Capítulo 20

Una semana había pasado desde que comenzamos a compartir una vida juntos en nuestra nueva casa. La independencia del hogar materno había sido un gran paso para mí, y aunque prometí a mamá que la visitaría con frecuencia, sabía que esta nueva etapa era esencial para ambos. Por fin, tenía a Naribetzha a mi lado, y cada mañana despertarla se había convertido en el momento más mágico de mi día. La luz del sol entraba por la ventana, iluminando su rostro mientras dormía, y cada vez que la miraba, mi corazón se llenaba de una felicidad que nunca antes había conocido.

Despertar juntos era un ritual de encanto y paz, pero también había algo más: la tensión que crecía entre nosotros. Cada beso que compartíamos, aunque lleno de ternura, solo lograba encender aún más la chispa que ambos sentíamos. Era una lucha constante entre el deseo y la necesidad de adaptarnos a esta nueva realidad. Ambos queríamos acostumbrarnos a vivir juntos antes de ceder al instinto más primal y territorial que corría por nuestras venas.

La rutina que habíamos establecido era cómoda, aunque la presión que sentía a menudo era abrumadora. Cada mañana, me despertaba temprano, disfrutando del momento de tranquilidad antes de ir a trabajar. Me dirigía a la veterinaria a las ocho de la mañana, donde pasaba el día cuidando animales y disfrutando del tiempo con mis compañeros de trabajo. Pero mi mente siempre regresaba a ella, a Naribetzha, y la forma en que iluminaba cada rincón de nuestra casa.

Al finalizar mi jornada laboral, pasaba por la herbolería de la tribu para recogerla. Ver su sonrisa al ayudar a los demás, su dedicación y pasión por la medicina natural, era un espectáculo que jamás me cansaría de observar. Ella estaba en su elemento, hablando con los clientes, curando a los animales con sus habilidades de chakra sin levantar sospechas. La amaba más que nunca al verla en ese papel, tan segura de sí misma y tan feliz.

Cuando llegábamos a casa, compartíamos las pequeñas cosas que habíamos vivido en el día. Ella me contaba sobre los pacientes que había atendido, las hierbas que había utilizado, mientras yo le hablaba de los perros y gatos que había cuidado. Disfrutábamos de la cocina juntos, preparando la cena y riéndonos mientras intentábamos seguir las recetas. Cada momento era un tesoro, pero la tensión seguía creciendo, especialmente en las noches.

Las noches eran una mezcla de paz y anhelo. Dormir juntos en la cama era un ritual en sí mismo; la forma en que ella se acurrucaba a mi lado, el calor de su cuerpo contra el mío. Pero en esos momentos, las suaves caricias y los besos se sentían cada vez más insuficientes. Cada roce, cada susurro encendía la chispa de deseo que ardía entre nosotros. Había noches en que, simplemente, nos quedábamos en la ducha, el agua tibia cayendo sobre nosotros, tratando de calmar la tensión que nos rodeaba. Era un alivio temporal, pero no podía evitar pensar en lo que significaba estar juntos de esa manera.

Un día, después de un largo y agotador día en la veterinaria, volví a casa con la mente llena de pensamientos. Mientras cocinábamos, la miré y sentí la necesidad de decirle lo que pensaba, lo que realmente sentía.

—Naribetzha —comencé, mientras removía la pasta en la olla—, necesito que sepas lo mucho que significas para mí. No solo porque estamos viviendo juntos, sino por todo lo que eres. Cada día me siento más conectado a ti, y la verdad es que la tensión que siento es difícil de manejar.

Ella se detuvo, mirándome con esos ojos ambarinos que siempre parecían leer mi alma.

—Yo también lo siento, Seth. Esta semana ha sido increíble, pero a veces me preocupa que no estemos listos para lo que eso significa —respondió, su voz un susurro.

—Podemos tomarnos nuestro tiempo —dije, sintiendo la necesidad de ser honesto. —No tenemos que apresurarnos, pero no quiero que el miedo o la duda nos alejen. No quiero que sientas que tienes que cargar con todo esto sola.

Naribetzha sonrió, una expresión que iluminó su rostro. Se acercó, apoyando su mano en mi pecho, sintiendo el latido de mi corazón.

—A veces siento que debería protegerte a ti también, que no debería dejar que esto avance sin pensarlo bien. Pero cada momento contigo me hace querer dar ese paso, explorar todo lo que podemos ser.

Me incliné hacia ella, buscando su mirada.

—Podemos ser pacientes, pero no podemos dejar que la tensión nos consuma. Somos fuertes, y estamos juntos en esto —le dije, inclinando mi cabeza para besar su frente—. No tienes que preocuparte, siempre estaré aquí para ti.

