Capítulo Diecisiete

NEGRITAS = Hablan en Maya.
NEGRITAS CURSIVA = Hablan en Náhuatl.

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Narra Serena:

Han pasado tres días desde el ataque, he visitado a aquella pobre mujer que tuvo que recibirlo; para nuestra fortuna, se esta recuperando rápidamente.
La vigilancia en cada entrada de Talokan, no ha disminuido, yo misma he ido a verificar que todo se encuentre bien, pero hemos recibido otros dos ataques donde tratan de entrar a Aztlán, pero siempre que intento de alcanzar a los autores del ataque, desaparecen en una bruta que aturde mis sentidos. Tenía la esperanza de que todo lo que estaba ocurriendo en los últimos tres días fuese solo un sueño, pero siempre es lo mismo y en cada suceso, mi corazón más se va destrozando al tener evidencias de que es la gente de Namor quienes nos han estado atacando.

Me encontraba en mi cuarto intentando "descansar", pues gracias a la bruma que siempre aparece al intentar alcanzar a esos sujetos, ha provocado que me encuentre débil y muy aturdida. Iyali de encontraba conmigo para cuidar de mi bienestar en caso dado de que volvieran a entrar y pudiesen atacarme, pero lo único que ocurría en esos momentos era que me la pasaba dando vueltas en la cama; no podía y no quería quedarme quieta y sin hacer nada cuando mi gente estaba a fuera del palacio y cuidando las entradas, con el riesgo de poder salir heridos.

- Debe intentar descansar - habló Iyali desde su lugar.

- Descansar... Por favor, díselo a alguien que realmente pueda descansar - bufé al mismo tiempo que azotaba mis manos contra la cama.

- Necesitamos que usted este bien y descansada. Por favor... - volvió a repetir.

- Por favor - bufé - Por favor, mi gente está... - me vi interrumpida tras un estruendo en la zona sur del pueblo, justo en la entrada que uso para dirigirme al pueblo de Valle de Bravo.

Volteé a ver a Iyali y ella se encontraba viendo hacía al balcón del cuarto, después volteo a verme e inmediatamente se dirigió a tomar mi armadura para ayudarme a colocarla.
La alarma comenzó a sonar, me asomé al balcón y ya había tropas dirigiéndose hacía la zona del estruendo, tomé a Iyali de las manos y volé con ella hasta aquella entrada. Al llegar, todos estaban en posición de ataqué; me puse al frente de todos para intentar protegerlos en caso de un nuevo ataqué; y cuando menos lo esperábamos, naves wakandianas surcaban el cielo.

Una de las naves la reconocí, sabía de quien se trataba y esperaba con toda mi alma que no fuese un mal augurio; al poco tiempo el suelo de la nave se abrió, dando paso a una figura que cayó con fuerza frente a nosotros, levantando una capa de tierra impidiéndonos ver bien. El polvo se esparció y al fin nos permitió ver a aquella figura de color negro con detalles en oro y plata, con el casco de la Pantera Negra.

- Shuri... - dije apenas en un suspiró.

- ¡Traidora! - su voz demostraba irá y odió.

Me iba a acercar, pero todo ocurrió tan rápido que cuando me di cuenta de lo que estaba ocurriendo, ya me encontraba volando por el cielo, recorriendo una gran distancia hasta caer en el río del pueblo. De nuevo, esa figura saltaba por los cielos y llego hasta donde yo me encontraba, se acercaba a mí con un aire imponente.
Se movía con una gran agilidad, intentando atacarme, pero yo lograba contrarrestar cada uno de sus ataques; podía escuchar el bufar detrás de esa máscara y sus gritos de frustración por no lograr causar un daño en su objetivo.

- ¡Detente! - dije tomando sus manos y poniendo un pie atrás para aguantar su fuerza - ¡No quiero pelear contigo!

- ¡Eso lo hubieras pensado antes de atacar a mi reino! - me jaló hacía ella y me levantó para lanzarme contra un muro.

- ¿De qué... hablas? - hablé en pausada mientras me incorporaba.

- ¡Deja de hacerte la tonta! - volvió a correr con gran velocidad para atacarme con sus garras; logré esquivarla provocando que su mano se enterrará en el muro.

