Capítulo 13

Dos días después, la visión de Alice se cumplió con una precisión inquietante. Había estado en tensión desde que ella la compartió, y cuando finalmente sucedió, fue más devastador de lo que podría haber imaginado.

Todo comenzó con una calma aparente. Estábamos en la casa de los Cullen, cuando de repente oí un estruendo proveniente del bosque cercano. Mi instinto reaccionó antes que mi mente, y sin pensarlo, salté de la casa en mi forma de lobo, corriendo hacia el lugar donde se libraba una pelea violenta.

Al llegar, lo vi: Naribetzha, mi impronta, había perdido los estribos tal como lo había predicho Alice. Estaba en su forma de hurón blanco, atacando a una osa gris enorme que, en un parpadeo, cambió de forma. La osa se transformó en otro hurón, castaño y ligeramente más grande, como si hubiera cambiado de forma con la misma facilidad con la que uno se pone una chaqueta. Era desconcertante. ¿Cómo podía pasar algo así? Pero no era el cambio lo que me impactaba más, sino la ferocidad en los ojos de mi impronta.

Naribetzha no era la misma que había conocido. Su rostro, sus ojos… todo en ella irradiaba una furia descontrolada, una mezcla de ira y dolor que nunca había visto en ella antes. Saltaba sobre la otra hurona con una fuerza y agilidad mortales, sus patitas blancas rasguñaban sin piedad mientras gritaba en su mente, proyectando sus pensamientos hacia mí.

«¡¿Quién crees que eres para presentarte aquí!? ¡¿Por qué, por qué me buscas?!» su voz sonaba tan rota, tan llena de desesperación que me costaba reconocerla.

Intenté correr más rápido, pero el terror me invadió. La otra hurona, la castaña, no era simplemente una enemiga cualquiera. Aunque no entendía del todo la conexión, pude notar que había algo personal, algo más profundo entre ellas. La hurona castaña intentaba defenderse, pero no atacaba con la misma violencia. Entre gritos y forcejeos, su voz llegó hasta mi mente.

«¡Espera! ¡Tengo un motivo, déjame explicarte, Nari, por favor!» La desesperación en su voz me dejó claro que no estaba allí para pelear, sino para tratar de hablar con Naribetzha.

Pero eso solo parecía alimentar la furia de mi impronta.

«¡TÚ NO TIENES DERECHO DE BUSCARME! ¡TÚ… POR TU CULPA MI FAMILIA YA NO EXISTE!» Su dolor resonó en mi mente, y sentí un nudo en el pecho. Jamás había escuchado a Naribetzha hablar con tanta amargura, con tanto odio. ¿Qué había detrás de esas palabras? ¿Qué había hecho esa hurona castaña para destruir su familia?

Salté hacia ellas, decidido a intervenir antes de que las cosas fueran demasiado lejos. Tomé con cuidado el pescuezo de Naribetzha con mis fauces, separándola de la otra hurona sin dañarla, aunque sentí cómo su cuerpo se debatía con furia. No podía permitir que siguiera lastimando a esa criatura, pero más importante aún, no podía permitir que se lastimara a sí misma en el proceso.

La otra hurona fue retirada por Amore, la loba legendaria. Amore era imponente, su pelaje rojizo pardo y blanco brillaba bajo la luz, y sus ojos bicolores —uno dorado y el otro azul celeste— irradiaban una mezcla de autoridad y compasión.

Con un ladrido profundo, Amore puso fin a la pelea.

«¡Basta de pelear! Hace bastante tiempo dejaron de ser niñas», bramó Amore, su voz resonando en nuestras mentes con la fuerza de una tormenta.

Naribetzha seguía agitada entre mis fauces, pero poco a poco fue calmándose. Su respiración seguía siendo errática, pero al menos dejó de resistirse.

Sentí el dolor que irradiaba de ella. La furia, el odio… pero también el miedo y la tristeza. Todo estaba entrelazado en esa tormenta interna que la consumía.

