Capítulo Veinte

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Narra Serena:

Estábamos todos esperando a que Carlos despertará. Los intrusos seguían frente a nosotros y todos nos miraban con odio, pero sus miradas se centraban más en mí y no entendía el porqué; tal vez por capturar a su líder y dejarlo inconsciente.

La cabeza me daba vueltas y sentía que me faltaba el aire. Tenía demasiadas preguntas y ninguna era contestada, pues, a quién quería cuestionar, seguía sobre el suelo e inconsciente.
Me senté en el suelo para tratar de meditar y cuando creí que lo había logrado, escuché a Carlos hablar.

— Al fin. De nuevo frente a frente. — abrí los ojos para encontrarme con una sonrisa cínica.

— ¿Por qué lo hiciste? — pregunté lo más tranquila posible, no podía caer en provocaciones.

— Deberías recordarlo, hipócrita. — solto sin dudar. Yo estaba aún más confundida de lo que ya estaba, sin poder entender nada.

— ¿De qué hablas? — en mi voz se podía notar la molestia y la confusión.

Namor se acerco a Carlos y lo levantó dejándolo sobre sus rodillas, él después se hizo a un lado. Carlos no despegaba su mirada de mí, tenía su ceño tan fruncido que provocaba una arruga tan prominente y se podía notar lo rojo en ella por la ira que lo consumía.

— Al parecer... debo hacerte recordar. — habló sonriendo de lado. — Tú peleaste contra mi pueblo.

¿De qué estaba hablando? Era la pregunta que estaba sonando en mi mente durante ese momento. Había peleado con muchos pueblos cuando era joven, es decir, desde antes de ser Tlatoani, pero su rostro no me parecía conocido.

— He peleado con muchos pueblo, pero tu cara no me suena y nunca me ha sonado. — estaba esperando una explicación por su parte, en cambio, Carlos comenzó a reír como si hubiera perdido la razón.

— Claro que no me vas a reconocer. Yo no estuve ahí, pero mis ancestros sí que lo estuvieron. — ladeo su cabeza y me barrio con la mirada.

— Ya te lo dije, he peleado... — me interrumpió.

— Haz peleado con muchos pueblo. Sí, sí, ya lo sé. No me cuentes tu historia de sufrimiento. — la ironía se podía notar en su voz. No comprendía porqué se estaba comportando de ese modo. — ¿Te suena el nombre de...los Tlaxcaltecas?

Ese nombre me sonaba perfectamente, era la tribu enemiga de mi pueblo. Antes de que llegaran los colonizadores españoles, mi pueblo peleaba con los Tlaxcaltecas por el territorio y por conquistar a otros o pueblos.
Cuando me convertí en Tlatoani, creímos que ese pueblo había desaparecido juntos con los pueblos cercanos a Tenochtitlan, pero meses después de la llegada de los españoles;  los Tlaxcaltecas atacaron a esa gente y casi todos estaban muertos, los que quedaron vivos fueron adoptados por Aztlán y comenzaron a vivir en armonía con mi pueblo, pero jamas creí que siguieran existiendo.

— Los Tlaxcaltecas muriendo después de la conquista de los colonizadores españoles. Los pocos que lograron sobrevivir se convirtieron en hijos Aztlán. — explique de inmediato apretando mis puños, pues no creía que aún después de siglos, siguieran peleando por el mismo caso perdido.

— Oh, no, no, no. No todos los Tlaxcaltecas murieron en aquel ataque. — negó con la cabeza soltando una leve sonrisa — Los pocos que lograron huir, se enteraron de que los traidores de mi pueblo echaron raíces y vivieron tranquilos aquí, pero también hubo otros que jamás llegaron a esa guerra y prosperaron. Tal vez no lograron lo que tu pueblo logró, tuvieron que sufrir con tal de que nuestra sangre fuera pura y perdurará. — sabía a que se refería con lo de mantener su sangre pura. Muchos pueblos huyeron a las sierras para conservar su pureza y no verse afectados por la sangre de los españoles. Algunos de esos pueblos perduraron fuera de Aztlán, pero a otros los pudimos salvar y crecieron aquí generación, tras generación.

— Mi pueblo no tuvo nada que ver con eso. — me expliqué. Era verdad que Aztlán no tenía la culpa de lo que tuvieron que sufrir, si intentamos detenerlos cuando se hizo una reunión, pero jamás se llego a un acuerdo.