- ¡Yo no ataqué a Wakanda! - intenté convencerla, pero su irá era tan fuerte que nublaba su sano juicio.

Shuri era una gran adversaria y luchaba sin pausa alguna, pero no eramos las únicas que nos encontramos peleando; en el piso de arriba estaban wakandianos y mexicas luchando a diestra y siniestra. Ambos bandos defendiendo lo que podrían perder.

Me había distraído observando a mi gente, cuando sentí un dolor en mi pómulo, provocado por el puño de Shuri que me lanzaba con fuerza contra el suelo. Shuri se abalanzó sobre mí, poniéndose encima para intentar hundir mi rostro en el río; intentaba quitarla de encima, pero era más fuerte de lo que podría haber imaginado.
Estaba perdiendo fuerza, pues la falta de oxigenación estaba provocando que me debilitará; solo podía ver la silueta de Shuri a través del agua, hasta que justo detrás apareció otra silueta y la quitó de golpe; me ayudó a incorporarme y así pudiera recuperar el aliento, aún si se ponía en peligro.

- Iyali... - tosía con fuerza al tratar de respirar - Sal... de aquí...

Iyali abrió su boca para articular alguna palabra, pero ambas recibimos un fuerte golpe que nos lanzo hasta un huerto cercano. Me fui incorporando a pesar del dolor, busque a Iyali con la mirada y la encontré inconsciente a un par de metros de mí; intenté llamar su atención, pero no obtuve respuesta.

- ¡Pudiste evitar todo esto, si no hubieras atacado a Wakanda! - la voz de Shuri era ahora más clara, pues su rostro estaba descubierto, ya no llevaba el casco.

- ¡No se de qué me estas hablando! - había perdido la paciencia, ahora era mi turno.

Me abalance contra ella y comencé a lanzar golpes hacía su rostro y tórax; ella los esquivaba o los contrarrestaba y a la vez que ella me golpeaba. Era una lucha intensa, era una digna oponente, pero yo ya me había cansado de recibir reclamos sin ninguna explicación.
Me moví con rapidez quedando detrás de ella, me pegué a su espalda, pase mis brazos por debajo de los suyos y me tomé de las muñecas, para después agarrar impulsó con ayuda de mis rodillas y así poder levantarla, arquear mi espalda y hacer que su cuerpo golpeará contra el suelo; la solté para poder levantarme y verificar su estado, estaba inconsciente. Yo había ganado en está ronda.

Tome a Shuri, la cargué y la llevé a un lugar secó para evitar que se ahogará, después corrí hacía Iyali que aún se encontraba inconsciente; traté de llamarla, pero fue en vano. Me puse de pie y desdé mi lugar grité con fuerza para que todas las tropas que se encontraban peleando, se detuvieran y voltearan a verme; tuve éxito y logré ver a Okoye, está voló hacía donde yo me encontraba y se acercó con afán de atacarme.

- Ni se te ocurra - dije sin titubear. Okoye paró en seco - Tú y yo no queremos pelear.

- Lo sé - quitó su máscara y me mostró su rostro completamente mortificado.

- Esta inconsciente - Okoye la miro fijamente - Sabes que tendré que encerrarlos a todos - dije con tristeza y firmeza a la vez, ella me miró decepcionada y asintió con la cabeza.

Di la orden de que confiscaran todas las armas y cualquier armadura de los wakandianos, después los esposaron y los llevaron a la cueva en la que se encontraba la carcel de Aztlán.
Tupoc llegó y se llevo a Iyali al hospital, antes de que se retirará le ordene que llevará a un par de médicos y enfermeros para que atendieran a los heridos y revisaran a Shuri.

Después de quedar sola, miré a Shuri quien se encontraba aún inconsciente en el suelo; quería entender porqué nos atacó y el porqué creía que yo los había atacado a ellos. No entendía nada de lo que acababa de ocurrir y la única persona que podía responder a todas mis preguntas, era Okoye.
Tome a Shuri entre mis brazos y volé hacía la cueva, la metí en la misma celda que Okoye y la recoste sobre uno de los camastros.

- En un rato, varios médicos y yo vendremos a revisar sus heridas - anuncié hacía todos.

- Disculpame... - habló Okoye - La hubiera detenido.

- ¿Por qué? - me arrodillé frente a ella, quedando a su altura.

