¿Podrías tomarme enserio?
Esa noche, los perros aullaron, las estrellas no brillaron y todos los secretos que el mal guardaba salieron para escabullirse en las sombras y atacar cuando menos te lo esperas.
Muchos dicen que han vuelto a nacer después de un milagro, para Helen fue lo contrario... Murió, pero revivió, la pesadilla apenas comenzaba.
Un viernes por la mañana, después de tener la sensación de solo cerrar los ojos al dormir, pero no descansar y temblar por ataques ansiosos...Lo único que pensé en ese instante fue en el maldito de Spencer, me cagó toda la vida.
Hoy era el día en que un capricho extravagante se convertiría en una carnicería y quién diría que una chica tan bonita tendría que usar una máscara para ocultar todo lo que había hecho.
Lloré mucho tiempo mientras me veía al espejo y que toda mi belleza se había ido. Aquella mujer me quitó lo más valioso que pensé que tenía.
— "Tienes que verte igual de hermosa para ese día ¿De acuerdo? " — Repetía la frase de Spencer mientras me veía al espejo y trataba de arreglar mi rostro.
No podía creer lo que me pasó, mi cara parecía quemada de una mitad, casi esquelética y pálida, unas venas negras se marcaban alrededor de la cuenca de mi ojo y era imposible cubrirlo con maquillaje.
La otra mitad de mi cara todavía era bonita, me negaba rotundamente a vivir con eso.
Así que rompí todos los espejos de la casa mientras lloraba. Me corté con uno de los vidrios del espejo y apreté el puño.
— Tú eres como ellos, todos son como tú... Igual de ridículos y patéticos — Me mordía los labios de tan solo recordarlo.
Uno de los fragmentos me mostró el castigo que padecía por volver a caminar y perseguir a un imbécil que solo sabía mi nombre (y dónde vivía).
— ¡Por eso mismo!... ¡No puedes confiarte de alguien que te habla bonito, Helen! — Las madres siempre tienen la razón, ella me lo advirtió.
Caí de rodillas al suelo, las lágrimas no justificaban todo mi arrepentimiento, tampoco para calmar el dolor... Solo una estúpida escusa para sentirme menos culpable.
Me froté las manos contra mi cara del lado izquierdo sentí todas las arrugas y desniveles en mi piel, lo que quedaba de mi nariz, lo resecos y partidos que estaban de esa parte.
Faltaban dos horas para la ridícula cena de la familia de Spencer, yo no me quedaría de brazos cruzados. Así que me levanté y tomé el vestido que él me regaló; además de su horrorosa y exageradamente cara gabardina.
Me peiné con el cabello suelto pero con ondas en las puntas, maquillé el lado derecho de mi rostro.
Tomé la muñeca que se parecía a mí y le quité la mitad del rostro, los ojos de botón, le hice un agujero para la cuenca. Agarré el costurero y empecé a coserlo con mi cara, no sentí dolor; a pesar de que, puntada tras puntada mi mandíbula derramaba sangre.
Maquillé la tela para que se pareciera a mi lado derecho, el resultado fue impresionante. Me limpié la sangre del cuello y me puse el vestido color blanco sin mangas que Spencer había comprado para mí.
Me llevé el bolso de mano de perlas que mamá me había heredado y salí por la puerta principal. Pero antes, escuché la puerta del sótano una vez más, esta vez con más fuerza y rapidez.
Abrí la pequeña puerta, me cubrí la nariz al descubrir un olor fétido y repugnante; las larvas y las cucarachas se empezaron a comer a mi madre.
Cerré la puerta de inmediato y me recargué sobre ella; pero la puerta no dejó de azotarse, cada golpe se volvía más fuerte y continuo.
Fue tan impactante está vez que me aventó al suelo y abrió la puerta. Se me torció la muñeca cuando caí. Froté mi mano mientras murmuraba del dolor.
Cuando cambié la mirada hacia el fondo del sótano, el cuerpo de mi mamá ya no estaba.
Salí corriendo de mi casa, tropecé muchas veces por los molestos tacones. Los perros intentaron morderme, cosa que nunca hacían.
La niebla, las estrellas poco brillantes y la fría noche lo hicieron la aventura más horrible de todas.
La casa de Spencer era gigantesca y además imponente, tenía muchas ventanas o vitrales, más de tres pisos de alto, torres fúnebres a los costados; llena de fuentes y un bonito invernadero.
No tenía invitación pero aún así, me dejaron pasar. Fue entonces cuando la volví a ver, aquella chica de cabellos rizados y ojos azul cielo... Tragué saliva y aparté la mirada, yo también era igual de bonita.
Suspiré y entré a la casa, por dentro era mucho más aburrida y fría, las luces le daban algo de armonización.
Me sentí como el bicho raro de aquel lugar, no conocía a nadie, a Spencer ni le importé... Él solo tenía ojos para la chica rubia... Llamada Liam.
No quise cenar, no tenía hambre; me quedé mirando hacia el jardín sin alguna razón. En fin ¿A quién le importaba en ese lugar?
Una mano gruesa y caliente me tomó por la cintura, no me volteé para nada, solo estaba ahí. Yo no conocía a ese hombre, a juzgar por su voz era alguien asqueroso.
