capitulo 22

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DARA

Pasé el fin de semana escuchando comentarios que, al llegar la noche, me quitaron el sueño. En lugar de dormir, revivía las situaciones en mi cabeza, una y otra vez.

Las revivía intentando aceptar la realidad. Tratando de asumir que tarde o temprano ocurriría y qué era mi destino, mi propósito, como le gusta llamarlo a los religiosos. Pero la convicción se había deteriorado, la decisión empezó a deteriorarse el día que Kellen clavó su potente mirada sobre mí y me cuestionó, haciéndome dar cuenta que se trataba de mi vida y, por ende, tenía que decidir por mí misma.

Ahora, ya no me corrompe con palabras. Ahora también son sus besos, la manera en que sus manos me sostienen y la forma en que me toca, las caricias que me proporciona después de hacerme colapsar, la forma en que me sonríe cuando largo alguna de esas preguntas un poco tontas que no puedo evitar a causa de mi enorme curiosidad. Esas dudas que, al principio, me daba miedo preguntar, temía que se burlara de mí. Sin embargo, encontré respuestas plagadas de paciencia e incluso, dulzura.

<<Si no subes de peso, el vestido ya está listo para que lo uses el día de la boda>>, indicó Elena. Luego, guardo en el armario de mi habitación la prenda, delicada y fina, protegida por el cobertor. Dijo que prefería dejarla en mi casa, porque en la suya corría peligro que Tobías lo viera y eso, a pesar de sus creencias, traería mala suerte.

<<En dos meses serán marido y mujer>> comentó mamá, mientras nos observaba sentados uno al lado del otro, esperando el almuerzo de cada domingo. Él sostuvo mi mano con ternura, aunque el resto del día no me quitó la mirada de encima, recordándome que estoy vigilada.

Antes de marcharse, mencionó que el casamiento es una promesa donde no hay lugar para secretos ni mentira. <<Tarde o temprano me lo dirás todo>> susurró, por último, dejó un beso casto sobre mis labios y se marchó.

Papá se mostró feliz mientras bebíamos el té caliente antes de dormir. Aprovechó la ocasión para contarnos que el padre de Tobías, le aseguró un puesto como uno de los principales superiores de la institución. <<El casamiento no hará más que traer alegría a esta casa>>.

Anna me envió una mirada compasiva. Sarah apretó los puños, pero reprimió las palabras. Yo, intenté sonreír. Mis padres están orgullosos.

Pero yo, no pude pegar un ojo en toda la noche.

✤♡✤♡✤♡✤

Lunes por la mañana. Despierto sintiendo los ojos hinchados y no me equivoco, dos ojeras moradas se instalaron en mi rostro. Creo que me dormí justo al amanecer, llorando del cansancio. La alarma sonó poco después y no conseguí descansar nada.

—Elena quiere que te pruebes una vez más el vestido. En caso de que encuentres alguna falla, avísale. Está nerviosa por la boda —comenta mamá, mientras desayunamos.

—Todavía faltan dos meses —se adelante Anna.

Internamente, le agradezco que responda por mí. Estoy hecha un zombi. Necesito volver a la cama.

—El tiempo pasa rápido —sentencia mi madre, firme.

No le gusta que la contradigan y es evidente por cómo reacciona ante el mínimo detalle.

—¿Lo harás, Dara? Estaré en clases con Sarah, pero puedes llamarme por si acaso.

Asiento, elevando la mirada. A través de la ventana contigua, puedo ver a Kellen ocupándose del jardín trasero. Verlo de pie ocupándose de algo tan simple es lo único bueno de mi día. Lo primero que me hace colocar una pequeña sonrisa. Él.

Tras el desayuno, cada uno se marcha a sus actividades de rutina. Mamá y Sarah a las clases. Papá a la institución. Anna continúa sus estudios para convertirse en profesora de religión y yo, subo a la habitación para probarme el vestido.

Blanco es pureza, recuerdo. Es inocencia y castidad. Observo la prenda impoluta y en medio del caos que tengo en la cabeza, pienso en lo fácil que sería corromperlo. El blanco es perfecto, pero es aburrido.

Me deshago de mi ropa, quedo en ropa interior y entonces, procedo a realizar la prueba. Aunque la tela es suave e incluso está perfumada, el roce con mi piel me provoca repulsión. La parte superior es cerrada hasta el cuello y en los brazos se extienden mangas de princesa hechos con otra delicada tela. La falda, ajusta en la cintura, es acampanada pero modesta y cae hasta cubrirme los pies.

Bajo la mirada, divisando los detalles. Compruebo que se acopla perfectamente a mi cuerpo, sin embargo, una fuerza involuntaria me exige a gritos que me lo quite. Me exige que lo destroce.

