Capítulo Dieciséis
NEGRITAS = Hablan en Maya.
NEGRITAS CURSIVA = Hablan en Náhuatl.
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Narra Serena:
El tiempo iba pasando y el día de la boda se acercaba cada vez más. Había tanto que arreglar, tanto que planear y tanto que pensar.
Seguía sin recibir noticias por parte de Shuri, al menos Okoye me mantenía al tanto de su salud física y... mental. Sabía que Shuri me estaría odiando y yo no podía hacer nada para tratar de evitarlo; si me acercaba o tan siquiera intentará acercarme a Wakanda, Shuri no dudaría en atacarme. Me sentía mal por su estado y extrañaba tanto a mi amiga.
Estaba tan sumida en mis pensamientos qué, olvidé que me encontraba en el estudio y que Namor llevaba un rato tratando de llamar mi atención, hasta que logró sacarme de mis pensamientos.
— ¿Qué tienes? — me regresó a la realiza.
— Nada — le sonreí nerviosa.
— No mientas — se acercó a mí y puso su mano sobre mi mejilla — Tus expresiones no mienten.
— ¿Soy tan obvia? — dije molesta.
— Para quienes te amamos y conocemos, al menos sí — beso mi frente — ¿Es por Shuri? — había dado justo en el blanco. Asentí con la cabeza — No es tu culpa, lo sabes.
— Debí regresar — suspire decepcionada de mi misma.
— Te habrías puesto en peligro y yo no permitiría que te hicieran daño — me tomó de las manos.
— Ella debe odiarme tanto en este momento — solté sus manos y caminé hacía el balcón — Destroce la confianza que me había otorgado. No debió de pasar así.
— ¡¿Y cómo querías que se enterará?! — levantó la voz — ¡¿Cuando le llegará una invitación para la boda?! Ella tarde o temprano iba a enterarse y eso no cambiaría las cosas — me tomó del brazo, haciéndome girar para mirarlo de frente.
— Ella aún te guarda rencor. ¡No es fácil para ella! — ahora yo levantaba la voz.
— ¡Entonces, es mi culpa! — mencionó molesto.
— ¿Qué?, ¡Yo no dije eso! — lo tomé del brazo.
— Tú no, ¡pero él sí! — gritó; yo lo miré confundida.
— ¿Él? — trataba de ver en mi mente, el rostro de alguien conocido.
— ¡Carlos!, tu supuesto amigo — me miró como si le estuviera ocultando algo.
— ¿Él qué tiene que ver en esté asunto? — seguía sin entender el por qué lo había mencionado.
— Él fue a contarle a Shuri que nos vio besándonos — volteó a ver hacía él jardín — Lo vi escondido tras una de las columnas que está cerca de la entrada del hospital. Creí que había sido mi imaginación, pero después de despedirme de ti, regresé de inmediato al hospital para verificar los hechos. Cuando me acerqué a la puerta del cuarto, él le estaba contando todo.
— ¿Por qué habría de contárselo? — no tenía sentido lo que me estaba diciendo.
— Por favor, ¡¿me vas a decir que no te haz dado cuenta?! — se acercó a mí de un modo amenazante.
— ¡¿De qué hablas?! — comenzaba a molestarme cada vez más.
— ¡A ese niño, tú le gustas! — se acercó aún más a mí — He visto como te mira y si hubiera podido estar ahí, justo cuanto se te acercó para intentar... besarte... — hizo una pausa antes de continuar — Juró que lo habría puesto en su lugar — su pecho subía y bajaba, gracias a que su respiración se había vuelto pesada. En ese momento me di cuenta del detalle que me estaba dando.
— ¿Me estuviste siguiendo? — su expresión pasó de estar molesto a sorprendido — Yo no le conté a nadie sobre lo sucedido ese día.
— Yo... — su mirada evitaba la mía.
— No puedo creerlo. ¡¿De verdad me seguiste?! — pase mis manos por mi rostro — ¡¿No confías en mí?!
— No es eso — trató de tomarme por los hombros pero lo aparté.
