Capítulo Doce: Parte Uno
NEGRITAS = Hablan en Maya.
NEGRITAS CURSIVA = Hablan en Náhuatl.
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Narra Serena:
Habíamos volado desde Aztlán hasta Yucatán durante un par de horas. Necesitaba disculparme con la señora María y con su comunidad.
Al llegar, la gente nos miraba extrañados y a la vez con temor, pues mi presencia en la última visita, no fue tan agradable como podría desearlo.
María se acerco a nosotros, me miró y me tomo de la mano sin pensarlo dos veces.
— Es bueno verte — me sonrió y después paso una de sus manos por mi mejilla.
— ¿Disculpe? — la miré extrañada aún con su mano sobre mi mejilla.
— La gente habla, sí; pero viste a disculparte. Ese es uno de los valores más grandes — continuó sonriéndome; después volteo a ver a Namor y le dio una pequeña palmada sobre su hombro — Tranquila, hija. No hay nada que perdonar — Ustedes tienen algo más que hacer. Suerte — La señora María volvió a sonreír, después se despidió y camino hacía su pequeña choza. Namor y yo nos volteamos a ver un poco confundidos por lo que nos acababa de decir.
Un par de minutos tratando de entender a que se refería la señora María, Namor me pidió que lo siguiera por un pequeño camino a un costado de la aldea; un momento después, llegamos hasta la costa. La arena era blanca y deslumbraba la vista gracias al reflejo de los rayos del sol y la vista del mar era espectacular; quede embelesada por unos segundos antes de que Namor me sacará de mis pensamientos.
— ¿Hermoso, no? — preguntó mientras se colocaba a mi lado izquierdo.
— Completamente — suspire tranquila mientras la brisa salada del mar nos cubría.
— ¿Estás lista? — volteé mi cabeza para verlo pero para mi sorpresa, Namor ya no se encontraba a mi lado; gire por completo y el estaba estirando su mano hacía a mí. Miré su mano atentamente y luego lo miré a él, respiré con dificultad puesto que, mi corazón comenzó a acelerarse.
Tomé su mano y Namor comenzó a jalarme lentamente guiándome entre la hermosa flora que estaba cerca de la costa; caminamos hasta llegar a aquel arco al que me había adentrado aquella vez que vine con Nakia para rescatar a Shuri y a Riri.
Namor entró lentamente en el agua sin soltar mi mano y después me ayudó a bajar por las rocas qué el uso para adentrarse; en eso, se quitó uno de los collares que llevaba encima y me lo puso, apretó un botón que se encontraba entre las piedras y de esté salió como un casco. Ahora y si pensarlo dos veces, nos sumergimos en la profundidad del cenote y nadamos juntos hasta la cueva en la que se encontraba una pequeña choza y entramos en ella.
— Espera aquí, ya vuelvo — habló mientras me acercaba una silla en la que me pidió esperarlo; salió de la choza dejándome completamente sola en el lugar.
Me puse de pie, pues mi curiosidad me llamaba demasiado al notar que en las paredes de la choza había pinturas de las historias de los antepasados de Namor y también de él mismo y una en especial llamó mi atención; era él junto con la pantera negra, está pintura hacía referencia a la batalla que hubo hace ya un tiempo y al parecer, Namor sentía una gran admiración hacía Shuri por la forma en que plasmo su historia.
— Por favor, mi niña; es nuestra invitada — pude escuchar la voz de Namor fuera de la choza, de inmediato corrí a sentarme en la silla donde me había pedido esperarlo.
— Trajiste a una desconocía — habló una mujer — Esto nos puede poner en peligro — su tono de voz tenía una pizca de enojo, como si estuviera regañando a Namor.
— Confía en mí — el tono de Namor era un tanto tierno — Sé que podemos confiar en ella — insistió y alcance a escuchar un suspiró de resignación. Al poco tiempo, entraron a la choza.
Namor llevaba puesto un Tilmalt blanco, abrochado en su hombro derecho; la mujer que lo acompañaba llevaba un hermoso vestido con tonalidades naranjas y un bonito tocado florar en el cabello, se acercó a mí y me acerco un atuendo cuidadosamente bien doblado.
— La realeza debe usar esto, es una tradición — menciono aquella mujer mientras estiraba más sus brazos para acercarme el atuendo. Miré a Namor y me asintió con la cabeza, tanto él como la mujer, salieron de la choza para que yo pudiera cambiarme.
