Capítulo Catorce

NEGRITAS = Hablan en Maya.
NEGRITAS CURSIVA = Hablan en Náhuatl.

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Narra Serena:

Comencé a sentir movimiento a mi lado, yo aún permanecía con los ojos cerrados, mis sentidos fueron despertando poco a poco y comencé a captar las texturas y sonidos que me rodeaban. Oí una respiración, al abrir mis ojos, él estaba ahí a mi lado, durmiendo tranquilo y profundamente, sus ojos se abrieron lentamente y su mirada me buscaba; ambos nos sonreímos.

— ¿Cómo te sientes? — me preguntó acariciando mi mejilla con su pulgar.

— Algo... cansada y adolorida — dejé salir una risa nerviosa.

— ¿Tienes hambre? — me dio una sonrisa pícara, esto hizo que me sonrojará y me cubriera el rostro con mis manos; me límite a asentir.

Namor se puse de pie y se acerco a un baúl que había cerca de la cama, de él saco una tela cuidadosamente bien doblaba; se acercó a mí y extendió sus brazos a mí para que la tomará.

— Te estaré esperando afuera — depositó un beso en mi frente y desapareció por la única entrada de la choza.

Extendí la tela que me dio y era un vestido hermosamente decorado de jade y oro; me lo puse y acomode mi cabello para después dirigirme a la salida de la choza y encontrarme a Namor hablando con una mujer, ambos hablaban en Maya y en voz baja, era casi inaudible lo que hablaban.

¿Por qué la trajiste? — pude notar el tono áspero en la voz de aquella mujer.

Yo no la traje, ella llegó ayer sin problemas - le contestó Namor.

¡¿Paso la noche aquí?! — levantó la voz esta vez.

Shhh... Ya no soy un niño, puedo tomar mis decisiones — podía sentir la molestia en su voz — Si yo lo decido, ella puede pasar tantas noches que ella deseé - pude sentir el reclamó como si fuese para mí.

La mujer iba a hablar hasta que volteó la mirada hacía donde me encontraba, esto hizo que Namor volteara en su dirección y notará mi presencia al instante. Giro rápidamente para hablar de nuevo con la mujer, pero está se estaba lanzando al agua y desaparecer en sus profundidades. Namor se acercó a mí nuevamente y me tomó por los brazos.

—¿Escuchaste todo? — me miró preocupado.

— Solo una parte — confesé.

— Ella... — lo interrumpí antes de que pudiera continuar.

— No me quiere aquí, ¿cierto? — temí por la respuesta que fuese a darme.

— No, no es eso — suspiró — Tiene miedo de que vayan a atacarnos o que de desaté una guerra.

— Bueno, creo que la única guerra que ha habido en este momento es la de anoche — bromee para destensar el ambiente que había en la cueva. Namor soltó una carcajada y paso a depositar un beso tierno sobre mis labios.

Pasamos a desayunar y hablabamos de las cosas que habían sucedido durante los últimos tres meses, no eran más que responsabilidades y nuestro voluntariado para atender a la gente de nuestros pueblos.

Durante el resto del día, nos dedicamos a visitar el pueblo de Namor, la gente se acerba a saludar, pero podría decir que en varias ocasiones hacían a un lado a Namor para hablar directamente conmigo. Algunas de las personas me acercaban bandejas de fruta o ciertas flores submarinas que ellos cultivaban, también pequeños regalos como figuras de algún animal e incluso algunas mujeres me llegaban a regalar hermosos tocados hechos de metales y piedras preciosas; quede encantada con cada uno de los presentes que me eran otorgados. Por otra parte, ibamos a visitar algunos de los hogares de los Talokanies. Había todo tipo de familias y la única diferencia es que podían ser familias con muchos o pocos integrantes.
Durante nuestro recorrido, también llegabas a jugar con los niños, adolescentes o con los jovenes que se encontraban jugando al tradicional juego de la pelota. Nos llegaron a poner en equipos contrarios y esto parecía divertir a todos; después de todo, no se ve a dos gobernantes jugando como contrincantes en un juego de pelota.