— Serás un Dios, un Rey o mi prometido, ¡pero eso no te da el derecho a vigilarme! — lo empuje haciéndolo chocar contra el barandal del balcón.
— ¡No iba a dejar que te hicieran dañó! — se excusó.
— ¡Soy al menos 100 años mayor que tú, se cuidarme lo suficientemente bien! — juraría que nuestras voces se escuchaban por todo el palacio, pero la irá crecía cada vez más en mí y me importaba menos.
— ¿Realmente sabes cuidarte? Si fuese así, ¡jamás habrías dejado que Shuri te golpeará! — se incorporó para quedar de nuevo frente a mí.
— ¡Eso no te interesa! Se enteró de lo nuestro de la peor manera — volví a empujarlo, pero esta vez intentaba controlar mi fuerza.
— ¡Se volvió loca desde el día que llegó a Aztlán! — gritó sin pensarlo y eso provocó una punzada en mi estómago — ¡Ella pudo haberte herido!
— ¡Cállate! — di media vuelta y entre de nuevo al estudió.
— Sabes que tengo razón, ¿y aún así la vas a defender? — entró tras de mí, siguiéndome por todo el lugar — No la conoces lo suficiente — me detuve y gire bruscamente.
— ¡¿Y tú si?! — di varios empujones en su hombro con la punta de mis dedos.
— No la conozco del mismo modo que tú, pero mi gente la ha vigilado y me informaron que ha estado haciendo armas, y no creó que sean para tenerlas de adorno en su comedor — volví a sentir esa punzada en el estómago.
Cuando mencionó lo de las armas, la imagen del holograma de una de ellas vino a mi mente. La última vez que fui a Wakanda, Shuri tenía ese diseño en un holograma sobre la mesa de su laboratorio, aquella última vez que la visite.
Ella no atacaría a mi pueblo, incluso ella misma me dijo que jamás había pensado en hacerlo; la conozco lo suficiente para saber que no lo haría.
— ¡No sabes lo que dices! — lo miré fijamente.
— ¡Y tú no aceptas la realidad de que ella ya no es tu amiga! — golpeó el escritorio con el puño.
— Veté, ¡largo! — levanté mi mano para señalar la puerta del estudio — No quiero volver a verte... — di media vuelta y caminé hacía una de las estanterías, quería esconderme y evitar verlo a la cara mientras se iba del estudio.
A mis espaldas, escuche a Namor resoplar con fuerza, escuché sus pasos dirigirse hacía la puerta para después cerrarla de golpe tras de él. Una vez sola, mis piernas me fallaron y me dejé caer contra la estantería, rompí en llando por lo sucedido hace unos instantes. Tenía miedo de que Namor tuviera razón sobre las armas que Shuri estaba creando, después de todo, ella no firmo el acuerdo; ella tiene un acuerdo con Namor y sabe que estaría cometiendo el error más grande de su vida si ataca a Talokan. La parte mala es que no hay un acuerdo entre ella y yo, con más razón puede atacar a Aztlán y más si ella cree que Namor me haya convencido de unirme a él para atacar a Wakanda.
Había perdido la noción del tiempo al estar llorando. Iyali y Erandi entraron al estudio, levanté el rostro para verlas y ambas se alarmaron e inmediatamente corrieron hacía a mí.
— Mi señora, ¿está herida? — Iyali se arrodilló frente a mí y empezó a buscar alguna herida.
— No, sólo... — comencé a llorar de nuevo. Iyali me ayudó a ponerme de pie y en eso, la sacerdotisa se acercó a mí para limpiar mis lágrimas.
— Todos estamos preocupados por usted, vimos a su prometido salir hecho una furia — dijo mientras terminaba de secar las lágrimas — Dele un tiempo y verá que todo se arreglará entre ustedes — tenía razón, después de todo era la segunda discusión que habíamos tenido desdé que empezamos nuestra relación. La primera fue cuando Namora me amenazó si lastimaba a Namor.
— Mi Tlatoani, ¿qué haremos con los preparativos para la boda? — Iyali me miró preocupada. Sabía que no lo hacía con la intención de lastimarme, pero fue como si le hubiera echado limón a la herida.
