Capítulo Seis
NEGRITAS = Hablan en Maya.
NEGRITAS CURSIVA = Hablan en Náhuatl.
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Me encontraba sentada a la orilla del río que pasa por la ciudad, una pequeña brisa sopló provocando un escalofrío en mí. Veía pasar a las personas de un lado a otro, su tranquilidad había vuelto, el miedo que tenían de otro ataque de Namor iba disminuyendo y la ciudad se iba levantando poco a poco. Habían pasado tantas cosas en tan poco tiempo y aún me estaba costando asimilar todo.
A pesar de que Shuri tuvo el pequeño ritual en Haití donde quemó las ropas funerarias, aún le estaba costando lidiar con la muerte de su madre. Había noches en las que yo no podía dormir por mis sueños y me encontraba a Shuri vagando en los pasillos; algunas veces la seguía y la veía entrar al cuarto de la Reina, me quedaba en el marco de la puerta y la oía llorar. Me partía el alma verla así, sabía que ése dolor no sanaría hasta después de un tiempo, la parte buena es que ella tenía una ventaja, pues estaba Nakia y su sobrino Toussaint para que pudieran superar juntos ese dolor; también estaba yo para ayudarlos, pero su dolor era ajeno a mí, aún que me consideraran parte de su familia.
Cerré los ojos e inhale hasta que mis pulmones se llenarán, hice una pausa y exhale lentamente, ese momento estaba brindándome la paz que necesitaba, el ruido que la ciudad emanaba no era molesto, y era mejor escuchar ese ruido al que había en mi cabeza. Mi relajación era tanta que no me había percatado que alguien estaba observándome.
— ¿Serena? — me sobresalté al escuchar la voz de Okoye — ¿Está todo bien? — se sentó a mí lado.
— Claro, solo estaba tomando aire fresco — le sonreí nerviosa.
— ¿Te preocupa algo? — su voz era tan suave y tenía un tono de preocupación, era diferente a como normalmente era.
— No... — suspire — La verdad... Me estoy escondiendo de Shuri.
— Te ha estado molestando con lo de tus sueños, ¿cierto? — posó una mano sobre mi hombro, haciendo que me sobresalté una vez más.
— Cómo no te imaginas — sonreí una vez más — Solo estoy cansada.
— Shuri no dejará de molestarte con eso — dio un pequeño apretón con la mano que aún seguía en mi hombro.
— Lo sé, lo sé — me levanté bruscamente del banco — Sé que no va a descansar hasta ayudarme.
— ¿Pero...? — levantó sus cejas esperando a que siguiera hablando.
— Creo que es momento de... — fui interrumpida por las perlas de Okoye. De ellas salió la voz de Shuri.
— Okoye, ven al laboratorio y trae a Serena contigo — Okoye y yo nos volteamos a ver después del mensaje de Shuri.
— Creo que hay que darnos prisa — mencioné en un tono de cansancio.
[...]
Cuando llegamos al laboratorio, Shuri parecía estar concentrada en una nueva máquina, Okoye aclaro la garganta pero ni se inmutó.
— Shuri — Okoye le habló mientras se paraba frente a ella, automáticamente Shuri levantó la cabeza cuando se percató de su presencia.
— ¡Okoyeee! — dijo en voz alta mientras le sonreía ampliamente y se quitaba los audífonos, por eso no nos había escuchado. Después Okoye me hizo señas para que me acercará.
— Listo. Ya estamos aquí — levanté los hombros ladeando un poco mi cabeza — ¿Para qué nos necesitabas?
— Quería mostrarles mi nuevo proyecto. Aún no lo bautizó, pero creo que nos ayudará a descifrar tus sueños — volteó a verme fijamente.
— ¿Y funciona? — preguntó Okoye mientras examinaba la máquina. En cambio yo me sentía cada vez más nerviosa y presionada por lo qur estaba sucediendo.
— Por ahora, es un prototipo. Creó que podría estar funcionando en un mes o menos — cruzó sus brazos sobre su pecho mirando fijamente la máquina.
— ¡¿Menos de un mes?! — pronuncié casi gritando, lo que provocó que todos los que estaban presentes en el laboratorio nos voltearán a ver.