- No habría pasado todo esto - sollozó. Era la tercera vez que la veía tan vulnerable, pero ahora lo era más a comparación de las veces pasadas.

- ¿Qué ocurrió? - tomé su mano - ¿Qué la llevó a tomar esta decisión?

- Un hacha, de las de tu pueblo... - suspiro.

- ¿Un tepoztli? - pregunté confundida y ella asintió - No lo entiendo, ¿cómo pudo llegar a Wakanda?

- No estoy segura - admitió; parecía estar avergonzada.

- ¿Qué estas ocultando, Okoye? - di un pequeño apretón a su mano.

- Después de tu última visita, Shuri viajo unas pocas veces a México. - volteó a ver a Shuri - En una de esas visitas, ella regresó y... fue como si algo hubiese pasado.

Volteé a ver hacía los lados, algunos wakandianos nos miraban fijamente, otros estaban descansando y el restó se quejaba de sus heridas.
Me puse de pie y le pedí a Okoye que me siguiera.

Al salir de la cueva, los médicos que había solicitado estaban llegando, Okoye y yo nos quitamos de su camino para después continuar con el nuestro. La guíe hasta un pequeño jardín cercano al pueblo y así poder hablar sin que nos interrumpieran.

- ¿Qué fue lo que ocurrió? - pregunté directamente.

- No lo sé. Como te dije, Shuri visitó México en varias ocasiones. - volvió a mencionar.

- ¿Sabes a donde fue o con quién estuvo? - crucé los brazos sobre mi pecho.

- Ayo me contó que estuvieron con Carlos. - me miró.

- Y después regresó como si algo le hubiese ocurrido - levanté una ceja.

- Si. - miró en todas las direcciones y después se acerco a mí - No confió en ese chico. Siempre da la casualidad que él está cuando algo malo ocurre.

- ¿A qué te refieres? - pregunté algo confundida, tal vez lo que pasaba por mi mente era la razón.

- Cuando llegamos a Aztlán y él fue herido; cuando te vio a ti y a Namor besándose, y fue cuando tú y Shuri pelearon. - cerró sus ojos mientras trataba de recordar - También después de que visitaste por última vez a Wakanda.

- ¿Carlos estuvo en Wakanda? - la interrumpí.

- Si. Shuri lo invitó, pero... - apretó sus labios, dudosa de continuar - Él y ella pelearon, y luego pasó lo del hacha.

Trataba de recordar y analizar cada uno de los momentos en los que estuve cerca de Carlos. Por una parte, no creía que él fuera el culpable de todo lo que acababa de ocurrir, pero era demasiada coincidencia que siempre que él estaba presente, algo malo ocurría y esto comenzaba a generarme dudas.

- Shuri necesita ayuda... - Okoye poso su mano sobre mi hombro. Su preocupación era evidente, ella había quedado al cuidado de Shuri después de la muerte de la Reina Ramonda.

- Y la ayudaremos. - le sonreí como tristeza y preocupación.

Comenzamos a caminar de regresó a la cueva cuando uno de los médicos venía corriendo en nuestra dirección. Se veía ansioso e intranquilo.

- Mi señora... - pronunció agitado.

- ¿Sucedió algo malo? - me paré frente a Shuri.

- Encontramos algo en la... Reina de Wakanda. - miró a Okoye atemorizado, cómo si esperará que no hubiera cometido un error - Debe darse prisa.

Volteé a ver a Okoye y ella me miró de la misma forma. Los tres corrimos hacía la cueva; al entrar, algunos médicos estaban cerciorándose de las heridas de cada uno de los wakandianos.
El médico que venía con nosotras, entro a la celda donde se encontraba Shuri y se acerco al camastro.

- ¿Qué debo de ver? - pregunté confundida.

- Esto, mi señora. - se acercó a ella y movió cuidadosamente la cabeza de Shuri.

Una clase de mancha o herida se encontraba en el lado izquierdo del cuello de Shuri, me acerqué a ella para ver de cerca la zona. Parecía una herida, pero no estaba fresca, era como una costra.

- Llévenla al hospital y tomen una muestra. - el médico a mi lado hizo una señal para los guardias que estaban fuera de la celda entraran y se llevaran a Shuri en el camastro.