Solté a Naribetzha con cuidado, y ella cayó al suelo, temblando. Me acerqué a ella, mi corazón lleno de angustia. No sabía qué hacer, ni cómo consolarla en ese momento, pero una cosa era segura: no la dejaría sola.

Naribetzha no me miraba, pero sentí su confusión, su dolor. Quería gritar, liberar todo lo que llevaba dentro, pero en ese momento estaba agotada, consumida por las emociones.

«Nari», le susurré en mi mente, tratando de llegar a ella. «Estoy aquí… no tienes que pelear más. No estás sola.»

Pero no respondió. Solo se quedó en silencio, y ese silencio me dolió más que cualquier palabra.

Amore, por su parte, se acercó a la otra hurona. La examinó con la mirada, pero no la atacó. En cambio, dijo algo que me dejó helado.

«Hay verdades que deben ser reveladas… y heridas que solo el tiempo puede sanar. Zha, es hora de enfrentar lo que has estado evitando.»

Mi impronta levantó la cabeza ante esas palabras, sus ojos llenos de dolor, pero también de una pregunta muda. No quería enfrentar nada, no ahora, no así.

«Ella es parte de tu pasado», continuó Amore, dirigiéndose a Naribetzha. «Es hora de que escuches, antes de que el odio te consuma por completo.»

La hurona castaña, aún jadeando por el esfuerzo de la pelea, levantó la cabeza. Se veía frágil, rota, pero había algo en su mirada que no pude entender del todo. Era como si cargara con un dolor similar al de Naribetzha.

«No vine aquí para pelear contigo, Nari», dijo la otra hurona, su voz temblando pero firme. «Vine porque hay cosas que debes saber. Sobre tu familia… y sobre mí.»

Sentí cómo Naribetzha se tensaba a mi lado, sus ojos reflejaban un torbellino de emociones. El silencio que siguió fue pesado, lleno de expectativas y miedo.

Mi corazón latía con fuerza, pero sabía que lo más importante en ese momento era estar allí para ella, para sostenerla mientras enfrentaba lo que sea que estuviera por venir. Porque, aunque no entendía todo lo que estaba pasando, había una cosa que sabía con certeza: la amaba, y no importaba lo que ocurriera, no la dejaría sola.

[...]

Desde el momento en que vi sus ojos grises, casi plateados, llenos de lágrimas, supe que algo estaba mal, una enemiga nunca lloraría ni mucho menos se dejaría insultar.

Naribetzha rara vez mostraba sus emociones tan abiertamente, y verla así, tan vulnerable y a la defensiva, hizo que todo mi instinto gritara para protegerla. Pero había algo más, algo que no comprendía completamente. Aquella mujer, con el cabello oscuro y una mirada que irradiaba culpa, la enfrentaba con una verdad que parecía imposible de digerir.

—Lo que viste no fue verdad. Ellas lo planearon todo —dijo la extraña, su voz llena de dolor—. Mónica, Eleonor, Nadia y las gemelas Rosa y Rose hicieron un pacto con una vampira de ojos rojos. Esa maldita mujer nos hizo ver una ilusión, una masacre que no fue real. Yo también caí en su trampa. Pero tu familia está viva, Naribetzha. Lo que viste... fue una mentira. La única verdad dolorosa es que tus sobrinos... no sobrevivieron.

El silencio que siguió fue aterrador. Naribetzha, mi impronta, parecía estar completamente destrozada. Yo, Seth Clearwater, el lobo siempre dispuesto a proteger, me sentía impotente. No había palabras para consolarla, ni acción suficiente para borrar ese dolor.

—Andree... Eso no puede ser cierto... —murmuró Naribetzha, su voz quebrada por el sufrimiento—. Yo los vi muertos.

Cada palabra de aquella conversación era como un golpe. Quería intervenir, alejar a esa mujer de ella, pero no podía. Naribetzha necesitaba escucharla, aunque esas verdades fueran como cuchillas.

