Capítulo Veintitrés. Parte Tres: El Final
NEGRITAS = Hablan en Maya.
NEGRITAS CURSIVA = Hablan en Náhuatl.
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Narra Serena:
Los meses pasaban y mi vientre se notaba cada vez más. El pueblo ya sabía de mi estado; Erandi, mi sacerdotisa fue la encargada de dar a conocer la noticia a todos y ocultarme ya no fue una opción.
Parecía que todas las mujeres de mi consejo y las del pueblo, se pusieron de acuerdo para darme consejos, tips y todo lo necesario para ser una madre y no tener miedo en el intento, pero entre más cosas me decían más miedo me daba.
Dado que Shuri regresó a Wakanda después de nuestra pequeña discusión sobre la paternidad de Namor, Erandi tomó su lugar y me acompañaba a mis revisiones, y de vez en cuando, aprovechaba para hacer limpias y rituales de protección para que mi embarazo y parto salieran bien.
Estaba en mi cuarto, acostada en mi cama para descansar un poco mis pies; ya cerca del tercer trimestre mis piernas tendían a hincharse y a pesar mucho. En ese momento, sonó el característico llamado de las perlas Kimoyo; dude en responder, pero terminé aceptando la llamada.
—Shuri. —respondí.
—¿Cómo estás? —preguntaba Shuri con un tono muy dulce.
—Muy... hinchada. —quise bromear, pero sonó más como sarcasmo.
—¡¿El embarazo se puso peligroso?! —pude escuchar su voz alterada.
—¿Qué? ¡No! —suspire y me pase las manos por el rostro—. Es el último trimestre y... mi cuerpo hace estado reteniendo líquidos. Es lo normal que le suceda a una embarazada.
—Ahora entiendo —término por decir—. ¿Puedo ir a verte? Sé que volvimos a quedar en una mala situación, pero me parte el alma no haberte acompañado en estos meses. Iyali me comento que una de tus sacerdotisas le conto a todo el pueblo sobre tu embarazo.
—Por los Dioses. Erandi, sí —volví a suspirar—. Si, quiero que vengas. Estaré con mucha gente, pero necesito a mi amiga conmigo, a mi hermana.
Ambas reímos, escuchándonos a través de las perlas.
Estaba lista para mi el término de mi embarazo, o al menos, todos a mi alrededor me habían preparado. Todas las mujeres que fueron o han sido madres, trajeron ofrendas y sobaban mi vientre para bendecirme.
Shuri y Okoye no pudieron llegar en mejor momento, solo que a ellas también las pusieron a bendecirme y se veían tan graciosas con sus rostros llenos de confusión y sin saber que están haciendo, pero lo hacen con buenas intenciones.
—Y... ¿esto empezó junto en este momento que llegamos? —preguntó Okoye, mientras se limpiaba las manos para retirar el agua y las aceites que usaron para las bendiciones.
—Llevan así desde que entré al último trimestre —sonreí mientras acariciaba mi vientre—. Ahora entiendo a todas las mujeres que fueron bendecidas por mí.
—¿Por qué? —pregunto Shuri.
—De algún modo, es reconfortante y más ahora que estoy en el término del trimestre. —le respondí.
Era verdad, ver a todas las mujeres que bendecí durante tantos años bendicirndome ahora a mí, me traía tanta paz. Era como si todas hubiesen tomado el lugar de mi madre y me cuidaran a mí.
—¿Tienes miedo? —preguntó Shuri, regresándome a la realidad.
—Si dije que un poco —volteé a verla—, te estaría mintiendo y la verdad, estoy aterrada.
—Ahora nosotras te cuidaremos a ti. —ninguna de las dos mujeres frente a mí había respondido, pero su voz me era conocida.
Giré en mi lugar buscando a la dueña de esa voz y cuando mi ojos por fin la vieron, sentí tanta emoción en mi pecho.