— Eso creo, pero tú tranquila. Lograremos descifrar lo que te esta sucediendo — Shuri término por acercarse a mí y tomarme del hombro. Lo único que pude hacer fue forzar una sonrisa, pues me preocupaba lo que la máquina pudiera lograr.
Shuri y Okoye empezaron a hablar sobré las armaduras que se usaron en la batalla contra Namor, aproveche esa oportunidad para escapar dem laboratorio e ir a mi cuarto. Mis manos y piernas me temblaban demasiado, no sabía si era miedo o enojó lo que provocaba esos temblores y ciertamente no me gustaba en absoluto, la idea que se le había ocurrido a Shuri a base de mis sueños.
Al llegar a mi cuarto, me encerré y no permití que nadie entrará; Shuri fue verme pero no la dejé pasar, quería estar sola. La decisión que estaba a punto de tomar, sería una medida desesperada y sus consecuencias podrían ser muy grandes o muy pequeñas.
Narra Shuri:
No había dormido muy bien en toda la noche, daba vueltas en mi cama preocupada por la reacción de Serena. No la había visto después de mostrarle mi nuevo proyecto para ayudarla con sus sueños, su reacción no fue como me la imaginaba, creí que iba a alegrarse pero fue todo lo contrarió, la vi preocupada e incluso parecía estaba enojada. Fui a verla después de un rato pero jamás abrió la puerta y tampoco me respondió, terminé por dejarla en paz y darle su tiempo.
Al día siguiente pedí que prepararán un poco de fruta y jugo de naranja para que pudiera llevárselo a Serena; quería disculparme. Después de todo... ella no me había pedido armar una máquina para ayudarla con sus sueños.
— ¿Serena? — toqué la puerta. No esperaba una respuesta inmediata — Quiero... disculparme por lo que sucedió ayer — aún sin respuesta y yo sabía que me lo merecía — Por favor... No tienes porque hablarme, solo recibe la bandeja — Pensé que me abriría o que contestaría esta vez, pero simplemente todo estaba muy silencioso.
Mire la perilla e intenté girarla creyendo que tendría seguro pero no fue así; al entrar, la cama seguía hecha, como si nadie hubiese dormido en ella, dejé la bandeja en una mesita y me acerque a la puerta del baño, toqué la puerta y está se abrió lentamente mostrándome un poco de lo que había en el interior del cuarto. En el suelo había cristales de espejo, me alarme y al entrar me encontré frente al espejo completamente destrozado y en lavamanos una pequeña toalla con sangre; salí rápidamente del baño y fui directo a la puerta del closet para buscar a Serena en él, tampoco estaba ahí, terminé por cruzar el cuarto y dirigirme hacía la enfermería, tal vez ahí se encontraría Serena, puesto que debió de curar su herida. Al llegar, me encontré con la enfermera, le pregunté ñor Serena y me contestó que no la había visto pero que cuando llego, había una mesa con vendas, gazas y torundas con sangre.
Active mis perlas y pregunté por ella a quien pudiera haberla visto, nadie sabía nada de ella. Llame a Okoye y a Nakia pero tampoco sabían nada y por más que llamáramos a sus perlas, no recibíamos una respuesta.
Ayo me llamó y me informó que habían encontrado rastros de sangre cerca de la biblioteca donde Serena trabaja; fuimos las tres juntas de inmediato al lugar y las Dora Milaje ya estaban ahí. Al entrar a la biblioteca, todo era un desastre, libros abiertos en todas las direcciones, algunas hojas manchadas de sangre, algunas figuras de barro o porcelada en mil pedazos, el escritorio era un desastre y al igual que lo demás, había más manchas de sangre.
Nada de esto me estaba gustando, ella podría desaparecer, pero al menos no dejaba un rastro de sangre y mucho menos dejaba su lugar de trabajo tan destrozado. En mi cabeza solo resonaba la idea de que alguien se la hubiese llevado a la fuerza y Namor era mi principal sospechoso o su gente, pero por el acuerdo que habíamos hecho, me hizo dar el beneficio de la duda.
[...]
Habían pasado tres semanas desde la desaparición de Serena y seguíamos sin tener noticias de ella. Me la había pasado buscando pistas en su cuarto, en la biblioteca, en el laboratorio pero no había nada, también revisé las grabaciones de las cámaras de seguridad y era como si Serena se hubiese hecho invisible porque después se que salió de su cuarto, las cámaras no la detectaron.