Me quité el vestido blanco que llevaba y lo dejé sobre la cama que había en el lugar; desdoble el atuendo y era un hermoso vestido de tela de manta con adornos de jade en espalda y pecho, con algunos detalles de oro. Me vestí con mucho cuidado de no dañar el atuendo; una vez lista me miré en un espejo que había cerca de la cama, me hacía sentir comoda y muy bonita por como se me veía el vestido.
Salí de la choza buscando al hombre y a la mujer que habían estado frente a mí, sólo encontre a Namor mirando atentamente al agua. Aclaré mi garganta y Namor volteó a verme, me miró durante un par de segundos y separó sus labios para hablar pero no salió ni una sola palabra de aquella boca.
— ¿Ahora qué? — le hablé un tanto nerviosa mientras jugaba con los dedos de mis manos.
— Pues... nos adentraremos de nuevo a las profundidades del agua — dijo sin apartar la mirada de mí.
— ¿Y qué esperamos? — levanté mi cejas esperando una respuesta inmediata.
— No puedes ir vestida así — llevó una mano a su nuca para rascarla.
— Entonces... ¿por qué me hiciste ponerme este atuendo? — cruce mis Brazos.
— Yo use la ropa de Aztlán, es justo que tú uses la de Talokan — me sonrió victorioso — Tienes que usar un traje especial para que no mueras durante tu visita.
— ¿Morir? — dejé caer mis brazos sobre mis costados — Estás bromeando, ¿verdad? — pregunté insistente.
— No, bueno si... — golpeó su frente y después volvió a mirarme — Espera aquí de nuevo, iré por el traje.
Crucé mis brazos molesta y también nerviosa, pues al fin conocería Talokan. Shuri me había contado que era un lugar espectacular y maravilloso; mis expectativa no eran tan altas puesto que, Aztlán era el lugar más maravilloso que podría existir, seguido de Wakanda.
Namor llegó con un traje de buceo, grande y completamente de metal; me ayudó a entrar en él, teniendo cuidado de no dañar el vestido que traía puesto. Una vez lista, Namor se sumergió y yo hice lo mismo, me llevó a lo más profundo del cenote, donde no llegaba la luz natural y sólo era iluminado por las linternas del traje. Llegamos a una columna pequeña con un aro grande, metió su mano y un gusano de fuerte corriente comenzó a hacerse frente a nosotros; Namor se adentro en ella y se alejó rápidamente, sin perder tiempo y por el miedo de perderme me acerqué a la corriente y está me jaló con fuerza, aún si el traje pesaba. Cuando creí que me había perdido, Namor apareció nadando detrás de mí, se estaba riendo.
— Disfruta de Talokan — mencionó justo cuando la corriente de agua dejo de empujarnos.
Frente a nosotros, había enormes estructuras iluminadas por luces con una intensidad que no lastimaba a la vista; lo iba siguiendo y cada vez se presentaban nuevos espacios frente a mí. La gente miraba con curiosidad, otros se acercaban a saludar directamente, otros más y desde lo lejos no saludaban; había unas cuantas personas jugando al juego de la pelota, sentí una felicidad inmensa al saber que mi pueblo no era el único que disfrutaba de esté deporte.
Más adelante, pasamos por una clase de mercado, la gente compraba sus alimentos o algunos utensilios usando el trueque, otro parecido a mi pueblo; en eso, una niña y un niño se nos acercaron, le sonrieron a Namor y después me miraron, comenzaron a nadar a mi alrededor para después mirarse entre ellos y dejar salir una risita. Estuvimos un rato con ambos niños hasta que llegaron más y comenzaron a jugar con Namor, se veía tan tierno y daba tanta risa el como los niños se abalanzaban sobre el para "derribarlo"; mi imaginación comenzó a volar, imaginé como sería Namor si fuera padre pero inmediatamente agité la cabeza por tal imagen, parecía que la temperatura del traje había aumentado ya que, mis mejillas estaban completamente calientes.
Después de un rato de juegos y risas, nos despedimos de los niños y ellos de nosotros. Comenzamos a nadar a los alto de una gran roca y me hizo girar sobre mi eje para poder apreciar aún más la vista del pueblo de Talokan.
— Todo esto... — volteé a verlo, él ya me miraba atentamente.
— ¿Si? — levantó levemente sus cejas.