—¡Nakia. Riri! —me llevé una mano al pecho y le sonreí ampliamente.
Ambas se iban acercando a mí con tanta seguridad; Nakia llevaba de la mano a aquel pequeño niño que conocí hace unos años. Los tres, al estar frente a mí, me regalaron un fuerte abrazo y a la vez, su bendición.
Después, todos nos dirigimos hacía el comedor para disfrutar de las ofrendas que las madres habían traído con tanto amor. Debía admitir que era un banquete colorido y lleno de sabores, pero no pude comer casi nada; supuse que era por los nervios y la ansiedad de mi estado.
—Lamento todo lo que ha sucedido. —habló Nakia, rompiendo el silencio habitaba unos segundos antes.
—No te disculpes —le regalé una sonrisa—. Tienes algo más importante que arriesgarte en una guerra.
—Tuve que haber venido y no lo hice. —me tomó de la mano.
—Ya estás aquí, todas están aquí. —fije mi mirada en cada una de ellas.
Para alivianar el momento, comenzamos hablar de todas las anécdotas que tuvimos en ciertos momentos de la vida, anécdotas graciosas y felices porque no queríamos pensar en momentos tristes.
El día iba avanzando hasta que llego la noche y para mi fortuna, la compañía era tan buena que no me sentía cansada ni malhumorada, era perfecto. Hasta que comencé a tener unas pequeñas contracciones, el detalle era que todas eran falsas alarmas.
—¿Estás bien? —Riri alertó a todas con su pregunta.
—Si, es... una pequeña contracción. —bufe al sentir una más fuerte.
—¿Estás segura? —preguntó Nakia.
—Si. Desde hace tres días he estado con falsas alarmas —expliqué— y estoy bien, pero creo que iré a descansar.
—Déjame ayudarte. —Shuri se levantó de su lugar y me ayudo a ponerme de pie.
Les di las buenas noches a todas y ordené que las llevarán a sus cuartos para que también descansaran, pero justo en el momento en que di un paso, un líquido recorrió mis piernas a la vez que una parte caía contra el suelo alertando a todas.
—Okoye, ayudame a llevarla a su cuarto. —Shuri ordenó.
—Vayan por un médico, nosotras ayudaremos de este lado. —escuché a Nakia ordenando a las mujeres que nos habian servido la comida.
Con lentitud y dificultad, fui subiendo los escalones y recorrí el pasillo que daba a mi cuarto. Pudieron llevarme al hospital, sí, pero todo estaba preparado para que diera a luz en mi cuarto, como era tradición.
Nakia acomodó la cama para que Okoye y Shuri pudieron recostarme en ella, mientras que Riri y Toussaint se habían quedado en mi estudio; Iztli, mi médica y Zeltzin, mi partera, llegaron a los pocos minutos, ambad me revisaron y llegaron a la conclusión de que el parto tomaría su tiempo, pues, yo no estaba lo suficientemente dilatada.
Las contracciones comenzaron a ser más dolorosas conforme avanzaba el tiempo, pero mi dilatación era un poco lenta y necesitaba más espacio para que la cabeza del bebé pudiera salir. La cintura me dolía y mis piernas parecían acalambrarse por el dolor y podía tolerarlo, pero jamás imaginé que fuera a ser tan doloroso.
No llevaba la cuenta de los minutos o las horas, pero mi dilatación no tardo más tiempo y al fin se dio el inició para comenzar a pujar.
Estaba contra mi espalda y yo no veía avances, no sentía que estuviese funcionado hasta que me harte.
—¡Basta! —traté de incorporarme, pero mi vientre me lo impedía—. ¡No lo haré sobre mi espalda!.
—Pero... —Zeltzin trató de detenerme.
—No, Zeltin. El bebé no baja y esto es... —me vi interrumpida por una intensa contracción me hizo gritar con fuerza—. Si sigo así, podría perder más sangre.