Aturdida, empiezo a llorar. Quiero romper el vestido y todo lo que está a mí alrededor, quemar cualquier rastro de esta vida que armaron para mí. Sentirme libre.

—Bambi...

—¿Qué haces aquí? —volteo, comprobando que Kellen se coló a mi habitación a través de la puerta entre abierta.

Él se encarga de cerrarla.

—No. No te acerques. No quiero que me veas así —le doy la espalda, mientras me quito los rastros de lágrimas con el dorso de la mano.

Todavía no puedo dejar de llorar. Todavía no puedo calmarme. Estoy desbordada y puedo imaginar lo horrible que me veo.

—¿Así cómo?

—Hecha un asco —gruño, furiosa—. Odio este vestido. Odio como me veo con él. Odio mi vida.

Fuera de control, mis manos luchan para estropear el vestido. Tiran del escote, de las perlas del bordadillo, de las mangas de princesa. Estropeo cada mínimo detalle, esos que llevó meses perfeccionar.

—Odio que ni siquiera puedo gritar porque mis padres armarían un escándalo.

Era de esperar que, en algún momento, toda la ira contenida buscaría escapar por algún lado.

Se hace un silencio. Un silencio que se mantiene durante unos largos segundos y me hace creer que él se espantó y se marchó.

Aunque olvido que, a Kellen Hunt pocas cosas lo espantan, por no decir nada.

—No te cases, Dara —me abraza por la espalda. Sus manos se posicionan sobre las mías, haciendo que me detenga. La tormenta calmándose—. Y no te lo pido por mí, te lo pido por ti. No mereces nada que te haga ponerte así.

Finalmente, entre sus brazos, me quiebro. Me dejo ir hacia adelante, pero él me sostiene procurando no dejarme caer. Es la primera persona que me alienta a pensar en mí misma. El primero en decirme <<no te mereces nada que no te haga feliz>>.

Quiero llorar otra vez, solo porque llevaba años necesitando que alguien me lo dijera.

Parece algo tan sencillo, pero no lo es. No cuando lo único que conoces son mandatos e imposiciones que estás obligada a cumplir, incluso por encima de tus sueños y deseos.

—Ayúdame a terminar con esto —murmuro, porque no soporto un minuto más portando ese vestido.

—Siempre a tus ordenes, Bambi —dice dulcemente a mí oído y, aunque sus brazos traen frío al alejarse de mí, sus manos enseguida contrarrestan la sensación.

Posa sus dedos sobre mi espalda, al inicio de la cadena de botones diminutos que aseguran la parte superior y, con una seguridad que dejaría sin aliento a cualquiera, los destroza a todos de un tirón.

La prenda cae al suelo, completamente estropeada.

Sonrío entre lágrimas. Eso fue como librarme de cadenas.

En ropa interior, giro hacia Kellen que me persigue con la mirada, hipnotizado. Mi corazón palpita exaltado, percibe la manera en que me quiere. Late por él.

—Quiero que me lo hagas aquí mismo, Kellen. Ahora.

Da marcha atrás, sopesando el siguiente movimiento. Como de costumbre, no me decepciona. Coloca el seguro en la puerta y voltea, recorriéndome con la mirada arriba abajo.

El estómago me da un vuelco.

Kellen me despega del piso en un simple movimiento y enredo mis piernas alrededor de sus caderas al mismo tiempo que los besos se desatan. Dejo de llorar: sus labios detienen las lágrimas y en su lugar, ponen la adrenalina al anticipar lo que está por pasar.

Sonrío al notar que está pisando el vestido.

—Así me gusta, que digas lo que quieres.

—¿Eso te pone?

—Mucho —responde.

Me deja sobre el suelo cuando llegamos al borde la cama. Rápido, se quita la camiseta, las zapatillas y se deshace del pantalón. Lo contemplo, sin perder ningún detalle. Siento que me encanta absolutamente todo de él.

—Esta vez lo haremos a tu manera, Bambi.

—¿A mí manera?

—Ajá. Tendrás que decirme cada cosa que quieres que te haga y yo lo haré gustoso.

Me relamo el labio inferior, sintiéndome excitada por la situación. No estoy acostumbrada a tener el control, en ningún aspecto. Presiento que será adictivo y enloquecedor y no me rehúso, a pesar de que me produce cierta vergüenza expresar mis deseos en voz alta.

—De acuerdo.

—Bien, empieza —él parece ansioso—. No tenemos demasiado tiempo.

Es verdad. Kellen no puede quedarse la mañana entera en mi habitación, aunque me gustaría demasiado.

