Capítulo Veintitrés. Parte Uno: El Final.
NEGRITAS = Hablan en Maya.
NEGRITAS CURSIVA = Hablan en Náhuatl.
⚠️ ADVERTENCIA ⚠️
Este capítulo presenta contenido sexual. Se sugiere discreción.
Lo leerá bajo su propia responsabilidad; si no le agrada el contenido, pido que se salté el capítulo.
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Narra Serena:
El tiempo iba pasando y Aztlán se iba reconstruyendo y a su vez, iba modernizándose por completo, pero así cómo la ciudad iba creciendo en estructura, mi miedo a una nueva guerra no me dejaba dormir.
Había prohibido la entrada a los Talokanies, así como el que los Mexicas fueran a Talokan; no estaba segura de si había tomado una decisión correcta, pero al menos así evitaríamos un enfrentamiento.
Me encontraba en el puente del palacio, ya era recurrente ver al pueblo desde ese lugar y como era costumbre, Shuri estaba a mi lado.
—Vaya que Aztlán está cambiando. —dijo en un tono animado.
—Es gracias a ti, a los científicos y a mi gente —suspire sintiendo nostalgia en mi corazón—. Sé que no ha pasado mucho tiempo desde la batalla, pero al menos la gente se está recuperando y está aceptando lo nuevo en Aztlán. Ojalá mis padres pudieran verlo...
Shuri posó una mano sobre mi hombro regalándome una sonrisa con pena. Ella y yo estábamos en la misma situación, habíamos perdido a nuestra familia, pero así como nos teníamos la una a la otra, contábamos con nuestro pueblo y con ciertas personas que siempre estaban para orientarnos.
Seguíamos concentradas viendo la maravillosa vista que nos ofrecía en aquella altura del puente. Shuri se recargó sobré el barandal y giro levente su cabeza hacia a mí.
—Iyali me contó que hace un tiempo tuviste un fuerte dolor de cabeza —ambas nos miramos—. ¿Aún tienes esos dolores?
—Ya no —sonreí—. La verdad... ese dolor de cabeza no apareció así porque sí.
—¿Qué quieres decir? —se incorporó para recargarse ahora de espaldas.
—Ese dolor de cabeza fue por las visiones que tuve en ese día —admití—. Jamás se lo dije a Iyali, no quería preocuparla. Además, no estábamos solas, Namor estaba cuando sucedió y no quería que supiera de mis sueños y visiones.
—¿Qué visiones tuviste? —fruncio el ceño mientras cruzaba sus brazos sobre su pecho.
—Eran mis sueños —confesé, pero Shuri me miró confundida—. Llevaba siglos soñando con una silueta, pero siempre creí que eran los traumas de la muerte de mi madre y de la invasión que tuvimos en aquella época.
—¿Pero...? —Shuri se inclinó un poco hacia mí.
—Pero se volvieron a presentar, solo que en vez de una pesadilla, fue una visión —un escalofrío recorrió mi espalda—. Ese día que tuve la visión, se presentó a mí la misma silueta, pero bajo sus pies había un charco de sangre y a nuestro alrededor solo se escuchaban gritos y el sonido que provoca el chocar los metales
—Entonces... —hizo una pausa esperando a que le respondiera.
—Si. Todo este tiempo mis pesadillas me estaban advirtiendo lo que iba a ocurrir. —aclaré mi garganta al sentir como un nudo se me hacía.
—¿Qué sucede? —Shuri posó una mano sobre mi hombro. No quería hablar, pero debía, necesitaba desahogarme.
—Namor también estaba en ellas —la miré fijamente. Ella fruncio el ceño y negó con la cabeza—. Tuve la visión de como atacaba a mi pueblo, pero la ignoré por completo. No creí que fuera a suceder.
—Serena... —su voz se volvió un poco ronca y disminuyó su volumen.
—No debí enamorarme —apreté los labios para tratar de controlar las lágrimas que estaban apuntó de derramarse—. Habría evitado todo esto.
—Tal vez —habló después de una larga pausa—, tal vez Namor sigue sin agradarme del todo, pero creo que ambos merecían ser felices. No fue culpa de ustedes que alguien con una venganza que no le correspondía, se entrometiera entre ustedes. Incluyéndome.
—¿Qué? —volteé a mirarla con sorpresa.