— Los Phelps no dijeron que tenían mujercitas tan lindas — Subió su mano hasta mi espalda y la metió adentro de mi vestido.
No pude decir nada en ese instante, tenía mucho miedo de cometer una de mis estupideces en un lugar así, entre tanta gente y tanto poder.
— ¿Por qué no me dejas ver tu linda carita - Pasó su mano a mi barbilla y dejó caer la copa que traía. — Pero que muchachita tan bonita — Él se mordió el labio y acarició la parte del rostro de la muñeca.
No pude hacer nada, estaba congelada, el corazón me latía muy rápido y me costaba respirar. Traté de quitarme lo de encima con un solo movimiento, lo único que podía hacer era temblar de miedo por lo que sucedería.
— ¿No quieres ir al cuarto de invitados? Tengo la autorización de los Phelps para usar ese cuarto — Bajó su mano hasta mi cadera, casi tocando mi trasero.
Algo en mí despertó y con una fuerza monstruosa le agarré la muñeca.
— No, gracias — Le contesté con una cálida sonrisa mientras le apretaba más la mano, hasta cortarle la circulación y unas venas negras empezaron a notarse.
— Hija de perra — Trató de sacarse del agarre, pero no pudo. Y volví a sonreír, con la otra mano le tome ambas bolas hasta casi reventarlas.
— Con mi madre no se meta ¿De acuerdo? — Le di una patada en el estómago y lo encerré en el cuarto de escobas que estaba a nuestras espaldas. Lo de encerrar gente en cuartos pequeños me estaba saliendo muy bien.
— ¡¿A dónde crees que vas?! — Decía desesperado mientras se agarraba la entrepierna.
— A donde no esté — Le sonreí una última vez y le cerré la puerta en la cara, lo bueno es que se cerraba por fuera.
Suspiré y vi como las luces tintineaban, me empezó a dar comezón la parte izquierda de la cara, probablemente era por la tela y las puntadas.
Escuché el sonido de alguien entrando al baño, era Spencer. Estaba devolviendo el estómago y Liam le rogaba que abriera la puerta.
¿Qué tan cercanos eran para preocuparse así el uno del otro? ¿Quién era realmente Liam? Fueron las preguntas que llegaron a mi mente, luego quedé aún más confundida cuando ví que Spencer tiró a Liam y se hablaban tan "cercanamente".
Decidí espiar a Liam, ya que Spencer se fue a una ala muy solitaria y era obvio que alguien lo estaría espiando.
Ella no hizo mucho, solo bebió y bebió, me pareció muy aburrido seguir espiando. Así que me fuí a otra parte, donde nadie me viera ni notara mi presencia.
Salí al jardín y me encontré con una mujer muy hermosa una mujer de cabello entre dorado y cobalto rizado, ojos azules blanquecinos, labios rojizos y pecas en las mejillas me sonrió de la manera más noble posible.
Usaba un vestido muy pegado, color azul jade, descubierto de la espalda y los hombros, unas bonitas zapatillas color negro. Sostenía una copa de licor en su mano, se acercó a mí y susurró en mi oído:
— Te encontré — Ella chasqueó la lengua, su voz era muy dulce y suave. — Ella es tu boleto de regreso a casa —
La mujer me tocó el hombro y pareciera como si una barrera de agua empezara a dividirnos, ella agitó su mano a modo de despedida y comenzó a ahogarse. Traté de salvarla, pero nada funcionó...Toda el agua se había ido a la alcantarilla.
— ¿También pudiste verla? — Dijo una voz masculina casi derrotada detrás de mí.
— ¿Disculpa? — Respondí mientras me daba la vuelta.
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Laura abrió los ojos lentamente, estaba muriendo de frío. La escarcha cubría sus delgadas y cortas piernas.
Estaba atada de las muñecas y colgada pies arriba, solo portaba el corsé, y las pantaletas color blanco amarillento.
Miró a su alrededor y encontró otras tres personas que reconoció inmediatamente.
Se balanceó de un lado a otro para despertar a su amiga, no tuvo éxito y en cambio solo logró chocar contra una de las paredes del gigantesco cuarto frío.
— Liam — Decía su pequeña voz casi como un susurro fantasmal.
El frío aire le cristalizaba los pulmones, empezó a toser y cuando estuvo a punto de cerrar los ojos para siempre. Un golpe en seco tiró uno de los cuerpos.
Empezó a arrastrarse por el suelo hasta poder levantarse. Se quitó la soga de las muñecas y fue al auxilio de Laura.
— No te rindas aún — Una mujercita de cabello muy rizado que le llegaba un poco más arriba del hombro le tomó las manos a Laura y le sonrió.
— Lucía — Laura empezó a llorar mientras le regresó la sonrisa a la otra chica.
— Me prometiste algo ¿Recuerdas? — Ella le acarició la mejilla y luego se apartó. — Cumple eso por mí ¿Vale? —
Aquella chica bajó a Laura del gancho del que estaba colgada y luego se fue.