— Descansen unos días por ahora. Daremos un tiempo para que este mal momento se pasé y el ambiente vuelva a su normalidad — le di unas pequeñas palmaditas en su espalda, ella asintió con la cabeza y salió del estudio para dar la orden.
Erandi me veía aún preocupada, ella sabía que las lágrimas no eran únicamente por una simple discusión prenupcial, ella sabía que había más que nervios en esa discusión y no podría decir nada al respecto; yo podía darme cuenta de que sabía lo que estaba sucediendo por la expresión en sus ojos y cejas.
Se acercó a mí y me tomó del hombro, ese pequeño gesto me reconfortó un poco después de la discusión que tuve con Namor.
[...]
Pasó una semana y no había señales por parte de Namor. Los preparativos seguían pausados y la gente murmuraba sobre lo sucedido; los Talokaniles también habían dejado de venir, desaparecieron como si nunca hubieran visitado Aztlán.
Paso una segunda, una tercer semana y Namor seguía sin dar señales de vida. Algunos arreglos para la boda tuvieron que ser desmantelados para evitar que se dañaran por el clima lluvioso que estaba comenzando por la época; las flores que servían de decoración, también tuvieron que ser desechadas, pues se habían marchitado con el pasar de los días. En las calles rondaba el rumor de que el compromiso se había cancelado y que había un corazón roto, pero se desconocida la identidad del dueño de ese corazón.
Quedaban tres meses para la boda, aún era buen tiempo para llevar a cabo el acontecimiento, pero no había forma de hacerlo sin un novio. No me preocupaba el hecho de siguiera soltera, llevo tantos siglos sola que me acostumbre a estar y no me molestaba en absoluto, lo que me preocupaba era que tal vez había perdido la oportunidad de estar con él.
Tal vez era el orgullo de ambos lo que estaba provocando que todo se detuviera y si ninguno de los dos dejaba ese orgullo, jamás se llevaría a cabo nuestra boda, pero yo estaba segura de lo que quería y no perdería ésta oportunidad; yo tomaría la iniciativa de ir con Namor para poder hablar y disculparnos por lo sucedido.
[...]
Hoy era el día que habia elegido para ir a Talokan y buscar a Namor, pero mientras daba las ordenes a Iyali y Tupoc de lo que deberían hacer en mi ausencia, la alarma de una invasión a Aztlán se había activado.
Me congele durante unos segundos por el temor de lo que estuviera a punto de pasar, pero Tupoc e Iyali me hicieron reaccionar para comenzar a actuar y evitar daños colaterales.
Iyali y Tupoc me equiparon con mi armadura y salimos corriendo del estudio para llegar al jardín y reunirnos con las tropas.
— ¡Necesito que vayan a resguardar a la gente en sus casas! — ordené a un grupo grande y este inmediatamente salió del palacio — Ustedes, divídanse y vayan directo a todas las entradas del pueblo y revisen si hay alguna pista — señalé a otro grupo e hizo lo mismo que el anterior — El resto, divídanse en grupos pequeños para vigilar el palacio, recorrer el pueblo y para buscar a los intrusos.
Todos comenzaron a movilizarse por todo el pueblo, yo me quede con el grupo que se distribuyó por todo el palacio y en el hospital para resguardar a las personas que se encontraban dentro de él. Una vez que todo en el palacio estuviera completamente vigilado y en alerta, me elevé por encima del palacio a una altura lo suficientemente buena para visualizar todo el movimiento en las calles del pueblo.
Al poco tiempo, vi a Tupoc corriendo en dirección hacía el palacio y de inmediato volé hacía el para saber lo que estaba sucediendo; cuando me vio, se detuvo.
— Debe darse prisa, mi señora. Encontraron un objeto en la entrada del exterior de las cosechas de la cueva y hay alguien herido — dijo agitado y comenzó a correr de nuevo en dirección a la cueva.
— Entendido. Ve a las otras entradas y verifica si sucedió lo mismo — ordené y Tupoc asintió con la cabeza.
