pero el suero hizo efecto tan rápido que quedo como una estatua y solo su respiración era normal. Comencé a provocarla recordándole lo que Namor le había hecho a Wakanda y a ella, que haría lo mismo con Serena o peor aún, que su unión haría que ambos atacarán a Wakanda y tratarán de hacerse con el vibranium de su pueblo; esto funcionó bastante bien, pues, en el momento que pudo mover su cuerpo dio aviso de que crearan armas para prevenir una invasión. Estando bajo los efectos del suero, hice que me invitará a Wakanda y así aprovechar para crear una "discusión", una excusa perfecta para estudiar los puntos débiles de la vigilancia de Wakanda.
El tiempo iba avanzando y yo no recibía algun tipo de noticias por parte de Serena y no fue hasta que mi marioneta, Shuri, me dio aviso del anillo que había en el dedo de Serena; esto fue la gota que derramo el vaso.
Antes de llevar a cabo el siguiente plan, Serena me visitó y llegaba en el momento justo cuando días antes me había llegado unos nuevos ejemplares que encontraron en una excavación; entre los objetos estaba un collar que pertenecía a la madre de Serena, era el regalo perfecto para intentar acercarme a ella.
—Esté será tu favorito. —le pedí a Serena que se acercara a la mesa donde estaba el collar de su madre.
—¿Cómo? —me miró sorprendida y casi al borde de las lágrimas.
—Llego hace un par de días —expliqué—. Es tuyo.
—No, esto le pertenece al museo. —su voz dejaba ver una clara tristeza.
—Modifiqué algunos papeles y es como si nunca hubiese sido encontrado— levanté los hombros librándome de cualquier culpa—. Te pertenece.
Serena tomó el collar y lo llevó a su pecho, después volteó a verme regalándome una sonrisa que me cautivo; me acerque a ella para poder besarla, pero inmediatamente se alejó y se fue del estudio, traté de alcanzarla sin tener éxito. Que idiota fui al creer que un simple collar me haría ganar más terreno en su corazón.
Mi intentó por acercarme a ella no funcionó, eso era obvio y ya no había más remedio que continuar con lo planeado.
Le ordené a mi gente que atacarán a los tres pueblos donde más les dolía, debían de herir a una persona de cada lugar para que la irá de los tres gobernantes explotará y no hubiera forma de controlarla.
El plan iba funcionando, mi gente infiltrada en los tres pueblos me dieron el aviso de que, al fin, los tres gobernantes estaban declarándose la guerra. Una vez que los tres pueblos estuvieran peleando, sería el momento exacto para reclamar lo nuestro. Y así, llegamos al momento en que estaba frente a ella, contándole todo lo que mi pueblo sufrió por culpa de su padre.
Narra Serena:
Mi mente daba vueltas, estaba confundida y tan molesta. Frente a mí estaba la mente maestra de todo el ataque a Aztlán, me había hecho dudar de todo y de todos.
—Ahora ya lo sabes, Serena. —habló Carlos, sacándome de mis pensamientos.
—Todo este tiempo fuiste tú quien trató de fracturar toda la confianza entre Serena y yo. —habló Shuri.
—Si Serena hubiera resultado ser alguien más, jamás lo habría hecho, pero todo se confirmó con la foto que te mande aquel día —volteó a verme—. Ahora enfrenten las consecuencias.
—¿Qué foto? —pregunté en dirección a Shuri.
—Una foto antigua —respondio Shuri—, te la mostraré en cuanto acabemos con este...
Carlos comenzó a reír interrumpiendo a Shuri. El estruendo que había sonado minutos antes, se repetía por segunda ocasión. Shuri y yo volteamos en dirección al sonido y al regresar la mirada hacía Carlos, esté y su gente lanzaron una clase de bombas que disiparon una neblina, cuando se disipó, ni él ni sus seguidores estaban en su lugar; habían desaparecido. Di aviso a todas las tropas, debíamos proteger a Aztlán a toda costa y no dejaría que mi pueblo se viniera abajo solo por la venganza de un sujeto que no conoce la verdad.