— ¡Lucía! ¡No te vayas! — Gritaba Laura mientras intentaba ponerse de pie sin ningún éxito. — No me dejes... Otra vez —
Mientras gritaba a llanto por la chica, sintió como empezaban a agitarle los hombros y como una voz muy lejana empezaba a pronunciar su nombre.
— ¡Laura! ¡Despierta, joder! — Le gritabas mientras ella apenas recuperaba la conciencia.
— ¿Qué pasó? — Laura se masajeaba la cabeza tratando de recordar algo, pero...Ni un solo recuerdo apareció.
— ¿Enserio no te acuerdas? — Frunciste el seño mientras te cruzabas de brazos y señalaste la camilla de hospital con los ojos.
— ¿De qué estas hablando?... Solo recuerdo estar hablando con Beth sobre los lugares en los que ella había estado... Y ya no recuerdo nada después de eso — Laura se frotó la muñeca mientras se mordía los labios.
— ¿Es un chiste? — Murmurabas mientras te levantabas de la camilla de Laura y caminabas hacia la ventana.
— ¿Liam? — Laura te miraba confundida mientras trataba de levantarse, pero traía unas vendas en las pantorrillas que le provocaba un fuerte dolor punzante a cada paso.
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Fue hace unos momentos que recuperaste la conciencia, lo último que recuerdas es ver la cara de ese monstruo cayendo lentamente, convirtiéndose en una persona común y corriente.
Después, despertaste con una bata de hospital, en una camilla que con cada movimiento rechinaba sin cesar, el verde menta gastado del papel tapiz y algunas voces inaudibles sobre que hacer con las personas enfermas, reconociste aquel enfermizo lugar.
— Puta madre — Las primeras palabras que salieron de tus labios al notar aquel pulsante y molesto dolor de cabeza.
— ¿Dónde estamos? ¿Cómo terminamos aquí? — Dijo la melosa y exhausta voz de aquel chico de ojos avellana.
— Jacob — Te levantas inmediatamente de la camilla y te tambaleas hasta el otro extremo de la habitación, donde estaba el adolorido cuerpo de Jacob.
— ¿Qué pasó? ¿No estábamos en la casa de Spencer? — Agregó muy confundido el chico mientras se sentaba en la camilla.
— Así es, escapamos de unos horribles monstruos, tú y Spencer me salvaron de ser tragada por uno — Le respondes con una sonrisa nerviosa mientras te sientas a su lado.
Jacob frunció el seño muy confundido y te miró fijamente a los ojos, como si esa parte de la historia jamás hubiera existido.
— ¿De qué estas hablando? — El de piel canela parecía solo responder con preguntas y más preguntas, sus dudas solo bloqueaban su mente. — Yo solo recuerdo que — Jacob fue interrumpido por si mismo y cambió las palabras de su historia. — Que estaba en el jardín y hablaba con Laura sobre las últimas divisas extranjeras... Tu amiga es muy interesante, ¿Lo sabías? — Río nervioso mientras apartaba la mirada.
Laura sabía mucho de economía, no podía negárselo... Pero a ella jamás le interesaron las divisas extranjeras. Mientras te quedabas pensando en la inconsistencia de la historia, una chispa de luz encendió todo tu cerebro. ¿Por qué sabías eso de Laura... Si apenas habían hablado unos pocos días? ¿La verdadera Liam estaba manifestándose?
— Sí, ella es muy interesante — Miraste una vez más a Jacob y notaste una pequeña mordida en la parte inferior de sus labios. — Como sea, iré por algo de agua... La resaca me esta matando — Te levantaste de la camilla y saliste del cuarto.
A Jacob no le dio importancia que te fueras, solo se quedó sentado en esa camilla con sábanas que picaban con un solo rose y además, tenían un color horrible. Así, ensimismado en sus pensamientos recordó algo.
— Oye, Liam... Quería - Jacob te buscó con la mirada por todos lados y suspiró cuando notó tu ausencia. — Preguntarte algo — Terminó su frase mientras veía a su costado. — Aquí esta el agua... ¡De nada! —
Caminaste unos cuantos pasos por el pasillo cuando la voz de uno de los doctores hablaba a cerca de la situación de Spencer.
Te quedaste pegada a la pared que estaba junto al marco de la puerta y escuchaste atentamente unas trágicas y peligrosas palabras.
— No hay mucho que podamos hacer, Señor Phelps, el estado de su hijo ya no tiene cura... Me temo que tiene que disfrutar los últimos días que le quedan al joven — El doctor habló acompañado de un triste suspiro.
Unas pocas lágrimas cayeron al suelo y escuchaste tu propio sollozo ¿Por qué dolía? Spencer era una mierda de persona, merecía la muerte. Entonces ¿Por qué llorar?
— No, mi hijo... ¿Por qué a mí? — Los sollozos del señor Phelps apenas eran apreciables afuera de la habitación.
— Lo único que podría reclamarle es que, no deje que sus invitados se pasen de copas en una noche...La mayoría de los pacientes que acaban de llegar tienen un alto nivel de alcohol en su sistema — Dijo el doctor casi regañando al padre de Spencer.
— Si, lo siento... Fue mi error — El señor Phelps se secó las lágrimas y volvió a su cotidiana posición de firmeza.
