capitulo 26
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KELLEN
—¿Sabes algo de Dara? —mi hermana baja por segunda vez las escaleras, esperando novedades.
Desde hace rato está inquieta. Se mete a su habitación, luego sale, echa un vistazo y vuelve a hacer lo mismo. A excepción de qué, las últimas dos veces, preguntó por Dara.
No sé qué se traen estas dos entre manos. Intenté averiguar, pero dijo que podía contármelo cuando ambas estén reunidas.
—No. Todavía no me habló —respondo.
De inmediato, diviso la decepción apropiarse de su cara y sube las escaleras, para meterse a su habitación nuevamente.
—¿Tienes idea de lo que está pasando? —pregunto a Levi, que está jugando concentrado a los videojuegos.
Aunque parece absorto por la realidad virtual, sé que su curiosidad es tan grande que una parte de él se encarga de oírlo todo. A veces, tenemos que cuidar nuestras palabras frente a él, porque, aunque no parezca, sus oídos están atentos.
Sin embargo, esta vez niega y se encoge de hombros, ignorándome.
Confirmo que, lo que sea que están ocultando Bea y Dara, lo han hecho muy bien.
Mientras el chico continúa jugando, termino de contar el dinero que recaudamos durante todo el mes. Azael ha puesto la mayor parte, yo puse el resto. Trabajar con los Lawson no está mal, pero sé que puedo conseguir una mejor paga en otra parte. Solo es cuestión de seguir buscando. Además, no sé por cuánto tiempo más podré seguir tolerando el hecho de cruzarme a Dara en cada rincón de la casa y contenerme a establecer cualquier tipo de contacto. No puedo decirle nada que la haga sonreír, tampoco tocarla o besarla cuando se me antoje. En su casa nos divide un muro y solo puedo voltearlo cuando estamos a solas.
Por otro lado, los tatuajes han ido mejor de lo que pensé. El local que tenemos con Enzo se está haciendo de una buena reputación, los clientes se incrementan cada vez más y, satisfechos con el trabajo, nos recomiendan. Espero que sigamos así.
Divido los billetes en tres partes y las meto en distintos sobres, cada uno va destinado a saldar diversas deudas.
—¿Dara no te avisó nada? —Bea vuelve a bajar, sostiene el teléfono entre manos y lo contempla a cada segundo.
Chequeo el mío, por si acaso.
—No. Seguramente tiene alguna cosa con su familia —comento.
Tras más de dos meses trabajando ahí, aprendí sobre lo estricto que son los Lawson. Abraham está completamente entregado a la religión y todo lo que eso impone, su esposa lo está del mismo modo, pero también se encarga de que vigilar a sus hijas; decirles qué hacer o qué decir.
Un verdadero agobio. No sé cómo hacen para resistir eso.
—¿Pasó algo?
—No, nada —responde.
Nuevamente, se dirige a las escaleras.
—Bea —la llamo y se detiene justo en medio—. ¿Estás segura?
Luego de meditarlo por unos segundos, voltea, arrepentida. Niega con la cabeza, apretando los labios. Desciende los escalones restantes y esquiva la mirada, sus ojos están completamente cristalizados y, de hecho, parecen perdidos.
Como si estuviera pidiendo a gritos con la mirada algo de contención. Quiero abrazarla, pero sé lo difícil que es Bea, así que me quedo en el lugar.
—Hey... ¿Qué pasa? —tanto misterio me está frustrando—. Habla conmigo —le pido, casi rogándole.
Las lágrimas comienzan a deslizar por sus mejillas y se las quita rápidamente con el dorso de la mano, incapaz de mirarme.
Desconcertado, mi corazón tiembla de miedo. Entonces, recuerdo que me corresponde llevar el control de la situación, desde siempre ha sido así. No puedo inquietarme, ni demostrar que me acecha un presentimiento tan malo que asusta. Tengo que mostrar tranquilidad, sobre todo.