Talokanies, wakandianos y mexicanas se encontraban peleando a la par, luchando contra los Tlaxcaltecas por el bien de Aztlán, pero el éxito era nulo. Comenzaron a haber bajas y la culpa me estaba atormentando, la historia se estaba repitiendo y Aztlán volvía a sufrir. Mis padres estarían decepcionados de mí por haberme vuelto tan débil al enamorarme de alguien que no debía. Deseaba con fuerzas que jamás hubiera salido de Aztlán para buscar ayuda, que jamás hubiera ido a Wakanda y que jamás me hubiera involucrado con Namor; pero el "hubiera" no existe y ahora las consecuencias eran desastrosas.
—¡Serena! —gritaba Shuri a unos pasos de mí— ¡Despierta!
—Necesitamos más ayuda de este lado, están acabando con nosotras. —hablaba Okoye a través de las perlas Kimoyo.
—¡Oigan! —ahora era Riri quien hablaba a través las perlas— ¡Mi traje ya recibió muchos golpes, no creo poder aguantar más!
De pronto todo quedo en silencio, cerré los ojos resignándome a perder. Había decepcionado a todos los que confiaban en mí; tantos siglos escondiéndonos y yo siendo gobernante tan sólo para terminar creyendo en el amor y que esto me trajera la desgracia una vez más.
Fallé de forma abismal. Cedería ante Carlos, aceptaría su propuesta y entregaría mi título.
Aún con los ojos cerrados, escuche la voz de mi madre, era como si estuviera teniendo una visión de ella.
—Xocoyotl —escuché su voz tan suave y tranquila—, mírame.
Abrí mis ojos y me encontré con los de ella, era mi madre. Estabamos rodeadas de completo silencio y oscuridad.
—¿Nantli? — di un paso al frente—. Estás aquí...
—No tengas miedo — me sonrió con ternura—. No te equivocaste al escuchar a tu yóllotl. No esta mal el escucharlo.
—Lo es. Si no lo hubiera hecho, nada de esto estaría pasando, Aztlán no estaría sufriendo. —expliqué molesta. Sabía que yo me había equivocado
—No, mi xocoyotl. No cometiste un error —comenzó a acercarse a mí—, mereces ser feliz. Tú no tuviste la culpa de las decisiones que otros tomaron en tu contra —sus ojos mostraban tristeza, pero había tanta seguridad a pesar de ello—. Tu tajtli y yo, estamos orgullosos de la mujer y la Tlatoani en que te haz convertido —posó una mano sobre mi mejilla, se sentía tan real su tacto sobre mi piel—. Abre los ojos y no tengas miedo... No te contengas.
Salí de mi trance y abrí los ojos, el ruido volvió a mis oídos y los gritos de apoyó de las mujeres que luchaban a mi lado, eran cada vez más desesperados.
Mire mis manos, mis dedos tenían su color negro característico; sabía que en mis manos llevaba la tierra que varias veces vio nacer y crecer a gobernantes inteligentes y poderosos, y había uno en particular que lucho hasta el último día de su vida por proteger a su pueblo, mi padre. Siguió adelante a pesar de su pérdida, quiso apoyar a todos los pueblos originarios de Aztlán, pero todos eran orgullosos y solo querían poder y explotar nuestros recursos; querían usarlos para un mal, incluso pudieron ponernos en peligro con los conquistadores. Carlos ignoraba toda la verdad, los Tlaxcaltecas solo buscaban poder y no el bienestar de su gente, por eso se creía que estaban extintos; fueron de los pueblos que se negaron a recibir ayuda de mi padre y de su Aztlán.
Bajé la vista, cerré mis manos en un puño y de mis pulmones salió el aire en un estruendoso gritó, estaba liberando el poder que tanto había reprimido, el que me mortificaba usar por miedo a no lograr controlarlo y crear un caos.
