Capítulo Trece
NEGRITAS = Hablan en Maya.
NEGRITAS CURSIVA = Hablan en Náhuatl.
⚠️ ADVERTENCIA ⚠️
Este capítulo presenta contenido sexual. Se sugiere discreción.
Lo leerá bajo su propia responsabilidad; si no le agrada el contenido, pido que se salté el capítulo.
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Narra Namor:
Han pasado dos meses desde la última vez que vi a Serena; mis responsabilidades como gobernante de Talokan no me han permitido el tiempo para poder volver a verla y pasar tiempo con ella.
Durante este tiempo, pareciera que Namora busca cualquier forma para mantenerme ocupado y menos pueda salir. Sabía de algún modo estaba evitando que saliera de Talokan para ver a Serena, hoy me reuniría con ella y Attuma para contarles mi proposición de una alianza con Aztlán.
— ¿Nos mandaste a llamar? — preguntó Namora a lado de Attuma, mientras ambos hacían nuestro saludo.
— Sí, y la razón es simple. Quiero formar una alianza con Aztlán — confesé sin una pizca de duda.
— ¿Su pueblo puede atacarnos? — preguntó Attuma, mientras daba un paso al frente. Derrepente, el sonido de una lanza golpeando el suelo, nos hizo voltear a su origen.
— ¡Claro que nos puede atacar! — menciono Namora, completamente molesta — Creí que habíamos hablado sobre eso.
— Lo hicimos, pero solo hablamos sobre un posible ataque. En este momento quiero hablarles sobre la alianza que llevo pensando en hacer con la Tlatoani de Aztlán — caminé hacía la mesa que había en mi choza.
— ¡Una alianza no nos garantiza la paz y seguridad de nuestro pueblo! — Namora volvió a golpear el suelo con su lanza — O... ¿acaso olvidaste lo que la reina de Wakanda hizo? — insistió con voz arisca.
— ¡Claro que no lo olvide! Es sólo que... — tomé una pequeña caja que estaba sobre la mesa.
— Te haz enamorado — soltó Attuma. Inmediatamente volteé a verlos y sus expresiones eran completamente diferentes. Por un lado era Attuma con una sonrisa; por el otro lado, Namora tenía el señor fruncido y estaba casi enseñando los dientes.
— Sí — admití casi en un suspiro.
— ¿Cómo? — me cuestionó, Attuma.
— Por alguna razón, el dolor y la similitud de nuestros pueblos nos hace compartir un mismo duelo y de algún modo, el mismo amor el uno por el otro — confesé nuevamente. Attuma asintió levemente mientras me regalaba una sonrisa de lado, está seña me daba a entender que estaba aceptando mis sentimientos y por ende, mi decisión.
— Tú sientes algo por ella, pero ¿qué nos garantiza que ella sienta lo mismo? — Namora nuevamente me cuestionaba — ¡Podría estar jugando contigo y usar esta oportunidad para hacerse del vibranium de Talokan! — me hizo pensar las cosas por un momento, pero fue en vano. Mi confianza ya estaba depositada en Serena, sabía que ella no sería capaz de dañar a mi pueblo.
— Entiendo tu preocupación, mi niña — me acerque a ella y pose mi frente contra la suya — Debo admitir que también tengo miedo, pero por más que trate de dudar, no puedo. Serena me ha estado demostrando que puedo confiar en ella — me separe y la tome por los hombros — Así como yo confió en ella, te pido que confíes en mí.
Namora me miro fijamente por unos segundos y después asintió con la cabeza, volteé a ver a Attuma y también asintió, al poco tiempo se retiró; sólo quedábamos Namora y yo en la choza.
— ¿Le pedirás matrimonio? — preguntó Namora viendo fijamente la caja que aún sostenía en mi mano.
— Es curioso que lo preguntes — rasqué mi nuca con la mano libre que tenía.
— ¿Qué quieres decir? — levantó una ceja a la vez que ladeaba su cabeza.
— En su pueblo hay una costumbre, es un baile — sonreí para mí mismo al recordar aquel momento — Es un baile para la fertilidad, pero también es una clase de ceremonia para elegir... pareja — dudé en continuar, Namora aún me miraba fijamente.
