Capítulo 5

Obstinado y terco, a pesar de su advertencia pasiva, decidí que no podía dejarlo ahí. Intenté romper el hielo y conocerla mejor, a pesar de su distancia. Le pregunté por su nombre, esperando quizás una pequeña abertura, algo con lo que pudiera empezar. Me respondió con una voz suave, aunque algo cautelosa:

—Naribetzha Rae Lux.

Un nombre que sonaba tan exótico y raro que me dejó intrigado. Traté de preguntar sobre su origen, su familia, pero tan pronto como mencioné algo al respecto, ella se cerró como una ostra, sus ojos ambarinos fríos y distantes. Me disculpé de inmediato, sintiéndome torpe y preocupado por haber estropeado el poco avance que habíamos logrado. Sin embargo, para mi sorpresa, la vi sonreír, y no una sonrisa cualquiera, sino una que iluminó su rostro por un momento. Me miraba con una ternura inesperada, como si hubiera encontrado mi nerviosismo casi adorable.

Había química entre nosotros, lo podía sentir. Había algo en el aire, una conexión que nos unía, pero al mismo tiempo, su temor era palpable. Pude ver que su principal motivación era protegerme, alejarme de lo que ella consideraba su caos. Y eso, de algún modo, también era tierno para mí. Me hacía querer conocerla aún más.

—Aunque me vea joven, no lo soy… —dijo, mirándome con esos ojos profundos, como si quisiera confiar en mí, pero aún dudara—. Tengo 24 años humanos, pero… en realidad tengo 28. Mi especie deja de envejecer a los 21, por eso tengo esta apariencia juvenil. ¿Cuántos tienes tú?

Su revelación me dejó sin palabras por un segundo. No era la edad lo que me sorprendía, sino el hecho de que estaba empezando a abrirse, aunque fuera un poco. Le respondí con mi propia edad, intentando mantener la conversación fluyendo.

Y así fue como empezó nuestro pequeño momento interactivo, un espacio en el que comenzamos a conocernos, aunque de manera lenta y cautelosa. Cada palabra que ella me daba era como un paso hacia adelante en este laberinto de emociones que ambos compartíamos. Pero a pesar de todo, su actitud reservada seguía presente. Sabía que su miedo y el pánico que la rodeaba eran reales, y ese era el principal obstáculo para que la imprimación sucediera como debía ser.

Aun así, había algo claro para mí: ganaría su amistad y confianza, costara lo que costara.

La conversación con Naribetzha avanzaba con una extraña mezcla de tensión y curiosidad. A pesar de su reticencia a revelar mucho sobre sí misma, parecía querer que yo supiera al menos algo de su vida, algo que me permitiera comprenderla un poco mejor. Había hablado de su edad, y aunque aquello ya era impactante, ahora intentaba descubrir más sobre quién era realmente.

—¿Y cómo es vivir de esa manera tan… primal? —pregunté, tratando de no sonar demasiado curioso, aunque la pregunta brotó por el simple hecho de intentar entender su vida. Sabía que su naturaleza era diferente a la mía, pero quería conocer más, sentir que podría ser parte de su mundo de alguna forma.—digo, pareces más hurón que persona.

Naribetzha me miró con sus ojos ambarinos, pero esta vez no había frialdad. Más bien, era como si estuviera sopesando cuánto debía decirme. Después de un momento de silencio, suspiró.

—Es diferente… —comenzó, moviéndose incómoda en su asiento—. Vivo en la naturaleza, lejos de la civilización, me alimento de presas que encuentro en el bosque. —Hizo una pausa y me miró de reojo—. No estoy acostumbrada a la comida humana. Siempre he preferido algo… más natural.

Sus palabras me sorprendieron. No era común escuchar algo así, pero, de alguna manera, me hizo sentir más cercano a ella. Naribetzha no era solo una chica con la que me había imprimado, sino alguien cuya vida estaba profundamente arraigada a lo salvaje. Me hizo preguntarme si nuestras diferencias no eran solo de edad o de especie, sino también de estilo de vida.

—Debe ser… interesante, vivir de esa forma —dije, más para alentarla a seguir hablando—. Yo siempre he estado rodeado de personas, de familia, amigos… Es difícil imaginar vivir solo en la naturaleza, alejado de todo.

—No es algo que elegí —respondió rápidamente, con una sombra de dolor en su voz—. Solo es así. Siempre ha sido así.

Hubo un silencio pesado tras sus palabras. Sabía que estaba tocando un tema delicado, algo relacionado con su familia, pero antes de que pudiera preguntar, ella desvió la conversación con una sonrisa ligera.

—Pero sí, me gusta comer. Supongo que es lo más humano que hay en mí. —Bromeó suavemente, aunque había algo en su tono que sugería que estaba tratando de alejarse de algo más profundo.

Iba a decir algo más cuando de repente la puerta de la habitación se abrió. El ambiente cambió instantáneamente cuando vi entrar a Alistair, seguido de Carlisle, Edward y Jasper. Había algo en la forma en la que Alistair se posicionaba, casi como un protector. Sus ojos rojos me observaron con un leve brillo de desconfianza, pero su atención estaba principalmente en Naribetzha.

—¿Todo bien aquí? —preguntó Carlisle con su habitual calma, pero había preocupación en su mirada, que iba de Naribetzha a mí.

Naribetzha se levantó ligeramente del asiento al ver a Alistair, pero su postura no era la de alguien que saludaba a un amigo. Era más como la de alguien que encontraba en él una presencia reconfortante, aunque distante. Era extraño, casi como si él fuera una figura paterna, pero con una conexión que ni él mismo parecía comprender del todo.

Alistair caminó hasta Naribetzha, situándose cerca de ella, como si fuera a protegerla de cualquier cosa, incluso de mí.

—No deberías estar aquí —dijo Alistair, su tono brusco, claramente dirigido a mí—. Ella no está lista para esto.

Mi instinto primal quiso reaccionar ante sus palabras, pero me contuve. Edward, que permanecía en silencio hasta ahora, levantó la mano para calmarme.

—Alistair, Seth tiene derecho a estar aquí —dijo Edward, con su habitual tono conciliador—. Naribetzha y él están… vinculados.

—¡No! Ella es mía —gruñó Alistair, su mirada feroz—. Mi Naribetzha no irá con un lobo.

Naribetzha, que hasta ahora se había mantenido en silencio, dio un paso adelante, su mirada firme.

—Alistair… basta. —Su voz era fría, pero firme. Lo miró directamente, con una mezcla de exasperación y resignación—. Ya te lo dije, no puedes protegerme de esto.

Alistair apretó la mandíbula, claramente molesto, pero no dijo nada más. Solo se quedó allí, como si quisiera mantener su lugar cerca de ella, pero a la vez sabiendo que había algo más grande que no podía controlar.

Ese pequeño intercambio me hizo ver lo compleja que era la relación entre ellos. Había algo más profundo que simples amistades o vínculos casuales. Aunque Alistair actuara como un protector, casi paternal, Naribetzha parecía decidida a mantener una distancia, y mi presencia solo complicaba aún más las cosas.

Naribetzha, sin embargo, me miró directamente a los ojos. Había algo en su mirada, una especie de aceptación, aunque todavía había miedo.

—Seth… —dijo suavemente—. Hay muchas cosas que no entiendes aún. Pero tienes que confiar en mí. Y creo que podría revelar un poco acerca de porque no puedo exponerlos a mi problema, aún cuando Alistair haya pedido por vuestra ayuda —expresó Naribetza de forma independiente pero decidida a compartir una información necesaria.

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