— ¡Si tu padre hubiera hecho la alianza con los demás pueblos, México sería magnífico y poderoso! — me reclamó, cómo si yo hubiese sido quién se negara; lo cierto es, que quién negó esa alianza fue mi padre. Fue justo después de la muerte de mi madre; yo estaba encerrada por mi luto, pero después tuve que salir cuando nuestro mundo comenzó a venirse abajo.

— Él intento salvar a los que pudo, pero era poner en peligro a nuestro pueblo. — volví a explicar.

— Pobre niña tonta e ignorante de la verdad. Eres tan leal a tu padre y sin saber su pesar. — volvió a reír por lo bajo, mostrando la dentadura — ¡Pudimos ser poderosos! Aún podemos serlo.

— ¿A qué te refieres? — me acerqué a él y me puse en cuclillas para estar a su altura.

— Acepta mi propuesta de unir a los Tlaxcaltecas y a los Mexicas. Tú y yo, siendo esposos. — me miró, como si intentará suplicar por un "sí" de mi parte.

— Jamás. — le respondí entre dientes — Eres un sínico al pedirme eso, cuando eres uno de los que atacó a Aztlán.

Carlos bajo la mirada y esa fue mi señal para alejarme, en eso, él comenzó a reír de nuevo.

— Me rechazas a mí que desciendo de Aztlán, pero aceptas al que atacó a la nación que tienes por aliada y que atacó a tu propio pueblo. No suena muy inteligente si lo pensamos.

— Tú, infe... — Namor se acercó a él para golpearlo e inmediatamente me interpuse en su camino.

— Eso es, controla a tu can. — sus palabras buscaban provocarnos, eso era obvio; pero debíamos mantenernos con la cabeza fría en caso de que él intentará algo.

Shuri se acerco a nosotros y comenzó a interrogarlo; era la más tranquila para poder sacarle información a Carlos, esté jamás le dio una respuesta confiable, solo divagaba para hacernos salir de nuestras casillas.

La incertidumbre no dejaba concentrarme, debía obtener respuestas a como diera lugar y si debía ser cruel, entonces, así sería.

— ¿Por qué nos atacaste? Creí que eras nuestro amigo. — reclamé.

— ¿Cómo ser amiga de un demonio? — soltó sin cuidado.

— ¿Qué quieres decir? — lo tomé del hombro y le di un pequeño apretón, pero Carlos ni se inmutó — ¡Habla! — me aleje de nuevo para tomar la lanza de uno de mis guerreros y la acerqué al cuello de Carlos, haciendo presión sobre su piel amenazando con atravesarla.

— Desde hace siglos, los pocos descendientes de mi pueblo te describieron siempre como un demonio — dejó salir una risa burlona —. No me parecé raro después de ver tu fuerza y la velocidad con la que te mueves.

— ¿Sabes que pagarás con creces? — corté su momento se inspiración. Carlos solo me miraba con una sonrisa de lado.

— Es una lástima, pero eso no se va a poder. — lo miré confundida y al poco tiempo se escuchó otro estruendo en el pueblo.

Namor se elevó al igual de Riri, ambos fueron directos a la explosión mientras yo me quedaba con Shuri frente a Carlos y su gente.

Shuri le ordeno a Okoye que fuera a revisar lo que estaba ocurriendo y al poco tiempo, Okoye nos estaba alertando de un nuevo ataque.
Los guerreros Wakandianos y los Mexican, se desplegaron para poder ir a un lugar seguro y poder esperar a los atacantes, otro grupo se ofreció a cuidar a los intrusos que teníamos atados y otro, para cuidar la entrada del templo donde se encontraban los heridos y a los civiles.

Comencé a volar y Shuri junto con Aneka, me iban siguiendo el paso. Llegamos a donde Okoye nos había dicho que estaban los atacantes y nos percatamos de que los Talokanies estaban luchando contra los invasores.

De nuevo, una batalla se estaba suscitando y la razón de su ataque seguía siendo un misterio.

Narra Carlos:

Estaba parado frente a un exhibidor del Museo du Quai Branlly; estaban exhibiendo unos ejemplares prestados del Museo Nacional de Antropología de México, y yo era el encargado de cerciorarme de que las piezas estuvieran a salvo y bien cuidados durante su exhibición.