Tanto Zeltzin como Iztli asintieron y me ayudaron a ponerme de pie. Ambas se colocaron tras mis espaldas, mientras yo me apoyaba de Shuri y de Okoye.
El sudor comenzaba a recorrer mis sienes como si de un río se tratará y algunas gotas caían del cabello que estaba sobre mi frente, mis piernas me dolían y me temblaban por la posición en la que ahora me encontraba, pero estaba dando frutos cuando Zeltzin aviso que el bebé estaba coronando. Pujaba solo en las contracciones en que Iztli me pedía y así, poco a poco el bebé fue saliendo con ayuda de Zeltzin.
—Necesito que puje en la siguiente contracción. —Zeltiz me lo ordenó y obedecí.
La habitación se inundaba por mis gritos, sentía que mis cuerdas vocales se iban a desgarrar en cualquier momento; cuando sentí que el bebé había salido al fin, mis oídos se taparon y solo se escuchaba como si me encontrará bajo el agua. Mi sentido del oído parecía haberse perdido, pero este regreso en el momento en que escuché llorar a mi bebé.
—Lo lograste, Serena. —Shuri susurró a mi oído.
Con ayuda, Shuri y Okoye me colocaron de nuevo en mi cama y a los pocos segundos, Zeltzin se acerco para entregarme a mi bebé.
Era un bebé realmente hermoso, tenía unas orejas puntiagudas que apuntaban al cielo como las de su padre y en sus pequeños dedos estaba el color negro tan característico de mis manos. El pequeño había heredado características físicas de Namor y de mí, él era el puente de la unión entre Talokan y Aztlán, y la prueba de que podíamos estar juntos los trea en algún momento.
Las mujeres que habían asistido mi parto, recogían todo lo que se había usado en ese momento para después dejarme un rato a solas con mis amigas.
—Se parece a él. —confesó Shuri.
—Es un momento de ternura —hablo Okoye para regañar a Shuri—, no traumes al pobre niño con que se parece a su padre.
Todas comenzamos a reír ante la broma de Okoye. Después, Nakia acercó a Toussaint para que pudiera ver más de cerca a mi bebé; el lo miraba con tanto asombro y el cuarto se llenó de aún más ternura cuando el pequeño le dio un beso en la cabeza al bebé.
Era realmente un momento muy feliz para mí, estaba acompañada de buenas amigas y ahora, tenía en manos a mi bebé, a mi pequeño.
Mis ojos se llenaron de lágrimas de un segundo a otro, aún no creía estar viviendo ese momento, tenerlo en mis brazos y verlo con mis propios ojos.
Después de un rato, todas se fueron a descansar, yo me quede sola con Zeltzin quien me decía a como amamantar a mi bebé. Ese momento era importante porque es cuando se crea un fuerte vínculo entre madre e hijo, uno que será muy fuerte y tal vez, imposible de romper. Cuando terminé de darle de comer a mi bebé, Zeltzin lo tomó para dejarlo en la pequeña cuna que colgaba del techo y quedaba a la altura de mi cama; esa cuna fue un obsequio que las madres del pueblo habían hecho.
El cansancio me estaba ganando y cuando menos lo esperé, me encontraba ya en un profundo sueño.
Debo admitir que no dormí muy bien en la primera noche, tenía que levantarme a darle de comer a mi bebé en determinadas horas y cuando por fin lograba conciliar el sueño, él volvía a llorar; nada de esto era tarea fácil, pero no me molestaba en absoluto.
El sol ya estaba saliendo y comenzaba a entrar por el balcón de mi cuarto. Las chicas entraron a mi cuarto, pero no para venir a verme, si no, para saludar al nuevo miembro de la familia, además, aprovecharon para traer el desayuno y que todas comieran en mi cuarto.
—¿Qué tal tu primera noche? —preguntó Nakia con diversión.
—Debiste advertirme que iba a ser agotador. —bufé poniendo una mano sobre mi frente.