— ¿Ella te eligió? — podía ver la molestia en su rostro, pues en Talokan también existía una ceremonia de está clase y por más que Namora me insistía en buscar pareja en esa actividad, jamás lo hice.
— No directamente — solté una risa nerviosa.
— ¡Deja de darle vueltas al asunto! — comenzó a dar pequeños golpes con su pie contra el suelo.
— Su gente me aventó contra ella y pudo rechazarme en ese momento, pero no lo hizo. En pocas palabras... ya me comprometí con ella — sonreí - Pero... quisiera hacerlo directamente como nosotros — abrí la pequeña caja que en su interior guardaba un anillo de oro con una piedra de jade en el centro.
— El anillo de tu madre... — se acercó a mí para poder apreciarlo.
— Es muy pronto para saberlo, pero cuando sienta que sea el momento... Se lo pediré — una sensación de emoción en mi pecho se apoderaba por completo de mí. Namora volteó a verme y aún con muchas dudas en su mirada, me sonrió.
Namora término por retirarse de la choza, así dejándome solo en el lugar. Volví a mirar fijamente el anillo de mi madre y recordé el momento en que me lo dio y en sus palabras.
"Deseo que los Dioses te permitan encontrar a aquella persona que te amé con todo lo que te hace ser tú y que del mismo modo tu ames a esa persona. Es lo único que deseo; el que seas feliz, mi niño"
Sentía una punzada en mi corazón al saber que mi madre no conocería a Serena, la mujer que posiblemente me hará feliz de verdad; después de tanto dolor y tanto miedo.
Narra Serena:
Pasaron aproximadamente dos meses desde la última visita de Namor; sentía la necesidad de querer verlo y una emoción tan grande se apoderaba de mí.
Shuri y Okoye regresaron a Wakanda antes de que Carlos fuera dado de alta del hospital; debían regresar para continuar con sus responsabilidades. Carlos se quedo un tiempo más en Aztlán, su entusiasmo lo hacía parecer un niño pequeño; me decía que su sueño de hablar con los mexicas, al fin se estaba haciendo realidad.
— ¿Qué se siente ser tú? — preguntó mientras se movía en su silla de ruedas.
— Yo... pues... — lo miré confundida, no sabía exactamente como responder a su pregunta.
— Quiero decir, ¿qué se siente ser la primera Tlatoani mujer en la historia? — giró en su silla para mirarme fijamente.
— Al inició no quería ser Tlatoani, quería ser solo una chica normal — reí nerviosa.
— Claro, por supuesto. Pero... ¿no se opusieron a que lo fueras? — se inclinó levemente en su lugar.
— Pues... mi padre hizo que me educaran como lo harían con un hombre y a la vez, mi madre se cercioraba de que todos obedecieran de la decisión de mi padre y... — comencé a reírme recordando la conducta de mi madre en aquella época.
— ¿Qué es tan gracioso? — ladeó su cabeza confundido.
— El día que me tocó entrenar con los mejores guerreros del pueblo, mi madre me puso una armadura hecha con tela y en su interior me puso muchos materiales suaves para que no me lastimarán — bajé la mirada mientras sonreía — Era tan molesto y estorbaba tanto, que en vez de caer por los golpes de los soldados, caía porque no podía caminar correctamente. Los soldados jovenes siempre se burlaban de mí por esa razón, hasta que mi mamá les jalaba las orejas y los hacía disculparse conmigo — volteé a verlo.
— ¿De verdad hizo eso tu mamá? — sonrió incrédulo.
— ¡Por supuesto! Algunos de mis profesores le tenían miedo y tanto le temían que cuando escuchaban que mi mamá les haría una visita, hacían lo posible para que yo me aprendiera las cosas en un corto tiempo, ya que ni mamá me hacía preguntas de lo que veía en los pergaminos — comencé a reír.
— Tú mamá debió ser increible. Ahora entiendo porque la extrañas tanto — dejé de reírme, sentí como una apuñalada en el corazón. Sabía que no lo había hecho con una mala intención, pero los recuerdos de su muerte aún me perturbaban — Perdoname, no fue mi intención — se acercó lentamente para tomar mi mano.