Al término del día, regresamos a la choza y así poder descansar plácidamente; claro qué, la pasión nos volvió a poseer y terminamos por entregarnos con la misma intensidad que la noche anterior.
Ahí, en la cama, completamente desnudos y cubiertos únicamente por una tela, hablábamos de como el amor por nuestros pueblos fue el incentivo para hacernos más cercanos al grado de enamorarnos.

Al día siguiente y deseando poder quedarme más, regresé a Aztlán para continuar con mis labores junto con todos los regalos que los Talokanies me habían dado, los cuales use para decorar mi habitación y el estudio para que no se sintiera únicamente lleno de libros.
Por otro lado, sentía que no podía dejar solo a mi pueblo, tenía una mal presentimiento y era algo que ya no me estaba permitiendo conciliar el sueño.

Los meses siguientes continuaron de modo parecido con visitas recurrentes de Namor o visitas mías a él, algunos presentes con los que regresábamos a nuestro hogar y de vez en cuando, aprovechábamos los momentos a solas para darnos nuestros obsequios más privados.

[...]

Un año después, corría el rumor de una posible alianza entre ambos gobernantes, comenzaba a escucharse por las calles y casas de Aztlán y Talokan. El que Namor y yo tuviéramos una alianza no me asustaba tanto como el tener que pedírselo a Shuri. Justamente había pasado un año, pero era un poco más desde la última vez que Shuri había venido a Aztlán; apenas nos comunicábamos, había uno que otro mensaje o videollamadas que teníamos a través de las perlas Kimoyo que seguía conservando.
Tenía que armarme de valor y eso era lo único que necesitaba para presentarme frente a Shuri y hablar sobre una alianza entre nuestros reinos. El miedo constante de que fuera a malinterpretar las cosas me perturbaba, pero era eso o simplemente que ella se hiciera ideas aún peores por no irla a visitar.

Estaba lista para dirigirme a la Ciudad de México y volar de la manera tradicional para no alarmar a las fuerzas de Wakanda, cuando unos niños llegaron corriendo al palacio.

¡Tlatoani, Tlatoani! — un niño gritaba con todas sus fuerzas.

¿Qué sucede, niños? — me incline apoyando mis manos sobre mis rodillas.

¡Unos extraños! — lo decía a duras penas una niña que se quedaba sin aliento. La horrible sensación del miedo se apoderaba inmediatamente de mí.

¡¿Dónde?! — la tomé por los hombros, agitándola levemente.

¡Están en el templo! — gritó un niño echándose a correr por el lugar de donde vinieron — ¡Dése prisa! — los demás niños empezaron a correr para seguir al niño.

Mi respiración era rápida y pesada, no podía moverme de mi lugar, estaba petrificada por el miedo que estaba sintiendo en ese momento, los recuerdos de mi pasado estaban tomando fuerza y se presentaban frente a mí como una visión. Al recordar el momento de la muerte de mi madre, la irá comenzó a recorrer mi cuerpo cono sangre por mis venas y desperté de mi congelación temporal.

Alerte a mi ejercicio para que se dieran prisa para que dieran aviso a las personas y buscaran refugió, busqué mi armadura y una lanza para dirigirme al templo lo más pronto posible. Mi ejercito iba en camino, pero los notaba algo extraños; sé que los entrené para estar preparados en una situación como está, pero sus expresiones no eran neutras y tampoco asustadas, eran más como ¿alegres?. En ese momento me percaté que Tupoc e Iyali no estaban en las filas, me alarme aún más pues la alerta tampoco había sido activada.

¡Hay que darnos prisa! — la combinación del miedo y la irá en mi cuerpo iba en aumento. Sentía que está mezcla me haría vomitar en cualquier momento.

Al llegar, di la señal para que todo mi equipo se detuviera, pues el lugar estaba completamente solo y en silenció; la ansiedad se había convertido en una vieja compañera que aumentaba su tamaño recorriendo todo mi cuerpo como si se tratará se una enredadera.
Me preparé en caso de que fueran a atacarnos en cualquier momento, avanzamos poco a poco a las escaleras del templo hasta que una de las mujeres me detuvo.