—Bienvenida al mundo de la maternidad. —me sonrió.
—Ahora ustedes tienen algo en común. —dijo Shuri, fingiendo estar celosa.
—Oh, vamos. No... —me vi interrumpida por el llando de mi bebé.
Nakia se apresuró a ponerse de pie e ir a tomar a mi bebé y entregármelo. Antes de tomarlo en mis brazos, solté uno de los tirantes de mi vestido para poder liberar uno de mis senos con más facilidad; Nakia me entrego al bebé y yo me acomodé para poder alimentarlo.
Un silencio absoluto se hizo presente, lo único que se escuchaba eran los pequeños quejidos del bebé al succionar la leche de mi pezón, era ese momento tan importante donde el vínculo madre-hijo se hacía más fuerte.
—¿Ya tienes un nombre? —preguntó Okoye derrepente.
—Sí. —volteé a verla para sonreírle.
—¿Cuál es? —preguntó Riri esta vez.
—El día de la bendición de los Dioses, lo escucharán. —les indiqué.
En ese momento, las cuatro mujeres frente a mí hicieron una pequeña bulla al no querer decirles el nombre para mi bebé; en forma de broma, se quejaban que estaban dolidas por no ser las primeras en saber el nombre, pero era un tradición no contárselo a nadie hasta que fuera en la ceremonia.
Dos días después, con más fuerzas y ya recuperada, era el día de la bendición para mi hijo. Todo el pueblo se reunió en el templo, vestían sus mejores ropas y mis amigas usaban los vestidos que les fueron obsequiados por mi consejo.
Me encontraba en la entrada del templo, ahora era yo quien recibiría la bendición de los Dioses y también otorgaría la mía a mi propio hijo. Estaba nerviosa y feliz por este momento, pero una tristeza en mi corazón no dejaba de aparecer; era común que el bebé de una pareja recibiera la bendición de los dioses en presencia de sus padres, pero mi bebé solo tenía a su madre presente. Sabía que era mi culpa de que Namor no estuviera aquí, me estaba arrepintiendo mucho de no haber compartido mi embarazo y este momento con él, pero... las cosas pasan por algo, ¿cierto?.
El sonido de una caracola que comenzaba a sonar, me saco de mis pensamientos. El ritual acababa de comenzar.
Caminé por el largo pasillo decorado como pétalos de flores, los mexicas miraban con mucha atención mi caminar y recibía una sonrisa cuando mis ojos se posaban en cada uno de ellos. Llegué a la orilla de las escaleras y comencé a subir escalón por escalón con lentitud y cuidado, está vez no podía usar mis poderes para poder volar y subir rápido hasta la cima. Al terminar de subir las escaleras, quiénes me esperaban arriba hicieron una reverencia y tomaron un cuenco que tenían a sus pies. Este ritual se llevaba de la misma forma en que los bebés del pueblo eran bendecidos, pero en esté era diferente, ya que, estaban bendiciendo a mi heredero, al próximo Tlatoani de Aztlán.
Erandi se acerco a mí, posó una mano sobre mi espalda y me guió unos cuantos pasos hacia la pileta donde mi bebé sería humedecido con el agua que contenía. Se posicionó a mi lado derecho viendo hacia el público.
—¡Hermanos, Hermanas! —comenzó a hablar Erandi en voz alta y levantó sus brazos—. Hoy frente a los Dioses, estamos recibiendo a un nuevo hijo y heredero de Aztlán. —estiró sus manos hacía la mí y le entregué al bebé.
Erandi se giró y caminó hacía una pila de agua, destapó al bebé y sumergió medio cuerpo en el agua.
—¡La Diosa Cihuacóatl le otorgó su bendición al traerlo sano y salvo a este mundo! —hizo una señal para que el consejo se acercará con sus respectivos cuencos.