—Perdóname, Nari... —la voz de la mujer, Andree, era suave, pero llena de remordimiento—. No pude hacer más... Me retuvieron...

Me sentí atrapado entre el deseo de ayudar y el respeto por el dolor que compartían. Andree no era solo una desconocida; era alguien importante para Naribetzha, alguien de su pasado.

—Para lo que te conviene... —escupió Naribetzha, llena de resentimiento—. Pudiste haberte rebelado, pero no lo hiciste. Nos dejaste... ¡por comida!

La ira en su voz era palpable. Había tanto dolor, tanta traición acumulada que me resultaba casi insoportable estar presente. ¿Cómo podría haberle hecho eso? La mujer había abandonado a mi impronta, había roto su confianza, y ahora regresaba con promesas y verdades a medias.

—No es fácil dejar a esa manada —replicó Andree, defensiva—. Era mi especie, sentí que estaba en lo correcto... hasta que fue demasiado tarde.

—¡Los Osiateah nunca fueron tu familia! —gruñó Naribetzha, su voz temblando de rabia—. ¡Ni siquiera después de lo que le pasó a Josias!

—¡Cállate! —gritó Andree, desesperada—. Lo sé... Sé que me equivoqué. Pero te juro que pensé que tú... me habías traicionado.

Vi la amargura en los ojos de Naribetzha mientras soltaba una sonrisa cargada de dolor.

—Vaya... Ocho meses con ellos te hicieron olvidar quién eras. Te acogimos cuando no tenías a nadie, y así nos pagaste... —su voz era un susurro afilado, y su dolor me desgarraba por dentro.

Entonces, todo sucedió tan rápido. Naribetzha se desmayó, cayendo en mis brazos antes de que pudiera reaccionar. La sostuve con delicadeza, mi corazón latiendo frenéticamente mientras sentía su peso contra mi pecho. Edward y Carlisle llegaron de inmediato, asegurando que su desmayo había sido causado por el agotamiento emocional. Solo podíamos esperar a que despertara.

Cinco largas horas después, abrió los ojos lentamente, su respiración rápida y entrecortada. Sus pupilas estaban dilatadas, y el miedo seguía presente en su mirada.

—Solo fue una pesadilla... —murmuró, sin mirarme a los ojos.

Me incliné hacia ella, queriendo ofrecer consuelo, pero sin saber realmente cómo.

—¿Quieres hablar de ello? —pregunté, con más suavidad de la que había usado nunca.

—No... aún no —susurró, volviendo a recostarse en la cama. Su voz era apenas audible—. Gracias, Seth.

Su siguiente pregunta me tomó por sorpresa, pero también me hizo sentir un calor inexplicable en el pecho.

—¿Seth? —su voz temblaba ligeramente—. ¿Puedo abrazarte mientras intento dormir?

El simple hecho de que confiara en mí lo suficiente para pedir algo tan íntimo hizo que mi corazón se acelerara. Tragué con dificultad, tratando de parecer calmado.

—Por supuesto —respondí, algo nervioso, pero sabiendo que haría cualquier cosa por ella.

Naribetzha hizo un espacio en la cama, y yo, con torpeza, me quité los zapatos antes de acostarme a su lado. Sentí su cuerpo frágil y cálido acurrucarse contra el mío, su respiración estabilizándose poco a poco. Mi corazón latía desbocado, pero me forcé a concentrarme en mantenerme quieto, en ser el apoyo que ella necesitaba.

A medida que se dormía, sentí cómo sus tensiones se desvanecían, su cabeza descansando ligeramente en mi pecho. Suspiré, un suspiro lleno de emociones que apenas podía comprender.

—Dulces sueños, Zha —murmuré, sabiendo que este momento, por más pequeño que fuera, sería algo que nunca olvidaría.

La responsabilidad de mantener a salvo a mi impronta, de protegerla no solo de amenazas externas, sino también de sus propios demonios, era un peso que llevaba con orgullo.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top