Capítulo 2.
Nota de la Autora :
Con varios cambios en la historia para que tenga sentido
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Sábado 2 de agosto del 2008
— Tienes suerte de que te hayan asignado a uno de los mejores abogados de Japón —comentó con reproche el anciano—, y que, además, ese muchacho haya tenido la bondad de testificar a tu favor, incluso después de lo que le hiciste.
— Sí, abuelo... yo... lamento haberte avergonzado —dijo Mikey al otro lado del vidrio. Estaba completamente vestido de gris, sus manos atadas con esposas unidas por fuertes cadenas, y su rostro era el de un chiquillo asustado y tímido que no se atrevía a levantar la mirada.
El líder de la Kanto Manji, el invencible Mikey, convocó a una reunión repentina con los miembros de su banda y, tal como hizo en el pasado, tomó la difícil pero necesaria decisión de disolverla. Días después de aquella noche, se entregó a la policía, arrastrando con él a algunos de sus compañeros, entre ellos a su mano derecha, Sanzu.
En el juicio final, se dictaminó que, por su participación en la guerra de las Tres Deidades, tráfico de drogas y armas, y por cometer homicidio premeditado en reiteradas ocasiones, Sanzu recibiría la condena de cadena perpetua. Otros, al ser menores de edad y haber sido solo partícipes del incidente, fueron enviados a la correccional por dos años.
En tanto, Manjiro Sano fue juzgado como adulto por asesinato accidental y agresión a una persona indefensa. No obstante, Takemichi, desde el hospital, testificó a su favor, diciendo que solo se trataba de una pelea entre niños que se salió de control. Tomando en cuenta su testimonio, lo condenaron por asesinato accidental en contra de South Terano, lo que podría haberse traducido a diez o más años de prisión. Sin embargo, gracias al efectivo trabajo de su abogado, dicha condena fue reducida a un año y dieciocho meses, junto con una multa económica.
Muchos miembros de su antigua banda, Tokyo Manji, intentaron verlo, hablar con él y darle su apoyo, pero él estaba decidido a alejarse de ellos. No solo para protegerlos de su lado oscuro, sino porque quería que dejaran de ser delincuentes y buscaran una vida mejor, lejos de los conflictos.
Incluso Takemichi Hanagaki, quien, aunque había salido del hospital, seguía recuperándose y su cuerpo aún estaba en malas condiciones, intentó acercarse a él. Sin embargo, Mikey rechazó su visita, avergonzado por lo que le había hecho. Aunque por dentro deseaba gritarle que lo salvara, ya no era capaz de mirarlo a la cara. Además, Mikey sabía que él era el detonante de los saltos en el tiempo que Takemichi experimentaba, y si este lo visitaba en la cárcel solo para pedirle que le estrechara la mano y regresarlo a su línea temporal original, Mikey tenía la sensación de que ese sería su fin. Por eso, egoístamente, Manjiro decidió no acercarse a Takemichi, simplemente porque no quería que él se fuera de su lado, aunque eso significara que el Takemichi del futuro tuviera que vivir por años en el pasado.
Dos años después.
Al salir de prisión, Mikey era completamente diferente. Para empezar, había crecido unos cuantos centímetros desde la última vez que estuvo en libertad, alcanzando una altura de 1.70 metros. Ya no era el más bajo en comparación con las personas de estatura promedio. Su rubia cabellera había desaparecido, y en su lugar lucía una melena negra y suelta, que ya no recogía en el característico moño de antes. Decidió llevarla larga en homenaje a su mejor amigo Baji, y negra en memoria de su hermano Shinichiro. Además, ahora llevaba un tatuaje en el cuello: el mismo dragón que Draken lucía en la sien.