—Tenía miedo y no lo voy a negar —se llevó una mano a la nuca—, pero también estaba algo... celosa.
—¿Celosa? —fruncí el ceño confundida— ¿Por qué?
—Porque no quería que te alejaran de mí —bajo la mirada—. Eres la persona más cercana que he tenido junto a Okoye. Te ganaste un lugar en mi familia y... eres como mi hermana. No quería perderte.
—Jamás me ibas a perder. —la miré con ternura tras su confesión.
Shuri y yo no miramos por un par de segundos y comenzamos a reír. Parecía tonto lo que acababa de decir, pero no lo era. La entendía por completo, ella también se había convertido en una hermana para mí, pero jamás quise demostrarlo por el temor a que usaran esa información en nuestra contra.
Narra Namor:
Me encontraba sentado en mi tronó, recordando lo que había pasado hacía poco tiempo. No entendía porque Serena había prohibido la entrada de los talokanies a Aztlán y de la entrada de los mexicas a Talokan, esto último me correspondía a mí porque Talokan está bajo mi mandato y jamás lo había prohibido, pero supongo que podría entenderla.
Mi mirada se mantenía fija en el paisaje frente a mí, podía ver la luz de las calles y de las casas que, apesar de la batalla, habían conservado esa vibra de paz y felicidad, pero el ambiente se sentía raro, muy tenso y no era raro que fuera así.
Estiré un poco mis piernas y bajo mis pies se escuchó un "crack"; al bajar la vista me di cuenta de lo había pisado. Me incline aún estando sentado y recogí los pedazos de collar que había hecho para regalarle a Serena cuando fuera mi esposa; el collar estaba hecho pedazos, lo único que permaneció intacto fueron una pequeña caracola y un prisma de jade. Con el collar en la mano, pensé en nuestra relación que, al igual que el collar, se había fragmentado en miles de pedazos por la codicia de otros y por el miedo de ambos.
El cambio iba a hacer que Aztlán y Talokan se vuelvieran uno mismo a pesar de ser completamente opuestos; nuestra unión habría sido maravillosa y ahora, era mi corazón el que estaba sufriendo.
El sonido de una garganta siendo aclarada, me saco de mis pensamientos; Namora estaba frente a mí y en su rostro, una mirada de tristeza se notaba en ella.
—¿Qué sucede, mi niña? —dejé los pedazos del collar sobre el descanso de los brazos del trono y me acerqué a ella— ¿Qué te mortifica?
—Tu tristeza. —respondió bajando la mirada.
—Yo estoy bien —tome su rostro entre mis manos para que voltera a mirarme—, puedo esto.
—No puedes y todo el pueblo piensa lo mismo. —se safo de mis manos y me dio mas espalda.
—¿Qué quieres decir? —ladee mi cabeza.
—A que debes ir por ella y no dajarla ir —giro sobre su eje para voltear a verme—. Talokan es feliz si tú lo eres con ella.
Me tomaba por sorpresa que fuese Namora quién me decía todo eso, siempre se mantenía fría y cerrada ante la idea de unirme a Serena y a Aztlán, pero ahora... ella quería que yo fuera a buscar a Serena.
—Si no lo haces, no solo perderás tiempo —tomo mis manos con las suyas—, puedes perder al amor de tu vida.
—¿Qué? —la miré con sorpresa, pero me llené de confusión al sentir que guardaba algo en una de mis manos.
Namora se retiró dejándome solo nuevamente, cuando dejé de prestarle atención a su salida, mire mi mano que estaba aún cerrada en un puño; al abrirlo vi lo que menos pensé que fuese a ver, era el anillo de compromiso que le había dado a Serena. Mi cabeza comenzó a darme vueltas, ¿por qué tenía el anillo de Serena?, ¿se lo habrá entregado ella misma o... Namora lo encontró tirado en algún lugar?
La cabeza me dolía de pensar en todas las formas posibles de que Serena hubiese perdido el anillo o de haberse desecho de él, pero por otra lado, tal vez, debería hacerle caso no solo a mis pensamientos sobre ir por ella y salvar lo que aún había en su corazón. Me emocionaba la idea de ir a recuperarla e incluso, mi corazón también lo dictaba y solo dando el primer paso sucederían las cosas.
