Capítulo Doce

Recuerdo que no está edtado :)

Cuando volví a recuperar la consciencia lo primero que hice fue intentar golpear a Godrik por haberme atacado sin previo aviso, pero no lo logré, me agarró de la mano, sin que le costase en absoluto, y no se apartó, siguió delante de mí, observándome con una sonrisa socarrona, como si nada. Ni siquiera había pasado ni un minuto desde que todo se había vuelto negro, o eso es lo que él me dijo, que estaba poniéndome un poco dramática sin razón.

Según él, me había lanzado ese hechizo para que mi cuerpo no necesitase dormir hasta que se deshiciera ni se cansase más de lo que debería, algo muy útil y usado para los Tark que eran principiantes y necesitaban ponerse al mismo nivel que los demás, o intentarlo. Era una de las primeras cosas que se hacían en los novatos para comprobar si tenían el nivel suficiente o no.

Al principio no me di cuenta de lo útil que podía llegar a ser, tampoco entendí por qué Godrik lo había hecho, pero al ver la gran carga de trabajo que mencionó que tenía que hacer para poder llegar casi al límite de mi capacidad, porque para conseguirla tendrían que pasar años y no estaba dispuesta a ello, supe que era lo más adecuado.

Si no dormía podía aprender todo lo que él quería mucho antes. Y eso era lo que yo pretendía. No obstante, al no tener que hacerlo perdí la noción de la realidad. No sabía cuánto tiempo llevaba aquí, ni cuántas horas pasaba haciendo una cosa, estaba hasta que la podía nominar a la perfección, en cualquier tipo de situación, porque el Tark se encargaba de que así fuera.

Tampoco tenía nada mejor que hacer, por mucho que insistiera en que quería ver a mi familia a través de los mecanismos o técnicas que los Tark usaban para controlarnos a las demás hadas, no me dejaban. Y todo por orden de Godrik, que decía que no tenía que tener distracciones, que ahora tenía que centrarme en mis obligaciones, que ya tendría tiempo para ver a mi familia cuando acabase mi entrenamiento.

Pero sus palabras no me convencieron e intenté engañar a cualquier Tark que tuviese delante para que me mostrase a mi familia, pero era inútil. Yo aquí era una invitada, una extraña para sus ojos, no me hacían caso. Solo me quedaba esperar a que Godrik decidiese motivarme de algún modo y quisiera mostrarme cómo estaban Febe y mi madre, porque hacía demasiado tiempo que no las veía.

Pero no era así, se había vuelto mucho más exigente que cuando estuvo entrenándome meses atrás, aparecía de la nada, me sorprendía, me daba golpes que ni siquiera veía venir y se regodeaba con mi constante fracaso. Con él aprendía y perfeccionaba mi técnica de la lucha cuerpo a cuerpo, que era a diario, o lo que supongo que era eso, como ya he dicho, no sabía en qué día vivía o si pasaba el tiempo.

Quizá era porque en esta dimensión Godrik estaba en sus plenas facultades y su poder se veía aumentado, al igual que el mío, pero él lo controlaba mucho mejor que yo, estaba acostumbrado, vivía aquí. Pero debido a eso, no podía ganarle nunca, ni siquiera darle un golpe como conseguí en el pasado. Y me frustraba ver que lo que creía que había avanzado en un pasado, no servía de nada.

Además, me hacía dudar, ¿había conseguido golpearlo porque mejoré o porque él quiso que lo hiciera para motivarme antes de una batalla?

Fuese como fuera, tampoco se lo iba a preguntar, no había tiempo. Nuestras conversaciones se habían reducido a simples intercambios de palabras relacionadas con lo que me estaba enseñando o dándome ánimos, siempre a su manera, ya que no lo decía de forma directa, se reía de mí por no aguantar su ritmo, o como él decía, por no aguantar el ritmo de un anciano que podía ser perfectamente mi tatarabuelo.

Sin contar que no paraba de darme palizas, que se encargaba de curar si me causaba heridas que me incapacitaban, como huesos rotos, que curaba con un simple hechizo o heridas que no paraban de sangrar, porque al ser un hada de fuego, o se supone que lo era porque ya no sabía en qué creer, si era un hada de fuego o un elemental, sus ataques no me quemaban.