Me elevé en el aire y de mis manos salía ese destelló azul brillante que alguna vez derribo a todos los atacantes que había en aquel cuarto donde mi madre falleció. Lancé los rayos que salían de mis manos para derribar a los invasores que estaban rodeando a Shuri y a los que se iban acercando más y más hacía nosotras.
—¡Shuri, ve! —le señalé un grupo pequeño de Wakandianos siendo atacados.
Shuri corrió a auxiliar a su gente; ella y el grupo lograron vencer a sus atacantes y continuaron en el camino para buscar a quienes más ayudar. Al otro lado, tres Talokanies luchaban contra un grupo grande de Tlaxcaltecas, estos últimos daban pelea a la gente de Namor. Los Talokanies se les veía cada vez más cansados, podía apreciar su debilidad cada vez; volé hacía a ellos y derribe a sus atacantes con los rayos de mis manos, y así, permitiéndoles a los tres el camino dónde se lanzaron al río para tratar de recuperar su fuerza.
—¡Shuri. Serena! —habló Okoye a través de las perlas— Los Tlaxcaltecas se están acercando al palacio. Si no nos damos prisa, atacaran el hospital.
Sin pensarlo dos veces, volé hacia el palacio para encontrarme directamente con los invasores. Estaba lista para derribarlos, cuando frente a mí apareció Namor y comenzó a pelear con ellos; él solo acabo con ese grupo, mostrando su gran habilidad para pelear. Namor volteó a verme como si buscará mi aprobación, lo único que pude hacer fue asentir con la cabeza y continuar con mi camino. Me adentré al palacio y me encontré con un pequeño grupo conformado por wakandianos y talokanies, todos cuidando que el hospital no sufriera daños; la gente no estaba en el hospital, pero si la estructura se dañaba, tardaríamos en reconstruirla.
—Ellos estarán bien, cuidarán del lugar. —Namor hablo tras de mí.
—Lo sé. —lo miré por encima de mi hombro y sin más, volé con rapidez para regresar al campo de batalla.
Aztlán se había vuelto un caos por completo, era como el mismo apocalipsis. El estruendo de bombas de agua y de pólvora resonaban en un eco por la ciudad, yo continuaba usando mis poderes para defender a mis guerreros o a los soldados Wakandianos y Talokanies.
Estaba concentrada en atacar y defender, que sin darme cuenta, una clase de proyectil explosivo fue lanzado en mi dirección, lo único que pude sentir fue como alguien me tomaba en brazos y sin éxito, ambos salíamos disparados contra unos escombros. Mi vista se volvió completamente oscura y una sensación de frío en mi cuerpo me iba recorriendo.
Escuchaba a lo lejos una voz llamándome por mi nombre, la sombra de algo o alguien moviéndose frente a mí se podía notar a través de mis párpados aún cerrados y una sensación de que mi cuerpo flotaba, me invadía. Sentía calor, frío y a veces un escalofrío; era extraño y confuso, y aún que tratará de abrir los ojos para saber que lo causaba, no podía, los párpados me pesaban.
Cuando logre abrir los ojos, la vista hacía el cielo me deslumbro; ya no era tan azul, estaba lleno de nubes grises y el humor negro bailaba con el aire. Unas manos me tomaron de los hombros para levantarme y hacer que me arrodillará.
—Bueno... haz perdido. —la voz de Carlos retumbaba en mi mente, mis sentidos aún estaban tratando de activarse.
—¿Perder? —apenas pude decir, la garganta seca provocó que tosiera.
Una silueta se posicionó frente a mí, está se acuclilló y su rostro quedo a la altura del mío, pero mis ojos no lograban enfocar la imagen de lo que tenía frente a mí.
—Es ahora el momento en que dejas de llamarte Tlatoani. —una mano me tomó por la barbilla y otra tomó uno de los collares en mi cuello, arrancándolo con fuerza— Qué lástima, ese collar ya no servía.