Mientras caminaba por el lugar y escuchaba a la gente hablar sobre la exposición, me crucé con una mujer, se veía distraída y emocionada, algo que me llamó la atención era la sensación que la conocía, pero no sabía de donde exactamente.

— Disculpe... — me acerqué a ella — Espero no estar molestando, quisiera presentarme; me llamo Carlos Ruiz. Soy el encargado de la exposición.

— Es un placer. Soy... — hizo una pausa, como si estuviera asegurándose de algo — Soy Serena, Serena Torres. — me regaló una sonrisa mientras nos saludábamos con un fuerte apretón de manos.

— No pude evitarlo, pero noté su emoción al instante que entro a la sala. ¿Es fanática de la historia de México?

— Oh, bueno... si así se le puede llamar. — sonrió nerviosa — En realidad, soy mexicana y soy arqueóloga e historiadora.

— Algo me decía que la conocía, pero sus facciones... — dije sin cuidado, algo que ella captó y me miro extrañada — Quiero decir, pensé que...

— No se preocupe. — me interrumpió — Creo que podemos darnos cuenta cuando un paisano esta frente a nosotros. — bromeó y ambos reímos.

Me ofrecí a darle un recorrido por toda la sala y mostrarle a detalle todos los objetos que el museo de Antropología, había prestado. Serena aceptó y recorrimos el lugar de manera amena.
Paso el tiempo y se tuvo que despedir, pero antes de que ella se fuera, la invité a la exposición que se llevaría a cabo en el Museo de Antropología sobre un nuevo códice descubierto; ella aceptó emocionada y acordó vernos en el lugar.

Pasado el tiempo, se llevo a cabo la exposición sobre el códice de Kukulkán y Hunab Ku y Serena cumplió su promesa. Nos encontramos en la sala de la exposición y en ese momento me presento a la Princesa Shuri y a la General Okoye, ambas de Wakanda. Serena me comentó sobre tener una oportunidad de ver de cerca el códice y al ser hijo del arqueólogo que lo descubrió, pues, tenía sus ventajas y las aproveché. La visita no duro mucho, pues tuvo que irse de emergencia con aquellas dos mujeres, prometiendo que volvería en cuanto pudiera.

Los días pasaban y Serena no daba señales de vida, supuse que se habría olvidado de su promesa y a mí no me quedaba más remedio que continuar con mi vida.
Cuando Serena por fin se comunicó conmigo, lo primero que hicimos fue ir a comer y hablar de lo que había sucedido en su ausencia, pero ella se limitaba con sus respuestas y casi no contaba nada. Después de las comidas, la invité de nuevo al museo para que pudiera observar los ejemplares nuevos que estaban llegando a mi oficina y con emoción, ambos estudiabamos cada detalle de los objetos. Sabía que era muy rápido el momento, pero por alguna razón, sentí una conexión con Serena y tal vez ella también la había sentido, puesto que, siempre nos llevábamos bien durante nuestras reuniones en el Museo y cada vez me sentía más cerca de ella.

Un día, sin siquiera imaginarlo y mucho menos esperarlo, desaprecio. No había avisado a nadie y yo, aunque quisiera buscarla, no tenía una forma de buscarla ni comunicarme con ella.
Había pasado un año desde la última vez que supe de Serena y cuando menos lo esperé, una llamada entro a mi celular y era ella. Me sentía feliz y emocionado, tenía muchas ganas de verla y así fue, acordamos un día y hora para poder salir y ponernos al corriente; la parte mala, la vida era tan... increíble que me separaba de ella, ya que, nuevamente se tuvo que ir y ahora a Wakanda por la noticia de que el Rey había muerto.
Durante su visita a Wakanda, ella y yo nos comunicábamos por mensajes donde solo me contaba lo que debía hacer como médica y que cuando se diera la oportunidad, ella regresaría a México. Por mi parte, trataba de no presionarla, pero quería verla y me era inevitable querer invitarla a pasar sus vacaciones conmigo; algo que no sucedió, pues solo me pidió ayudarla con trasladar unos víveres para un pueblo. Fui a visitarla a la semana, pero la personas del lugar jamás me supieron decir en donde la podría encontrar, algunos hasta me decían que jamás la habían visto.