También me enseñaba todo tipo de técnicas relacionadas con el dominio del elemento que compartíamos. Aunque primero me hizo leerme unos libros que, por supuesto, estaban en idioma feerico, y parecían muy antiguos, que lo más probable es que tuvieran más de siete veces mi edad, y que me costó entender del todo. Godrik no tuvo más opción que explicarme detalladamente lo que ponía en cada uno de esos manuscritos al ver que no avanzaba lo rápido que él pretendía. Sin embargo, no era mi culpa que fuese tan lenta, había aprendido el que se suponía que era mi idioma de forma veloz y básica gracias a Alex, pero no era suficiente. Por mucho que las palabras de mi amigo vinieran a mi mente, diciendo que tenía que conectar conmigo misma para poder descifrar lo que tenía delante, la tensión del momento y las prisas no me ayudaban.

Después de eso, me explicó todas las formas en las que él controlaba el fuego, en cada situación posible, cómo ponía a raya sus emociones y cómo hacía que estas se fusionasen con su don para ayudarlo a sobrellevar cualquier sorpresa posible, que en lugar de frenarlas las utilizaba en su favor, algo que iba en contra de lo que se enseñaba pero que a él le servía y que creía que a mí también, porque era demasiado emocional. Además, remarcó que todo lo que me estaba intentando enseñar se perfeccionaba con el tiempo, y era justo lo que a mí me faltaba, pero que tenía que tener una buena base antes de irme, porque sin ella, por mucho que creciera, no llegaría a ser capaz de nada.

Al final, y cuando supe hacer cosas que ni me imaginaba, Godrik decidió que con el fuego ya no podía aprender nada más. Que su trabajo en ese sentido estaba cumplido, que no podía enseñarme algo que me resultase útil para lo que se venía.

Así que decidió que era momento de que aprendiese a utilizar los otros dones que según él tenía al ser un hada elemental.

Y es cuando conocí mejor a otros Tark. O mejor dicho, escuché cómo se quejaban de mi presencia sin que yo pudiese opinar o decir nada, no porque no quisiera, sino porque Godrik me había hecho un hechizo para que no puediera hablar.

—¿Sigues estando convencido de que es una buena idea esto, Godrik? —pese a que no sabía cuánto tiempo llevaba aquí, la animadversión de la mayoría de los Tark no cesaba, seguían mirándome con superioridad y algunos con asco.

—Lo creo firmemente, Sanna —él no dudaba. Que siguiera confiando en mí era una de las cosas que me hacían querer esforzarme al máximo—. Si no quieres ayudar, lo entenderé. Encontraré a otra hada del agua para que la enseñe.

—Y nunca aprendería a dominarla como yo. Por eso quieres que yo, y los que estamos aquí, le enseñemos. Ya sea por lo poderosos que somos, o porque unos tienen más paciencia que otros, ¿me equivoco?

—Sanna, hay otros Tark dispuestos a ayudarla si tú no quieres.

—La mayoría de los Tark no están de acuerdo con que ella esté aquí.

—Es una pena que lo que opinéis, poco me importe. Tomé la decisión en su momento y estoy ayudándola a mejorar. No me interesa lo que digáis, se hace lo que yo quiero. Soy el que más manda entre nosotros, ¿se os olvida?

—Pero ¿para qué? ¿Qué ganas tú con esto? No lo entendemos —habló otro Tark.

—Enmendar errores que cometí en el pasado... E intentar que se deje de perseguir a nuestra especie, ¿te parece poco?

—Los Tark tenemos que mantenernos al margen, Godrik.

—Hasta que nos quedemos solos, sin ningún hada que vigilar porque estarán todas muertas, hay una guerra ahora mismo, una en la que los vampiros quieren ir contra los de nuestra especie. ¿Quieres eso, Sanna? ¿Quieres que las únicas hadas que queden seamos los Tark?

—Estas rompiendo unas normas que tú mismo te encargaste de crear. No estamos en tu contra, ni tampoco en contra de la chica. Solo...

—Hagamos una cosa, Sanna. Se la última en enseñarle a dominar el agua. Y si ves que no merece la pena que pierdas tu tiempo con ella, no tendrás que hacerlo. Ya pensaré en algo. Solo dame eso, la duda.

—Tenemos un trato.

