Capítulo 2

Seth apenas podía procesar lo que estaba ocurriendo. La conexión que sintió con esa chica fue inmediata, poderosa, y lo dejó completamente desarmado. Pero antes de que pudiera decir algo, la joven de ojos dorados se transformó nuevamente en un hurón y, sin previo aviso, echó a correr, como si estuviera escapando de algo. Seth la miró, atónito, por un instante. Sabía que no podía dejarla ir.

—¡Espera! —gritó, lanzándose tras ella, movido por un instinto de protección tan fuerte que no podía ignorarlo.

La chica era rápida y escurridiza, pero Seth también lo era. Con toda su velocidad, la alcanzó, atrapándola entre sus brazos, sujetando su cuerpo pequeño y ágil. La respiración de Seth era agitada, y sentía cómo su corazón martilleaba en su pecho. No podía permitir que huyera, no cuando sabía en lo profundo de su ser que ella era su compañera. Pero el hurón se retorció entre sus brazos, luchando por escapar. Era mucho más fuerte de lo que su tamaño sugería, y Seth comenzó a desesperarse.

—No... no puedes irte —dijo en un susurro, casi más para sí mismo que para ella.

Pero antes de que pudiera hacer algo más, la chica hurón se liberó de su agarre con una agilidad sorprendente. Rebotó en el aire, y en una maniobra inesperada, saltó por encima de Nylion, el gran lobo que observaba la escena con su calma habitual. El movimiento fue tan rápido que ni Leah ni Seth pudieron reaccionar a tiempo.

De repente, el hurón rozó el hocico de Nylion con una de sus garras, y Seth escuchó un suave gemido de dolor proveniente del lobo. El sonido hizo que su corazón se hundiera.

—¡Maldita sea! —gritó Leah, furiosa, poniéndose de pie de inmediato—. ¡¿Qué demonios te pasa?!

La furia de Leah era palpable. El lobo gigante, su compañero, acababa de ser herido, y por un momento, Seth temió lo peor. Leah no era conocida por su paciencia, especialmente cuando se trataba de proteger a los suyos.

Pero algo inesperado ocurrió. El hurón se detuvo. Seth observó con asombro cómo la pequeña criatura, que había estado llena de pánico y miedo, se transformaba nuevamente en la chica que había visto momentos antes. Su rostro estaba marcado por la culpa, y sus manos temblaban ligeramente mientras se acercaba a Nylion.

El lobo levantó la cabeza, sus ojos bicolores observando a la chica con calma y curiosidad. Leah, aún furiosa, no se movió, pero sus ojos seguían cada uno de los movimientos de la joven. Seth también estaba paralizado, incapaz de comprender lo que sucedía, pero sin poder apartar la vista.

La chica extendió una mano hacia el hocico de Nylion, y en ese momento, algo extraordinario ocurrió. Un brillo suave y luminoso emergió de sus palmas, un resplandor celeste verdoso que parecía envolver sus manos como una neblina cálida y tranquilizadora. El aire a su alrededor cambió, como si una energía serena y antigua se manifestara.

Seth sintió un escalofrío recorrerle la espalda. No era simplemente luz lo que la chica emanaba. Era poder. Un poder antiguo y profundo que no había visto antes. Sus manos se posaron suavemente sobre el rasguño del lobo, y al instante, la herida comenzó a cerrarse. El tejido se regeneraba frente a sus ojos, la piel volviendo a su estado natural en cuestión de segundos.

Nylion dejó escapar un suspiro de alivio, y cuando la chica retiró las manos, la herida había desaparecido por completo. Leah y Seth intercambiaron una mirada atónita. Ninguno de los dos había visto algo como eso en su vida. Leah, aunque seguía furiosa, no pudo evitar el asombro que se reflejaba en sus ojos.

—¿Qué... qué fue eso? —preguntó Seth en voz baja, incapaz de articular nada más.

La chica, sin decir una palabra, retrocedió lentamente. Parecía más asustada ahora que antes, y Seth pudo notar el miedo en su mirada, como si hubiera cometido un error fatal al revelar ese don. Antes de que pudiera acercarse o intentar hablar con ella, la joven volvió a transformarse en hurón y, sin una palabra más, echó a correr hacia el bosque, desapareciendo entre los árboles.

Seth reaccionó por instinto.

—¡Espera! —gritó, pero ya era demasiado tarde.

Sin dudarlo, comenzó a correr tras ella, sintiendo la necesidad desesperada de alcanzarla, de entender quién era esa chica y por qué su corazón la reconocía como su compañera. El bosque se cerraba alrededor de él mientras se adentraba más y más, siguiendo el rastro del pequeño hurón blanco, sus piernas moviéndose como si no tuviera control sobre ellas.

No la dejaré escapar.

Era la única certeza que tenía en ese momento.

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