- ¿Una muestra? - preguntó Okoye.

- Si. Algo no esta bien y esa mancha no me agrada. - posé mi mano sobre su hombro - Cuando hayan revisado todos, llevenlos al palacio. - ordene a los guardias.

- Serena... - pronunció sorprendida.

- Ustedes siguieron órdenes, hoy deberán seguir las mías. - salí de la celda y me dirigí hacía la la salida de la cueva.

Una vez fuera, pasé por las calles del pueblo para verificar que mi gente estuviera bien y no hubiera más heridos. Había sido una batalla corta, pero mi gente pudo haber sentido pasar el tiempo muy lento y estarían preocupados por lo que pudiese suceder.

Después del recorrido, volé hacía la entrada que había sido dañada por las explosiones; ya había un grupo grande vigilando el lugar y levantando las rocas para poder encontrar una forma de arreglar la entrada.

Mi última parada fue al palacio, los wakandianos estaban en el jardín, algunos hablaban en grupos pequeños, otros sentados en el suelo, y otros se encontraban acostados en el suelo, estos últimos en su mayoría eran quienes habían sido heridos de manera superficial.

- ¡Serena! - escuché la voz de Okoye a un costado del jardín.

- Acompañante, iremos a ver a Shuri - mencioné y Okoye asintió con la cabeza.

Entramos al hospital y dentro había más wakandianos siendo atendidos por el personal médico; una enfermera se acerco y me susurro al odio que ya habían analizado la muestra que tomaron del cuello de Shuri. Pedí a Okoye que me siguiera al ala de Investigaciones, ahí estarían todos e incluyendo a Shuri.
Al entrar, los médicos nuevamente hacían nuestro saludo y la reverencia con la cabeza.

- ¿Qué es lo que encontraron? - miré a los médicos, uno por uno.

- Es un poco extraño lo que encontramos, pero sabemos que eso ocasionó la pérdida de cordura de la Reina. - una de las médicos habló.

- Serena, dije... ¿pérdida de cordura? - se acercó Okoye. Había olvidado que les había enseñado un poco de Náhuatl y a demás, Griot podría estarle traduciendo.

- ¿Qué quieren decir con eso? - cruce los brazos.

- Mi señora, a la Reina le administraron un tipo de suero y esto provocó no sólo provocó la mancha en su cuello, también provocó un comportamiento agresivo en ella. - explicó ahora un médico.

- ¡Sabía que algo malo había sucedido! - Okoye golpeó una de las mesas de la sala.

- ¿Hay forma de revertirlo? - sentía como se enfriaba la sangre de mi cuerpo al estar preocupada por la respuesta que fuesen a darme.

- Sí. - me sonrieron todos a la vez - Deberemos de hacer un suero y así poder administrarlo para contrarrestar los efectos del suero que hay en su sangre.

- Muy bien, haganlo. Debo encargarme de la entrada destruida - hicimos nuestro saludo y me llevé a Okoye de la sala.

A los pocos segundos, Okoye comenzó a llorar y se abalanzó sobre mí para abrazarme. Dijo que se sentía aliviada de saber que Shuri no había perdido la razón y que todo era por culpa del suero que le habían administrado, pero nada de esto me estaba gustando. Tendría que hacer una visita rápida a la última persona que la vio antes del suero.

Okoye me acompañó hasta la entrada, analizamos la gravedad de los daños y para nuestra suerte, la entrada estaría lista para cuando ambas regresáramos de la Ciudad de México.

Las naves de Wakanda llevarían de regreso a todos los Wakandianos, solo una nave se quedaría en Aztlán para Okoye y para mí; la usaríamos para ir a visitar a Carlos.

[...]

Las naves se habían llevado a las tropas wakandianas de regreso a su país, Okoye y yo estabamos llegando a México. Nos dimos prisa para llegar al Museo de Antropología y así buscar a Carlos en su estudio, pero cuando entramos esté estaba completamente vacío; no había códices ni pergaminos solo había un hombre de mediana edad sentado tras aquel escritorio donde siempre me encontraba a Carlos.

- ¿Les puedo ayudar en algo? - aquel hombre notó nuestra presencia e inmediatamente se levantó de su lugar.

- ¿Qué sucedió? - preguntó Okoye, pues ella también le parecía raro que estuviera así de vacío.