— Lo sé, es solo que... — suspire y después miré al cielo para tratar de evitar que salieran las lágrimas que se habían acumulado en mis ojos.
— No puedes evitar culparte — dijo con voz átona — Yo tampoco puedo evitarlo — volteé a verlo y en su rostro podía ver la culpa que se apoderaba de él.
— ¿A qué te refieres? — me senté en la pequeña banca que había cerca de nosotros.
— Cuando era pequeño, mi mamá le encantaba tanto enseñarme sobre las culturas mesoamericanas. Lo que ella no sabía, es que quería aprender todo eso para impresionar a mi padre — su voz se escuchaba cada vez más sin fuerza — Un día, mi mamá estaba llorando y yo me acerqué a ella para consolarla, sabía que había peleado con mi padre. Enojado y con todo el valor, fui a reclamarle a mi papá; esté solo me gritó y me corrió de su estudio. Nuevamente fui al cuarto donde se encontraba mi mamá, pero tenía seguro; supuse que ella quería estar sola — se llevó la mano a su rostro y limpió una pequeña lágrima que recorría su mejilla — Como a las dos horas volví a ir y seguía la puerta cerrada; le avisé a las personas que estaban cerca de mí e hicieron todo para abrir la puerta ya que mi mamá no respondía por más que le llamaban — por alguna razón, sentía la ansiedad y el miedo que posiblemente el tenía en aquel momento — Cuando lograron entrar, no había nadie en el cuarto. Una de las mujeres del servicio entro al cuarto y dejo salir un grito desgarrador; todos corrieron y me incluyó. Cuando entré, mi mamá estaba en la bañera rodeada de agua completamente roja; yo no entendía lo que había sucedido y sólo me decían que ella estaba durmiendo — su voz de quebró — Mi inocencia y mi irá me hicieron creer que yo había tenido la culpa por no poder lograr que mi padre hablará con ella. Tiempo después, me enteré que ella estaba embarazada y que se lo había contado a mi padre. Ella creía que eso iba a hacer que mi padre la amará de nuevo, pues unos días antes de su muerte se había enterado de que él la había engañado con otra mujer.
— Carlos... — pose mi mano sobre su hombro.
— Lo sé, yo no tengo la culpa — bufo molesto — Pero si tan solo hubiera podido decirle en ese momento a mi mamá que yo estaba con ella, tal vez y sólo tal vez... Ella no se habría suicidado — soltó mi mano y rápidamente limpió el par de lágrimas que habían logrado salir de sus ojos.
Ahí estabamos, dos adultos muy pequeños que sentían la culpa completa por la perdida de nuestras madres. La culpa que él sentía era completamente diferente a la mía; él era solo un niño cuando su mamá prefirió la muerte por encima de su pequeño hijo. Por el contrario, estaba yo; mi culpa era por no haberme quedado quieta en aquella época y gracias a eso, había atraído a los colonizadores españoles a mi pueblo, a la vez que provocaba la muerte de mi madre a manos de esos monstruos.
[...]
Un mes después, Carlos fue dado de alta y lo acompañé a su casa en la Ciudad de México. Le hice prometer que jamás hablará de lo que había visto a cambio de que yo le contaría más sobre la cultura de mi pueblo y el como me fui adaptando a la evolución y modernización del exterior.
Se cumplieron tres meses desde la última vez que Namor me había visitado y mi necesidad por verlo era cada vez mayor. Terminé por decidirme a visitarlo y llevarle un pequeño regaló para que recordará que en Aztlán sería siempre bienvenido.
Deje todo a cargo de Tupoc y de Iyali para que en mi ausencia todo estuviera bien y si se presentaba un problema, ambos pudieran responder inmediatamente.
Antes de tomar rumbo a mi viaje, baje a la zona de las cosechas, salude a todos las personas que me veían mientras me dirigía a un árbol de cacao. Una vez en el lugar, corte una gran semilla de cacao y lo lavé cuidadosamente en el río que pasaba cerca de todas las cosechas; ya estando listo, guarde la semilla en un pequeña bolsa que llevaba conmigo y comencé mi viaje.