Erandi metió su dedo índice en el primer cuenco con pintura blanca y le pinto una linea recta desde la frente hasta el mentón a mi bebé, después, metido sus dedos en un cuenco de color rojo y colocó las lineas dejando en medio la línea blanca. Así fueron pasando los miembros del consejo, uno por uno y Erandi dejaba una marca de pintura en el rostro, pecho, abdomen, brazos y hombros de mi bebé; después, me acerqué a su oído para susurrarle el nombre que había elegido para él.
Al terminar, mojo la pequeña cabecita con el agua de la pila, lo sacó y elevó a mi hijo sobre su cabeza.
—¡Madre Cihuacóatl, te presentó a tu hijo Ameyal! —término por gritar la mujer. Bajo sus brazos y aún cargando a la bebé se acercó a Serena—. ¡Mi Tlatoani! —hizo una pequeña reverencia con la cabeza—. ¡Ruego su bendición! —estiró sus brazos de nuevo hacia a mí y tomé a mi hijo en brazos.
Acaricié su cabecita, su cabello era tan suave aún si estaba mojado, por un segundo sus ojos hicieron contacto con los míos y mi corazón se regocijo. Tenía en mis brazos el fruto de mi amor hacia otro ser y el puente ente dos pueblos; tenía en mis brazos al próximo Tlatoani, a mi hijo.
—Yo te protegeré de cualquier cosa —le susurré mientras lo arrullaba—. Te daré mi mano, yo aquí estoy.
Di media vuelta y comencé a elevarme lentamente sobre el aire mirando a toda la gente reunida en el templo.
—¡Gran señor Huitzilopochtli! —dije en voz alta—. ¡Te presentó al nuevo hijo de Aztlán. Te pedimos que le otorgues tu bendición y tu protección con la luz de tus rayos! —elevé a Ameyal hacia la luz que entraba por el techo—. ¡Señor Quetzalcóatl, bendice al heredero de Aztlán con la bondad y el amor que nos haz otorgado!
Bajé mis brazos para poder verlo mejor; deposité un beso sobre su frente y el templo fue bendecido por la su primera risa, una tan dulce que lleno mi corazón y alma con emoción y sentimiento.
Levanté la mirada hacía la gente y a la vez que mostraba a Ameyal hacía a ellos para dar paso a nuestro célebre grito.
—¡Ximeua, Ameyal! —grité con fuerza.
—¡Ximeua, Ameyal! —repitieron todos al unísono.
—¡Ximeua, Aztlán! —volví a gritar.
—¡Ximeua, Aztlán! —gritaron con más fuerza.
—¡Ximeua, Aztlán! —grité con mucha más fuerza y al terminó, se escuchó el sonido de el caracol que había sonado al inició de la ceremonia.
La gente celebró con aplausos y bulla. Hoy tal vez se le había otorgado la bendición de los Dioses a un nuevo Tlatoani después de siglos, pero era la primera vez que yo era quién recibía esa bendición.
Las lágrimas en mis ojos no tardaron en acumularse cuando ya estaban rodando por mis mejillas. No había sentido tanta felicidad en tantos años y solo un pequeño podía hacerlo, era mi hijo quién lo hacía y con su pequeña risa tenía para hacerme la persona más feliz del mundo.
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Tres meses después
Me encontraba alimentando al pequeño Ameyal, una de sus pequeñas manos se posaba sobre mi seno mientras succionaba con fuerza de mi pezón.
Había tomado la decisión de llevar a Ameyal con su padre. Estaba nerviosa y mi mente volaba con los diferentes escenarios que podía imaginar, en algunos veía a un Namor emocionado con el bebé entre sus brazos; en otros, lo veía molesto y sin ganas de cargar al bebé, pero había otro escenario que me llenaba el estómago de mariposas; imaginaba a Namor con emoción y tal vez, lagrimas en sus ojos, molesto por un par de segundos y que se alegraba por saber que después de tanto, la felicidad había llegado a nuestras vidas.