¡Mi señora, debe estar detrás se nosotros! — todos comenzaron a rodearme. Iba a protestar pero ya era demasiado tarde cuando comenzaron a subir los escalones.

Caminé al mismo ritmo que todos hasta que otra mujer me detuvo y me pidió la lanza.

¿Qué esta sucediendo? — el comportamiento de todos era demasiado extrañó.

Mi señora, no se alarme — extendió su mano para que le entregará mi lanza, a lo cual me negué.

¡¿Qué mosca les picó?! — comencé a levantar la voz — ¡¿Acaso pondrán en peligro a mi pueblo, a su pueblo?! — en ese momento Iyali apareció.

Mi señora, por favor entregué su lanza — ahora Iyali extendía sus brazos hacía a mí.

¿No escucharon a los niños? ¡Nos vinieron a atacar! — alejé la lanza de las manos de Iyali y al mismo tiempo di un paso a atrás.

Los niños exageraron, mi señora. Solo debían ir a informarle que solicitamos su presencia — tomó la lanza de mis manos para entregárselo a otra de las mujeres. Después, sacó una tela oscura para vendar mis ojos.

Me ayudaron a subir los escalones y entramos al templo, pero el ambiente se sentía raro y no era normal lo que estaba sucediendo. No había alguna fecha que recordar y por lo menos, tampoco era mi cumpleaños.
Dejaron de sostenerme de los brazos y en ese momento me quitaron la venda de los ojos, tarde unos segundos en acostumbrarme de nuevo a la luz y poder observar lo que había en el lugar. Me alerte, pues de un lado había Talokanies y frente a ellos estaban los mexicas, mi pueblo, y frente a mí en el altar, estaba él. Llevaba puesto el Tilmatl blanco que le había obsequiado el día del Festival de la Fertilidad; se veía tan guapo y apuesto con la luz natural que entraba al recinto.
Caminé lentamente y subí poco a poco por las escaleras del altar hasta llegar y ponerme frente a él.

— Espero no te haya molestado, pero Tupoc e Iyali me ayudaron a convencer a todo el pueblo de hacer esto — me sonrió, yo negué con la cabeza y le regresé la sonrisa.

— ¿Qué tanto tienes planeado? — me acerqué un poco a él, y él solo se limitó a giñarme el ojo.

¡Desde aquella noche y en aquel museo te vi por primera vez! — comencé a hacer memoria y vinieron a mí las dos imágenes donde vi su silueta cubierta por la oscuridad y luz tenue de la luna — ¡Jamás imaginé que ibas a convertirte en alguien tan importante y especial para mí — nuevamente me sonreía — ¡Un pequeño... percance se nos atravesó la segunda y tercera vez que nos vimos! — entendí que se refería a los ataques que Wakanda recibió y a la guerra que se suscitó — ¡Y agradezco a los Dioses que la tarea de buscarte me fuese encomendada! — pude notar su nerviosismo.

Hizo una pausa un tanto larga, pero no tanto como para dar paso a lo que estaba por suceder.

¡Aztlán me abrió sus puertas y ne permitió compartir tiempo contigo. Mi pueblo te conoció y te abrió su corazón y sus brazos para recibirte! — comenzó a mover sus piernas como en pequeños saltitos para controlar los nervios — ¡Y una mujer con un gran corazón, nos unió indirectamente a través del collar que llevas en tu hermoso cuello! — comenzamos a reír no solo por los nervios, si no al recordar a María — ¡Y gracias a tu gente, que nos unió para bailar en aquel hermoso festival que se celebraba en este maravilloso pueblo. Pero también compartiste momentos sumamente increíbles con mi pueblo! — sacó una pequeña caja de madera — ¡Un año ha pasado en el que tú y yo hemos compartido tanto...! — se arrodilló frente a mí y me miró fijamente — ¡Mi amor! — abrió lentamente la caja para mostrar un hermoso anillo de oro con un precioso jade en el centro — ¿Te casarías conmigo? — preguntó esta vez sin hablar en voz alta y regalándome el tono más tierno que hubiese podido escuchar de sus hermosos labios.