Ordené que la buscarán por todo el reino y pedí ayuda a las demás tribus pero ninguna tuvo éxito, parecía que la tierra se había tragado a Serena.
Me encontraba en el laboratorio intentado rastrear las perlas de Serena pero no había ni una sola señal, sabía como activarlas pero parecé que ella fue aún más lista y las desactivó como le enseñé, tampoco me había percatado de que alguien estaba detrás de mí.
— Shuri... — me sobresalté al escuchar la voz de Okoye detrás de mí.
— ¡Demonios¡ — posé mi mano sobre mi pecho — Pensé que ya habías aprendido a no hacer eso.
— Aclaré mi garganta y no me escuchaste.
— Lo siento. Estaba concentrada tratando de localizar las perlas de Serena, pero... — dejé salir un suspiro.
— Sigues sin tener éxito — terminó de decir Okoye y asentí la cabeza sin más — Nos preocupa que puedas enfermar de nuevo.
— Tranquila, nada de eso me va a pasar — le sonreí nerviosa.
— Serena no esta aquí para ayudarte si te desmayas. Debes cuidarte. Ahora tú eres la Reina — sentí una punzada en el pecho al escuchar esa palabra. No quería responderle a Okoye, después de todo tenía razón.
A los pocos segundos un pequeño sonido se escuchó, eran las perlas de Serena, se habían activado justo en ese momento. Ahora sabíamos donde buscarla.
[...]
Le pedí a Nakia que se quedará en Wakanda para que nos informará de cualquier asunto mientras Okoye y yo buscábamos a Serena, las perlas se habían activado en la Ciudad de México y para ser aún más exacta, en el Museo de Antropología. Cuando llegamos al museo, nos dirigimos al estudio de Carlos y al entrar, éste estaba con los pies sobre el escritorio reclinado sobre su silla; Okoye aclaro la garganta y Carlos se sorprendió, lo que provocó que al quererse enderezar terminó por irse de espalda con todo y silla, Okoye y yo apretamos los labios para evitar soltar una carcajada.
— Princesa Shuri... digo, Reina señora, Shuri — se incorporó rápidamente acomodándose el sacó y el cabello — ¿A qué debo el honor? — se aclaró la garganta mientras caminaba hacía nosotras.
— ¿Se encuentra Serena contigo? — pregunté ansiosa.
— ¿Serena? Pero... creí que estaba con ustedes — levantó una ceja confundido.
— No. Creo que es obvio que no esta con... nosotras — dijo Okoye para después comenzar a caminar por el estudio.
— Estamos buscando a Serena. Sus perlas se activaron y nos trajeron justo aquí — me acerqué aún más a Carlos.
— ¿Qué clase de perlas? — se le veía aún más confundido.
— Como éstas — levanté mi brazo mostrándole las perlas que llevaba en mi muñeca.
— Oh, espera... — dio media vuelta y camino rápido hacía su escritorio, rebuscó sobre los papeles y después lo vi agacharse al suelo — Aquí esta. Justo la estaba viendo — volvió a donde me encontraba y me entrego una perla — La encontré en el suelo y pensaba regresársela a Serena cuando la volviera a ver.
— ¿Hace cuánto tiempo fue? — pregunté.
— Hace como... tres semanas, más o menos — dijo mientras se pasaba la mano por su nuca — Desdé entonces, no se nada de ella — sentí como mi sangre se heló por completo.
— ¿Tres semanas? — insistí.
— Si, pero... — dudo un instante antes de girar en su lugar y caminar hacía una mesa — actuó muy raro.
— ¿A qué re refieres "raro"? — Okoye preguntó recalcando la última palabra.
— Vino a verme y se vía algo ¿nerviosa? — su voz se hizo aguda haciendo énfasis en la última palabra — Pero después su actitud fue como si nada estuviera pasando. Ese día se percató de los códices que nos habían llegado y su rostro se iluminaba — suspiró dejando ver una sonrisa tierna.
— Y después... ¿qué sucedió? — me paré a su lado.
— No lo se — suspiro decepcionado.
— ¿Cómo que no sabes? — levanté la voz esta vez molesta. Okoye solo se limitó a quedarse en su lugar y a dejarme hablar.