Narra Shuri:
En el aire había un rumor, se decía que la Tlatoani ya no amaba a Kukulkán; algunos mencionaban que su corazón había muerto el día en que Aztlán fue atacado y algunos otros que no se equivocaban, decían que ella había cerrado su corazón para no ser lastimada. Tenían razón, el corazón de Serena se estaba cerrando y no porque ya no quisiera amar a Namor, si no, porque quería evitar volver a llorar por su gente y por sus muertos; tal vez, era la peor decisión que ella podría haber tomado, pero Serena creía que solo así se aseguraba de no lastimar a nadie, incluyéndolo a él.
Llevábamos poco más de un mes y Aztlán cada vez era más glorioso y espectacular. Mis científicos junto con los de Aztlán mejoraban los sistemas de seguridad y alguno que otro detalle para el hospital. Serena se encontraba demasiado centrada en cuidar a su gente que, a veces, llegaba a no descansar; parecía que ahora los papeles se habían invertido, ahora Serena era la que no dejaba de trabajar y yo era la que se preocupaba por su salud; pero también me importaba su corazón.
Sabía que Serena no decía nada sobre como se sentía con tal de evitar el tema, pero tarde o temprano ella explotaría y ese muro tan algo que construyó en su corazón, se vendría abajo.
Iba caminando por el pasillo que da al estudio de Serena y al entrar, encontré toda la habitación hecha un desastre.
—¿Serena? —la busqué con la mirada.
—Aquí... ¡Ouch! —Serena apareció detrás de su escritorio con una mano en su cabeza.
—¿Qué estás haciendo? —me acerque a donde ella se encontraba.
—Estaba... —dejó de sobar su cabeza—. Estaba buscando algo.
Comenzó a abrir los cajones que había en el escritorio y a sacar todo lo que hubiera en su interior.
—¿Qué es lo que estás buscando? —me posicione frente a su escritorio y levanté una hoja que había encima—. Si me dices, podremos encontrarlo más rápido.
Volví a dejar la hoja en su lugar y levanté la mirada esperando alguna respuesta por parte de ella. Serena suspiró y se recargó contra su escritorio.
—No encuentro el anillo. —pasó una mano por su rostro.
—¿Anillo? ¿Qué anillo? —pregunté confundida.
—El que Namor me dio, el de compromiso. —se desplomó sobre la silla que se encontraba a sus espaldas.
—Tal vez sea tonto preguntar —ahora yo me inclinaba sobre el escritorio—, pero ¿cuando te diste cuenta de que ya no lo traías?
—Siendo sincera —me miró y sonrió con vergüenza—, me di cuenta hace dos días.
—Bueno... Será difícil encontrarlo —caminé hacía el balcón que estaba tras de ella—. Aztlán es enorme y hay mucha agua también, creó que...
—Lo sé... Ya lo perdí. —suspiró con decepción.
Ese anillo fue lo que me saco de mis casillas, pero era la prueba de que Namor tenía buenas intenciones; todo eso lo noté después de despertar de ese largo efecto por la droga y lo confirmé aún más cuando lo vi luchar contra Serena, él jamás la atacó, siempre esquivo los golpes que ella le lanzaba con tal de no lastimarla.
Estuvimos buscando por todo el estudio y el anillo jamás apareció, Serena puso a buscar a su gente por todo el palacio y dado que no aparecía, mando a buscar por todo el pueblo. La gente estaba como loca ,o al menos, los soldados eran quiénes iban de un lado a otro, pero todo fue sin éxito. Serena término por resignarse y dar por terminada la búsqueda del anillo.
Después de la semana agitada por el anillo, era hora de regresar a Aztlán. Busque a Serena y por ningún lado la encontré hasta que llegue con Iyali y Tupoc, ambos me dijeron que estaba en el templo y que llevaba ahí desde temprano. Al llegar todo estaba en completa soledad, aún había vestigios de camas improvisadas, algunas carpas montadas y una que otra arma que fue abandonada en el lugar. El exterior del templo mostraba no solo el desorden de la guerra, tenían una sensación de pesadez y tristeza, no me sorprendería si Serena se estaba sintiendo así en ese momento.
Me dirigí a las escaleras del templo, las subí con mucho cuidado, puesto que, había zonas que se estaban desmoronando; un claro ejemplo de que la batalla no solo daño a los gente, si no, también a su ciudad.
En el interior del templo estaba del mismo modo que en el exterior, telas por un lado, camas improvisadas por otro lado y al fondo de todo subiendo las escaleras, se encontraba Serena arrodillada frente a un altar.