Nuevamente Serena había desaparecido y yo no tenía forma de contactarla. Mi vida se había vuelto aburrida sin su presencia y solo me dedicaba a las tareas de mi trabajo y a acompañar a mi padre a sus reuniones y negociaciones por los objetos que se iban descubriendo de los pueblos prehistóricos de México. A veces, había momentos en que mi padre dejaba de hablar sobre el trabajo y me hablaba sobre sentar cabeza y solo podía pensar en una persona.

— ¿Cuando será el momento en que sentarás cabeza? — dijo con un tono algo insistente, pues, llevaba años insistiendo en que conociera a alguien.

— Ya te dije que conocí a alguien. — dije mirando por la ventana, habíamos llegado al Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México e íbamos camino al museo.

— Ah claro, la mujer imaginaría de París. — su tono era exasperante.

— No es imaginaría y te la habría presentado en aquella inauguración del códice de Kukulkán, si tan solo... — suspire para tratar de relajarme — Si tan solo no te hubieras ocupado con tus negocios.

— Hijo. Tal vez esa mujer sea real, pero... ¿cuántas veces la haz visto desde que la conociste? — posó una mano sobre mi hombro — Tal vez, ¿tres o cuatro veces en un año? Debes buscar a alguien que no parezca una ilusión y si una persona de verdad.

— Por Dios, papá. ¡Serena es real! — levanté la voz y mi padre solo suspiro con decepción.

— ¿Al menos sabes si será una buena esposa? Nuestro pueblo se está extinguiendo y tú serás el próximo en representarlos.

— ¿Representarlos? — repetí molestó — Llevas diciéndome eso desde que tengo memoria y tú solo estas obsesionado con ese pueblo ficticio. Y soy yo quién sale con una novia imaginaria. — crucé los brazos y gire de nuevo la vista hacía la ventana.

— Ese pueblo nos pertenece, Aztlán nos pertenece y no descansaré... ¡hasta encontrar a la hija de ese traidor!

— Ya debe de estar muerta. ¡De seguro, todos ya están muertos! — extendí los brazos y después volteé a verlo — Ese pueblo dejó de existir hace siglos. Dudo mucho que la hija de ese hombre del que tanto nos hablaba el abuelo, viva durante tantos años.

Mi padre solo me dedicó una mirada fría. Su obsesión con Aztlán había llegado al punto de preferir su búsqueda que conservar su matrimonio con mi madre. Ella estaba destrozada, pues su único papel era solo ser esposa y madre. Mis padres se divorciaron cuando tenía diez años y al año, ella falleció por su depresión. La parte mala, es que mi madre también estaba obsesionada con Aztlán y a mí me lo inculcaron.

— Cree en mí cuando te digo que todo lo que sabemos de Aztlán, ha pasado de generación en generación. Somos pocos actualmente y logramos evitar parte del mestizaje, pero seguimos buscando lo que nos pertenece. — mi padre volvió a repetir. Era molesto escucharlo hablar de la misma historia de siempre.

— Bien, seguiremos buscando. ¿Luefo qué? — lo miré inquisitivamente.

— Se llevará a cabo el plan que tanto llevamos planeando, pero recuerda; primero debes relacionarte con ese demonio y descubrir sus debilidades. — mencionó. El plan que mencionaba, se lleva formulando desde hace siglos y al ser hijo del gobernante del "casi" pueblo extinto de los Tlaxcaltecas, caía sobre mí esa responsabilidad.

Al llegar al museo, mi padre se fue a su oficina y yo a la mía. Estaba tan sumido en mis pensamientos que solo una buena noticia podría sacarme de mi constante agonía. En ese momomento entro una llamada de la persona que más me interesaba, Serena.

— ¿Serena? — esperaba ansioso el poder escuchar su voz.

— Carlos, se qué llevamos tiempo sin hablar, pero necesitó tu ayuda. — se le escuchaba ansiosa y preocupada.

— Claro, ¿qué necesitas? — respondí sin dudar a su petición.