— Padre — La voz de Spencer era casi insonora, se necesitaría un megáfono para poder escucharlo bien.
— Spencer, gracias a Dios que te has despertado — A pesar de todo lo que le había llorado su padre, no sonaba feliz de verlo despierto.
— ¿Dónde está Liam?... Quiero verla — Spencer reclamó con una voz demacrada.
En ese momento, te sacaste las lágrimas y tomaste algo de valor para poder entrar a la habitación de Spencer.
— Liam — Fue deprimente e impactante la forma en la que Spencer te sonrió.
— Hola, Spencer — Dices mientras te paras frente a su camilla y te cruzas de brazos.
— Los dejaremos solos — Mencionó el Señor Phelps mientras abandonó la habitación junto con el doctor, cerrando la puerta detras de ellos.
Tras un tenso e incómodo silencio, Spencer se aclaró la garganta y tomó la palabra.
— Me alegra saber que estás bien — Aquel joven de cabellos negros se acomodó en la cama para poder verte mejor.
— Ajá ¿Y luego? — Haces una breve pausa para tomar algo de odio y rencor. — No te preocupé cuando "me hiciste tuya" —
Spencer no dijo más, la sonrisa se esfumó de su rostro, como a un cobarde, él apartó la mirada. La culpa en su mirada era casi obvia, pero muy actuada.
— Tantas veces me he disculpado contigo — Aquellos ojos esmeralda empezaron a humedecer se. El papel de víctima no era su fuerte.
— Deja de hacer un berrinche ¿Qué estás solucionando con eso? Estás loco si crees que puedo perdonarte. Puede que ayer me hayas salvado la vida, pero yo no soy ninguna estúpida y no voy a seguir cayendo en tus trucos —
En ese momento, Spencer se quedó atónito, tomó un respiro y miró a tus ojos fijamente.
— ¿Cuándo te salve la vida? ¿De qué estas hablando? — Spencer se sentó en la camilla y frunció el seño.
— No te hagas, el monstruo... Lo apuñalaste, toda la sangre se salpicó en mi vestido — Te acercaste unos cuantos pasos a Spencer, pero no parecía más que confundido.
— Liam... Te pasaste de copas está vez — Dijo Spencer con una leve y burlona risa.
— ¡Fue real! — Un sentimiento abrumador empezaba lentamente a inundar tu pecho. Era asfixiante saber que nadie podía recordar esa insoportable noche.
— Bueno, tampoco tienes pruebas de que sea cierto... Creo que deberías descansar — Spencer se levantó con dificultades de su cama y te tocó el hombro.
— ¡No me toques! — Apartas con asco y miedo la mano de Spencer. Todo su rostro empezó a distorsionarse y su voz parecían miles.
— Liam... ¡Escúchame! — Sentiste como las frías manos de Spencer te tocaban los hombros, el dolor de cabeza cada vez se volvía mucho más difícil de soportar.
Te tocaste la cabeza con las dos manos, todo era tan difícil de entender. Había tantas voces, tantos gritos y dolor.
— Hagas lo que hagas... No me sigas — Una voz habló a tu oído y ahora despertaste en un nuevo lugar.
El trinar armónico de las aves, un vaivén burbujeante cercano predecía estar sobre un riachuelo, justo debajo de ti.
Con la punta de los dedos de los pies, sentiste la ligera corriente de agua, unos tiernos, carnosos y dulces labios rozaron los tuyos.
— ¿Te interrumpo de tu dulce sueño, bello durmiente? — Una bonita muchacha de cabello largo, ondulado y negro cabello, con una preciosa sonrisa y unos bellísimos ojos verdes chocaron contra tu mirada.
— Suzette — Aclaraste la garganta al oír tu ronca y varonil voz.
Era raro adivinar su nombre a la primera, pocas o nulas veces ocurría eso. Pero aquella dama parecía encantada de que pronunciarás su nombre.
— Gracias por venir a verme — Dijo Suzette mientras se sentaba al lado de ti y descansaba sus delicados y blanquecinos pies en el arroyo.
Su mano toco la tuya, al hacer contacto ella sonrío. La dulce inocencia en su mirada reposaba como una mariposa recolectando néctar de una hermosa flor de campo. Así de hermosa era.
— La vida es tan... Tan hermosa cuando estoy contigo, eres como ese cálido rayo de luz que me alumbra cuando las aterradoras garras de la obscuridad me tientan a darme por vencida — Esos brillantes y armónicos ojos esmeralda penetraron tu mirada.
— Ven conmigo — Sin soltarla de la mano, e involuntariamente la llevaste a la profundidad de un hermoso bosque.
Para describirlo mejor, era como tener una parálisis del sueño. Podías ver todo lo que sucedía, alguien más tomaba el control de tu cuerpo y tu boca. Pero no te privaba de tus pensamientos.
Al llegar a ese mítico y majestuoso lugar, un imponente árbol daba los últimos rayos del atardecer. La brisa ondeaba el fino y sedoso cabello de Suzzete, moviendo así su delicado y ligero vestido color lila.
Suzzete se quedó contemplado aquel árbol por un buen rato con una sonrisa.