—¿Serena? —había terminado de subir las pequeñas escaleras para llegar hasta donde se encontraba Serena.
No recibí ninguna respuesta por parte de ella, decidí acercarme y tocar su hombro, pero en ese momento Serena se puso de pie y volteó a verme.
—Solo... Estaba rezándole a los dioses. —me regalo una sonrisa forzada, sus mejillas estaban decoradas por una línea cenizas provocadas por las lágrimas.
—Aztlán estará bien —pose mis manos sobre sus hombros—, está en buenas manos.
—Ahora lo estará, pero... —giró un poco sobre su lugar para volver su mirada al altar— rezaba para pedirles por el descanso de mi gente.
Nos quedamos en silencio durante un par de minutos hasta que Serena rompió ese lapso.
—Es hora de irte, ¿cierto? —me miró con tristeza.
—Si... —suspire.
Serena y yo nos abrazamos con fuerza para despedirnos. Habían ocurrido tantas cosas en un corto tiempo y era desgastaste para ambas, ahora ella debía continuar con su deber y yo debía de regresar a Wakanda para calmar cualquier temor que pudiera ocurrir, después de todo, las Dora Milaje y algunos soldados salieron del reino para venir a ayudar a Aztlán.
Serena y yo caminamos en silencio hasta llegar al gran helipuerto que se había construido en el interior de Aztlán, la decisión se había tomado para evitar que las naves de Wakanda fueran atacadas y también para evitar cualquier infiltración en ambos reinos.
La mayoría del pueblo mexica se encontraba en helipuerto para despedirnos, en sus rostros el ánimo y la tristeza se podía observar mientras agitaban sus manos acompañados de "Adiós" o un "Hasta pronto"; Okoye y Aneka se despidieron de Serena y así, dar comienzo a nuestro viaje de regreso a casa.
En el recorrido, las coordenadas nos mostraban que pasaríamos cerca de Yucatán y una idea vino a mi mente.
—Okoye, dale la orden a la demas naves que continúen el viaje, nosotras pasaremos a Yucatán. —dije y Okoye volteó a verme con desaprobación.
—No estarás pensando en... —levantó una ceja.
—Necesitó hablar con él. —junte mis manos en señal de súplica. Después de insistir, Okoye término por aceptar y dio la orden a las demás naves.
Unos momentos después, sobrevolábamos la aldea donde comenzó todo. Unos minutos más tarde, no encontrábamos recorriendo el camino para llegar a la aldea; una joven mujer nos recibió, se me hizo conocida, pero me fui imposible querer seguir una conversación con ella, debía llegar a la playa para poder hablar con Namor.
Okoye insistía en que debíamos irnos y que era una idea suicida después de lo sucedido, pero no podíamos saberlo hasta que estuviera frente a él. Cuando llegamos a la playa, me llevé una sorpresa, Namor se encontraba sentado sobre la arena; camine lentamente hacía él para no alarmarlo, pero no sirvió de nada.
—Reina Shuri. —pronunció mi nombre sin siquiera voltear a verme.
—Namor. —fue lo único que mis labios pudieron pronunciar, no sabía como iniciar la conversación.
—¿A que se debe el honor de tu visita? —seguía con la mirada fija hacia enfrente.
—Vengo por Serena. —dije dudosa de su posible reacción. Noté como los músculos de Namor se tensaron por completo.
—Sea lo que sea, yo ya no puedo intervenir. —se puso de pie y dio un par de pasos hacia el frente, listo para introducirse al mar.
—No, no, no. ¡Alto! —corrí hacia él, pero manteniendo una distancia considerable—. Debes ir a verla.
—¿Por qué? —me miró por encima de su rostro—. Ella prohibió la entrada de Talokan a Aztlán.
—¿De verdad te vas a rendir? —dije con frustración—. El Namor que atacó a Wakanda hace tiempo, estaría decepcionado.
—Ese "Namor" —volteó con brusquedad e hizo énfasis con sus dedos al pronunciar su nombre—, dejó de existir.
—Claro, fue porque se enamoró de Serena, de Atotoztli. —le lancé una pulsera que llevaba conmigo desde que Serena me la obsequió.
Namor miro fijamente el objeto entre sus manos y volteó a verme confundido.
—Lleva eso contigo —di un paso hacia atrás—, ella sabrá que vas de mi parte. No desaproveches esa oportunidad.