Lo miré fijamente y después miré a todos los que estaban presentes en ese momento, todos esperando ansiosos y con nervios la respuesta que estuviese a punto de dar; nos estudiaban con la mirada, incluso los más pequeños lo hacían. Regrese mi mirada a la de él, aún seguía arrodillado y esperando mi respuesta. Recordé cada uno de los hermosos momentos que había pasado a su lado, todas las risas que dejamos salir, todos los besos y abrazos que nos dimos, y la primera vez que nos entregamos el uno al otro. Salí de mi hipnosis y volví a buscarlo con la mirada; aún seguía esperando mi respuesta y no podía hacerlo esperar más.

Si, Kukulkán. Si quiero casarme contigo — asentí emocionada con la cabeza, Namor se puso de pie y puso el anillo en mi dedo anular, después me tomó en sus brazos y dio vueltas en su mismo eje mientras la celebración de las personas nos rodeaba.

Ese día se estaba realizando una promesa, una donde nuestros corazones se estaban comprometiendo y estaban listos para el siguiente paso.

Después de la víspera de la propuesta de matrimonio, se llevó a cabo una reunión con el consejo de Aztlán y Talokan, donde todos firmamos el acuerdo de que nuestros pueblos estaban en una alianza para proteger nuestros recursos y a nuestra gente, independientemente de la unión que Namor y yo tendríamos. Mientras se terminaba de firmar y sellar el pergamino, Namor me habló sobre la visita que ahora yo debía de hacer a Wakanda y poder convencer a Shuri de que firmará el acuerdo; sabíamos que ella y Namor ya habían llegado a un acuerdo que respetarían, pero esté podría llegar a su fin y en cualquier momento, debido a que no había un documento que lo avalara.
Debía ponerme manos a la obra y llevar acabo esa visita.

[...]

Un mes después de la firma del acuerdo, era momento para hacerle una visita a Shuri. Llevaba inventando cualquier excusa para no ir, pero ya no podía seguir retrasado este asunto tan importante.

Me aliste por fin para ir a la Ciudad de México, no avisé a nadie de mi visita más que a Okoye, ya que se encargaría de recogerme y llevarme a Wakanda y así fue.
Cuando lleguamos a Wakanda, Okoye me advirtió que el comportamiento de Shuri había cambiado un poco desde la última vez que nos habíamos visto, que no dormía y a veces dejaba de comer por pasarse todo el tiempo en el laboratorio y era al lugar al que justamente nos estábamos dirigiendo. Al llegar, todo el personal se encontraba en sus puestos y nos recibieron con su célebre saludo; busque a Shuri con la mirada y la encontré de espaldas con la mirada fija en la mesa de simulaciones, pude ver que estaba creando una clase de arma y esto me comenzaba a preocupar.

— ¿Shuri? — a unos pasos de ella, trataba de llamar su atención, pero lo logré hasta la tercera vez que la llamé; ella volteó rápidamente y sentí que estaba a punto de quebrarme.

— Serena, ¿eres tú realmente? — se acercó lentamente a mí para tomarme de los hombros. Se veía agotada, pues sus ojos estaban acompañados de unas grandes ojeras y sus mejillas parecían consumidas, causa de la falta de consumo de alimento.

— ¿Qué te sucedió? — sentí como se hacía un nudo en mi garganta.

— ¡Oh, eres tú en verdad! — me abrazó con tanta fuerza que sentía que mis huesos se iban a romper.

— Shuri... me estás... — apenas pude decir cuando Shuri se desvaneció en mis brazos.