La noche siguió su curso, con cada mirada y cada roce aumentando el calor entre nosotros. Al final, nos encontramos en la ducha nuevamente, el agua cayendo sobre nosotros mientras nuestras risas llenaban el aire. La tensión seguía presente, pero ahora había un entendimiento mutuo, una promesa de que no dejaríamos que el miedo nos detuviera.

Ese fue el momento en que decidí que, sin importar lo que el futuro trajera, estaba listo para enfrentar lo que fuera a su lado. Naribetzha era mi impronta, y la conexión que teníamos no solo era intensa, sino también hermosa. Cada día juntos era un paso hacia lo desconocido, pero sabía que valdría la pena.

El amor que compartíamos, esa unión, no solo se trataba de ceder al deseo, sino de construir un hogar, una vida juntos. Y mientras los días se convertían en semanas, entendí que la verdadera intimidad no era solo física; era la conexión profunda que habíamos cultivado, un vínculo que nos sostenía, y el deseo de proteger y cuidar uno del otro en cada paso del camino.

[...]

La tarde era tranquila, y el ambiente en la casa se sentía acogedor. Mientras Naribetzha se asomaba a la ventana, su mirada perdida en el bosque, no pude evitar pensar en lo que había sucedido con Alistair. Él había sido una parte importante de su vida, su confidente y amigo, y aunque su partida no había sido conflictiva, la ausencia del vampiro hermitaño se hacía sentir. Sabía que las palabras que compartían no eran más que una cobertura para las emociones profundas que se escondían entre ellos, emociones que su familia había fomentado al dejar atrás el pasado.

A menudo veía a Naribetzha sonreír al sentir el viento acariciar su rostro, como si la naturaleza misma le recordara a Alistair. Era un recuerdo nostálgico, uno que la llenaba de melancolía, pero también de gratitud. El rencor que sus padres sentían hacia el pasado dictatorial de los vampiros de ojos rojos no podía ser olvidado, y sabía que ella reservaba esas historias y recuerdos para sí misma, luchando con la lealtad hacia su familia y la amistad que había compartido con Alistair.

Me acerqué a ella, rodeándola con mis brazos, sintiendo cómo su cuerpo se relajaba al contacto. Era un momento de conexión, de presencia mutua, y aunque sus ojos seguían fijos en el bosque, sabía que estaba en su mente. Ella se volvió hacia mí, sus ojos brillando con una luz que hablaba de cosas no dichas.

—Recuerdo que venir aquí fue idea de Alistair —comenzó, su voz suave y nostálgica—. Decía que los Cullen eran los indicados para ayudar. Además, contaban con aliados de lobos. Me advirtió de cruzar con cuidado el territorio entre el arroyo; me dijo que no mirara a ningún lobo. Indirectamente, me quería evitar la fatiga de la imprimación, claro, a su manera.

Una sonrisa se dibujó en mi rostro al escuchar su historia. La risa sinvergüenza que recordaba su sobreprotección hizo eco en el aire, y me dio una calidez interior al pensar en cómo él había querido protegerla, incluso desde la distancia.

—No funcionó. Eres rebelde, hasta yo lo supe al instante de conocerte —dije, resignado pero con una sonrisa ante esa verdad.

—Exactamente. Pero es que el aroma de bosque, pino y cereza era tal que no pude evitarlo. Tu aroma fue irresistible. Solo corrí con mi instinto primal de huron. Solo en cuanto me balancé sobre ti, supe que estaba buscando marcarte, reclamarte —dijo con un rubor en sus mejillas, sus ojos iluminados por la risa.

El suave roce de sus manos en mi cabello era un bálsamo para mi alma. Cerré los ojos y disfruté de esa caricia, sintiendo cómo su toque dejaba una estela de calidez en mi piel.

—No parecía que lo fueras a hacer, parecía más que me querías matar —le respondí, recordando la intensidad de ese primer encuentro.

Naribetzha rió suavemente, una melodía que resonaba en el aire.

—Es un instinto primal, no se maneja. Solo sucede. Además, podía oler el aroma de otra hembra junto a ti, y eso no me gustó —aclaró, su tono serio ahora. Su mirada tenía un matiz de desafío, pero también de confianza.

Mientras el ambiente se llenaba de una tensión cómica, sabía que ella tenía un propósito al compartir esas memorias. Su mirada se volvió más intensa, y sus palabras comenzaron a tomar un matiz más profundo.

—Bueno, ¿a qué quiero llegar con decirte todo esto? —continuó, tomando mi rostro entre sus manos. Me miraba con una profundidad que me llenó de curiosidad y anticipación.

La espera se convirtió en un momento suspendido en el tiempo. Sus ojos se afianzaron en los míos, como si estuviera reuniendo la valentía necesaria para revelar un secreto que guardaba en lo más profundo de su ser. Sentí una mezcla de inquietud y emoción mientras me preparaba para escuchar lo que tenía que decir.