Di la vuelva para regresar a junto con Okoye y Aneka a la nave.
Tal vez parecía confuso lo que hice, pero con las palabras que use, Namor debería estar motivado para ir a por Serena; al menos quería hacer una cosa bien y esa era tratar de unirlos de nuevo.
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Narra Serena:
Shuri se había ido junto a sus tropas de regreso a Wakanda, no había pasado más que semana y media desde su despedida y Aztlán ya estaba casi restaurado en su totalidad. A pesar de las buenas noticias y de los nuevos avances, mi corazón aún dolía y una espina en él no dejaba de molestarme, pues, el anillo que conservaba de Namor se había perdido o más bien, yo lo había perdido. Pero... ¿por qué lo necesitaba tan encarecidamente? Tal vez la respuesta podría parecer obvia, pero lo cierto es que quería guardarlo y poder recordar que alguna vez amé y fui correspondida; el anillo permanecería guardado junto al collar que había llevado conmigo durante tanto tiempo, pero ahora solo sería eso que permanecería conmigo durante siglos.
El golpeteo en la puerta de mi estudio, me saco de mis pensamientos, era Iyali cuando asomó su cabeza.
—¿Iyali? —me levanté de la silla.
Iyali entró y cerró la puerta tras de ella, se quedo parada unos segundos frente al gran portón como si estuviese esperando mi aprobación para acercarse.
—¿Qué sucede? —insistí.
—Mi señora...—hizo una pausa. Mi corazón latía con fuerza y parecía que iba salir despedido se mi pecho.
—¡Por los Dioses! ¿Qué sucede, Iyali? —rodeé el escritorio y así, poder acercarme a ella.
—Kukulkán está aquí. —soltó la respuesta de golpe.
La sangre me subía de los pies a la cabeza, no sabía si lo que sentía era miedo, irá o... ¿emoción?, pero necesitaba entender que era lo que estaba sucediendo.
—Llevame a él. —tomé a Iyali de los hombros y ella asintió.
Salimos del estudio y después del palacio con prisa, pero justo cuando estaba doblar a la derecha para ir a la entrada principal de Aztlán, Iyali me detuvo.
—¡Mi señora, espere! —dijo agitada.
—¿Por qué? —caminé hacia ella—. Debo ir a averiguar que es lo que...
—¡Está en el templo! —dijo interrumpiéndome.
—¿Qué? —el enojó comenzó a apoderarse de mí. Habían dejado entrar a Namor sin mi consentimiento—. Tú, ustedes...
—¡Solo vaya! —Iyali extendió su brazo en dirección al templo.
Sin pensarlo dos veces, me eleve del suelo y volé con rapidez hacía el templo. Cuando llegué, tomé una lanza que había abandonada en el suelo y me mantuve alerta en caso de ser agredida.
Entre lentamente al templo lentamente, manteniéndome alerta de cualquier sonido que pudiese percibir, pero mis ojos se percataron de una silueta; frente a mí estaba Namor, solo que este me daba la espalda ancha, fornida y su piel morena brillaba gracias a la luz del sol.
Agite mi cabeza para sacar los pensamientos inapropiados que llegaban a mi mente en ese momento y sin bajar el arma llame su atención.
—¿Qué haces aquí? —me elevé un par de metros sobre el suelo.
—Es... un altar muy hermoso. —respondió ignorando mi pregunta.
—Dije, ¿qué haces aquí? —volé para llegar al suelo y posicionarme a una distancia considerable de él.
—¿De verdad quieres saberlo? —dijo aún sin voltear a verme.
—¡No estoy jugando! —di un paso al frente.
Iba a volver a insistir para recibir por fin una respuesta, pero las cosas pasaron tan rápido que me vi interrumpida. Namor voló hacia mí, arrebatándome la lanza de las manos y lanzarla por el aire y escuchar el ruido que esta provocaba al caer sobre el suelo. Estaba lista para defenderme, pero Namor me tomó por la cintura y me acercó a él, pegándome lo suficientemente a su cuerpo para no poder safarme de su agarre.
—¡Suéltame! —golpeé su pecho.
—No. —se limitó a decir.
—¡Hazlo! —intenté golpear su pecho de nuevo, pero Namor me inmovilizó.
—¡Basta! —su rostro quedo a centímetros del mío al grado que nuestras respiraciones se mezclaban.