— Que romántico, el lugar donde nos conocimos... ¿Por qué querías venir aquí? — Dijo ella mientras se acomodaba su cabello desordenado por la brisa.
— Suzzete — Te arrodillaste frente a ella y con una enorme sonrisa le dijiste las siguientes palabras. — Eres el amor de mi vida, se vas a decir que es una locura. Bueno, siempre has dicho que el mundo es una locura —
Suzzete se rió ligeramente mientras unas lágrimas de felicidad rodaban por sus rosadas mejillas.
— El mundo también estaba loco cuando éramos niños; pero, estábamos bien en ese entonces y estaremos bien. Porque este mundo seguirá siendo una locura, pero al menos la enfrentaremos juntos — Le dijiste mientras sacabas una cajita con un anillo dentro de ella.
— Que suerte que el amor tenga tu nombre — Suzzete se hincó contigo y te besó.
Tomaste a la dama de cabello negro por la cintura y la levantaste por el aire.
— ¡Ey! Bájame, Liam — Su bonita sonrisa combinaba con los anaranjados rayos del atardecer la hacían la escena más maravillosa de todas.
Todo encajaba perfectamente, para esos dos. Y de repente, un estruendoso ruido de cristal roto cambió las cosas.
Al abrir los ojos, te encontraste con una mujer de rostro superficial. Bonita, creada por los estereotipos de la sociedad. Pero, fea a comparación de Suzzete.
Vestida de blanco, con un vestido horrendo y un velo que cubría su estereotípico rostro, esos ansiosos ojos, y una falsa sonrisa de ilusión.
— ¿Acepta a Raquel Black como su legitima y única esposa? — Preguntó el cura con su anticuada y cansada voz.
— Acepto — En ese momento, aquella mujer se abalanzó a besarte, para sellar el destino que no tiene retorno.
— En el sagrado nombre de Dios, yo los declaro marido y mujer —
Las campanas dea iglesia sonaron sin cesar, una enorme sonrisa estaba para todos los invitados. De repente, un exagerado sollozo hizo eco en el lugar.
Buscaste con los ojos al dueño de aquel dramático llanto, pero todos los invitados parecían felices de aquel compromiso, un escalofrío recorrió tu piel al ver sentado a esa cosa en una de las bancas.
Así es, esa horrible criatura de pupilas blancas y piel negra. Parecía colarse en cada hecho importante de la vida.
Una vez más, el brusco cambio de escenario te llevó al lugar donde le habías pedido matrimonio a Suzzete en un principio.
Ese lugar era aún más aterrador de noche, la tormenta estremecedora acompañada de sus fieles compañeros, los truenos.
Esos ojos azules que le habían traído tanta felicidad a Suzzete, ahora eran la causa de la que su inmóvil y frío cuerpo colgara de ese deprimente árbol.
— ¡SUZZETE! — Gritabas desesperado mientras un trueno acompañaba tu sufrimiento.
— Eres patético — Al voltear, encontraste a una mujer de estilo asiático que usaba una máscara de porcelana y traía una espada larga y afilada.
En cuanto la viste, te lanzaste para tomarla de su kimono negro, lo único que se podía ver eran esos ojos negros infernales.
— ¡¿Qué le hiciste?! — Te ardía la cabeza de la furia incontenible.
— Todos son como tú, tú eres como todos — Sus ojos no reflejaban más que venganza y dolor, pero la serenidad y confianza que tenían la hacían la combinación más aterradora de todas.
— ¡Deja tus estupideces a un lado! — En ese momento, la tomaste por el cuello para ahorcarla. Pero estaba igual de fría que un muerto.
— Una vida por otra, ese es el trato — Ella tomó su espada y nada más sentiste como penetraba rápidamente tu estómago. Hasta subir a tu corazón.
Lo último que viste fue el cuerpo de Suzzete en ese árbol y como en un espasmo se reflejó en el rostro de Spencer.
— Suzzete — Murmurabas ese nombre mientras Spencer te tomaba en sus brazos.
— ¡Liam! — En cuanto Spencer te vió reaccionar te abrazó con todas sus fuerzas.
— No... Toques — Apenas consciente apartaste los brazos de Spencer con mucha fatiga.
— No me asustes así — Era increíble, Spencer estaba llorando de verdad. A lo que solo podía abrazarte más fuerte. — Eres lo único bueno que me queda —
Eso fue muy vulnerable de su parte, y cuando estuviste en todos tus sentidos. Con un poco de confusión, le palmeaste ligeramente la espalda.
Y después de un incómodo silencio, el padre de Spencer entró al cuarto.
Hizo una cara de disgusto al ver a Spencer llorando, luego carraspeó la garganta para interrumpir.
— Ya nos tenemos que ir, Spencer. Te han dado de alta — La firme voz de el señor Phelps hizo que Spencer dejara de llorar y se levantara.
— Bajo en un segundo, padre — El chico de ojos esmeralda rasgados miraron con odio los de su padre y se secó las lágrimas.
— Bueno, yo ya me voy — Cuando Spencer te dejó libre, saliste corriendo hacia la puerta. — Que tengan un buen día — Una sonrisa actuada se posó en tus labios antes de irte.