La llamada término al acordar vernos en Yucatán. Serena me había pedido ayuda para buscar un pueblo que supiera sobre las apariciones de un hombre con alas en los pies. Necesitaban urgentemente saber sobre él y yo tenía su respuesta. Hacía años que visité un pueblo cerca de la costa de Yucatán y había mitos sobre un hombre que llegaba cierto tiempo a ayudarlos, pero jamás hablaban más de lo que nos dejaban saber.

[...]

Una vez en Yucatán, estaba tan emocionado por ver a Serena que había preparado todo un plan para una cena romántica y tal vez, que se diera algo más; todo se vino abajo cuando la vi llegar con una mujer y después ambas me contaron de la desaparición de la Princesa Shuri y el porque necesitaban de mi ayuda. La vida estaba jugando conmigo o tenía preparado algo para mí.
Llegamos a la pequeña aldea de la que le había hablado, pero no obtuvimos nada de información. Supuse que ya no tendrían porque seguir buscando en ese lugar y así, yo podría aprovechar la oportunidad para tener una cita con Serena, pero antes de que yo pudiera hacer algo, me pidió que me fuera. Nuevamente me encontraba triste y sin poder contarle lo que estaba comenzando a sentir por ella.

[...]

Llevaba un buen para de días sin tener noticias sobre Serena, me sentía molesto y frustrado por no recibir respuesta a los mensajes que le dejaba a Serena.
Durante mi constante martirio por saber de ella, en las noticias anunciaron la muerte de la Reina Ramones de Wakanda. Las suposiciones nuevamente estaban presentes y las teorías solo sdaban vueltas en mi cabeza.

Hacía unos días que mi padre se encontraba en contacto con un sujeto, algo raro a mi parecer; llevaba unas joyas en el rostro y su mirada era bastante fuerte y pesada. Me incomodaba su presencia, pero no podía evitar su visita. Por alguna razón, aquel sujeto estaba interesado en los ejemplares que había en el museo sobre Kukulkán; seguramente era otro fanático o un nuevo arqueólogo.

Unos meses después, Serena había vuelto a la Ciudad de México y era mi oportunidad para poder expresarle mis sentimientos, y que mejor forma de hacerlo si había un nuevo ejemplar de un códice mexica, era sobre la princesa Atotoztli.
Cuando Serena llego al estudio, la note algo rara, distante y muy distraída. Por un lado, se le veía emocionada con el códice, parecía una niña pequeña emocionada con un nuevo juguete; por otro lado, se el veía nostálgica y algo exaltada. Me acerque a ella para poder preguntarle lo que sucedía y en el momento en que ella llevo sus manos por encima de la pintura, pude notar que la punta de sus dedos eran de color negro. Quedé paralizado en ese momento y la voz de mi padre venía a mi mente con una frase que resonaba mucho, "La princesa Atotoztli nació con una características muy especial, ella tenía la punta de sus dedos de color negro".
Mis pensamientos habían hecho que me desconectara de la realidad, hasta que el sonido de algo estrellándose contra el suelo me hizo regresar.

— ¿Estás bien? — me acerqué a ella, tomándola de una mano.

— Debo irme. — se soltó y comenzó a caminar para salir del estudio.

Me quede en mi lugar, no podía moverme y aún peor, no podía creer que la persona que me ha estado gustando sea a quien hemos estado buscando generación tras generación.
Me pase las manos por mi rostro con exasperación, dándome cuenta de todas las señales que ignoré por estar enamorado. Estaba en un dilema; contarle a mi padre o dejarlo como su nada hubiese pasado, claro que elegí la primera opción, no iba dejar que la muerte de mi madre fuera en vano y que mi padre siguiera con esa desesperación que parecía una falta de cordura.

Llamé por el teléfono que había en mi oficina, esté se encontraba conectado con todas las oficinas del museo y me comunique con el estudio de mi padre.

— Oficina del señor Ruiz, gerente del Museo Nacional de Antropología. ¿En qué puedo ayudarle? — era Angela, la asistente de mi padre.

— Angela, dile a mi padre que lo esperó en mi estudio. Dile que es urgente. — esperé a su respuesta y colge. Era el momento para comenzar a llevar a cabo nuestro plan.