Parpadee un par de veces hasta lograr visualizar el rostro de mi captor, esté sonreía de lado y sus ojos parecían recorrer mi rostro centímetro a centímetro. Por mi parte, logré buscar con la mirada la pieza que había arrancado de mi cuello, era el collar que María me había dado aquella vez cuando la conocí.
—Ya le haz fallado a tu gente —sentí como daba más fuerza a su agarre en mi barbilla, con brusquedad me safe e instantáneamente recibí una cachetada aturdirme una vez más—. Quítate tantas veces quieras —esta vez me tomó de la mandíbula y con más fuerza—, igual terminarás perdiendo.
—¡Déjala! —a un lado, se escuchó la voz de Namor— O te juro que...
—¿Qué? —Carlos soltó mi rostro y miró en dirección hacia Namor, yo hice lo mismo para encontrarme con la escena donde varios Tlaxcaltecas apuntaban hacía su cabeza.
Namor estaba arrodillado, con las lanzas apuntando a su cabeza y miraba con odio a Carlos.
—Ahora no eres tan poderoso, ¿cierto? —Carlos se puso de pie y camino hacia Namor— Deberías verte, te ves patético. No pudiste proteger a esa pobre mujer y a su pueblo —comenzó a reír cínicamente—. Un Dios se enamora de una Diosa y creen que se traicionaron el uno al otro. Cayeron perfectamente en la trampa —volvió a reír—. Si parecen tal para cual. Un idiota se enamoró de una perr...
—¡Cállate! —lo interrumpió Namor.
Carlos me daba la espalda, pero su mirada se concentraba en Namor. En eso, una daga en la mano de Carlos comenzó a tomar protagonismo, era de vibranium y eso bien podría lastimar a alguien tan fuerte como Namor.
—Disfruta de esto... —Carlos levantó su mano, tomando fuerza para apuñalar al arrodillado.
—¡Déja de hacerte el fuerte! —una voz gruesa se escuchó al otro lado del lugar.
Todos volteamos al origen de aquella voz, era un hombre que ya pasaba los 50 años, se parecía mucho a Carlos, solo que esté último era más delgado y no tan fornido. Una sensación de peligro comenzó a golpearme en el pecho, algo en él me parecía tan conocido.
Aquel hombre se acerco a mí mirándome desde lo alto, puesto que, me encontraba aún arrodillada.
—Así que... eres tú —un papel hacía presencia en una de sus manos—, la hija de aquel traidor.
—No se de que me estás hablando. —solté entre dientes.
Sus ojos se entre cerraron y la cólera se notaba en un color rojizo sobre la piel de su rostro. Una vez más, mi mejilla ardía al recibir de nuevo una cachetada. ¿Alguien más quiere soltarme una bofetada? Parecía que era oportunidad para que cualquier lo hiciera.
—Padre, ella es Serena. — Carlos soltó mientras se acercaba a nosotros.
—Tu novia, la imaginaría. —soltó una carcajada; por parte de Carlos, pude notar su molestia.
—Nunca fue imaginaria, ahora esta frente a ti —estiró sus brazos en mi dirección—. Jamás me creíste y ahora la tienes frente a tus ojos.
Carlos parecía esperanzado, al parecer, esperaba una respuesta aprobatoria o de orgullo por parte de su padre, pero jamás la obtendría. Su padre simplemente lo ignoró y volteó a verme.
—Habrías sido una excelente esposa... —hizo una pausa— Lástima que tendrás que morir.
—¡¿Qué?! —Carlos tomó del brazo a su padre— ¡No habíamos quedado en eso!
—¡Cállate y hazte a un lado! —aquel hombre se soltó del agarre de su hijo y tomó la lanza de uno de los Tlaxcaltecas que estaba cerca— Nunca hubo un acuerdo y ella me estorbará. Con su muerte no solo Aztlán me respetará y obedecerá, haremos que los colonizadores sufran y seremos nosotros quienes los gobernaremos.