Aunque estaba más delgado, sus ojos, antes apagados, mostraban ahora una mirada más serena y tranquila, como si realmente estuviera dispuesto a reinsertarse en la sociedad y ser una mejor persona. De hecho, incluso antes del incidente de las Tres Deidades, Mikey ya estaba intentando cambiar. Desde que Touman dejó de existir, aunque participó en algunas peleas entre bandas al formar la Kanto Manji, se había concentrado más en sus estudios. Tras graduarse de la preparatoria (meses antes del incidente), regresó de lleno a la Kanto Manji. Sin embargo, esta vez todo sería diferente, ya que su abuelo lo había amenazado con echarlo de casa si volvía a ser pandillero. Le había dicho que sus habilidades en artes marciales se estaban desperdiciando dentro de una pandilla, y que sería mejor utilizar su potencial ayudando en el dojo, ya sea como asistente o sensei.
Eran muy pocas las veces que nieto y abuelo intercambiaban palabras durante el desayuno, lo cual era normal. Mikey siempre fue más comunicativo con sus amigos y hermanos. Pero, desde que lo perdió todo, su personalidad y carisma se habían ido apagando poco a poco. Eso no significaba que se llevaba mal con su abuelo; simplemente, no sabía cómo comunicarse con él como lo hacía con Draken, Baji o cualquier otro miembro de ToMan.
Domingo 31 de enero 2010 por la mañana
—Tú te encargarás de entrenar a los alumnos de cinturón blanco a partir del mes que viene. Será los fines de semana por la mañana —le informó su abuelo antes de comenzar a comer sus huevos estrellados.
—¿Quieres decir a niños? —respondió Mikey con tono sarcástico y desganado.
—Niños, adultos, cualquiera que quiera aprender desde cero será tu responsabilidad —replicó el anciano con tono despreocupado.
—Como sea... —suspiró Mikey mientras jugueteaba con la comida en su plato.
—Oye, alégrate, entre ellos hay una chica más o menos de tu edad. Te hará bien ser sociable con alguien fuera de las pandillas por una vez. Solo procura no ser tan rudo con ella cuando le enseñes.
—¿Estás diciendo que debo tratarla con delicadeza solo porque es mujer? Discúlpame, abuelo, pero eso no tiene sentido. Si viene aquí para aprender artes marciales, debo enseñarle correctamente, sin importar lo que tenga entre las piernas.
—Solo digo... —comenzó el anciano con seriedad, mientras se ponía de pie para lavar su plato vacío— que te contengas un poco. Ya sabes lo que pasó la última vez que perdiste el control.
Tras decir eso, el abuelo de Mikey se alejó de él con pasos lentos.
—¡Abuelo! —exclamó Mikey, poniéndose justo detrás del anciano— En una de las bandas con las que me enfrenté esa noche, la líder era una mocosa de unos quince o catorce años, incluso más joven que yo. Su estatura era incluso menor que la mía, y aun así, lideraba a cientos de hombres que la superaban en edad, estatura e incluso fuerza. ¿Crees que esperaba que alguno de nosotros se contuviera solo porque era una chica? No, de hecho, ni siquiera ella se contuvo al luchar contra hombres mucho más grandes y fuertes que cualquiera de nosotros.
—Sí, lo entiendo —respondió el anciano, girándose ligeramente hacia su nieto.
Luego regresó y se paró frente a Mikey, tomándolo por los hombros.
—Pero tus días de pandillero han terminado, Manjiro. Será mejor que te acostumbres a tu nueva realidad, porque no estoy dispuesto a perder otro nieto por las pandillas. Mi corazón no lo soportaría. Lo normal es que los ancianos como yo partan antes que los nietos, no al revés. Eres el último que me queda, el único que tengo en lo que me queda de vida.
—Abuelo... yo... —susurró Mikey, sorprendido.
—Prométemelo, Manjiro, que no volverás a ese mundo.
En ese instante, Mikey comprendió lo egoísta que había sido durante todo ese tiempo, al pensar que él era el único que había perdido a sus seres queridos. Su abuelo había perdido a dos de sus tres nietos por culpa de las pandillas.
—Te lo prometo, abuelo. Haré todo lo posible para cumplir esa promesa.
Al escuchar las palabras de su nieto, el anciano lo abrazó con fuerza, estrechándolo contra su pecho.
—Gracias —suspiró el abuelo—. No sabes cuánto me alivia oír eso.