— Le dije que se acercará y viera los códices pero fui por un vaso de agua y... — paró en seco.
— ¿Qué? — tomé su brazo con fuerza. Carlos hizo una mueca de dolor, Okoye aclaró la garganta recordándome que mi fuerza ahora era mayor a la de él y términe por soltarlo.
— El códice cayó al suelo. Regresé corriendo, preocupado de que Serena se hubiese lastimado. Sin embargo, ella tenía las manos en su cabeza y éstas tenían un aspecto algo extraño — se pasó una mano por el cabello y después rascó su cuero cabelludo.
— ¿Qué aspecto? — insistí.
— Las puntas de sus dedos eran de un color negro — Okoye y yo nos volteamos a ver extrañadas — Después se disculpó, dijo que no debió tocar el códice y salió corriendo del estudió. Fui tras ella pero le perdí el rastro, había mucha gente ese día — levantó sus hombros en señal de disculpa.
— ¿Puedo ver el códice? — incliné levemente mi cabeza.
— Si, claro. Adelanté.— dio un pequeño pasó a la derecha, cediéndo el lugar frente al códice.
Éste se encontraba destruido, en varias partes y pareciera que le estaba costando reconstruirlo, pues había aún pequeños pedazos fuera de su lugar. Observé todo el estudió para verificar si había alguna pista sobre el paradero de Serena pero fue sin éxito. Miré atentamente el códice creyendo que posiblemente la pintura de éste podría haber pintado las manos de Serena, terminé por percatarme de un detallé sobré una figura, había la representación de una mujer, tenía el mismo aspecto en las manos que mencionó Carlos, no era una buena señal que estuviera esa coincidencia en ambas mujeres.
— ¿Quién es ella? — pregunté apresurada.
— Es Atotoztli, ¿por qué? — abrió los ojos buscándome con la mirada.
— El códice... ¿De qué hablá? — azoté las manos sobre la mesa, inmediatamente me percate de mi acción — Perdón — me alejé de la mesa.
— No se preocupes — me regalo una mirada despreocupada — Es sobre Atotoztli, la única Tlatoani mujer que hubo en la historia — sonrió de lado.
— Pensé que solo habían sido hombres los que llevaban ese título — mencioné confundida.
— Así es, pero ella fue la única Tlatoani que tuvo la gran Tenochtitlan. Sólo que nadie sabe nada de ella a excepción de una persona — volteó a verme y en ese momento sentí una fuerte punzada en el pecho, sentía que mi corazón se iba a salir.
— ¿Serena? — pregunté con la esperanza de estar equivocada, él me asintió. Crucé mis manos desesperada, sentía dolor en las coyunturas de mis dedos por la misma desesperación y la ansiedad que comenzaba a crecer en mí.
— Pero no me contó nada — dejó salir una risa nerviosa — Cuando creí que iba a hacerlo, fue justo cuando el códice cayó al suelo y Serena salió corriendo — dejó salir un suspiro decepcionado. Después se sentó en una silla que estaba cerca de él y se dejó caer sobre ella.
— ¿Y luego? — volví a recargarme sobre la mesa ejerciendo presión, Carlos lo notó ya que contesto nervioso.
— Y-Yo... fui tras ella p-pero como se lo conté, ya no la alcancé y — bufo nervioso.
— ¿Y? — levanté las cejas esperando a que continúe.
— Antes de perderla, ella levantó sus manos en mi dirección. Creí que la gente se había percatado de eso por lo que apareció en sus manos — volteó a verme preocupado.
— ¿Tenía un arma?, ¿te amenazó? — sentía que el aire se me escapaba.
— ¡NO! — bufo frustrado — Aparte de que sus dedos eran negros, había algo saliendo de ellos. No se que era, era brillamte pero me quede petrificado y después ella salió corriendo nuevamente y ya no la pude alcanzar — se llevó una de sus manos a la cara y la restregó de la frente y hasta la boca.
No me estaba gustando en absoluto lo qur me acababa de contar, ¿realmente era Sera de quién me estaba hablando?. Volví a fijarme en el códice y el aspecto de las manos de la mujer del códice seguía a preocupandome, me preguntaba una y otra vez si Carlos se habría percatado de ese dellate, pero era arriesgarme o quedarme con más preguntas que respuestas. Volteé a ver a Okoye y le hice una señal con la cabeza para que se mantuviera alerta.