—Sentémonos un momento —le pido y lo hacemos ahí mismo, sobre un escalón. Echo un vistazo al televisor, comprobando que Levi sigue jugando con los auriculares puestos—. ¿Sabes que puedes decirme lo que sea?
Ella asiente, todavía con la vista puesta en un punto invisible. Pasando de mí. Nerviosa, se acomoda un mechón de cabello tras la oreja y manipula el celular. De manera inesperada, lo extiende hacia a mí, insinuando que debería tomarlo.
Lo sostengo.
La pantalla encendida, muestra una conversación abierta.
Lo primero que hago, es mirar el nombre del contacto.
Enzo.
—Lo siento —comienza a disculparse, mientras envuelve sus rodillas con los brazos y esconde la cara entre ellas—. Fue mi culpa. Yo le hablé primero, le pedí que me hiciera un tatuaje —dice, con la voz afectada—. Luego lo del tatuaje quedó en la nada y hablábamos de tonterías, películas y esas cosas —se encoge de hombros; percibo la sangre caliente corriendo debajo de mi piel—. Hablábamos como amigos. Hasta que empezó a decir que yo le gustaba, que no podía parar de pensar en mí. Le dije que tenía que detenerse, pero no lo hizo.
Escucho absolutamente cada una de sus palabras.
Sin embargo, no puedo dejar de leer los mensajes, alimentando la bronca que nunca pensé en sentir hacia quien solía ser mi mejor amigo.
Estás hermosa.
Eres muy madura para los de tu edad. Estoy seguro que la pasarías mejor conmigo.
¿Cuándo me vas a dar una oportunidad?
—Anoche se lo conté a Dara. Ella me dijo que debía decírtelo, y se suponía que estaría aquí, pero... No lo sé —permanece en silencio.
Salí antes del bar. Paso a verte, ¿quieres?
Estoy fuera. Abre.
Pasé por tu casa. ¿Por qué no abriste?
Dejo de leer. A pesar de los cientos de mensajes, confirmo que ya tuve suficiente. Cada palabra que leo, me lleva más y más al límite. Siento que empiezo a desbordarme, pero no puedo hacerlo.
<<Mantén la calma. Mantén la calma>>, repito a mí mismo una y otra vez. Bea ya se muestra demasiado asustada como para montar una escena y aterrarla más. Una repulsiva amargura corre por mi garganta al contemplar la posibilidad de que esto haya traspasado los mensajes.
—Escucha, Bea. Quiero que seas completamente sincera conmigo —le pido, devolviendo su teléfono. Mi hermana asiente, todavía escondiéndose de mí—. Además de esto, ¿te hizo algo? —me veo obligado a preguntar.
Ella de inmediato niega, convencida.
—No. Nunca. Solo eran mensajes, y creí que lo podría controlar, hasta que golpeó la puerta una madrugada y yo... Empecé a tener miedo —continúa quitándose las lágrimas, cada vez son más y las manos dejan de darle a basto. Está llorando.
De inmediato, la abrazo y la resguardo en mi pecho. Recuerdo sus travesuras, sus ojos curiosos mirando cada cosa que hacía en busca de respuestas, sus cuestionamientos constantes. La forma en que se reía cuando la subía a mis hombros y me pedía que lo hiciera diez veces más. Su costumbre de divertirse conmigo, manipulando mi cabello a su antojo y pintándome las uñas. Lo hizo tantas veces que un día me acostumbré a llevarlas así y ahora, me gustan los esmaltes.
Me doy cuenta que ya no es una niña pequeña, que seguirá creciendo, tendrá su propia vida y que no podré protegerla para siempre de cada peligro que hay en el mundo.
—Ya no tienes que tener miedo. Me voy a encargar de esto. No te preocupes —digo con seguridad, pensando en algo más sensato que no sea partirle la cara a Enzo. Bueno, eso es lo único que puedo pensar—. ¿Por qué no me lo dijiste antes?
Bea se despega de mí y se encoge de hombros.