Me elevé de nuevo y mi miedo me hizo imaginar que podrían estar en peligró en la cueva, así que volé tan rápido que llegue en cuestión de segundos. Varios de mis guerreros me esperaban en la entrada hacía la cueva. Entramos y dentro había otro grupo de guerreros revisando por todas las cosechas altas y otros vigilando la puerta que conectaba con el exterior de Valle de Bravo.
— ¿Qué han encontrado? — me acerqué al grupo que estaba en la puerta.
— Encontramos un objeto tirado justó ahí — una mujer me señaló el lugar en cuestión.
— También encontramos pisadas cerca de las cosechas de maíz, pero no encontramos nada más — la fuerte voz de un hombre se escuchaba a mis espaldas.
— Muéstrenme el objeto que encontraron — levanté mi mano, un joven se acercó y me lo entregó.
Cuando vi de que objeto se trataba, fue como recibir un golpe en el corazón; sentí que mis lágrimas iban a salir en cualquier momento y derrumbarme e ese instante.
— ¿Es Wakandiano? — preguntó una mujer a mi izquierda. Yo negué con la cabeza, ya qué, un nudo se había formado en mi garganta y no me permitió hablar.
— Entonces son del exterior. ¡Nos encontraron! — nos inundó un silencio y el terror de todos los presentes comenzó a aumentar.
— No... — apenas pude decir — Esta daga no es de Wakanda ni de los colonizadores — apreté mis labios con fuerza a la vez que inhalaba profundamente, intentando aguantar las lagrimas — Esto pertenece a Talokan — sentí como mi voz se quebró.
— Mi señora... — la voz débil de una mujer se escuchó, volteé a verla y note como se tomaba del abdomen y está zona estaba manchada por un color carmesí.
— Mi niña — rápidamente me acerqué a ella y la tomé en mis brazos — Vas a estar bien, yo te cuidaré — la cargué y antes de irme volteé a ver a todos los presentes — Bloqueen todas las entradas del pueblo; nadie entra ni sale de Aztlán. Den el aviso a todos — todos hicieron una reverencia y comenzaron a movilizarse; por mi parte, volé al hospital y me encargue de que atendieran de la mejor forma, a la mujer que había traído conmigo.
Aquella mujer estaba débil por la sangre que había perdido; la examinamos, le hicimos una transfusión y por fortuna, estaba fuera de peligro. Ahora me quedaba esperar a que estuviera fuerte y consciente, para poder preguntarle lo que había sucedido.
Llegaban a mi mente, imágenes sobre lo que pudo haber pasado, tenía esperanza de que la daga hubiese sido un regalo que ella conservaba y el intruso la haya usado en su contra, pero cuando por fin desperto, su versión era lo que menos quería que fuese, real.
— ¿Qué sucedió? — me acerqué a su cama.
— Estaba cosechando el maíz junto con los demás agricultores cuando escuchamos el ruido de la roca al abrirse — cerro sus ojos, al parecer se estaba concentrando para recordar cada detalle, después volvió a abrirlos muy lentamente — Al principio, no se veía nada y no había ningún ruido para alertarnos de irnos en ese momento.
— ¿Pero...? — me incline un poco más.
— De la oscuridad salió una silueta grande, llevaba joyas encima y era azul — un vacío en mi estómago comenzaba a sentirse. Quería que todo fuese un sueño y no real — No nos preocupamos porque sabíamos que era un amigo, pero todo paso tan rápido que cuando me di cuenta, yo tenía la daga en mi abdomen y todos salieron despavoridos.
Me levanté de la silla tan rápidamente que término cayendo al suelo, me pase las manos mi cabello y el rostro con desesperación; tenía que controlarme o podría alterar a la pobre mujer que me veía con tanta preocupación y temor.
— Mi niña... — me volví a acercar a ella — Vas a estar bien, te cuidaran, yo te cuidaré y ya no volverás a sufrir — besé su frente y después salí rápidamente de la habitación.
Debía salir del hospital, nada de lo que estaba pasando debía ser real. ¿Por qué?, ¿por qué lo haría?, ¿por qué lo hizo?