— ¿Por qué sus manos son negras? — apunté a la imagen del códice.
— No estoy seguro. Serena sabría contes...— su semblante cambió totalmente, volteó a verme y parecía que hubiese visto un fantasma — ¿No creerá que Serena...? — su respiración comenzó a agitarse.
— ¡Hey! Tranquilo. — levanté mis manos moviéndolas de arriba a abajo lentamente — Tendrás que acompañarnos — pude observar cómo el color de su rostro palideció completamente, sabía que se iba a desmayar pero Okoye lo auxilió y con las perlas Kimoyo, le administro una descarga que término por causar el desmayó. — ¡Okoye, ¿qué hiciste?!— susurré alto volteando a todas partes.
— Si no lo hacía, podría haber gritado. — pasó por sus hombros uno de los brazos de Carlos. Me acerqué rápido a ayudarla haciendo lo mismo co su otro brazo.
— Si, pero iba a tratar de calmarlo — volví a susurrar. Con las perlas, llamé a Ayo para que fuera a recogernos mientras buscábamos un lugar discreto. Un guardia de seguridad nos vio y alertó a su equipo y justo antes de que todo el personal llegará, la nave nos estaba llevando a su interior.
[...]
Nos encontrábamos sobrevolando por la ciudad, no sabía a donde ir y no estaba segura de si era buena idea llevar a Carlos a Wakanda.
Pasaron unos cuantos minutos para que Carlos recuperará la conciencia, estaba sentando en uno de los asientos y lentamente fue abriendo los ojos.
— ¿Cómo te sientes? — me acerqué un poco a él y me incliné levemente quedando a su altura.
— Me duele el cuello — apenas pudo pronunciar mientras hacía una mueca de dolor. Volteé a ver a Okoye regañándola con la mirada para después volver con Carlos.
— Siiii... Digamos que, tuvimos que usar un método para relajarte — le sonreí, pero parecía más una mueca de arrepentimiento.
— ¿Relajarme? Me durmieron — me vio con un semblante molesto. Parecía que iba a hablar pero cuando se percató de la presencia de Okoye, se sobresalto.
— Tranquilo. Solo había dos opciones, dejarte desmayado en el estudio o traerte con nosotras — lo miró fijamente.
— Me secuestraron — levantó la voz pero inmediatamente se arrepintió — Claro que... por una buena razón — soltó una risa forzada.
— Muy bien. Hay que dejar de distraernos, debemos encontrar a Serena — suspire — ¿Sabes por donde empezar? — crucé los brazos.
— Tal vez... sí — miró al suelo y rápidamente levantó la mirada hacía nosotras.
[...]
Aún en la nave, mientras nos dirigíamos a la península de Yucatán, las imágenes de Serena con sus manos negras me mortificaba y varias preguntas rondaban por mi cabeza, ¿serán manchas de la pintura del códice?, ¿acaso una maldición por tocar el códice?, ¿tendrá alguna enfermedad y no quiso contarme por miedo a que tuviera una recaída?, o tal vez... ¿la mujer del códice tiene alguna conexión con Serena?.
Las respuestas me eran lógicas y descabelladas a la vez, me sentía muy mareada y confundida, tal vez una de esas era la razón por la cuál no quería saber de sus sueños.
— Hemos llegado, princesa — habló Okoye.
— ¿Es seguro que podamos tener noticias de ella aquí? — me puse de pie y caminé para acercarme a Carlos.
— Eso esperó — apretó levemente sus labios, no creó que sea una buena señal.
— ¿Hay algo que debamos saber? — insistí.
— La primera vez que vino, cuando me pidió ayuda para... — se detuvo y volteó a vernos dudoso de continuar, asentí con la cabeza — Me pidió ayuda para buscarla cuando sucedió lo de su secuestro y... — Okoye lo interrumpió bruscamente.
— ¡¿Serena te contó sobré el secuestro de la Princesa?! — Okoye golpeó el suelo con su lanza — ¡Estaba prohibido hablar de eso! ¡¿Quién más sabe sobre esto?! — se acerco rápidamente a Carlos para intentar golpearlo, pero logré interponerme en ambos.
— ¡Basta, Okoye! — la tomé de los hombros.