- Señoritas; discúlpenme, pero debo pedirles que se retiren - comenzó a caminar hacia nosotras, levantando un brazo.

- Buscamos a Carlos, Carlos Ruiz - el hombre se quedó congelado en su lugar.

- ¿Qué no lo sabe? - los lentes que llevaba puestos, se los quitó y volvió a mirarme fijamente.

- ¿Saber qué? - preguntó ahora Okoye, algo extrañada.

- Carlos desapareció hace un tiempo. Antes de eso, vino una mujer y al parecer discutieron. - dobló las varillas de sus lentes y los guardo en la pequeña bolsa de su camisa - Luego de eso, un día simplemente salió del estudio y no volvió más.

Eran muy malas noticias; la persona que nos podría ayudar estaba desaparecida y era aún más sospechoso que fuera así porque sí. Carlos jamás se iría sin avisar, él es demasiado responsable y celoso con su trabajo.
Nada de esto me estaba gustando.

Okoye y yo salimos del estudio, y como no estábamos satisfechas con la respuesta que nos dio aquel hombre, pasamos a preguntar por todo museo al personal de cada sala o estudio; todos los respondían del mismo modo, "desapareció hace ya un tiempo".

- Esto no tiene sentido, ¿por qué lo haría? - resoplo mientras me sentaba a la orilla de la fuente que había dentro del museo.

- Es demasiada coincidencia que haya desaparecido justo después de que Shuri se comportará de esa forma. - dijo Okoye cruzando los brazos. Se le veía bastante molesta. Ella tampoco estaría tranquila con todo esto.

- Me da muy mala espina. - admití - Debemos de regresar a Aztlán.

Okoye asintió con la cabeza y ambas regresamos a la nave. En nuestro regreso, me quedé dormida durante ese corto lapso; comencé a escuchar voces, me pedían correr. Volteé a los lados, pero todo estaba completamente oscuro; derrepente, a lo lejos se veía una luz e iluminaba la silueta de lo que parecía ser un hombre; no se veía su rostro, era como si un velo negro lo cubriera por completo.
En eso, una mancha carmesí comenzó a aparecer bajo mis pies y aquella silueta ya no estaba bajo la luz, ahora estaba frente a mí con una daga.

Me desperté de golpe; Okoye me miraba preocupada y se acercó lentamente a mí.

- ¿Estas bien? - se acuclilló frente a mí - Te oí gritar.

- Yo... - sentía un vacío en mi estómago, la sensación era tan incomoda que no me dejaba hablar.

- ¿Son las pesadillas? - tomó mi mano, yo le asentí con la cabeza - Llevabas tiempo sin tenerlas, ¿verdad?

- Algo malo va a suceder - apreté levemente su mano.

Bajamos de la nave y caminamos por la entrada destruida a Aztlán. Mi gente ya estaba a la mitad del trabajo y mis jefes de seguridad habían creado un sistema para modernizar la entrada.
Okoye se sorprendió al ver que tenía a científicos tan capaces como en Wakanda, mejorando la seguridad de Aztlán por el bien de todos.

Caminamos al hospital y antes de entrar una médico me anunció que Shuri ya había despertado, pero estaba intranquila por estar esposada a su cama.
Entramos sin pensarlo dos veces, y paramos frente a la puerta donde se encontraba Shuri; Okoye se acercó y abrió la puerta para entrar primero.

- Okoye... - se escuchó la voz débil de Shuri.

- ¿Cómo te sientes? - la voz de Okoye había tomado un tono agradable y tan suave, como si se tratará de una madre hablando con su hija.

- Me duele la cabeza. - la escuché reír.

- Por fortuna, estarás bien. - entré al cuarto y ambad voltearon a verme.

- Serena... - la interrumpí.

- Perdoname, por todo lo malo - baje la cabeza.

- No... - la miré. Sentía un golpe en el estómago cuando la escuche hablar.

- De verdad. Yo no... - me volvió a interrumpir.

- No, dejame hablar. - intentó levantarse, pero Okoye la detuvo - Yo soy quien se debe disculpar por haber perdido el control. Tienes derecho de amar a quien tú quieras, no debí de tratarte de esa forma.