Todos a mi alrededor se alarmaron, pues nunca le había sucedido algo así a Shuri o al menos no cómo yo lo recordaba. La llevé en brazos hasta su cuarto acompañada de Okoye, la deje sobré su cama y la cubrí con sus sabanas, tomé una silla que estaba cerca para poder quedarme cerca de la cama de Shuri. Ahora se le veía calmada y con la respiración tan tranquila, me partía el corazón verla en ese estado.

— ¿Por qué la dejaron llegar a ese estado? — cuestione a Okoye sin quitar la mirada de Shuri.

— Tratamos de evitarlo, pero cada que lo hacíamos ella se alteraba — suspiró — Terminamos cediendo a lo que ella quería.

— ¿Revisaban sus signos vitales? — tomé su muñeca para poder tomarle el pulsó.

— Solo cuando ella se dejaba — se acercó a donde me encontraba, ahora ella esperaba una buena noticia de mi parte.

— Necesitó que traigan el equipo médico. Shuri tiene el pulso débil por casi no ingerir alimento y por su falta de descanso — volteé a ver a Okoye — Debo canalizarla — Okoye asintió y salió deprisa de la habitación, dejándome sola al cuidado de Shuri.

Viendo a Shuri en ese estado, tan débil y frágil... ¿Cómo podía hablarle de la alianza? Sería egoísta de mi parte si lo digo de golpe, podría tener un ataque de ansiedad y ponerse peor de lo que podría estarlo ya.
Okoye regreso con los médicos y el equipo para poder canalizar a Shuri, ahora solo nos quedaba esperar a que despertará.

Unos días después, Shuri despertó; se veía cansada a pesar de haber dormido un par de días seguidos. Convencimos a Shuri de comer algo y que siguiera descansando, pero su terquedad era tan fuerte que se levantaba de la cama y desaparecía del cuarto para terminar apareciendo en el laboratorio; Okoye la regañaba y a veces terminaban peleando, lo que ocasionaba que Shuri se agotará al grado de tener que trasladarla en una silla de ruedas hacía su cuarto, y en algunas ocasiones, me encontraba a Okoye llorando escondida en un rincón. Me sentía mal por verlas en esos estados y la ansiedad iba en aumento al recordar que en motivo de mi visita era proponer una alianza.

Estaba tan sumida en mis pensamientos que no me había percatado que Shuri estaba llamándome por mi nombre, hasta que tocó mi mano que estaba sobre la cama.

— Serena — me sobresalté y volteé a verla.

— ¿Si? — le sonreí algo nerviosa.

— Haz estado muy pensativa, ¿qué ocurre? — se incorporó para recostarse en la cabecera.

— Sí... Ehhh... Es por tu salud — la miré suplicado que no se diera cuenta de que no era la única cosa que me preocupaba.

— Tal vez pudiste mentirnos de manera excelente, pero tus expresiones jamás — me sonrió de lado — ¿Qué te preocupa y... qué te trajo a Wakanda? — y el balde de agua fría me había caído sin ningún cuidado.

— No es momento para hablarle. Debes recuperarte primero — me levanté de la silla y di un para de pasos para alejarme de Shuri.

— ¡Ya deja de mentir! — nme detuve en seco, su voz había recuperado la fuerza perdida de hace unos días — Ya ocultaste demasiadas cosas. ¡Dime qué esta ocurriendo!

— De verdad, te necesitó más fuerte y no débil como en este momento — levanté ambas manos en señal de súplica.

— ¡Ya estoy lo suficientemente sana! — se levantó de la cama y se quitó el suero de un solo arranqué.

— ¡Basta! Te estás lastimando... — sentía que mi voz se estaba quebrando.

— ¡Tú me estás lastimando con tus mentiras! — de un golpe, aventó al otro lado de la habitación la silla en la que me encontraba sentada.

— ¡Está bien!, lo haré... — suspire y camine hacía ella — Vengo a pedirte algo — ella continuaba observándome, sin decir nada —  Quiero formar una alianza contigo.

— ¿Namor te amenazó? — dijo gélida y sin moverse de su lugar.