— Igualmente, señorita Brown — Respondió el señor Phelps con un tono cortante, la tensión entre padre e hijo estaba empeorando.
Al salir, encontraste la habitación de Laura, que se encontraba probablemente en una pesadilla.
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Todos tenían la misma reacción al despertar, no recordar nada, preguntar lo mismo "¿De qué estas hablando?" Como si todo fuera una broma bien elaborada.
Mientras mirabas por la ventana, te ensimismaste en el recuerdo de Suzzete, querías saber que había pasado. ¿Cómo se conectaba todo?
Pero ni una sola respuesta aparecía. Era tan realista aquel dolor, tan real todos esos sentimientos.
Suspiraste y miraste a Laura, quién parecía muy preocupada por ti.
— Liam, no te entiendo... Quiero ayudarte, pero nunca me dices algo — La voz frágil de Laura hacia un intento por ayudarte.
— No... Es nada — Respondiste con un suspiro y te sentaste junto a ella. Con una sonrisa cambiaste el tema. — ¿Y cómo te fue con Beth? —
Un brillo iluminó los ojos de Laura y comenzó a hablar. Pero, en sí quisiste evitar volver a pensar en Suzzete y todo lo de aquella noche. Aunque la intriga era tortuosa.
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Aquel chico era muy parecido a Spencer, aunque tenía unos ojos dulces ojos azules blanquecinos, y su mejillas sonrosadas.
— ¿Quién eres? — Le pregunté con inseguridad al ver su triste expresión.
— ¿Yo? — Él sonrió levemente acompañado de una burlona risita. Mientras caminaba de un lado a otro mirando hacia a el suelo, y luego hacia a mí.
Por su semblante parecía un poco menor que yo, su carismática sonrisa era idéntica a la Spencer. Tal vez eran hermanos, pero, jamás lo ví durante el discurso o la cena.
— No hace mucho que deje de ser yo, y empecé a deambular por este deprimente lugar — Su carismática sonrisa cambió a una maliciosa, lentamente se acercó a mí. — Pero tú puedes llamarme, Charlie —
Él me miró fijamente a los ojos y me tocó la parte izquierda del rostro. A lo que él sonrió cálidamente.
— Que lástima que hayan arruinado esa parte del rostro — Charlie dió un suspiro y se recargó en la barda de piedra al lado de mí.
— ¿Cómo sabes eso? — Le pregunté casi tartamuda, con ese miedo que yo solo sabía.
— Ja, ella no es muy buena guardando secretos — Dejó que su cabello se ondeara con la fría brisa de la noche. — Pero quiero ayudarte, por eso estoy aquí, Helen —
Me quedé helada cuando pronunció mi nombre con ese irónico e icónico acento que él tenía.
— Solo quiero...Volver a ser feliz — Dije casi al borde de las lágrimas, poco a poco, sentí como la tela en mi cara se humedecía y limpiaba toda la sangre de por dentro.
— Y te prometo que así será — Él tomó mis manos y con la manga de su extraño suéter me limpió la mejilla derecha.
— Sígueme — Charlie se dirigió al interior de la casa, donde todo estaba a oscuras. No podía ver algo y me perdí.
— ¿Charlie? — Dije su nombre mientras sentía como la obscuridad me consumía lentamente, como si estuviera siendo su presa más vulnerable.
Escuché una melodía confusa, como una caja músical. Pero, acompañada de las dulces notas del violín. Traté de seguir la melodía, aunque unos terroríficos gruñidos que me tiraron al suelo.
— ¡Charlie! — Sonreí al escuchar unas pisadas, pero no era lo que yo esperaba.
La poca luz que entraba de la ventana me mostró unas viejas botas negras, un mandil blanco lleno de manchas negras, ese vestido negro que mamá usaba para ir a trabajar.
Empezó a entonar una canción que mi madre solo me cantaba a mí cuando era niña.
Un crujiente sonido de huesos rotos me estremeció totalmente, un escalofrío recorrió hasta la punta de mi médula y con todo el miedo del mundo en mi garganta mire hacia arriba.
Esa mirada jamás podré olvidarla, aquella mujer de piel blanca pulida perfectamente que parecía devorarme el alma con esas dos escleróticas completamente negras. Y esas devastadoras lágrimas del mismo color, arruinaban la perfección de esa piel porcelánica.
Ese inexpresivo rostro lo hacía la experiencia más aterradora de mi vida. Lo peor, es que, era mi madre a quien le temía.
— ¿Qué le hiciste a mi preciosa Helen? — Ella alargó su cuello hasta casi chocar mi nariz contra la de ella.
Retrocedí rápidamente al ver cuan largo era su cuello y su piel comenzaba a agrietarse.
— ¡Salte! ¡Salte! ¡DEVUÉLVEME A MI HELEN, DEMONIO! — Sus lágrimas empezaron a caer en mi vestido, parecía ácido, quemaba al contacto con la piel.
— ¡Mamá! — Le grité para que reaccionara, pero parecía ir en vano. — ¡¿Pero qué hiciste?! — Lloraba sin control cuando sentí su respiración en el rostro.