Iyali me ayudo a sujetar con fuerza el rebozo en mi espalda, llevaría a Ameyal en la prenda para ir volando a Yucatán. Estaba lista para irme, no sin antes recibir una llamada de Shuri.
—Dime, Shuri. —pregunté sin voltear a ver el holograma con la imagen de mi amiga.
—¿Ya estás lista? —se podía notar una pizca de emoción en su voz.
—Estoy lista —dije acomodando a Ameyal en el rebozo con ayuda de Iyali—, pero tengo miedo de que él me rechace.
—Serena, él te ama —dijo en una clase de regaño—. Estoy segura de que se emocionará en el momento en el que te vea y estará aún más feliz en cuanto vea a su hijo entre tus brazos.
Suspire aún sin resignarme.
—O podría rechazarme y pedir que me vaya por haberle roto el corazón —hice una pausa mientras veía a Ameyal dormir plácidamente en el rebozo—, y pedir que jamas vuelva a regresar con o sin hijo.
—¡Qué pesimista eres! —logré ver como llevaba sus manos a su cabeza—. Solo ve y que suceda lo que tenga que suceder. Nada malo podría pasar.
—Eso espero... —dije llena de preocupación.
Me despedí de Shuri y emprendí mi camino. Me dirigí hacía la entrada principal de Aztlán sin volar, la gente me saludaba durante el camino y algunos niños me iban siguiendo para llenar su curiosidad por conocer al bebé y hacerme preguntas sobre Namor. Al parecer, los mexicas echaban de menos al Rey de Talokan.
Al llegar a la entrada, unos cuantos guerreros me acompañaron hasta un tramo del bosque, asegurándose de que nada ni nadie tratará de hacerme daño y poder iniciar mi vuelo hacía Yucatán.
Volaba con tranquilidad y mucho cuidado, sentía como mis manos me temblaban entré más me acercaba a ni destino. Tal vez, ya estaba lista para volver a ver a Namor después de un año desde que él y yo nos vimos por última vez.
Cuando me encontraba sobrevolando el cielo en Yucatán, mis ojos se concentraron en una silueta conocida para mis ojos. Mi corazón comenzó a latir con rapidez y fuerza, fui descendiendo poco a poco, pero me detuve en seco cuando vi aparecer la silueta de una mujer. Mi corazón dios un vuelco al ver que aquella silueta tomaba a Namor de las manos mientras le regalaba una enorme sonrisa; sentía que mi alma se rompía en miles de pedazos y sin esperar un segundo más, huí de ahí para regresar a Aztlán con el corazón destrozado. Tal vez merecía ese dolor, pero no imaginé que dolería tanto; entendí el como debió sentirse Namor cuando lo rechacé aquel día en el templo, supe que ese dolor no se iría tan fácilmente y sabía que me llenaba merecía.
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Narra Namor:
Un año había pasado desde que vi por última vez a Serena, tiempo suficiente para poder decir que la había olvidado y superado, pero me di cuenta de que eso no iba a pasar después de los rumores que se escuchaban por las calles de Talokan.
Hace poco más de cuatro meses, unos intrusos intentaron sacar el vibranium del mar que se encontraba cerca de la península de Yucatán. Antes de atacar, le pedí a mis guerreros que investigaran de donde venían y como habían logrado dar con la ubicación del vibranium, la cuestión fue que no solo llegaron a mi con la información de quienes eran aquellos intrusos, si no, los rumores de que la Tlatoani de Aztlán había encontrado una pareja y que se encontraba embarazada. Esa noticia fue como una daga en mi corazón, creí que la había superado, pero en ese momento supe que jamás iba a suceder eso; mi corazón le pertenecía, pero ella lo había rechazado indirectamente una vez más.
Hace unos días subí a la superficie para verificar la situación de la aldea a la que cuidaba, en ella, pregunte a sus habitantes si alguno había escuchado algo sobre Serna, pero nadie sabía nada; no era muy motivador tener rumores por parte de unos invasores y no tener ninguna confirmación de la gente de la superficie.