— ¡¿Basta?! A mí me exilian por no protegerte y a él, ¡¿lo dejan andar libre como si nada?! — vuelve a gritar con fuerza hasta casi quebrar su voz y en sus ojos se empiezan a asomar las lágrimas de irá.
— ¡La Reina lo permitió! — Carlos gritó de una forma tan segura, que nos tomó por sorpresa a ambas. Okoye no pudo evitar dejar salir las lágrimas que se habían acumulado en sus ojos, por mi parte tanto la irá y la decepción me estaban inundando, no culpo a Serena por haber recurrido a Carlos pero saber que fue mi madre quién planeo todo para tenerme de vuelta, que fue ella quien buscó a Nakia; si tan solo me hubieran dado más tiempo, tal vez las cosas en Wakanda serían completamente diferente.
Tras un corto silenció, Okoye se disculpo con Carlos, después de todo él quiso ayudar a Serena. Nos explicó cómo fue que mi madre le permitió saber sobre mi secuestró y cómo hasta hoy en día no le ha contado nadie lo que sabía, lo único que él sigue ignorando es quién fue mi raptor y que por su bien prefiere ignorarlo.
Bajamos de la nave, no estábamos tan cerca de la pequeña aldea a la que nos llevaba Carlos para evitar alarmar a las personas. Al caminar un rato siguiendo un caminó, llegamos al lugar, había niños corriendo y las personas estaban trabajando o caminaban de un lado a otro, parecía que estaba en Wakanda, sentía esa sensación de recordatorio.
Una mujer adulta se nos acercó, tomó el rostro de Carlos entré sus manos y le sonrió.
— Pequeño, haz vuelto — pronunció la mujer. Griot nos explicó que se trataba de Maya, le pedí que nos traduzca y así no distraer a Carlos en hacerlo.
— Maria, necesitó su ayuda. Estamos buscando a una amiga — Carlos tomó sus manos y le dio un pequeño apretón. La mujer nos volteó y regresó su mirada a Carlos.
— Lo sé, vengan conmigo — la mujer nos hizo señas con sus manos para que la siguiéramos hasta una pequeña choza. Carlos la ayudó cargando unas sillas para sentarnos frente a ella.
— Señora, ¿la ha visto? — le mostré una foto que llevaba de Serena.
— Vino hace poco. Nos ayudó a levantar unas casas y muros que necesitábamos — me regresó la foto y después se puso de pie para acercarce a un mueble, saco una cajita de madera y regresó a sentarse — Estaba triste y preocupada, dijo que no quería preocupar a su familia y me dio esto — abrió la cajita y saco la pulsera de Perlas Kimoyo que llevaba Serena y me la entregó.
— ¿Recuerda sus manos? — pasé mi mirada de la pulsera al rostro de la mujer.
— Sus dedos estaban negros, le dije que yo podía curarla pero se negó — alzó levemente sus hombros — Dijo que no era una enfermedad, que eso no se podía curar.
— ¿Por qué no se podían curar? — preguntó Carlos un tanto alarmado.
— No lo sé, hijo. Dijo que ella había nacido con algo en sus dedos y que por eso eran de color negro — tomó una pequeña canasta que estaba cubierta por una tela.
— ¿Qué nació con algo en los dedos? Jamás vi que fueran así — me susurró Okoye.
— No lo entiendo, ¿será reciente? — volteé a ver a Okoye.
— Preguntale sobré la mujer del códice — volvió a susurrar.
— ¿Usted llegó a ver eso en alguien más? — me incliné levemente hacía el frente.
— No, pero hace muchos años cuándo mi pueblo sufría y antes de que llegará Aj Kukulkán, sé cuenta qué en uno de los imperios cercanos, nació una princesa con los dedos negros — susurró.
— ¿Imperios? — ahora preguntó Carlos — ¿Eso cuando fue? — se inclinó dejando caer su peso sobré sus muslos.
— Mucho antes de llegar aquí. Cuando los primeros "perros" llegaron a nuestras tierras — pronunció en un tono molesto. Los tres nos miramos confundidos, no entendíamos que tenía que ver eso con Serena, pero algo en mí me decía que todo estaba conectado con ella pero me confundía el cómo podría estarlo.