—Justo pasó lo Esther —se refiere a mamá—. Luego los problemas se calmaron y te veías feliz con tus amigos y con Dara, no quería traerte problemas. Sé que perdiste muchas cosas por nosotros, no quería quitarte más.
—Hey, ustedes no me quitaron nada. Al contrario —dejo en claro. A veces creo que, si no los tuviera, estaría perdido o fuera de control—. Si me quedé aquí, fue porque así lo quise.
Esta vez, es Bea la que me abraza y me deja un beso casi imperceptible en la mejilla. La verdad, es difícil de creer la repentina muestra de cariño.
—Gracias, Kellen —sube escaleras arribas y se escabulle en la habitación.
Sin pensar un segundo más, salgo de la casa dejándome llevar por el impulso. No recojo el celular, tampoco la chaqueta. Simplemente la furia me ciega y camino sin escalas hacia el local de tatuajes. Sé que estará allí.
✤♡✤♡✤♡✤
Ingreso al local. Enzo está terminando el diseño de un cliente. Me aparto y permanezco de pie, esperando. Un montón de cosas pasan por mi cabeza en ese lapso de tiempo. Fuimos amigos desde niños, nos criamos en el mismo vecindario haciendo travesuras y estupideces, luego, en preparatoria, nos convertimos en mejores amigos. Teníamos las mismas clases, íbamos a las mismas fiestas y les jugábamos bromas pesadas a los deportistas-brabucones, aquellos que se creían con derecho de molestar al resto.
—Amigo —murmura cuando despacha al cliente y se aproxima—. Viniste más temprano.
Es cierto, se suponía que dentro de dos horas me tocaba completar mis turnos.
Entonces, no puedo evitarlo. Levanto el puño, que está cerrado y apretado, y doy un golpe en su cara, ocasionando que Enzo caiga al piso quejándose.
—Eh, ¿qué mierda te pasa? —trata de cubrirse, porque estoy a punto de proporcionarle otro. Sin embargo, veo que está sangrando y me retraigo.
El cariño que le tengo se mezcla con la furia.
—¿No lo sabes? —sonrío con sarcasmo—. Te metiste con mi hermana. Con una niña, mierda —largo azorado, él se reclina y escupe sangre.
Duele lo que hizo y, además, es perturbador. Si hubiera sabido que sentía atracción por menores, le habría gritado en la cara hasta hacerle entender que eso está mal.
—Te juro que solo fueron mensajes —sigue en el piso, intimidado por mi posición. Está indefenso, podría golpearlo a mi antojo en cualquier momento—. Lo juro.
—Me importa una mierda —largo, agachándome hasta quedar a su altura. Rápido, lo sujeto del cuello, obligándolo a verme—. Si me entero que la vuelves a contactar o si la molestas de cualquier manera... No quieres saber lo que soy capaz de hacer —le advierto, esperando que comprenda que eso también significa que no puede volver a mi casa—. ¿Está claro?
Enzo asiente, la sangre continúa fluyendo de su boca.
—Lo entendí —sujeta mi mano intentando zafarse y entonces, lo suelto.
Doy un ligero empujón y amortigua la caída frenándose con los codos.
—Oh, y agradece que me lo dijo primero a mí y no a Azael —considero que tuvo un poco de suerte—. Él te mataría.
Mi hermano realmente se queda sin sentido común cuando está furioso. Además, estuvo a punto de dedicarse profesionalmente al futbol americano y entrena en el gimnasio casi a diario, su cuerpo es fornido y su fuerza física es potente. Le rompería fácilmente todos los huesos.
Antes de irme, busco una mochila y recojo todos los elementos que uso para tatuar y me pertenecen. Lo compré tiempo atrás, con ahorros. No pienso volver a este lugar, pero no olvido que necesito seguir trabajando.
De regreso a casa, subo a mi habitación a guardar las herramientas. Busco un cajón vacío y limpio, lo guardo todo ahí. De casualidad, se me da por revisar el móvil que dejé sobre la mesita de noche. Con todo lo que pasó, olvidé ponerle atención.