—Es que, como hurontropa, tenemos una costumbre clara de hacer, y para ello es bueno contarte lo que ocurrirá una vez lo haga —dijo finalmente, dejando una pausa que pesaba en el aire.

La atmósfera a nuestro alrededor cambió; había un peso en su declaración, y sabía que la revelación que estaba a punto de hacer sería significativa. Me quedé en silencio, esperando pacientemente, sin querer apresurarla. Era un momento íntimo, y podía ver la lucha en su rostro mientras pensaba en lo que estaba a punto de compartir.

La realidad de lo que significaba ser hurontropa se dibujaba ante mí, y aunque no sabía cuál era ese secreto que Naribetzha guardaba, podía sentir su importancia. Así que esperé, mi corazón latiendo con la anticipación de lo que vendría. Era un momento de vulnerabilidad, y la conexión que compartíamos se sentía aún más fuerte.

Ella se quedó callada, y en su silencio, su expresión reflejaba una mezcla de determinación y temor. Sabía que lo que estaba a punto de compartir cambiaría las dinámicas de nuestra relación, pero también sentí que, independientemente de lo que fuera, estábamos listos para enfrentarlo juntos.

Su expresión reflejaba una mezcla de vergüenza y emoción, y la forma en que hablaba del ritual de la imprimación me hizo sentir aún más conectado a ella.

—Cuando era muy pequeña, le pregunté a mi madre: ¿Cómo sabré cuando esa persona sea mi pareja? —dijo Naribetzha, con un ligero rubor en sus mejillas—. Luego recuerdo decirle: ¿Cómo actuaste cuando encontraste a papá? Ella me contestó en ese tiempo: "Una mirada te conecta a él, y luego el instinto te guiará directo a su cuello del lado izquierdo en honor al corazón. Si conectan inmediatamente a minutos, podrás marcarlo y morderlo".

Su voz era suave, pero cada palabra resonaba profundamente en mí. La idea de una conexión tan intensa, tan primal, hizo que mi corazón latiera más rápido.

—¿Conectar? —pregunté, intrigado. La idea me resultaba emocionante, pero también intimidante.

—Sí. Si también se imprimen en mí, sería considerado una conexión consensuada —aclaró, y pude ver en su mirada la seriedad de lo que estaba compartiendo.

—¿Y luego de marcar mi piel, qué pasa? —pregunté, incapaz de contener mi curiosidad. No podía evitarlo; la idea de marcarla y de que ella me marcara a mí era electrizante.

—Eso también le pregunté a mamá, y ella me dijo: "¡Oh, esa es mi parte favorita! En tu oreja aparecerá una perla color azul con matices liláceos, al igual que aparecerá lo mismo en la oreja de tu compañero. Tendrá tu aroma... —comenzó a explicar con más vergüenza.

—Tu aroma siempre lo percibo entre: almizcle y cerezas... —le confesé, sintiéndome un poco audaz al abrirme de esa manera.

La expresión curiosa en su rostro era evidente, pero continuó con su relato.

—"Tendrá tu aroma, aunque solo cuando él te reclame y marque... estarán completos y tu aroma cambiará también. La perla simboliza amor mágico y puro, uno que siempre buscará apoyarte de la manera en que pudieras necesitar o viceversa. Aunque cada hurontropo o criatura es diferente, no te preocupes en que sea diferente tu ritual de imprimación, será tan único y especial como lo eres tú".

Las palabras de Naribetzha me dejaron atónito. La idea de que nuestros aromas se fusionaran, de que esa perla simbolizara nuestro vínculo, me hizo sentir un nudo en el estómago. Era un concepto hermoso, pero también aterrador.

—Entonces... cada quien podrá marcar el aroma en la piel del otro... vaya —exclamé nervioso, tratando de procesar lo que había aprendido. La magnitud de lo que significaba me hacía dudar y cuestionar todo lo que había dado por sentado.

Naribetzha me miró con una mezcla de cariño y seriedad, y pude ver que ella también estaba reflexionando sobre lo que significaba para nosotros. La idea de un ritual tan íntimo y personal era abrumadora, pero la posibilidad de experimentar esa conexión, ese acto de reclamación, también me llenaba de emoción.

La tensión entre nosotros se hacía palpable, y aunque aún no habíamos dado ese paso, sabía que el instinto primal estaba presente, latente, esperando el momento adecuado para manifestarse. Podía sentir que el camino que estábamos trazando juntos era significativo y que nos llevaría a un futuro lleno de promesas y descubrimientos.

Mientras la luz del día se desvanecía, el calor de su cuerpo contra el mío me recordaba lo que estaba en juego. La conexión que estábamos formando era única, y a medida que mi mente se sumía en las posibilidades, supe que estaba listo para enfrentar lo que viniera, a su lado. La incertidumbre se convirtió en un pacto silencioso entre nosotros, y la idea de marcarla y que ella me marcara era un anhelo que comenzaba a ocupar cada rincón de mi ser.

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