— Todo lo hice por ti, mi amor — Ella sonrió mientras me tocaba mi rostro "arreglado". — Pero, está no eres tú —
Por un segundo, ví el rostro de mi verdadera madre, la que me cuidó por toda mi dulce infancia.
Cuando volví a ver su actual y escalofriante rostro, de su boca, salieron miles de cien pies, moscas, larvas y cualquier otra plaga.
Dicen que cuando estás a punto de morir, puedes ver pasar tu vida delante de tus ojos. Y es cierto.
— Te amo, mamá. Gracias por todo — El karma también existe, maté a mi madre. Y ahora ella me está matando, que irónico.
Le sonreí, porque yo no vi a ese monstruo, yo vi a la persona que más me amo en esta vida, la que jamás me abandonó por que usara una silla de ruedas.
Desde su cálido abrazo, su dulce sonrisa, su hermosa voz al acurrucarme. Cuando crecemos, confundimos la exageración afectiva de nuestras madres con su profunda e incondicional protección.
Cada cálido recuerdo de mi corta vida Hiba pasando delante de mis ojos, los felices, los que no lo fueron, los dolorosos y los que simplemente llegaron.
Pensé que todo se esfumaría ahí, pero como dije antes, la pesadilla apenas comenzaba.
"¿Qué pensarías si te dijera, que no saltaste de ese risco?"
"Ella es tu boleto de regreso a casa"
Una vez muerta, todas esas voces retumbaron en mi cabeza. Aún después de que el maldito de Charlie me encontrará y me botara al río.
←↓→
Una vez que me dieron de alta en el hospital, no pude evitar el contacto con mi padre.
— Escucha, Spencer — Dijo mi padre mientras trataba de verme a los ojos. — Se que lo que estoy a punto de decir no es fácil, pero —
Lo interrumpí con uno de mis cortantes y fríos suspiros, lo miré a los ojos mientras me crucé de brazos.
— Ya se que me voy a morir — Volví a ver la ventana del coche y miré esos deprimentes paisajes. — Tarde o temprano tenía que pasar, todos nos vamos a morir. Y a la muerte le importa poco si estas listo o no, si cumpliste tu propósito de vida o no —
— Spencer, déjame explicarte — Puse los ojos en blanco, y me reí sarcásticamente al oír a mi padre hablar de esa manera.
— Padre, es inútil que quieras tratar de explicar algo que apenas comprendes — Volví a mirarlo a los ojos, esos malditos ojos a los que le teníamos cuando éramos niños.
— ¡Cállate, la puta boca, Spencer! ¡Uno trata de ser amable contigo, pero siempre lo sabes todo! — Hacer enojar a nuestro padre siempre es de lo más fácil y casi intolerable del mundo.
Me burlé de su abuso de autoridad, a lo que lo mire una vez más a los ojos y lo confronté.
— ¿Acaso tienes miedo de que yo sea mejor que tú? — Le sonreí maliciosamente cuando terminé mi pregunta y entrelacé mis dedos.
— Spencer, no me hagas — Sus mejillas se iban enrojeciendo con cada palabra, cada disfuncional respiración que nos condenó.
— ¿O qué? ¿Me vas a golpear otra vez... Justo como lo haz hecho por amor a tu "respeto"? Ya no soy un niño, padre — Me incliné un poco hacia él y me reí de su ira. — Adelante, haz lo que quieras —
Su poco autocontrol lo llevó a alzar su mano por el aire y golpearme en la mejilla, pasando sus afiladas uñas por ella y dejando una marca y unas pocas gotas de mi sangre.
— Aprecio tu hipocresía, padre — Me reí ligeramente y me limpié la sangre. — Es una de las cosas que más amamos de tí —
Me bajé del coche en cuanto se detuvo, un fuerte dolor abdominal hizo deformar mi postura, era como si me hubieran apuñalado.
En ese momento, unas pequeñas y delgadas manos me tomaron del abdomen para recargarme en su hombro.
— Estoy bien, mamá. Gracias — Sonreí falsamente y me aparté.
— ¿Tanto me parezco a ella? — Una dulce y alegre risa proveniente de mis espaldas hizo darme la media vuelta.
Quedé helado al ver ese particular y bonito rostro, ese cabello negro y ondulado. Ese cielo plasmado en dos increíbles cuencas.
— ¿Charlie? — Quería llorar al ver a ese pequeño idiota que tanto extrañaba.
— Yo también te extrañé — El sonrió mientras pasaba sus manos por su espalda.
— Pero... Tú... Estás... Muerto — El aliento se fue de mis pulmones al decir esa última palabra.
— Una vida por otra, ese es el trato de siempre — Él se acercó más a mi, casi para quedar nariz contra nariz.
— No... ¡Alejate! — Retrocedí unos pasos al tenerlo tan cerca.
— Oh, vamos... Esa no es manera de darle una cálida bienvenida a tu hermanito —
— ¿Tu hermano ya llegó, Charlie? — Dijo la voz alegre de voz de mi madre se oyó al fondo de la casa.
— Sí, él ya ha llegado, mamá — Charlie me sonrió una vez más antes de darse la media vuelta y pasar por la puerta.