Me sentía nerviosa por la reacción que pudiera tener Namor ante mi visita, eran varias imágenes que me llegaban a la mente y todas me causaban más nervios.
Unas horas después, llegué a Yucatán y pase de largo la aldea de María, pues lo que más quería era estar con Namor. Cuando estuve frente a la entrada del cenote, me preparé para poder entrar a las aguas frías, coloqué la máscara de oxígeno que Namor me había dado en mi última visita y el traje que uno de mis científicos había creado para mí para poder lanzarme al agua evitando que mi ropa se mojara. Nade por un par de minutos y me fui acercando lentamente a la superficie para hacer el menor ruido posible, me fije que nadie estuviera cerca y así evitar alarmar a los Talokanies. Salí por completo, me quité el traje y acomode el vestido que llevaba puesto; me acerqué lentamente a la choza y me asome para verificar quien estaba en su interior. Ahí estaba él, sentado frente a su mesa, sumido en sus pensamientos con la mirada fija en los pergaminos en los que escribía; parecía enojado, pero esa expresión en su rostro es tan normal cuando está concentrado. Sin pensarlo dos veces, toqué el marco de la entrada de la choza para llamar su atención.
— Adelante — pronunció sin despegar la mirada del pergamino.
— Notlazohtlaliz — sonreí mientras continuaba viéndolo fijamente. Namor dejó de escribir y levantó la mirada confundido; inmediatamente su rostro se iluminó y caminó rápidamente hacía a mí para levantarme del suelo y dar vueltas en lugar en el que me encontraba.
— ¡Yaaj! ¿Qué haces aquí? — dejó de dar vueltas para ponerme de nuevo en el suelo y tomar mi rostro entre sus manos.
— Sonará muy cursi, pero necesitaba verte — posé una de mis manos sobre la suya.
— Yo también necesitaba verte... — suspiró y después se acercó lentamente para depositar un tierno beso sobre mis labios. Después, poco a poco nos fuimos separando y no pude evitar desviar la mirada, pues ahora comenzaba a sonrojarme cada que él me veía después de un beso.
— Yo... — aclaré mi garganta — Traje esto para ti — tomé la bolsa que había dejado caer al suelo justo antes de que Namor me tomara en sus brazos — Es una muestra de que en Aztlán serás siempre bienvenido — saque la semilla de cacao y se la entregue.
— Es un poco confuso — sonrió mientras miraba la semilla en sus manos.
— ¿Qué quieres decir? — lo miré confundida.
— Había leído que los mexicas daban piedras y metales preciosos como muestra de paz a los pueblos aliados — me miro fijamente. Comencé a sentirme un poco tonta, pues justamente eso era lo que nosotros hacíamos, pero por alguna razón yo traje cacao en vez de oro.
— Debes disculparme, yo... — me vi interrumpida por la hermosa risa de Namor, pero aún no dejaba de sentirme tonta ante tal momento.
— Lo que venga de ti, es simplemente perfecto — me dio un beso en la frente.
— Entonces, ¿no estás....? — iba a hablar cuando volvió a interrumpirme.
— ¿Molesto? Para nada, solo estaba bromeando contigo — dio media vuelta y dejó el cacao sobre su mesa, después volvió conmigo y volvió a besarme tiernamente.
Comencé a sentir poco a poco como mi rostro se calentaba, las manos de Namor que me tomaban del rostro fueron bajando lentamente por mi cuello a mis hombros y después dejaron de tocar mis brazos para pasar a tomarme de la cintura. Namor con un tirón hizo que mi cuerpo se pegará más al suyo, mis manos se encontraban sobre su pecho desnudo y las subí hacía su cuello; nos separamos para poder recuperar el aliento y volvimos a besarnos, sólo que el beso ya no era tierno, ahora era más intenso.
Sentía como sus dedos recorrían mi espalda descubierta por el escote que tenía el vestido; la sensación que las yemas de sus dedos causaban era electrizante, lo que provocaba que arqueara mi espalda dejando salir un leve jadeo.