—Quiero que me quites el sostén —le digo y, como no lo puedo controlar, empiezo a percibir el calor en mis mejillas.

Él da un paso al frente, pasa los brazos alrededor de mi torso, hasta encontrarse con el seguro del sostén. Tira de él hasta que lo desprende y agarra los tirantes, llevándolos hacia adelante. Paso mis brazos, uno a uno, hasta que mis pechos quedan al descubierto. Se endurecen por el frío, pero más por la manera en que él los contempla.

—Ahora tócame —pido, tragando saliva.

—¿Cómo?

No sé qué tantos detalles quiere. Esto de llevar el control, empieza a parecer una tortura.

Busco sus manos con las mías y me dispongo a guiarlas hasta que acunan mis pechos. Entonces, sus pulgares hunden y masajean mis pezones, obligándome a reprimir un gemido. Me tomó por sorpresa. Está jugando sucio.

—¿Eso es lo que querías?

Asiento, mientras su toque continúa causando inquietantes cosquillas.

Rompiendo las reglas, acerca su boca y comienza a besarme el cuello, sin dejar de tocarme como le pedí. Lo hace tan bien, la presión justa y necesaria, el placer rozando el límite del dolor.

—¿Y ahora como seguimos? —dice a mí oído.

—Quiero que me beses. Desde aquí, hasta aquí —señalo mis pechos desnudos y mis bragas, que ya están húmedas.

Él sonríe con malicia y acata la orden sin ningún tipo de objeción. Lame y succiona un pecho, luego, pasa al otro. Cierro los ojos, dejándome sacudir por la ráfaga de placer que se intensifica a medida que avanzamos. Abandona mis pezones, sensibles y tersos, y comienza a descender a través de mi cuerpo. Entre medio de los senos, pasa sobre las costillas, recorre mi vientre, debajo del ombligo, hasta quedar de rodillas frente a la única prenda que visto.

Me desespera sentir su respiración frente a mi cubierta intimidad pero que no haga nada. Sí, esto de tener el control también es un engaño.

—Quítalas —casi se lo ruego.

Él eleva la mirada hasta conectar con la mía y engancha los pulgares en el elástico. Con parsimonia, las desliza hasta que mi sexo queda expuesto. Los ojos claros se le encienden, le brillan. Todavía es increíble que un hombre como él me desee a mí.

A mí, repleta de miedos e inseguridades.

A mí, inexperta e ingenua.

No entiendo cómo todavía no se aburrió.

—Quiero que me toques. Ahí.

—Cómo digas.

Hace lo que tanto me gusta. Frota mi punto más sensible, provocando que mis piernas tiemblen ligeramente. Le acaricio el cabello cuando proporciona besos en la parte exterior. Luego, desliza la lengua entre mis piernas y tengo que sostenerme de él para no caer. La sensación es tan arrolladora.

Mala idea hacer esto de pie, pienso.

Está haciendo cosas que no le pedí, pero sabe que en realidad sí lo deseo.

Lame y toca de la manera exacta para enloquecerme, la electrizante sacudida no tarda en aparecer y me sumerjo en una acumulación de placer que está pronto a estallar. Mis manos aprietan sus hombros con fuerza, mis uñas de hunden y tengo que detenerme para no dañarlo.

—Kellen... —ahogo varios gemidos, mi respiración se vuelve entrecortada—. Espera.

Él se detiene, me observa esperando indicaciones sobre cómo seguir.

—Esta vez lo quiero todo —pronuncio, dando por seguro que aquellas palabras tienen sentido.

El rubio enseguida se pone de pie, sostiene mi cara entre sus manos y muestra que sus ojos todavía están ardiendo de deseo.

—¿Segura de que es lo que quieres?

Asiento, desesperada y convencida.

En la iglesia, han hablado infinidad de veces sobre cómo hacer esto. Hablan de esperar al matrimonio, de que el objetivo es la reproducción y de lo inmoral que puede ser (especialmente para una mujer), romper la promesa de castidad.

Sin embargo, en todo este tiempo aprendí a verlo de otra manera. Comprendí que tú misma eres la única en decidir cuando estás lista.

Y yo lo estoy.

Lo quiero y lo deseo. Veo ante mí la persona indicada; porque su manera de ser conmigo a la larga, me trajo seguridad. Lo necesito.

—Hazlo.

Me adelanto y deslizo el bóxer hacia abajo, encontrándome con su erección.

—Tú me haces esto —me dice cerca del oído—. Acuéstate.

Oír que él toma el control solo me hace mojarme más.

Mientras me recuesto, Kellen busca en los bolsillos de su pantalón que quedó en el piso. Da con la billetera y de su interior, saca un paquete plateado. De inmediato, comprendo lo que es. Un condón.