↑↓→
El crujir de las hojas secas del otoño sobre el agua, la burbujeante corriente, y el zumbido de algunas libélulas sobre el cuerpo de aquella chica de cabello azulado y rostro casi perfecto era la señal de que un milagro había ocurrido.
— Viejo... ¿Crees que este muerta? — Un chico asiático de ojos circulares de gatas hacia la orilla del río contemplaba a esa joven de vestido blanco.
— No lo sé, pregúntale a Len — Contestó el chico afroamericano mientras hacia que su pompa rosa de chiche explotará.
— ¿Por qué a él? — Volvió a preguntar el chico asiático.
— Ya sabes, últimamente anda muy metido en toda esa onda de la medicina. Y quería estudiar cine, ja — A pesar de que estaban frente al cuerpo de la chica, no hacían nada por sacarla del río. Daba asco.
— Supongo que no tienes la intención de hacerlo — Dijo aquel chico de ojos grandes, negros y rasgados.
— Nop — Respondió el de rulos castaños mientras infló otra pompa de chicle.
El chico asiático de camisa negra y shorts color crema se levantó de la orilla del río y se de dirigió hacia el robusto bosque otoñal.
— Len — Pronunció el nombre del otro chico, que solo observaba la carretera.
Unos profundos ojos rojos voltearon al mencionar ese nombre, parecía molesto, como siempre.
— ¡Santa mierda! — Se escuchó un grito de espanto al fondo del bosque.
— ¡Al! — El chico asiático fue en busca de su compañero, al igual que el chico de ojos rojos.
Ambos volvieron hacia la ubicación del chico moreno. Quién estaba más asustado que nunca al ver cómo la chica del río se levantaba poco a poco.
— Que... Carajo — Murmuró él chico de cabello negro y ojos rojos mientras se acercaba a la chica. — ¿Qué haces ahí parado? ¡Llama a una ambulancia! —
Asustado, el chico asiático su móvil de su bolsillo y llamó a emergencias.
— ¿Dónde estoy? — Dijo la chica mientras veía al chico que la ayudaba a salir del río.
— Tranquila, ya estás a salvo... ¿Cómo te llamas? — Hablaba el chico de ojos rojos, conocido como Len mientras la tomaba de las manos.
— Mi nombre... Mi nombre, es Helen... Helen Wotton — Helen salió del río con mucho frío, a lo que él chico afroamericano le dió su chaqueta.
— Muy bien, ahora te haré unas sencillas preguntas para asegurarme de que estes bien ¿De acuerdo? — Len sentó a Helen en el pasto seco y la miró a los ojos.
Helen tragó saliva y con inseguridad asintió con la cabeza.
— ¿Cómo terminaste aquí? — Preguntó Len mientras examinaba su rostro.
— No lo sé, todo está tan borroso. Lo siento — Respondió aquella chica bonita mientras mordía sus labios y frotaba sus brazos para calmar su frío.
— Está bien — Hablo Len mientras dio un suspiro algo decepcionado. — ¿Recuerdas el último lugar donde estuviste? —
Helen apartó la mirada y parecía costarle trabajo recordar.
— La residencia de los Phelps... La cena de inaguración de su nuevo hospital — Helen miró a los ojos a Len, y este se quedó en shock.
— ¿Bro? — El chico moreno tomó el hombro de Len y lo miró con confusión. — ¿Todo bien? —
— Eh... ¡Sí! — Afirmó el de ojos rojos mientras sacudía la cabeza. — Perdón, me quedé pérdido en mis pensamientos —
El asiático y el afroamericano se quedaron mirando confundidos a Len y se encogieron de hombros.
— ¿Con quién fue la última persona con la que estuviste? — Len intentaba ser paciente, pero habia un ferviente deseo en sus ojos de querer exprimir toda la información de Helen.
— ... Charlie — Los temblorosos labios de Helen respondieron la pregunta, Len queria saber más, pero su corazón corría como un auto de carreras.
— Te haré una última pregunta, la más importante de todas — Len tomó una vez más las manos de la chica de cabellos azulados y miró algunas puntadas en su rostro.
— Está bien — Dijo Helen nerviosa mientras se preparaba mentalmente para responder la enigmática pregunta.
— ¿Qué día y qué año es? — Los ojos carmesí de Len mostraban un brillo de curiosidad.
— Hoy es... 24 de septiembre... De 1913 — Ante la respuesta, Len soltó las manos de Helen y quedó en shock una vez más.
Los amigos de Len se quedaron extrañados y muy confundidos al oír la respuesta de la chica.
El sonido de una sirena se escuchó a las afueras del bosque, Helen parecía muy asustada por las nuevas personas y entorno.
Cuando llegaron los paramédicos, se llevaron a Helen y tuvieron la misma reacción que los chicos al ver su condición y vestimenta.
El asiático le tocó la espalda a Len y él se dió la media vuelta, la desesperación y miedo estaban muy marcadas en su rostro.
— Ian... Me han encontrado —
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Antes de que Leia fuera por ti al hospital, pasó por tu habitación al escuchar un ruido muy extraño.
Cuando entró, buscó la fuente del sonido y la encontró. En aquella mesita de noche junto a la cama.
Ella abrió el cajón y su expresión fue más extrañada al descubrir ese pequeño aparato en manos.
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