Seguíamos en silenció, nos estaba costando digerir la información que María nos había dado. Fuera de la choza se comenzó a escuchar un bullicio, nos alarmamos e inmediatamente Okoye y yo sacamos nuestras lanzas, Carlos tomó un machete que se encontraba a un lado de la entrada de la choza y los tres salimos para defender a la gente pero nuevamente estabamos confundidos, ya que la gente aplaudía y los niños gritaban felices.
— Guarden sus armas. Nada malo esta pasando, es Kukulkán — María me tocó el hombro para tranquilizarme para después continuar caminando en dirección al tumulto. Carlos bajó el machete y siguió a Maria, por el contrarió Okoye y yo seguíamos alertas.
— Princesa — se escuchó aquélla voz que hacía hervir mi sangré — Perdón, quise decir Reina — plasmó una sonrisa con una pizca de cinismo.
— No queremos problemas — habló primero Okoye mientras se ponía frente a mí.
— Lo sé. Yo tampoco estoy buscando problemas — soltó una pequeña risa — Pero si tengo una duda, ¿qué hacen aquí? — ladeo la cabeza a un lado y antes de que pudiera hablar, Maria se acercó a él.
— Buscan a su amiga, hijo — lo tomó del hombro.
— Su ¿amiga? — volvió a cuestionar, Namor, asentí inmediatamente con ma csbeza — Y... ¿Creen que aquí la van a encontrar? — nuevamente iba a contestar pero el ruido del machete que llevaba Carlos, chocando con una roca, alertó a Namor quién apuntó su lanza al cuello de Carlos.
— ¡No, detende! — me acerqué corriendo a lado de Carlos — Viene con nosotros, él nos trajo aquí.
— ¿Por qué? — Namor ejerció un poco más de presión sobre el cuello de Carlos.
— Vine aquí... creyendo que... Serena vendría — dijo a duras penas.
— ¿Serena? — preguntó aún molesto.
— Es nuestra amiga. Desapareció hace unas semanas y la señora María nos contó que ella estuvo aquí hace poco — hablé esta vez — Por favor... baja la lanza. Él también es mi amigo — Namor tardo unos segundos en bajar la lanza, cuándo lo hizo, Carlos tosió un poco al tratar de recuperar la respiración.
Me quede sobando la espalda de Carlos y también para evitar que Namor volviera a apuntarle con la lanza. Volteé a ver a Okoye quien seguía alerta y en ese momento me vino a la mente la idea de pedirle ayuda a Namor. Le hice señas con la mirada a Okoye e inmediatamente entendió el mensaje y obviamente se negó, pero no teníamos otra alternativa.
— Quiero pedirte tu ayuda — dije segura de mí.
— ¿Mi ayuda? — Namor me miró incrédulo — ¿Por qué debería ayudarte? — me sonrió a la vez que levantaba una ceja.
— Porque quiero saber que mi amiga este sana y salva — terminé bufando molesta.
— ¿Qué obtendré a cambio? — cruzo los brazos, traté de pensar en algo pero no se me ocurría nada.
— Ayuda a buscarla. Ella tiene el collar — la señora María se acercó a Namor y lo tomó por el brazo. Él la miró confundido y después pareció entender a que se refería la señora.
— Muy bien. Los ayudaré, pero necesitó que me digan todo sobre ella y su desaparición — suspire aliviada y asentí con la cabeza.
Le agradecí a la señora Maria y comencé a contarle a Namor todo lo que había pasado, desde lo.que ocurrió en Wakanda hasta lo último que sabíamos de ella por lo que nos había contado la señora Maria.
Antes de poder retirarnos y continuar la búsqueda por nuestra cuenta, Namor nos pidió nuestra ayuda para repartir la comida y algunos suministros que llevaba para las personas de la aldea, era un trató justo si queríamos que él nos ayudará a buscar a Serena; Okoye no estaba de acuerdo con la idea, su rencor hacía Namor era muy alto y temía que fuera a hacerle daño a Serena y así usarla para obtener algo de nosotros, pero la señora María me pidió que confiará en él y también en ella, que todo saldría bien.
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Nota: Los mayas llamaron “perros” a los españoles conquistadores, que en el idioma maya de aquellos tiempos se decía tz'i' ó tzul, las mismas voces que utilizaron sus ancestros del Clásico para denominar a los canes.
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