— ¿Qué? ¡No!, para nada. ¡Lo juró! — me acerque aún más a ella. Ella palideció, como si hubiera visto un fantasma pero con su mirada fija en mis manos. En eso, recordé que llevaba puesto el anillo de compromiso, automáticamente cerré los ojos y me maldije por no habérmelo quitado — Shuri...

— ¡Alejate! — dio un paso atrás, pero chocó con la mesita de noche a lado de su cama perdiendo el equilibrio, la tomé de la mano para evitar que cayera. Todo fue tan rápido, que recibí un golpe en mi pecho haciéndome volar por la habitación y terminar estrellada contra una de las paredes.
Me quejé del dolor y caí sobre mis rodillas y ayudándome con mis manos para no caer por completo al suelo

— Shuri, deja que te expliqué — me levanté lentamente, presionando uno de mis costados.

— ¿Explicar qué?, ¡¿qué te acuestas con el asesino de mi madre?! — sus palabras eran cómo mil espaldas que me atravesaban y dolían más que el golpe que había recibido.

— Eso no es asunto tuyo. Yo solo vine a pedir paz para tu pueblo y mi pueblo — me fui levantando poco a poco aún sintiendo el dolor en mi costado.

— ¿Paz para nuestros pueblos? — caminó lentamente hacía a mí — ¡Jamás se me había cruzado por la cabeza, la idea de atacar a Aztlán! — se echó a correr para tomarme del cuello y estrellarme nuevamente contra la pared.

— Lo sé, es solo qué... — apretó más su agarré sobre mi cuello, impidiéndome seguir hablando.

— ¡Qué él te lavó el cerebro! — levantó la mano que le quedaba libre, pero justo a tiempo llegaron las Dora Milaje para detener la situación.

— ¡Shuri, detente! — se acercó Okoye a nosotras — ¡La estás lastimando!

— ¡Ella nos esta lastimando al acortarse con un asesino! — apretó aún más mi cuello, puse mis manos sobre las suyas para poder aflojar él agarré, pero era imposible. En eso, Okoye la tomó por el hombro y le inyecto al parecer un tranquilizador.

Shuri término en el suelo una vez que el tranquilizante surtió efecto. Un par de Dora Milaje levantaron en brazos a Shuri y la volvieron a acostar en la cama. Okoye por su parte, me ayudó a ponerme de pie y pidió una explicación a lo sucedido y sin más remedio, le conté lo de la alianza y de la propuesta de matrimonio de Namor; ella también se veía alterada al enterarse de que acepté casarme con él, pero al contrario de Shuri, ella lo comprendió.

Pasaron unas horas y Shuri seguía durmiendo y seguiría así hasta el día siguiente. Era el momento justo para regresar a Aztlán, pero me sentía mal dejando a Shuri así, sin poder hablar en paz.

— Debo irme. No imaginé que mi estadía se alargaría — volteé a ver a Okoye.

— No te preocupes, lo entiendo — me tomó del hombro, después volteé a ver a Shuri y me acerqué a ella.

— Perdoname... — le susurré al oído y después deposité un beso en su frente.

Okoye le pidió a Nakia que me llevará de regreso a México, ella se quedaría con Shuri a que despertará.
La alianza con Wakanda seguiría siendo una idea.

[...]

Cuando regresé a México, iba a ir directamente a Aztlán, pero quise aprovechar para ver a mi gente que estaba fuera del pueblo y también pasar a visitar a Carlos, no sabía nada de él y creó que esta visita sería un buen reencuentro.
Una vez que terminé las vistas a mi gente, me dirigí al Museo de Antropología, sabía que ahí podría estar Carlos y estaba emocionada por ver a un viejo amigo.