— Serena... — pronunció sin fuerzas, pues su respiración estaba agitada.
Aprovechó la oportunidad de que sus dedos me hacían arquear la espalda para dejar un pequeño beso sobre mi cuello, jadee nuevamente y Namor me presionó aún más contra su cuerpo.
Nuevamente acercó su rostro al mío para besarme lentamente y al mismo tiempo sus manos iban bajando hasta llegar a mis caderas; mi respiración era cada vez más pesada y mi boca se había secado en ese momento.
Me costaba respirar y sentía como mi cuerpo temblaba ante el contacto de las manos de Namor sobre la tela del vestido.
— Kukulkán — pronuncié casi en suplica — Tómame, por favor — hale de su nuca para acercar de nuevo su rostro al mío, a la vez que me ponía en puntas para poder facilitar el acercamiento.
Namor gruñó ante mi comentario, noté su excitación al sentir un bulto sobre mi vientre; bajo una de sus manos aún más y comenzó a subir la tela de mi vestido dejando a la vista uno de mis muslos. Su mano rozó la piel de mi muslo generando un cosquilleo sobre esté; cuando tuvo la oportunidad, su mano me tomó del muslo y lo elevó hasta ponerlo sobre su cadera. Mientras apretaba y acariciaba mi muslo, continuó besándome frenéticamente; nuestras respiraciones podían escucharse perfectamente, pues inundaban la choza por completo y dudaba que no pasará lo mismo con la cueva.
De un momento a otro, Namor me tomó por el otro muslo y me levantó son problemas; enrede mis piernas sobre su cadera y él tomándome con fuerza por la espalda, me llevó hasta la cama, quedando encima mío. Se separó y me miro fijamente, acarició mi mejilla y volvió a besarme tiernamente.
Comencé a quitarle las joyas que llevaba encima y así dejar completamente desnudo su pecho; Namor nuevamente iba levantando mi vestido hasta deshacerse de él, aventándolo en algún lugar de la habitación lo que provocó que yo riera ante tal acto.
Namor se relamió los labios y quitó el cabello que caía sobre mi cuello, comenzó a besarlo dejando besos húmedos y pequeñas mordidas sobre mi piel hasta llegar a mis senos. Volvió a mirarme una vez más antes de quitarme el sujetador, bajó la mirada a mis senos y pude sentir su respiración acariciar mi piel; acto seguido, llevó uno de mis senos a su boca con ayuda de una de sus manos, mientras que con la otra apretaba levemente mi seno que quedaba libre. Todo esto provocó que saliera de mí un gemido que lleno todo el lugar, Namor gruñó de nuevo para después apretar mi pezón con sus labios.
Lleve mis manos hacía su cabello y hale de él, Namor se separó y volvió a subir para besarme, ahora su excitación era aún mayor, pues aún con mi braga puesta pude sentir la fuerte erección que era cubierta por su ligera vestimenta.
Aún besándome, su mano que se encontraba sobre mi seno, fue bajando lentamente acariciando la piel de mi abdomen hasta meterse en mi braga; uno de sus dedos divagó y se introdujo en mi interior haciéndome gemir otra vez; apreté sus hombros con mis manos y él trataba de ahogar mis gemidos con su boca, pero fue en vano.
Sin perder más el tiempo, Namor se puso de pie frente a la cama y se deshizo de la única prenda que le quedaba puesta; sin poder evitarlo, mordí mi labio al tenerlo frente a mí, completamente desnudo. El se acercó lentamente a mis piernas y se puso rodillas, colocó sus manos sobre mi cadera y jaló de ellas para acercame más a la orilla. Separó mis piernas y colocó su rostro entre mis muslo, comenzó a depositar besos sobre ellos mientras se acercaba a mis ingles; después, dio pequeños besos sobre mi braga y lamió lentamente deteniéndose antes de llegar al obligo.
Se incorporó y observé como el deseó en su mirada y la lujuria en su boca se hacían presentes; volvió a acercarse a mí y quitó cuidadosamente mi braga para así quedar completamente desnuda y a su merced. Con ayuda de mis piernas, me acomode al centró de la cama y él se posicionó encima mío.