Había un acuerdo entre nosotros, entre nuestros pueblos; por más que piense en una razón, no encuentro ninguna. Pensé que me amaba, pensé que amaba a mí pueblo.
Sentía un nudo en la garganta, sentía una presión en mi pecho que no me permitía respirar correctamente; mi estómago estaba revuelto y tenía muchas nauseas, sentía que en cualquier momento iba a vomitar o incluso desmayarme. Eran tantas emociones y sensaciones a la vez, qué creía que podría explotar en cualquier momento.
Debía controlarme y mantener mi cabeza fría, pero era más mi irá que mi cordura. No iba a permitir que la historia se repitiera, no iba a perder a mi gente de nuevo; no cometería el mismo error de aquella época, aún si eso significaba que debía luchar en contra de la persona que más amaba.
Narra Shuri:
Había pasado un tiempo desde la última vez que Serena vino a Wakanda. Estaba realmente feliz por volver a verla, pero no pude disfrutar de su compañía por mi... estado. Hubiera preferido seguir inconsciente y no enterarme de que estaba por contraer matrimonio con Namor. ¿Cómo pudo pensar en eso? Ella sabe lo que él hizo y aún así, decidió aceptarlo; no es correcto, no cuando sabe lo que le hizo a Wakanda, ella fue testigo y aún así lo aceptó. No creo que todas sus decisiones sean por cuenta propia, Namor debió convencerla o amenazarla, ¿por qué querría una alianza entre Aztlán y Wakanda sabiendo que no la atacaría?
Este tiempo alejada de ella y concentrada en mi laboratorio; traté de reflexionar, pero no pude; recordé mis acciones. Ataque a Serena, se que la lastime, pero me duele aún más que ella esté con él.
Comencé a crear un prototipo de armas para mi gente, escudos y protectores para oídos para evitar los cantos de los Talokanies; sería estúpido si caía en ese mismo error de aquella batalla. A Okoye no le agradaba tanto la idea, me pedía hablar con Serena y gracias a su insistencia, prohibí tan siquiera mencionar su nombre.
— Shuri... — escuché a Okoye llamándome.
— No me molestes, Okoye. Estoy trabajando — levanté mi tablet para corregir algunos pequeños errores.
— ¿No comer, no dormir y actuar como demente es trabajar? — levantó la voz en un tono severo.
— Sí, Okoye. Esto es trabajo y si no te importa... — volteé a verla y le hice señas con la mano para que se retirará. Después regresé a mi lugar.
— Si te interesa, Serena aún me pregunta por ti... — escuché que daba un paso hacía adelante.
— ¡Qué está prohibido ese nombre! — volteé a verla rápidamente. Sabía que tenía una expresión amenazadora, pues Okoye retrocedió al instante.
Okoye comenzó a mover su boca para articular las palabras, pero fue interrumpida en ese instante por la alertar de invasión (la cual fue colocada después de la guerra contra Namor). Inmediatamente las tropas comenzaron a movilizarse, Okoye me miro fijamente por unos instantes para después activar su traje y así, ambas salimos hacía el hangar. Okoye voló con su traje y yo en una de las naves; abarcamos todo el perímetro pero nada parecía fuera de lo normal.
— Reina Shuri, necesitamos que venga a nuestra posición — se escuchó la voz de Aneka, a través de la radio.
— ¿Encontraron algo? — preguntó Okoye, también desde la radio.
— Encontramos un arma, pero no es Wakandiana — respondió Aneka nuevamente; el silencio gobernó por un segundos antes de que alguien respondiera.
— Voy enseguida — redirigí la nave y volé en dirección hacía donde se encontraba Aneka.
Al llegar, había un grupo de Doras Milaje a lado de Ayo y Nakia, Okoye iba llegando al mismo tiempo que yo. Caminé entre el grupo de mujeres y una de ellas me entregó los que parecía ser una clase de hacha.
— ¿Es Talokanie, mi señora? — habló Ayo. Tarde un poco en responder por estar examinando el objeto con detalle.
— Shuri... — Okoye me tomó del hombro y la aparte inmediatamente.
— ¡No! — volteé a verla — ¡A esto me refería!