— Es realmente maravilloso — sonreí alegremente.
— Solo espera un poco más — me hizo una señal con la cabeza para que volteara a ver de nuevo hacía el pueblo. En eso, una gran pirámide al fondo de todo, comenzó a abrir su punta y de ella comenzó a emerger una luz brillante — Lo que ves...
— Le otorgaste un sol a tu pueblo — lo miré casi a punto de llorar por la emoción que estaba sintiendo al vivir ese momento.
— Después de huir de los conquistadores españoles, quise regalarles la luz que mi madre tanto amaba — dijo aún mirando hacía el pueblo. Después volteó a verme y me sonrió — Mi pueblo sufrió mucho y está luz fue la esperanza que todos depositaron en mí. Fue lo que le expliqué a Shuri; no puedo arriesgar a mi pueblo — se acercó lentamente hacía a mí — Talokan y Aztlán... pueden ser uno sólo — me sonrió apenado, pude notar un leve sonrojo en sus mejias y sus ojos tenían un brillo tan hermoso; mi corazón latía tan fuerte que podría salirse de mi pecho y si no fuera por la emoción del momento, podría decir que se debía a la vista de Talokan, pero realmente era por Namor.
[...]
Salimos de nuevo hacía la cueva y una vez ahí, Namor comenzó a contarme su historia y la de su pueblo; el como una flor les dio la habilidad de respirar bajo el agua pero quitándoles la oportunidad de respirar el aire de la superficie y él siendo el único que podría respirar en ambos mundos; parecíamos disco rayado de mencionarlo tanto, pero sí, nuestros pueblos habían sufrido del mismo modo.
El tiempo había pasado tan rápido que cuando volvimos a salir a la superficie, los hermosos colores del amanecer se hacían presentes en el cielo y el sol apenas se estaba asomando en el límite del mar. Al principio me alarme puesto que, solo había dicho que sería por una tarde y regresaría a Aztlán, pero Namor me ayudó a tranquilizarme.
Nos sentamos en la arena uno a lado del otro y en completo silencio, solo se podía escuchar el ruido de las olas que chocaban con la arena y nuestras respiraciones pesadas.
Mi corazón seguía latiendo muy fuerte, mis mejillas se sentían tan calientes que seguramente se podría notar el color rojo sobre ellas; me armé de valor y volteé a ver a Namor o a Kukulkán. Su rostro mostraba una melancolía, su pecho subía y bajaba lentamente, a la vez su dedo índice jugaba con la arena formando un círculo. Aunque quisiera negarlo, debía admitir que se veía tan atractivo en ese momento, su piel era tan hermosa que tenía un brillo apenas notable con los pocos rayos del sol que comenzaban a salir.
Namor volteó a verme, pues mi mirar se hizo tan obvió que podría parecer que él estaba cargando pesas, inmediatamente desvíe la mirada y Namor dejó salir una risa nerviosa.
— Serena... — pronunció mi nombre con un tono de voz tierno que parecía una suave caricia sobre mi piel — Tal vez nuestros pueblos...
— ¿Si...? — lo interrumpí alargando la letra "i" mientras subía y bajaba mi mirada de sus ojos a su boca.
— He aprendido lo suficiente para decir que... — hizo una pausa y comenzó a acercar su rostro al mío muy lentamente — Si tan sólo tú y yo... — su rostro estaba a pocos centímetros del mío y nuestras respiraciones ya se estaban mezclando.
Namor posó su mano izquierda sobre mi mejilla derecha, esté acto causo una descarga eléctrica que recorrió todo mi cuerpo en distintas direcciones y mi corazón parecía que iba a sufrir de un paro cardíaco por lo fuerte y poderoso que latía. La distancia parecía tan lejana hasta que se acortó y nuestros labios se unieron en un beso lleno de ilusión y de emociones que explotaban en mi pecho; el tiempo parecía haberse detenido durante ese momento, poco después nos separamos y ambos reímos nerviosos. Nos miramos a los ojos por unos segundos antes de volver a unirnos en otro beso ahora más largo con mis brazos alrededor de su cuello y sus manos sobre mi cintura.
[...]
Namor y yo regresamos juntos a Aztlán, recorrimos el pueblo para verificar que las personas se encontrarán bien y saber si necesitaban algo; todos iban confirmando que estaban bien pero su atención se centraba en como mi mano estaba tomada a la de Namor. Muchos sonreían ampliamente, otros parecía que querían gritar de la emoción y algunos pequeños grupos de niños dejaban soltaban risitan y hablaban en cuchicheo.