— Si algo te molesta, dímelo y me detendré — su mirada ahora mostraba preocupación.
— Te lo haré saber — le sonreí, mientras tomaba su rostro con ambas manos.
Su mano bajó y acomodó su pene en la entrada de mi vagina y me penetró en una sola estocada; mi interior se contrajo y me hizo incorporarme con ayuda de mis codos. Me encontraba con los ojos cerrados y los fui abriendo poco a poco para encontrarme con un Namor preocupado y queriendo detenerse, negué con mi cabeza y pedí que continuará. Empezó a dar embestidas lentas y poco a poco fue aumentando su velocidad haciéndome gemir contra su boca o a veces, con mi rostro escondido en su cuello. Un pequeño dolor se hacía presenté en las embestidas, pues me estaba tardando en acostumbrarme a su tamaño y a los movimientos; la última vez que había estado con un hombre fue hace casi una década y desde entonces no había tenido intenciones de estar de nuevo con uno.
Namor estaba saciando todo su placer, pues fuertes gemidos salían de él, lo que género aún mayor placer sobre mi cuerpo. Subió uno de mis muslos sobre su hombro y provocando una presión en mi interior, y no sólo me estimulaba a mí, pues Namor comenzó a embestirme con mayor rapidez y fuerza.
El calor emanaba de nuestros cuerpos ej movimiento y el sonido de nuestra piel chocando superaba a los jadeos de ambos, mis uñas se enterraban en su piel canela y sudorosa de su espalda.
Llegó el punto donde comenzaba a sentir debilidad en mis piernas y no estaba segura del tiempo que llevábamos entregándonos el uno al otro. No creí aguantar más tiempo, pues sentía que el orgasmo estaba a la vuelta de la esquina.
— Namor — gemí su nombre, apretando mis muslos contra sus costados al sentir como mis piernas se tensaban con cada una de sus embestidas.
Namor se percató de lo sucedido y comenzó a dar fuertes estocadas con mayor rapidez. Cubrí mi boca a la vez que apretaba mis ojos con fuerza al sentir un intenso calor en mi vientre; Namor quitó mi mano de mi boca para besarme intensamente. Se separó una vez más de mí y colocó su rostro en mi cuello, podía sentir que él también estaba llegando al clímax, pues las embestidas tenían pequeñas pausas entre cada una de ellas, al último Namor gimió con fuerza en mi oído en señal de que estaba llegando al orgasmo conmigo.
Nuestras respiraciones eran pesadas y costaba respirar, nuestros corazones latían con tal frenesí que parecía que iban a salirse; Namor salió de mí y se dejó caer boca arriba a mi lado, me giré y puse mi cabeza sobre su pecho y así pude apreciar mejor el latido de su corazón.
Poco a poco nuestras respiraciones fueron desacelerando hasta controlarse por completo a la vez que nuestros corazones; en su intento de protección y cuidado, Namor nos cubrió con una sabana para después regalarme un beso en mi cabeza.
El cansancio comenzó a hacerse presente y mis ojos se hacían pesados cada vez, trataba de parpadear para mantenerme despierta, pero el desgaste que había tenido minutos antes me estaba ganando cada vez más.
Pude escuchar que Namor pronunciaba mi nombre un par de veces.
— Serena — dejó salir una pequeña risa nerviosa — Juró que te protegeré a ti y a tu pueblo como lo hago con Talokan — mi corazón comenzaba a latir de emoción ante su promesa.
Me sentía segura a su lado, algo que no sentía desde hace siglos y que con ningún otro hombre había sentido.
Antes de perder el conocimiento en un profundo sueño, escuché que Namor me hablaba nuevamente.
— Creo que... Te amo — sentí como sus fuertes brazos me rodeaban.
No estaba segura de lo que había escuchado, sentía que me encontraba soñando cuando lo escuche dercime eso.
Estaba realmente feliz, pero mi cansancio era muy fuerte, que estaba segura que al despertar dudaría si fue real o un hermoso sueño.
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Glosario:
Notlazohtlaliz = Mi amor, en Náhuatl
Yaaj = Amor, en Maya
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