A partir de esa conversación, Godrik se interesó todavía más, si fuese posible, en mi entrenamiento. Dijo que nuestras clases de lucha cuerpo a cuerpo seguirían, y, además de eso, aprendería el idioma feerico a la perfección, ya fuese antiguo o no, y hechizos. Que no podía conocer solo lo básico y sencillo.

Ahí apareció el primer problema.

Era una negada con la magia feerica. Todo lo que fuese sencillo, conseguía hacerlo, un ejemplo eran simples hechizos de curación o de protección, que los había aprendido junto a Alex. Pero cuando intentaba realizar unos más poderosos, al nivel de los Tark, no lo conseguía.

No obstante, Godrik no se rindió.

Me presentó al que me enseñaría a controlar el aire. Un Tark de mediana edad, más mayor que Godrik, o al menos en apariencia, y que parecía muy serio.

Solo lo parecía.

Kuula era agradable y tenía mucha paciencia conmigo, aunque tampoco le hizo mucha falta. Con todo lo que me costó poder dominar el fuego, con el aire fue todo lo contrario. Me resultaba demasiado fácil y sencillo. No tardé nada en saber usarlo a mi antojo. Al hacerlo, no podía evitar pensar en mi madre. Estaba haciendo uso del que era su don, del que me había hablado desde que tenía memoria y ahora entendía todas las cosas que decía, cómo el aire podía darte esa paz y tranquilidad de la que me hablaba. Por eso intenté no usar el aire más de lo necesario, porque si lo hacía pensaba en ella, y la echaba mucho de menos.

Tal y como dijo Godrik, a medida que iba aprendiendo a controlar mis dones, y otras cosas importantes, mis alas iban creciendo. Ya podría volar con ellas, aunque no eran comparables con las que tenía Godrik.

Después de aprender a dominar el fuego y el aire, pasé a intentar usar la tierra. Todo a la máxima velocidad posible. Ni siquiera supe el nombre del Tark que me estaba enseñándolo, tampoco mostraba interés en que lo hiciera. Solo me enseñaba lo necesario. Y pese a que tardé un poco más que con el aire, conseguí controlarlo. Pero ninguno lo sentía como mío propio, no como el fuego, tampoco tenía esa misma facilidad para crearlo.

—Sanna, ¿qué decides? —quiere saber Godrik una vez que ya he superado mi entrenamiento en aire, tierra y fuego— ¿Vas a enseñarle a controlar el agua? Sé que has estado muy pendiente de ella todo este tiempo.

—Lo he hecho, sí. Es una negada en la magia.

—Soy consciente de ello, soy yo quien le enseña.

—Eso puede suponer un problema...

—Sanna, no hagas perder más mi tiempo. ¿Y bien? ¿Has tomado una decisión?

—Godrik, ¿tan convencido estás de que va a cambiar algo enseñarle?

—Estoy seguro, sí. Es nuestra mejor oportunidad.

—Entonces, me vas a deber una. Le enseñaré. Eso sí, que no falle, que no me haga sentir inútil.

—Sanna, ¿crees que yo estaría perdiendo tanto tiempo en alguien que no merece la pena?

—Sé que no.

Intentar aprender a usar el agua, es lo que más me cuesta. Por mucho que me esfuerzo, no lo consigo. Cuando quiero crearla, solo me sale fuego. Y es cuando Sanna insiste en que tengo que olvidar todo lo que tengo en la mente sobre el control.

Pruebo, fallo, me frustro, y empiezo de nuevo el proceso.

Así una y otra vez, intentando en el siguiente no fallar, poniendo mi mayor empeño. Hasta que un día, cuando estoy a punto de rendirme y decir que no quiero aprender a usar ese elemento, me sale. Casi de forma desesperada e intuitiva. Era todo lo contrario a crear fuego, que la rabia me predominaba, tenía que estar muy tranquila, aunque una tranquilidad diferente a la que tenía que tener para controlar mi elemento y, sobre todo, visualizar lo que quería crear.

Desde ese momento, Sanna, que en ningún momento había hecho ningún comentario en mi contra, se volvió mucho más exigente que antes. Era como si se esperase a que mi cuerpo se rindiera para que pudiese crear agua y de ahí, enseñarme todo lo que sabía.

—Aerith, bonitas alas —Godrik entra en la estancia en la que estamos Sanna y yo practicando. Aún no me había acostumbrado a que no hubiera puertas—. ¿Las has visto?