— Shuri, tranquilízate — levantó ambas manos en señal para calmarme.
— ¡No, Okoye! — volteé ahora hacía Ayo y tomé el hacha que aún tenía en la mano — ¡Esto es Mexica! — la levanté por encima de mi cabeza para mostrarla a todos los presentes — ¡Es un tepoztli y nos acaban de declarar la guerra!
— ¿Estás consiente de lo que dices? Shuri, no podemos asegurar eso — tomó mi muñeca y la bajo bruscamente.
— ¡Yo se los advertí! Namor le lavó la cabeza a Serena — la empuje — ¡Y no voy a permitir que ataquen a Wakanda!
— ¿Hay alguien herido? — preguntó Okoye.
— Solo una persona, pero fue una herida superficial — respondió Ayo.
Sin importar, pasé entre las Dora Milaje, abriéndome paso hasta llegar a la nave y volar nuevamente hacía el palacio; debía preparar todo en caso de una invasión, pero esta vez sería yo quien iría a por ellos.
Sabía que todo lo que de ahora en adelante, las cosas dejaban de ser como antes y Wakanda no será un blanco fácil, mucho menos ahora.
Narra Namor:
Estaba en la choza leyendo algunas peticiones de mi pueblo, pero no lograba concentrarme en el contenido de cada una de ellas. Había pasado casi un mes desde que me fui de Aztlán, llegue a Talokan y me confiné en la choza y no salí de ella en al menos una semana. Namora venía a dejarme comida y tratar de hablar conmigo, pero era tal mi enojó que siempre la corría del lugar a gritos; sé que ella no tenía la culpa, pero realmente quería estar solo y no ver a nadie.
Pasado ese tiempo, volví a pasear por el pueblo y visitar a mi gente; muchos me preguntaban por la boda o el porqué no se les permitía ir a Aztlán, trataba de evitar el tema, pero mi gente me conocía tan bien que sabían que estaba mintiendo.
El consejo me reunió alarmado por un rumor que se había suscitado desde la prohibición de mi gente a Aztlán, creían que Serena estaba dando el aviso de que se iba a romper la alianza, pero esto era algo imposible y más cuando ya se había firmado en acuerdo.
Casi al término del mes, planeaba volver a Aztlán y hablar con Serena; temía que esto lo fuese a tomar como la cancelación de la boda, pero por mi parte, era lo que menos quería que sucediera.
Me encontraba frente al trono de Talokan; pensaba en las mil y un posibilidades de como reaccionaria Serena ante mi regresó. Estaba tan perdido en mis pensamientos que apenas si pude notar la presencia de alguien.
— Te hiciste débil — escuché el tono frío De Namora.
— ¿De qué hablas? — dije sin voltear.
— Te enamoraste de alguien de la superficie y ahora sufres por amor — su voz tomó ahora un tono severo — Llevo siglos peleando a tu lado y jamás te habías doblegado ante alguien.
— Sigo cuidando de Talokan — volteé a verla.
— Pero ahora cuidas de otro pueblo al que no perteneces — su expresión mostraba decepción, no entendía el porqué de su cambio de opinión tan repentino.
— Namora, yo... — no pude continuar cuando me vi interrumpido por Attuma.
— Deben venir con nosotros — parecía agitado.
— ¿Qué sucede, Attuma? — me acerqué a él.
— La aldea de la superficie... La atacaron — fue lo último que dijo, justo antes de ordenarles que alistarán a los soldados.
Nadé con rapidez hacía la superficie; una vez fuera, miré en dirección hacía la aldea, pero de está salía humo negro; rápidamente me acerque y aún estando en el cielo, observé todo el caos que estaba ocurriendo.
Se escuchaban gritos y el llanto de mujeres y niños; descendí y busqué con la mirada a María, ella me diría todo lo que acababa de ocurrir, pero para mi mala suerte, no estaba en su choza ni en algún lugar cercano. Al poco tiempo llegó un grupo de mis soldados y atendieron a las personas mientras yo continuaba buscando a María por toda la aldea y cuando al fin la encontré, fue como revivir los recuerdos de ver a mi madre morir; María se encontraba sentada en el suelo y recargada en un árbol, estaba con los ojos cerrados y su respiración era rápida y pesada.