El museo tenía la misma aura, la gente entraba y salía de las salas, la gente tomando un descanso en su frente y otras más jugando en el agua de la gran columna; había exhibiciones visitantes de otros países y otras salas cerradas por remodelación.
La primera vez que había visitado este museo fue en 1965, casi un año después de su inauguración. En aquella época, habían pocas salas de exhibición y era una sensación el museo, lo vi modernizarse y ampliarse cada vez más con el paso de los años; lo que más me encantaba era que no solo los mexicanos disfrutaban de esté lugar, si no también los extranjeros que venían a conocer el origen de nuestro país y del hombre. Me llenaba de tanta nostalgia esté lugar, pues no solo vine como la historia de mi gente era observa y admirada, si no, que aquí vi por primera vez aquel hombre con el que compartía tanto.

Después de un momento de nostalgia, caminé hacía el estudio de Carlos, al entrar lo encontré sentado en su escritorio, perdido en una pila de libros y pequeños códices que ya había visto la última vez que vine al museo.

— ¿Se encuentra aquí el antropólogo Carlos Barrerá? — fingí una voz aguda para que no me reconociera, Carlos levantó el rostro y tenía una expresión serié, pero está cambio inmediatamente al verme.

— ¡Serena! — se puso de pie muy rápido y corrió hacía a mí para abrazarme — ¿Qué haces aquí? Pensé que ya no saldrías de Aztlán.

— Shhh... — Carlos cubrió su boca al percatarse de lo que había dicho.

— Disculpame, lo dije sin pensar — me miró preocupado, como si estuviese esperando que lo regañara.

— No te preocupes, se que fue sin intención — le sonreí — ¿Por qué desapareciste?

— El trabajo y asuntos familiares — dio media vuelta y camino a la mesa donde siempre se colocaban las piezas recien llegadas — Hay algo que quiero que veas — giro levemente su torso y me hizo una señal con la cabeza para acercarme.

Estando frente a la mesa, vi piezas como joyas, vasijas, puntas de flechas y lanzas. Las emociones se hicieron presentes, pues todas esas piezas eran de mi pueblo.

— Carlos... — lo volteé a ver, controlando mis lagrimas para que no arruinaran el momento.

— Las encontraron aquí en la Ciudad, en una excavación para un nuevo edificio. Las trajeron aquí una vez que encontraron todas los ejemplares — camino hacía una de las esquinas de la mesa y levantó una pieza.

— ¿Esa es tu favorita? — me acerqué a él.

— Tal vez, pero creo que será tu favorita — extendió sus manos hacía a mí, dejando a mi vida la pieza.

Era un collar de oro y cuentas de turquesa; al verlo con detallé, las emociones salieron en forma de lágrimas, estaba viendo un collar que le había pertenecido a mi madre. Carlos tenía razón, esta pieza era mi favorita.

— ¿Cómo? — sequé mis lágrimas con el dorso de mi mano.

— Me habías contado de él y cuando lo vi, recordé la descripción del collar — me tomó del hombro — Te pertenece.

— Pero... — lo miré preocupada, pues la pieza había sido descubierta y ahora le pertenecía al museo.

— Moví un poco los papeles y borre el collar. Cómo si nunca hubiera sido encontrado — se inclinó levemente hacía a mí, acercando su rostro al mío, me alejé de él.

— Debo irme — frote una de mis manos contra mi rostro — Debo regresar. Lo siento.

Salí de inmediato del museo, escuché a Carlos gritar mi nombre pero no me detuve por ningún motivo, aún a pesar de que la gente volteaba a ver de donde provenía aquel llamado.

[...]

Regrese a Aztlán, ignorando lo que había sucedido horas atrás.
Tupoc e Iyali se encontraban en la entrada del palacio, tenían la mirada esperanzada de que mi misión hubiera tenido éxito, les comenté lo sucedido y no quedó más remedio que dar aviso al consejo; en mi caso, yo me encargaría de informar a Namor.

Después de todo lo sucedido, estaba más preocupada por lo que pudiera hacer Shuri en contra de Namor. Su comportamiento era tan distinto, jamás había intentado golpearme, ni siquiera cuando tomó por primera vez la Hierba Corazon.
Ahora solo le rezaba a los Dioses para que Shuri se calmará y se presentará nueva una oportunidad para volver e intentar convencerla de firmar el acuerdo para los tres pueblos.

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