Cuando terminé mi ronda en la aldea, me acerqué a la costa para ver el oleaje tan tranquilo que se suscitaba en ese momento; iba a comenzar a adentrarme en el mar cuando escuché unas pisadas sobre la arena, al voltear, me encontré con la hija de Maria quién venía con una gran sonrisa en su rostro.
—¡Kukulkán! —se acercaba a mí como paso decidido.
—¿Qué sucede? —di un paso en su dirección.
Ella me tomó de las manos y puso algo sobre ellas, traté de safarme de su pequeño agarré, pero ella insistió para que la viera a los ojos.
—Tal vez no tenga sentido en este momento —juntó mis dos manos para formar como una cajita—, pero en un tiempo lo entenderá.
Me regalo una enorme sonrisa por segunda vez sin quitar sus manos de las mías, pero una sensación muy rara me recorría la espalda, como si alguien me me estuviera viendo fijamente. La joven mujer soltó mis manos y me dejó solo en la playa. Inmediatamente miré hacia el cielo, pero no había nadie; yo podía jurar que algo o alguien me había estado observando en ese corto tiempo, pero tal vez, era mi duelo el que estaba haciendo que mi mente me jugara una broma. Podía ser que estaba teniendo alucinaciones por el hecho de que quería ver a Serena y podía jurar que era ella quién estaba en el cielo en ese momento.
Supuse que si esos rumores eran reales, yo ya ni tenía nada por que luchar. Vi el objeto en mi mano que me dio la hija de María, era un collar, pero era demasiado pequeño para mi cuello o al menos lo era para un adulto. Sonreí para mí mismo, al parecer esa joven sería una buena amiga al igual que María; ambas me llenarían de incógnitas y regaños si eran necesarios.
En algún futuro, tal vez entienda sus acertijos.
El sol ya se había metido y una brillante luna alumbraba el lugar en donde estaba. Brillaba tanto, que podía jurar que Serena la estaba viendo en ese mismo instante.
Ojalá hubiera podido verla a lado de ella, de Serna; el amor de mi eternidad.
Tal vez si la vida nos lo permitía, volveríamos estar juntos.
Narra Serena:
Arrullaba a Ameyal en mis brazos, su respiración se tranquilizaba y sus ojos se iban cerrando poco a poco. Coloqué al pequeño bebé en su hamaca, cubriéndolo con una cobija que Shuri me había regalado; lo observaba dormir plácidamente. Me había prometido a mí misma que cuando Ameyal fuera mayor, el debería de saber quien era su padre y le daría mi bendición para que fuese a buscarlo; solo él podría hacerlo.
Me acerqué al balcón de mi cuarto, ya que, la luz de luna iluminaba hasta rl rincón más pequeño.
Era una luna brillante, grande y tan hermosa que mi corazón y mi alma recibían tanta calma con solo verla.
Solo podía pensar que ojalá hubiera podido verla al lado de Namor, el amor de mi eternidad.
Tal vez en algún futuro él y yo volvamos a estar juntos.
¿Fin?
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¡Hola!
Por fin, hemos llegado al final de esta historia.
Agradezco todo su apoyo, sus visualizaciones, sus comentarios y sus votos. De verdad, de todo corazón, gracias.
Para ser sincera, no se si vaya a corregir esta historia, creo que descansaré un poco y tal vez, un día me motive a corregir y añadir o quitar cosas, pero por ahora solo es una idea.
Si llego a agregar detalles o cosas nuevas, claro que avisaré.
Espero hayan disfrutado mucho esta historia y los invitó a leer mis otras historias. Ahora la que es más sería y profunda es "Mi Doctor Favorito", no prometo nada, pero se que les puede gustar si en algún momento le dan una oportunidad.
Sin más que agregar, nos estamos leyendo. :)
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