Carlos lo miraba con rabia, después, nos dio la espalda. Su padre inclinó la lanza y la levantó, lista para atravesarme. Los gritos de súplica de la gente a nuestro alrededor comenzaron a escucharse, todos pedían que me dejaran libre o que Aztlán ya les pertenecía.
—¡Doy mi vida, por mi señora! —gritó Tupoc con tanta fuerza que su voz sobresalía sobre la de todos los que gritaban.
—¡Ya tienen lo que querían, dejen a Serena en paz! —gritaba Shuri con tanta irá, pero su voz se quebró en el último momento. Yo también comenzaría a llorar sí la persona que consideraba como una hermana estuviera a punto de morir.
—¡El vibranium de Talokan les pertenece! —una sensación de vacío me invadió en el pecho cuando Namor gritó.
Ambos hombres frente a mí y yo, volteamos a verlo. Su rostro estaba lleno de dolor, desesperación y las lágrimas habían brotado de sus ojos. Jamás lo había visto llorar, el niño sin amor al que maldijeron, ahora estaba llorando; el hombre que se hacía llamar Namor por sus enemigos y que había mostrado ser tan poderoso e imponente ante todos, se había quebrado frente a nosotros. Sentía una presión sobre mi pecho, quería llorar, pero no podía romperme en ese momento.
—Doy mi vida y el vibranium de Talokan a cambio de que dejen ir a todos—de nuevo ese sentimiento de vacío volvía a estar en mi pecho—. Doy mi palabra.
El silencio se hacía presente, Namor seguía llorando y suplicando; mi corazón latía con fuerza al escuchar que aquel hombre donde se concentraba mi vista, preferida dar su vida a cambio de la mía.
¿Era posible que de verdad él pudiera hacer eso? O acaso... ¿estaba demostrando que él aún siente algo por mí?
—Vaya, vaya, vaya —la voz del hombre que hacía unos segundos amenazaba con atravesarme con la lanza, volvió a escucharse—. Algo habrás hecho bien para que toda esta gente quiera salvarte.
—Si te lo explicó, jamás lo entenderías. —respondí sin miedo a las consecuencias.
—Ya tienes lo que quieres y más —volvió a hablar Namor—. ¡Déjala ir y mátame a mí!
—Hmmm... Si, tienes razón. Ahora tengo lo que me pertenece —la lanza en su mano, dejó de apuntarme—. Es una pena que no sea suficiente.
La lanza volvió a tomar protagonismo y altura. Ahora la silueta del sujeto, dejaba de tener la sensación de que en algún lugar la había visto, él era el dueño de la silueta que siempre aparecía en mis pesadillas, era él de quién me estaban advirtiendo todo esté tiempo; no solo habían sido recuerdos, eran visiones de lo que iba a suceder.
Un "no" se hizo escuchar a nuestro alrededor, mis ojos se cerraron inmediatamente esperando que la lanza atravesará mi pecho y me arrebatará la vida. Una parte de mí estaba lista para partir; los Dioses me habían permitido vivir durante tantos años y así, como me otorgaron esa inmortalidad, me la arrebatarían en cualquier momento, permitiéndome estar por fin junto a mis padres cómo siempre debió ser. La otra parte, no estaba lista para dejar esta vida; si moría en ese momento, mi pueblo sufriría por culpa de un ser avaricioso que solo buscaba hacerse con el vibranium de Aztlán y tal vez, con el Talokan, incluso Wakanda podría estar en peligro.
Ese momento me mantenía en un limbo que parecía tan eterno y a la vez tan corto. Sólo me quedaba esperar que mi muerte fuera amena o tortuosa.
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Glosario:
Nantli = Mamá
Tajtli = Papá
Xocoyotl = Hija
Yóllotl = Corazón
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