Caminamos hasta llegar al palabracio y en la entrada se encontraba Iyali, quién nos miraba atenta y apretaba sus labios para ocultar una gran sonrisa.
— Mi Tlatoani — nos saludo a ambos con nuestro particular saludo — Me alegra verla de nuevo sana y salva.
— ¿Sucedió algo importante durante ni ausencia? — la miré fijamente y negó con la cabeza.
— Sus... conocidos — dudo en continuar pero asentí con la cabeza para que lo hiciera — La están esperando. Han preguntado mucho por usted, por ambos. Los esperan en el cuarto de hospital. — se corrigió en el último momento antes de hacerse a un lado para dejarnos pasar. Namor y yo nos volteamos a ver y caminamos hacía la puerta que daba al hospital donde se encontraban las visitas.
Entramos y caminamos aún tomados de la mano, pero al estar frente a la puerta nos soltamos y nos miramos haciendo una mueca para disculparnos. Abrí la puerta y Shuri se abalanzó sobre mí para abrazarme.
— ¿Estás bien? — preguntó despues de separarse y tomarme de los hombros.
— Eh...sí. ¿Por qué? — dije confundida por la acción de Shuri.
— Estuvimos preguntando por ti y lo único que nos dijeron fue que estabas con él — fulminó con la mirada a Namor. Me separé de ella y me acerque a Carlos.
— ¿Cómo te sientes? — posé mi mano sobre su hombro.
— Cansado, pero tengo la suficiente energía para qué nos digas que esta sucediendo — le hizo señas a Shuri para que le pasará una pequeña bolsa, de ella sacó una foto y me la entregó; sentí una presión en el pecho y una punzada en el estómago, sentí como si mi sangre pasará de mi cabeza a los pies. En la foto aparecía un grupo de personas, todas sonriendo y en medio de todos estaba yo.
Suspire resignada y asentí con la cabeza; le pedí a mi gente que me ayudará a trasladar a Carlos hacía su habitación ya que, si les contaba todo en el hospital podrían alterarse y por ende, alterar a todos los pacientes. Una vez instalado en su habitación y ya cada quién habiendo tomado su lugar, me tomé mi tiempo antes de hablar.
— Serena... — habló Shuri, esto me sacó de mis pensamientos y la presión se comenzó a notar.
— No sé por donde empezar — suspire mientras pasaba mis manos por mi rostro y luego volteé a verlos a todos.
— Tranquila — me sugirió Namor, me sonreía de lado pero sabía que él también querría saber todo.
— Bien. — inhale profundamente y me acomodé en mi lugar — La persona de la foto... si soy yo. Pueden pensar que se trata de una mala broma pero... — Carlos me interrumpió.
— No creemos que sea una broma. Mi padre tenía esa foto, pero ¿por qué? — se levantó en la cama pero inmediatamente se recostó, pues el dolor pudo más que él.
— No sé cómo ni por qué tu padre tiene la foto, pero lo que si puedo decir es que esa foto es real — sonreí a medias — En aquella época, había ocurrido un sismo; la gente cerca de mi pueblo sufrió las consecuencias de lo sucedido. Cuando supe de su pesar, inmediatamente movilice a mi pueblo para brindarles apoyo a las personas. — expliqué mientras mis oyentes me observaban atentamente — También, la gente ajena a mi pueblo que se encontraban en una guerra, iban a saquear las casas dañadas y a veces... — apreté mis manos formando un puño por los recuerdos — A veces... se aprovechaban de los débiles. Yo no podía evitarlo y tuve que intervenir; castigamos a los que se lo merecían y auxiliábamos a quienes lo necesitaban. — volví a ser interrumpida, esta vez por Shuri.
— ¿Qué año era? — se inclinó levemente hacía a mí. Dudé un par de segundos antes de contestar.
— 1915 — confesé. Todos me miraron atónitos.
— ¿Qué edad tienes? — Shuri preguntó sin mirarme
— No creo que... — me volvió a interrumpir.
— ¡¿Qué edad tienes?! — insistió ahora molesta mientras se ponía de pie con brusquedad.
— 572 años — admití. Cómo si se hubiera tratado de un golpe, todos quedaron pasmado y evitaban mirarme, excepto Namor, esté me miraba con intriga. Shuri quien se encontraba de pie, se dejó caer sobre la silla.