Observo la manera en que manipula su miembro y se lo coloca, acercándose peligrosamente hacia a mí. Me sorprende cuando se recuesta a un costado y no sobre mí, como lo esperaba.

—¿No lo harás?

Él sonríe, un tanto divertido.

—Lo voy a hacer. Poco a poco —me calma.

Me da un beso, robándome todo el aliento.

—Mira —lo hago—. Mira lo dura que está por ti.

Mi cuerpo tiembla de deseo.

—Hazlo —vuelvo a insistir.

—Todo a su debido tiempo. Tranquila —esta vez, lleva una mano hacia mi intimidad.

Comienza jugando con los dedos. Se toma su tiempo para introducir uno a uno, al mismo tiempo que disfruto lo que hace. Mi cuerpo se contrae una y otra vez, esperando ansioso que llegue el momento.

En ningún momento siento dolor.

—Hermosa —murmura, alejando su mano para colocarse sobre mí. Su miembro roza mi intimidad y largo un gemido, que Kellen acalla besándome—. ¿Estás lista para mí?

—Estoy lista. Muy lista.

KELLEN

Una parte dentro de mí quería tomarla con rudeza y rapidez, pero soy mejor hombre que eso. Estoy dispuesto a ser lo suficientemente paciente para no lastimarla, no lo haría de ninguna manera. Después de que mis dedos hacen el trabajo, Dara me contempla jadeando, ansiosa por dar el siguiente paso.

Yo también lo quiero.

Quiero descubrir cómo se siente estar dentro de ella.

Quiero que me sienta en su interior.

Tomo sus piernas y las aparto, una a una, hasta que queda expuesta para mí. Compruebo que está realmente lista.

Juego un poco. Froto su sexo con el mío, hacia adelante y hacia atrás, la presiono contra su hendidura y me retraigo, disfrutando de la forma en que su cuerpo responde: se contrae, gime en voz muy baja y se agarra de las sabanas, desesperada.

—Voy a entrar —le advierto—. ¿Está bien?

Ella asiente; sus manos acarician mi espada.

—No tengo miedo.

—Si no se siente bien, me lo dices —le recuerdo.

Sé que tiene la costumbre de guardarse sus pensamientos y emociones para complacer a los demás. No quiero que haga eso conmigo. Simplemente pretendo que sea ella misma.

Entonces, lentamente, lo hago. Apenas estoy dentro y se siente malditamente divino. Continúo con moderación, invadido por una tensión agonizante.

La beso, evitando que sus gemidos se salgan de control. De a poco, muevo las caderas dando pequeños empujones, percibiendo cómo su cuerpo me recibe gustoso, dejándome entrar. Ella respira, agitada y excitada y sigo empujando; ella también se mueve, intensificando el contacto. Así, logramos encontrar el ritmo.

—Sigue. Se siente demasiado bien —consigue pronunciar, al mismo tiempo que hunde los dedos en mi espalda. Tira la cabeza hacia atrás y sonríe, mostrándome lo mucho que le gusta sentirme dentro.

✤♡✤♡✤♡✤

Dara descansa la cabeza en mi pecho.

Me gusta que ya no sea la persona que lloraba desconsolada en un anticuado vestido de novia. Le acaricio el cabello y despejo su rostro, entonces me acerco y le doy un beso en la frente.

Cierra los ojos y sonríe, luce angelical.

Solo quiero mantenerla bajo mi ala e impedir que vuelvan a ponerla triste. Hacer llorar a Bambi debería considerarse un delito.

—Me tengo que ir —le recuerdo.

Es eso, o que su mamá nos encuentre desnudos en la habitación.

—¿Qué harás con esto? —extiendo un brazo, hasta levantar un pedazo de tela blanca y pisoteada que yace en el piso.

Dara carcajea.

—¿Me dejarías tu encendedor?

—No hablas en serio.

—Sí. Por favor —me da una mirada repleta de emoción. ¿Cómo negarme?

—Está bien —acepto—. Pero cuidado si juegas con fuego, Bambi. Te quemarás —agrego como una ironía.

Lo que hacemos también es jugar con fuego. Excepto que nosotros ya nos quemamos.

Estamos ardiendo.

✤♡✤♡✤♡✤

NOTA DE AUTORA: AAAAH. no saben la felicidad que me da que AL FIN se deshizo de ese vestido maldito. Eso significa que, a partir de hora, todo empieza a salir de control. Y no voy a decir más. 

Al fin Dara empieza a dejarse llevar por lo que siente <333. 

Comenten cual fue su parte favorita o lo que tengan ganas de comentar.

Las adoro y me encanta leer sus opiniones ♥ :)

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