Permanecimos así, tan cerca uno del otro, sin decir nada durante unos segundos hasta que Namor me soltó y llevó sus manos a mi rostro para plantarme un beso lleno de pasión en los labios. Quería separarme, pero mi cuerpo me traicionó al llevar mis brazos sobre su nuca, y mis labios correspondían sus besos con desesperación hasta que nos separamos para intentar recuperar el aliento.
—No puedo... —negué con la cabeza.
—Shhh... —Namor pegó su frente contra la mía.
—Namor, no... —Namor me interrumpió al besarme de nuevo.
Quería detenerme y alejarlo de mí en ese momento, pero mi corazón, cuerpo y mente se habían puesto de acuerdo en solo dejarme llevar por los sentimientos de ese momento.
Namor me besaba con desesperación y me tomaba de la cintura con fuerza, haciéndome arquear la espalda. Sentía que el peso de mi cuerpo junto con el de él nos haría perder el equilibrio, pero no fue hasta que Namor me tomó de los muslos para levantarme y hacer que mis piernas se enredaran en su cadera; de un momento a otro, ya nos encontrábamos en el suelo, él estando encima de mí. Mis mejillas me ardían y mi boca se humedecía con cada caricia que recibía de Namor.
Me separé de él por unos instantes, quería saber si lo que estaba sucediendo era real o solo era un sueño, pero Namor me sonrió cómo si él también estuviera confirmando que todo esto estaba sucediendo. Las palabras eran innecesarias en ese momento, solo nuestros corazones podían comunicarse en ese instante.
Namor volvió a besarme y fue bajando por mi cuello, mordiéndolo levemente y dejando besos húmedos sobre él; la sensación de sus besos y lengua sobre mi piel, generaba una descarga eléctrica que recorría mi columna por completo, era una sensación tan excitante que podía permanecer en mí por mucho tiempo.
Kukulkán continuaba bajando hasta llegar al escoté de la tela de mi armadura sobre mi pecho; Namor volteó a verme y en su mirada había deseo por descubrir lo que mi armadura escondía con tanto recelo; asentí con la cabeza y Namor se abrió pasó para romper la tela y quitar los metales que me cubrían. Una brisa se sintió en mis senos, una brisa que acariciaba mis pezones erectos listos para recibir al hombre que estaba encima de mí. Namor acercó su rostro a mi pecho haciéndo que su aliento se sintiera sobre mi piel; segundos más tarde, su boca se apoderó de uno de mis senos mientras el otro era masajeado con la mano que tenía libre. Un gemido salió de mis labios sin permiso, llenando el lugar en un eco constante, el calor en mi vientre iba en aumento y el ardor en mis mejillas adornaban mi rostro. Pequeñas mordidas eran depositadas en mis pezones, Namor besaba y acariciaba ambos senos, dándoles la misma atención que merecían.
Mi piel volvió a erizarse cuando su boca paso de estar en mis senos a ir bajando por mi abdomen hasta parar en mi vientre.
—Si tan sólo... Si pudiera... —su respiración era agitada.
—Por favor... Hazlo. —me costaba hablar, pues mi cuerpo vibraba apenas con sentir el roce de su piel con la mía.
Namor tomó la tela que se posicionaba sobré mis caderas, creí que la destrozaría como lo hizo con la prenda de mi pecho; sin embargo, quitó la tela con tal delicadeza, como si de una pequeña flor se tratará. Volvió a bajar su rostro hasta llegar a mi entrepierna, dejándome sentir su respiración sobre mis pliegues; la desesperación estaba apoderándose de mí hasta que esta desapareció al sentir sus labios contra mi ingle; era una caricia tortuosa y el deseo estaba colmando con mi paciencia. Mi cadera se retorcía insinuándose por lo que deseaba y una risa llena de orgullo se escuchó contra mis muslos.
—¿Lo deseas? —Namor susurró aún con su rostro entre mis piernas.
Asentí con la cabeza, deseaba con tanta desesperación el volver a sentir su boca contra mi entrada y a la vez, esa sensación llena de calor cuando él estaba dentro de mí.
—Pídemelo. —susurró.
Exhale desesperada, él estaba jugando con las sensaciones que provocaba en mi cuerpo.
—Si... Lo deseo —asentí rápidamente, mordiendo mi labio inferior—. ¡Te deseo!