— ¿En qué año naciste? — preguntó Namor, todos me miraron con intriga.
— En... 1451 — baje la mirada esperando su reacción.
— Eres del siglo XIV... — Carlos y Shuri dijeron al unísono, yo solo me digne a asentir con la cabeza.
— ¿Quién eres? — Shuri preguntó en un tono triste, volteé a verla y su mirada estaba llena de confusión.
— Mi verdadero nombres... es Atotoztli — admití.
— ¿Cómo puedes ser inmortal? — dijo Okoye en tono hostil.
— El origen de mi pueblo está relacionado con el con mi nacimiento — mencioné — Contándoles todo esto, sabrán el origen de mi inmortalidad — miré a todos esperando una respuesta de su parte; al no tenerla, di comienzo a mi historia — Aztlán estaba llenó de riqueza, no solo por piedras o metales preciosos, si no, también por la fertilidad de sus tierras, las cosechas eran abundantes y mi pueblo prosperaba. Así como había cosas buenas, también había cosas malas; había cierta clase de personas que querían darle un mal uso a todos nuestros recursos y otros que se oponían, dando así, el origen de una guerra interna entre todos sus habitantes — volteé a verlos uno por uno, estudiando cada reacción plasmado es sus rostros — Hubo un momento en el que todos los que se oponían a explotar nuestros recursos llegaron a un acuerdo; dar a todas las almas corrompidas en un sacrificio para los Dioses. Atraparon a cada uno de ellos y los sacrificaron en la mesa, y se cuenta una leyenda de que gracias a todos los sacrificios, los Dioses eligieron a un par de personas para que fueran los líderes de nuevas civilizaciones y que se encargarían de buscar el lugar donde fundarían cada una de sus ciudades seguidos por sus súbditos. Antes de partir, todos hicieron un juramento de silencio, donde nadie hablaría de Aztlán, su ubicación solo sería pasada de gobernante en gobernante y los civiles olvidarían la misma. Algunos se fueron al Norte, otros al Sur, Este y al Oeste, pero solo un grupo se quedó en el centro del país y más cercano a Aztlán. — Namor me interrumpió.
— Tu pueblo — habló, le sonreí y asentí con la cabeza.
— Sí, mi pueblo — afirmé — No fue porque el líder de mi pueblo se haya corrompido, fue porque tuvo dos visiones; la primera, el lugar donde se fundaría Tenochtitlan; y la segunda, la muerte. Al ser elegido como Tlatoani por los Dioses, no quería que su gente creyera que se había corrompido por el poder, así que, les demostró el gran gobernante que podía ser. Ese Tlatoani era mi Tratara tratarabuelo; Huitzilopochtli lo eligió y le ordenó que fundará Tenochtitlan cuando lo viera convertido en Águila. Justamente en 1325, había un Águila posada en un nopal comiéndose a una serpiente, fue ahí donde se fundo nuestra ciudad y un par de meses después nació mi Tatara abuelo, el primer hijo de Tenochtitlan — tomé un descanso para recuperar el aliento y después continuar — En 1369, justo 44 años después; Tenochtitlan ya estaba completamente construida y fue cuando nació mi Bisabuelo. En 1399, nace mi abuelo, quién comenzó a obsesionarse con la segunda visión que tuvo mi Tatara tatarabuelo; creía que él tenía algo malo, pues escuchaba voces cuando era un niño, pensó que al crecer todo acabaría, pero para 1429 todo empeoró. Ese año nació mi padre, quién mi abuelo decía que era la reencarnación de Huitzilopochtli, ya qué, durante el parto hubo muchas Águilas volando sobre el palacio y creyó que mi padre venía a castigarlo. Todos sus miedos lo fueron enfermando poco a poco, y mi padre a muy temprana edad, fue entrenado y educado para tomar el trono cuando fuese necesario. Mi abuelo fallece a los 48 años, justo dos días antes de que mi padre cumpliera los 18 años y fuese nombrado Tlatoani — cada vez me sentía más ansiosa, pues revelar mi origen no era un recuerdo hermoso — Cuando mi padre tenía 20 años, se caso con mi madre, quien era dos años menor que él. Recuerdo que me contó que mi madre era su luz y esperanza, qué si no fuera por ella... tal vez no habría podido seguir adelante. Dos años después... llegaron los españoles y trajeron con ellos sus enfermedades y