Tres llamadas perdidas de Dara.
Un mensaje.
Dara: Ven a casa por favor
El mensaje tiene veinte minutos de enviado.
Inspiro y exhalo dando una profunda respiración y nuevamente, bajo volando las escaleras. Salgo de casa, tomando el camino en dirección a casa de los Lawson.
Mientras tanto, intento comunicarme con ella. Llamo una, dos, tres veces.
Nada.
DARA:
Friego los platos, acabo la colada de ropa y paso los pisos, procurando cumplir cada tarea que mamá pidió antes de marcharse a la reunión que tienen cada quince días con las fieles. Se trata de mujeres religiosas que buscan formas de mantener la posición tradicional de la mujer en la religión, usualmente hablan de prácticas para sostener el matrimonio, mientras se espantan por la popularidad del aborto o el lesbianismo.
Dijo que, después de convertirme en esposa, seré apta para concurrir a esas reuniones que ella considera de suma importancia. Sorpresa, eso nunca pasará. Pronto lo sabrán todos.
Papá está en la institución, reunido con los superiores cómo cada día. Anna, que continuaba algo afectada, fingió una especie de sonrisa y se marchó a dirigir el grupo juvenil, procurando cumplir con su responsabilidad. Sarah también es obligada a asistir al grupo, los jóvenes de su edad reflexionan, debaten, cantan o tocan instrumentos. Admito que eso era bastante divertido, o lo único que me animaba un poco cuando me obligaban a asistir.
En cambio, yo termino las tareas domésticas rápido y me encamino a mi habitación, donde me preparo para ir de los Hunt.
No olvido que le prometí a Bea que la ayudaría con su problema.
Confía en mí y lo último que quiero hacer, es defraudarla.
Me cepillo el cabello, humecto mis labios, me coloco una camiseta manga corta blanca y un vestido negro por encima. Por último, las zapatillas. Sonrío ante el espejo del tocador, por primera vez en mucho tiempo estoy contenta con mi vida. Siento que estoy yendo en una buena dirección, tomando mis propias decisiones. Me gusta mi cuerpo. No siento vergüenza de él, recibo con gusto todo lo que es capaz de hacerme sentir y no lo cuestiono.
<<Serás feliz. Muy feliz. Te lo prometo>>, me digo a mí misma.
Sé que la libertad costará un precio muy alto, pero estoy dispuesta a pagarlo. Espero que mis padres sean capaces de comprenderlo algún día.
Me cuelgo la cartera a un hombro, recojo la chaqueta y camino hacia la puerta de salida.
Abro, aunque no alcanzo a poner un pie fuera.
—Te encontré, mentirosa.
Tobías está de pie en la entrada. Me sujeta por el brazo y da un paso al interior, obligándome a caminar en retrospectiva.
Su agarre es brutal. Su mirada es amenazante.
Trago saliva, nunca lo había visto así.
Tiemblo.
✤♡✤♡✤♡✤
NOTA DE AUTORA:
Les advertí que se venía el drama. Y apenas comienza...
1. Kellen creyendo que su trabajo de tatuador iba bien y no le duró ni un minuto :C
2. Amo la relación de Kellen y Bea. (Admito que siempre quise tener un hermano mayor como él).
3. ¿Quién tiene ganas de saber más sobre el pasado de los Hunt? Les adelanto que pronto habrá un flashback donde conocerán más de los cuatro hermanos (principalmente de Azael).
4. ¿Qué creen que le pasará a Dara? Ese final hasta a mí me dio miedo.
5. ¿Llegaremos a los 50K? ¡Falta muy poquito! Recuerden que sí además, comparten en sus redes o recomiendan la novela, me ayudan muchísimo.
Como siempre, estoy ansiosa por leer sus opiniones y comentarios. Todos son bienvenidos♥
Gracias por el apoyo <3.
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