— María, ¿qué sucedió? — me arrodille frente a ella.
— Hijo... Estás aquí — abrió los ojos con dificultad.
— ¿Qué te hicieron? — acaricie una de sus mejillas.
— No es nada importante... Debes, debes... — suspiró de manera pesada y después puso una mano en mi mejilla — Tu pueblo...
— ¿Qué tiene mi pueblo?, ¿quién te hizo esto? — volví a insistir. María bajo su mano y me mostro una daga de obsidiana, el mango era de oro y tenía detalles característicos de Aztlán.
— Tu pueblo... está en peligro — hizo una mueca de dolor. Me acerqué más a ella y pude notar una mancha roja en su vestido.
— Tranquila, esto sanará. Nosotros te ayudaremos a sanar — tomé su mano para poder tomarla en mis brazos pero ella me apretó la mano.
— No, hoy ya no — me sonrió — Ya viví lo suficiente, ya cumplí con mi propósito.
— No, espera... — sentí como un nudo se formaba en mi garganta — Te vas a poner bien, María. No te vayas...
— Recuerda que tu enemigo, es el enemigos de tus aliados — volvió a sonreír.
— Aztlán ya no es mi aliado... — podía sentir la ira recorrer por mis venas.
— Piensa antes de actuar. Podrías lastimar a quién más adoras — hizo una pausa algo larga — Cuidate, mijo.
— Mamá... — sollocé
María cerro sus ojos y dio su último aliento, le di un pequeño apretón a su mano e incline mi cabeza tratando de controlar las lágrimas que estaban por salir de mis ojos. La tomé en brazos y caminé hacía la aldea; sentía como las miradas se posicionaban sobre mí y en la mujer sin vida que llevaba cargando. Una mujer joven se acercó a nosotros, era la hija de María, está inmediatamente rompió en llanto y beso la frente de su madre como última despedida; la lleve a su pequeña choza y la recoste sobre su cama, acomodé un pequeño mechón de cabello y le di un beso en la frente para despedirme de está gran mujer, de la mujer a quien pude considerar una madre.
Salí de la choza con el corazón en la mano y todos los Talokanies que estaban ayudando a las personas, voltearon a verme esperando nuevas instrucciones.
— Ayuden a quienes puedan y con lo que puedan — ordene — Namora, Attuma; los esperó en el trono junto a todos los Talokanies — me elevé en el aire una vez que todos inclinamos la cabeza e hicimos nuestro saludo característico.
Volé hasta la playa en donde se encontraba la entrada al cenote que conduce a Talokan, pero antes de entrar me detuve frente a él y caí sobre mis rodillas. Vi morir a aquella mujer a quien pude llamar "Madre", era como si volviera a ver morir a mi verdadera madre, me dolía esta perdida; estaba destrozado, no podía creer lo que estaba sucediendo.
Me levanté, traté de recobrar mi fuerza y tranquilidad, pero no podía; mi irá había despertado.
¿Cómo es posible que Serena haya permitido esto?
Quería pensar en cualquier razón lógica, pero no llegaba ninguna. Tal vez podría estar enojada por haberme ido, pero no sería tan orgulloso y rencorosa para mandar a atacar a una aldea que no tiene idea de la existencia de Aztlán.
Tal vez, esto sea por la discusión que tuvimos aquel día sobre Shuri, pero no le da el derecho a desquitarse con esta gente. Si Serena decidió aliarse con Shuri, entonces ya tomó su decisión; ella rompió el acuerdo y yo no voy a permitir que Talokan sufra de nuevo.
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¡Hola!
Espero se encuentren bien. Quiero agradecer el apoyo a está, mi primera historia. De verdad, de todo corazón; ¡muchas gracias!
Un anunció que quiero darles.
A partir de este capítulo, estamos leyendo los últimos capítulos, por lo tanto, los siguientes capítulos serán publicados cada semana y media.
Esto es todo por ahora. Nos estamos leyendo 😊.
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