A los pocos minutos, mi padre llegó a mi estudio y cerro la puerta tras de él; le veía molesto, pero esa expresión cambio inmediatamente cuando le conté lo sucedido.
Volvimos a repasar el plan que llevaríamos a cabo, puliendo cada detalle de lo que me tocaría hacer para que Serena entregase el pueblo. El paso uno, ya estaba hecho; Serena y yo podríamos ser considerados unos buenos amigos, me había ganado su confianza después de todo este tiempo y aún más cuando la ayudé a buscar a su gran amiga, Shuri. El siguiente paso era el más largo, debería de esperar a que Serena regresará y tratar de convencerla para iniciar una relación amorosa, este punto no me molestaba en absoluto y estaba más que de acuerdo en prestarme para esté punto; sin esperarlo, una llamada inesperada nos hizo cambiar el plan. Shuri ahora nuestro comodín; vino al museo para tratar de averiguar algo de Serena y yo era el último en haberla visto, era la excusa perfecta para encontrar más rápido a Serena.

Antes de la llegada de Shuri, inventé una pequeña historia de lo que había sucedido con Serena. Le conté a Shuri que había tratado de seguir a su amiga y no que me había quedado petrificado al ver sus manos. Era una buena historia para no levantar sospechas.

[...]

Shuri y yo nos reuniríamos en Yucatán, en el mismo lugar en el que Serena buscó a Shuri cuando había desaparecido.
La mujer que era líder de la aldea, dejó salir toda la información que necesitabamos; fue tan fácil que no tuve que amenazarla para lograr obtener lo que necesitaba.

Ya me iba de la aldea, pero Shuri me detuvo y me llevo hasta la costa cercana a la aldea, ahí estuvimos parados esperando a algo o a alguien; me estaba cansando y cuando iba a hablar para irnos, un hombre emergió desde el mar. Pude reconocer al sujeto, era el mismo que había visitado el museo aquel día.

— Princesa, perdón... Quise decir, Reina Shuri. — aquel hombre sonrió, pero su sonrisa estaba llena de sarcasmo.

— Necesito tu ayuda. — Shuri soltó sin más, me tomó desprevenido.

Aquel hombre la miro confundido y después volteó a verme, sabía que me reconoció, pero no dijo nada.
Shuri le contó lo que estaba sucediendo y sin pensarlo dos veces, aquel hombre que se hacia llamar "Namor, aceptó buscar a Serena. No me daba buena espina y mucho menos me iba a agradar que estuviera cerca de ella después de casi atravesarme con su lanza, pero no había otra forma; entre más fuéramos, más rápido encontraríamos a Serena.

El tiempo pasó y no teníamos señales de vida de Serena. Me estaba desesperando, pues, mi padre no paraba de preguntarme sobre ella y si ya había logrado un avance, le conté lo que estaba sucediendo y esté se enojó demasiado; gritaba que debía darme prisa y en cuanto tuviera la ubicación de Aztlán, se la mandará inmediatamente.

Gracias a la presencia de Namor, tuve que fingir que estaba "incómodo" con su compañía, después de todo él había intentado matarme. Con mi excusa, regresé a la Ciudad de México y "continúe" con mi trabajo en el museo, pero lo que hice realmente fue alertar a nuestra gente sobre Namor. Mi padre me pidió estar en constante alerta, pues las historias que habían pasado de generación en generación, hablaban de un hombre, un posible Dios que protegia a ciertos pueblos antiguos y coincidía perfectamente con Namor. Su presencia era un obstáculo y parecía que sospechaba de mí, pero podría ser mi paranoia que me hacía exagerar las situaciones en algunos casos.
Aunque él estuviera presente, eso no nos detendría para reclamar lo que a mi pueblo se le negó.

Papá tuvo razón en creer las historias de nuestros ancestros y yo me culpaba por haber creído que todo era falso. Este era mi momento para enmendar mi error y reclamar lo que nos pertenecía.

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¡Hola!

Volví después de tanto tiempo. Quiero pedir una disculpa por tardar tanto en actualizar. Junio y Julio fueron un caos, mucho estudio, muchos examenes y un constante bloqueo para escribir; pero ya estoy aquí.

Gracias al bloqueo, me ha llevado a querer modificar los últimos capítulos y me llevó también a tomar la decisión de alargar un poco más la historia, para ser sincera, solo serán uno o dos capítulos máximo.

Sin más que agregar, espero les este gustando mucho la historia. No olviden votar y comenrar, sería de mucha ayuda.

¡Nos leemos en el próximo capítulo!

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