Sábado 6 de febrero 2010
Los días transcurrían lentamente. Había pasado casi un mes desde entonces, y tal como su abuelo había pedido, Mikey comenzaría a trabajar en el dojo. De lunes a jueves, su labor consistiría en ayudar como asistente, mientras que los tres días restantes se dedicaría a impartir clases de artes marciales a los principiantes que comenzaban desde cero.
En ocasiones, cuando por alguna razón el dojo no estaba abierto o su abuelo no le pedía ayuda, Mikey se encerraba toda la mañana en su habitación escuchando música o viendo las noticias sobre bandas criminales que causaban problemas en todo Japón. Esto provocaba que, por dentro, luchara con todas sus fuerzas para no apagar la televisión de una patada. Se preguntaba si acaso en los noticieros no había otras cosas más dignas de mencionar, además de todas las atrocidades del mundo.
Finalmente, decidió apagar el televisor, tomar una ducha y salir a dar una vuelta a pie. Desde que salió de prisión, no había vuelto a usar su motocicleta; ni siquiera se había fijado si tenía gasolina o si el motor funcionaba correctamente. Simplemente la dejaba ahí, estacionada en la cochera. A veces, entraba al garaje, se sentaba en el suelo y, con su oscura mirada, se quedaba fijo en ella, observándola de lejos durante horas, recordando con cariño los buenos momentos de la ToMan, cuando solo eran cinco o seis miembros. En ese entonces, solo se trataba de un grupo de adolescentes buscando problemas menores y echando carreras en sus motocicletas.
Caminó un largo trecho hasta el cementerio. Tenía que visitar cuatro tumbas y, generalmente, lo hacía en el orden de su partida: primero la de Shinichiro, luego la de Baji, después la de Emma y, por último, la de Draken. En las tumbas de Baji y Draken siempre se quedaba más tiempo que junto a las de sus hermanos.
— Hace unos días... — comenzó a murmurar mientras se sentaba frente a la tumba de Draken, encendiendo velas e inciensos. —... Takemichi fue a casa, pero le pedí a mi abuelo que le dijera que no estaba, que había salido, mientras yo me escondía como un cobarde en mi habitación. Supongo que, con lo persistente que es, ese llorón no se lo creyó, pero aun así decidió irse. — Suspiró. — Creo... que dijo que volvería otro día, pero, Draken, aún no estoy listo para verlo. Le hice mucho daño y soportó meses de recuperación por mi culpa. — Sorbió por la nariz. — Sé que me necesita para volver a su línea temporal... y, a la vez, yo lo necesito aquí, y aun así no estoy listo para verlo... patético, ¿no? Tengo miedo de que se vaya y me deje a la deriva... Kenshin... ¿Qué debo hacer? Tú siempre fuiste el más maduro del grupo, por favor, respóndeme algo.
De pronto, a unas cuantas tumbas de distancia, Mikey notó un pequeño alboroto que al principio intentó ignorar, ya que se trataba de unos pandilleros. Al querer cumplir la promesa hecha a su abuelo, decidió fingir que no ocurría nada. No obstante, el escándalo era lo suficientemente fuerte como para llamar la atención de algunas personas que, aunque escandalizadas y murmurando, enseguida se alejaban sin intervenir.
Aquel grupo, que incluía a una chica que parecía estar en problemas, estaba compuesto por personas extranjeras con rasgos occidentales, cuyo idioma era una mezcla de japonés e inglés. La única que hablaba japonés con fluidez era ella.
Los cuatro hombres acorralaron a la chica contra un mausoleo, y ella se sintió totalmente indefensa después de intentar patear a uno de los chicos. Este logró esquivar el golpe, mientras otro la atrapaba por los codos desde atrás para someterla.
— ¡¿Pero qué han hecho?! — exclamó ella mientras forcejeaba contra el chico que la tenía sujeta. — Jackson, esta vez fuiste muy lejos. ¡Esto es vandalismo! — reclamó la chica al ver que el mausoleo de su familia estaba rayado con grafitis y algunos azulejos estaban desprendidos de la estructura.
— Vamos, cariño, no exageres, solo es un retoque — dijo riendo un tipo grande y fornido.
— ¡Es el mausoleo de mi familia!