su odio. Una guerra por apoderarse de Tenochtitlan comenzó, ya que la riqueza era inmensa en la ciudad y los españoles querían eso, pero también mi madre enfermo de viruela... — comencé a jugar con mis manos cada vez mas nerviosa — Mi padre me contó que, él se estaba desmoronando en ese momento; por una parte, no quería perder al amor de su vida; por otra parte, su pueblo estaba sufriendo. Una noche, mientras los españoles estaban borrachos, todo el pueblo se reunió para planear el como deshacerse de ellos. Afortunadamente, mi padre pudo tomar fuerza para declararle la guerra a los invasores y dos semanas después los derrotaron y los hicieron salir de sus tierras. Nuevamente el pueblo se volvió a reunir para mejorar la seguridad de Tenochtitlan y saber que hacer en caso de una nueva invasión, pero mi padre ya no tenía cabeza para pensar en eso, seguía preocupado por la salud de mi madre. En ese momento, el recuerdo de mi abuelo contándole la historia de Aztlán lo llevó a tomar medidas aún más drásticas, le ordenó al sacerdote que se comunicará con los Dioses. Afortunadamente, hubo respuesta; Huitzilopochtli se estaba manifestando una vez más, le pidió al sacerdote que ayudará a su Tlatoani a llevar a su pueblo de regreso a Aztlán.
— Pero tu madre... — habló Shuri — ¿Cómo lo iba a lograr si estaba enferma?
— Regresar a Aztlán no era la única visión que se presentó ante el sacerdote... — le sonreí y nuevamente continúe con mi relato — Mi padre al saber que Huitzilopochtli le pedía regresar a Aztlán, le aterraba y aún más porque seguía preocupado por la salud de mi madre, pero el sacerdote le contó que ella aguantaría el viaje y que sanaría con el regalo de una estrella que cayó del cielo. Entonces, se organizaron y algunos pocos decidieron decidieron irse con mi padre mientras que otros decidieron quedarse en Tenochtitlan. Gracias a la ubicación que fue pasada únicamente de gobernante en gobernante, llegaron a Aztlán; está seguía tal y como la habían dejado antes de fundar las diferentes ciudades. Llevaron a mi madre al palacio y ahí la estuvieron cuidando arduamente hasta qué, una nueva visión se había presentado ante el sacerdote. Esta visión era el complemento de la segunda visión que tuvo aquma vez antes de la guerra, pero está ahora se presentaba por la Diosa Tlazoltéotl — sonreí para mí mientras seguía jugando con los dedos de mi mano — Aquella estrella que cayó del cielo, fue el meteorito de Vibranium que se rompió en varios fragmentos y que cayó en Wakanda y Talokan, pero también se había estrellado en donde fue fundado Aztlán — subí la mirada para volver a verlos. Todos se notaban completamente sorprendidos por lo que estaban escuchando.
— ¿Cómo sabían que había Vibranium en su pueblo? — preguntó Shuri, nuevamente confundida.
— Por el lago — le confesé.
— ¿El lago? — levantó una ceja aún incrédula.
— Sí, y es cuando comienza mi origen — volví a acomodarme para continuar — La Diosa le dijo al sacerdote que una planta sanaría a su señora y que debía encontrarla antes de que fuese tarde. Comenzó a buscarla en cada rincón cercano a Aztlán, hasta que encontró una cueva que conectaba con el lago. Al adentrarse en aquel lugar, se encontró con una planta, él la describió como una planta tan hermosa y con un brillo que jamás había visto antes. Esa planta era igual a la Hierba corazón — Shuri se tenso al escuchar esto último — La cortó con delicadeza y la llevó de regreso al palacio; la hizo en un tónico y se la dio a mi madre y con el pasar de unos cuantos días, mi madre ya estaba fuerte y sana. Mi padre ya estaba completo de nuevo o eso es lo que me contó que sentía en ese momento.
— ¿Y tú? — volvió a preguntar Okoye en tono hostil — Responde, ¿cómo te volviste inmortalidad?
— Porque yo nací siendo inmortal — solté sin titubear.
— ¡¿Qué?! — pronunciaron todos al unísono.
Ahí estábamos todos, en una escena que parecía un juzgado; yo siendo enjuiciada y los demás siendo el juez que en cualquier momento dictarían mi condena.
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