—No es como que aquí tengáis espejos...

—¿El agua no sirve en estos casos? —pregunta alzando una ceja.

—Gracias, Godrik. Acabas de desconcentrarla —murmura Sanna.

—Será que estabais haciendo algo sumamente importante y especial... ¿Puedo crear yo el reflejo?

—¿Tú? —pregunto.

—Claro, te dije que también era un hada elemental. Mi otro elemento es el agua. Y Sanna también me enseñó a mí en su momento. Fui un muy buen alumno, ¿cierto?

—Ambos habéis tenido el mismo problema, vuestro vínculo con el fuego ha dificultado que pudierais crear fuego...

Dejo de escucharlos, alzo una mano y creo una superficie de agua en la pared lo suficientemente grande para que reflejase mi aspecto.

Mis alas son diferentes a lo que eran antes de que dominase el agua. Son majestuosas. Grandes e imponentes. Aunque no son tan coloridas como las de Godrik, son de un color blanco reluciente, casi transparente. Son las que siempre he querido tener.

—Acaban de salirte, por eso no tienen tantos colores como los míos. Eso viene con el tiempo.

—¿Puedo decirlo? —interrumpe Sanna— Es que hay algo que no se me ha pasado por alto —Godrik la mira y asiente—. Sus alas son más grandes que las tuyas.

—¿Tú crees? —hay un ápice de molestia en su voz, aunque lo intenta disimular—Como las mías, ningunas —y vuelve con su sonrisa socarrona— ¿Habéis acabado?

En esa pregunta creo que hay más, y más aún cuando Sanna asiente con una medio sonrisa y se desaparece entre el blanco de las paredes.

—¿Por qué la has echado?

—No lo he hecho, se ha ido ella porque quería.

—Godrik...

—Creo que has aprendido todo lo que debías, Aerith. Te queda tiempo para que las acabes de perfeccionar, pero lo importante ya lo controlas.

—¿Eso es que puedo irme? —pregunto de inmediato. La idea de volver a ver a mi familia es demasiado tentadora.

—¿Quieres irte? —rebate— Porque siempre puedes quedarte. La oferta de que seas una Tark sigue en pie. Todos los que han tratado contigo han visto tu potencial, acabarían aceptándote. Solo es cuestión de tener paciencia.

—Godrik, aún no sé por qué no me has dejado ver a mi familia en ningún momento. ¿Están vivas?

—¿Por qué no deberían estarlo?

—Porque entonces me las habrías dejado verlas. Necesito saber cómo está Febe.

—Están vivas —asegura—. Lo sé.

—Es decir, tú las has estado viendo, observándolas... Y yo no puedo. ¿Me estás engañando?

—Tu desconfianza me desespera. ¿Crees que te engaño? ¿Yo? Eso es ridículo.

—Todo esto es extraño. Solo sé que si están heridas, o peor, muertas me será igual que estés aquí, o en cualquier otra realidad paralela. Iré a por ti.

—Tan graciosa como siempre —se ríe él—. Y respondiendo a tu pregunta de antes, si quieres, puedes irte ya. Ya no te retengo.

—Por fin —susurro—. Estaba harta de estar aquí.

—Cuando te vayas de este plano temporal, los hechizos que te realicé desaparecerán, todos ellos. Y dudo que puedas tú misma realizártelos, eres negada con la magia.

—Gracias. ¿Ningún Tark se va a despedir de mí?

—Conmigo debería ser suficiente. No te voy a abrazar, no me gusta el contacto físico. Además, creo que nos volveremos a ver en algún punto de nuestra larga vida, más la mía por eso. Piensa en algún lugar en el que has sido feliz, o tengas un recuerdo intenso.

—¿Por qué?

—Para mandarte de vuelta, ¿qué si no? No te diré que vayas con cuidado, lo harás, o eso espero. Tampoco es que tengas otra oportunidad, no te salvaré más.

—Tus ánimos me ayudan mucho, Godrik.

—¿Tienes el lugar en mente? —asiento— Pues... Au.

Esta vez, al contrario de cuando llegué aquí, desaparezco a más velocidad y cierro los ojos por inercia. Al abrirlos de nuevo reconozco dónde estoy.

No sé qué de feliz tiene este sitio.

Estoy en el cementerio de West Salem.







Muchos besos zxx

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