- Shuri... - traté de interrumpirla, pero levantó una mano para que la dejará continuar.

- Aún me es extraño, pero me alegra que vayas a ser feliz. - me regalo una enorme sonrisa con unos ojos cristalinos.

- Ya no estoy con él. - dije sin más. Era un golpe para mí, pero posiblemente a Shuri le aliviaría saber eso.

Nos quedamos en silencio; esperaba alguna reacción o respuesta inmediata de Shuri, pero solo me veía como si le hubiera dicho una muy mala noticia.

- Fue mi culpa, por mi culpa se separaron. - comenzó a llorar desconsoladamente - Yo arruiné tu oportunidad de ser feliz.

- No, no Shuri. No fue tu culpa. - me acerque a ella y la abrace - Tenías razón, no debí confiar en él.

Shuri se separó bruscamente y me tomó por los hombros. Le expliqué lo que había sucedido y una expresión de culpa se dibujaba en su rostro.

Estábamos las tres juntas, en silenció; unas con culpa, otras con tristeza y algunas con el corazón roto.

Narra Namor:

Estaba sumido en mis pensamientos, sentado en el tronó decorado con una mandíbula de tiburon ballena; un regalo que me dieron los talokanies desde que comencé a gobernar Talokan.
Solo pensaba en Serena y la razón por la pudo haber atacado a la pequeña aldea. Me hacía ruido, pues ella jamás haría algo así, al menos no cuando ella es quién se encarga de proteger a su pueblo.

Veía fijamente el collar que tenía planeado darle en nuestra boda; una pieza decorada con pequeñas conchas, perlas y oro, cuando me sacaron de mis pensamientos.

- Te volviste débil. - escuche hablar a Namora; suspire irritado.

- Basta. No vuelvas a repetirlo. - desvíe mi mirada del collar, ahora me centraba en Namora.

- He estado contigo por tantos años; jamás te habías doblegado a una persona, - se acercó a mí nadando - y ahora lo haces ante ella. Ella no te está demostrando ese mismo sentimiento que tienes por ella.

- ¿Qué quieres decir? - me levanté del trono.

- Si te amará... jamás habría atacado Talokan. - estira su mano hacia a mí para entregarme una daga de obsidiana - Encontramos esto a un lado del árbol donde estaba María; ella lo hizo, ella la mato y es capaz de hacer lo mismo con Talokan.

La irá comenzó a fluir por mis venas. La obsidiana era usada por los aztecas y Serena tenía varías armas en su estudio, entre ellas... la daga. Sin importar, apreté ambas manos con fuerza hasta sangrar de una mano y destruir uno los objetos que llevaba en la otra.

No se iba a repetir, no lo permitiría. Le pedí a Namora que llamará a todos los Talokanies para hacerles saber que no permitiríamos que otro reino se hiciera de la victoria sobre Talokan.
Serena había tomado su decisión, atacó a esa aldea llena de personas inocentes; ella era la única que sabía el valor que tenía María para mí y le arrebató la vida. Esa aldea era parte de mi gente, y no perdonaré ninguna de sus acciones.

Fui a prepararme para mi discurso; usar mi penacho y mi traje ceremonial. Hoy Talokan se levantaría una vez más; hoy Talokan pelearía por sobrevivir.

- ¡Líik'ik, Talokan! - grite.

- ¡Líik'ik, Talokan! - dijeron todos al unísono.

- ¡Líik'ik, Talokan! - volví a repetir una vez más y todos volvieron a contestar al unísono - Me cegó la esperanza de una alianza y he puesto en peligro a todos nosotros. - hice una breve pausa - Talokan... no volverá a sufrir. Cuando terminemos con Aztlán, ¡nunca volverán acercarse a Talokan! - miré a Namora y luego a Attuma. Ambos asintieron con la cabeza, sabían que ellos estarían conmigo - ¡Líik'ik, Talokan!

- ¡Líik'ik, Talokan! - volvieron a gritar al unísono y algunos levantaron las lanzas que llevaban consigo.

- ¡Líik'ik, Talokan! - grite con mucha más fuerte haciendo eco en todo en recinto.

Talokan no fue y nunca será el pueblo débil. Aquel que decida meterse con mi gente, aprenderá las consecuencias de sus acciones y Aztlán pronto las aceptará.

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