— ¿Tu familia? ¿En serio? ¡Vaya, quién lo diría! — se burló Jackson, el líder de una pandilla de inmigrantes radicada en Japón llamada Setting Sun. — Creí que nosotros éramos tu familia. ¿Cuándo vas a entenderlo? No somos japoneses, nadie aquí es de nuestra familia.
— Yo nunca los he considerado mi familia. Nunca consideraría parte de mi familia a unos pandilleros que solo saben dañar a los demás.
— ¡Ya te lo he dicho! Los que mataron a tus padres no fuimos nosotros, fueron los de la Kanto Manji. — replicó el hombre, empujando bruscamente a la chica contra el mausoleo. — Y si no entiendes que la gente de este país son los enemigos, terminarás muerta, al igual que tus padres.
Mikey, al oír aquello, comenzó a temblar y se congeló en el lugar. Le parecía extraño, pues no recordaba haber atacado a personas extranjeras. Sin embargo, él solo daba las órdenes. Siempre daba la espalda a sus víctimas y solo decía una palabra mientras Sanzu hacía el trabajo sucio: "Mátalos". Era lo único que tenía que decir para deshacerse de sus enemigos sin siquiera mirarlos a la cara.
Se preguntó qué había hecho la familia de esa pobre chica para caer en manos de la Kanto Manji. Probablemente nada grave, pero en esos tiempos, Mikey estaba tan sumido en su oscuridad que no sabía distinguir entre lo correcto e incorrecto.
— Pues si no les gusta este lugar... — comenzó a decir la chica — deberían irse a otro país. ¿Por qué simplemente no se van a... no sé, a América? ¿No es de ahí de donde vinieron? — Jackson comenzó a reír suavemente.
— Es simplemente aburrimiento. Las pandillas americanas ya no tienen nada interesante que ofrecer... — de pronto, parecía que comenzaba a hablar para sí mismo, caminando de un lado a otro como una bestia enjaulada, sin mirar a nadie —... pero aquí hay algo que nos hace sentir vivos... alguien, una leyenda viviente. Manjiro Sano... muero de ganas de enfrentarme a él y luego pedirle que sea nuestro líder... lo seguiría a donde sea. — Se detuvo y se dirigió nuevamente a la chica. — Y tú debes haberlo visto, tú sabes cómo es — le recriminó el delincuente. — ¡Debiste haberlo visto! ¡Después de todo, la Kanto Manji fue quien asesinó a tus padres!
— ¡Déjenme en paz! No me lo recuerdes. Yo no sé nada de ellos — dijo ella asustada al ver que Jackson sacaba un arma del bolsillo y la apuntaba directamente a la mandíbula. — ¿Por qué? — murmuró al borde de las lágrimas cuando escuchó el seguro del arma.
De pronto, Jackson sintió una mano pesada en su hombro. Al girarse, vio quién interrumpía su ejecución.
— Te dijo que la dejaras en paz — advirtió Mikey en un tono tranquilo pero amenazante. La pistola de Jackson salió volando de su mano; Mikey le había lanzado una de sus tan famosas patadas nucleares antes de que su interlocutor pudiera reaccionar. Luego, Jackson recibió un rodillazo en el estómago y, al caer de rodillas, Mikey comenzó a darle puñetazos hasta quebrarle la nariz. Solo cuando notó que Jackson había quedado inconsciente, se detuvo, pues no quería repetir la historia. Él mismo se obligó a detenerse para no terminar matándolo.
— Conozco esa técnica, esa forma de pelear... tú eres... — comenzó a decir uno de los compañeros de Jackson.
— Váyanse de aquí... ahora — interrumpió Mikey con un tono de voz tan ronco y amenazante que todos, incluyendo Jackson (quien se apoyaba en los hombros de dos de sus compañeros), retrocedieron hasta salir corriendo y desaparecer del lugar. Mientras tanto, Mikey los observaba fijamente con sus característicos ojos hasta que el grupo se perdió de su vista.
— Gra... gracias — dijo la chica a su espalda, aún apoyada en el mausoleo. Él volteó a verla y enseguida la reconoció: era Lily, aquella chica que, dos años antes, le había hablado en el funeral de Draken.
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