Namor sonrió llenó de orgullo y sin esperar un segundo más, se abrió paso en mi interior con su lengua. Mis gemidos llenaban el espacio a nuestro alrededor, tenían fuerza y salían llenos de placer. Una de las manos de Namor me tomaba con fuerza de uno de mis muslos, mientras que la otra se encontraba entrelazada con mi mano. Ambos nos apretábamos la mano con fuerza, señal de que compartíamos el placer del momento y, justo cuando estaba por alcanzar mi clímax, Namor se separó abruptamente.
—¿Qué...? —lo miré con súplica.
—Shhh... —puso su dedo índice sobre sus labios, después se puso de pie y se deshizo de la única prenda que nos separaba.
El short verde característico de su vestimenta, cayó a sus tobillos permitiéndome ver su gran erección. Namor volvió a arrodillarse y dio un último beso a mis muslos, acercó su falo a mi entrada solo para rozarla evitando entrar en ella; mi respiración se entrecortaba con esa sensación, creía que en cualquier momento perdería la razón solo por desear sentirlo en mí.
Kukulkán se posicionó encima mío apoyando su peso con ambos brazos, me beso tiernamente y con ayuda de una de sus manos, colocó su glande en mi entrada. Trague con dificultad, mis piernas me temblaban y mi respiración se entrecortaba; nuestros miradas se conectaron en ese instante y me percaté del fuego que había en sus ojos, pero no era solo lujuria y deseo lo que había en ellos, si no, amor.
Llevé mis manos a su rostro y acaricié sus pómulos con ternura, Namor acercó su rostro al mío para besarme tiernamente, pero el beso se vio interrumpido cuando de una estocada él entró en mí; un leve dolor se sintió en mi interior, dando a conocer mi estrechamiento después de tanto tiempo sin él. Sus embestidas eran lentas para permitirme el volver a acostumbrarme a su tamaño, poco a poco fueron aumentando de velocidad y los gemidos de ambos acompañaban el sonido de nuestra piel al chocar. El calor me inundaba no solo por nuestras respiraciones, si no, por el calor que se iba acumulando en mi vientre, me abrace a él por el placer y la necesidad de sentirlo más cerca de mí; sus penetraciones eran un poco rudas, pero no dolían en lo más mínimo y nuestras bocas se unían un beso perpetuó.
Había perdido la noción del tiempo y de la cantidad de veces que lo estábamos haciendo, que me di cuenta de que ya había anochecido, pero nuestros cuerpos no se cansaban y no necesitaban recuperarse del todo, pues era tanta nuestra necesidad y añoranza, que nos mantenía llenos de energía.
Los gemidos y jadeos se escuchaban en cada posición, él podía estar encima de mí o yo sobre él y nuestro deseo jamás se agotaba aún si él descargaba todo su líquido caliente en mi interior, al menos, hasta que ambos cedimos al cansancio. Nuestras respiraciones agitadas habían tomado lugar, eran las que sustituían el sonido del placer
Mi cabeza descansaba sobre el pecho de Namor, su corazón latía cada vez más y más lento hasta latir con normalidad; sus manos acariciaban mi espalda desnuda pues, lo único que nos cubría era el tilmatl que le había regalado la primera vez que bailamos en aquel festival. Su labios me regalaban un beso sobre la frente y sus brazos terminaron por protegerme en un fuerte y caluroso abrazo.
Mis párpados se volvieron pesados y mi respiración se volvió tan lenta que me fue arrullando hasta conseguir el sueño.
Mi mente estaba en blanco y ni siquiera por un segundo pensaba si lo que acababa de ocurrir había sido la decisión correcta. Lo único que sentía o que sabía, era que mi corazón nuevamente era feliz y se regocijaba con la compañía de mi amado.
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¡Hola!
Se lo que van a decir, ¿por qué hay una primera parte del último capítulo?
La respuesta es fácil de dar y a la vez un tanto caótica. Bueno, me emocioné al escribir esté último capítulo y dado que no que actualizado desde ya hace un bueno tiempo, se merecían tener al menos, un capítulo más completo y con un buen final (al menos creo yo que lo es).
Sin más que agregar, espero hayan disfrutado este capítulo y en un par de días, si no es que menos, tendrán por fin la última parte.
Le agradezco nuevamente por su apoyo y por sus votos.
¡Nos estamos leyendo!.
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