capítulo 14: Recuperarte.

La mirada fría de aquel hombre lo intimidaba un poco pero más que eso le causaba rabia, no era él, pero ser su gemelo no era favorable, como lo había planeado, después de darle sepultura  a su familia fue a dar su declaración a la comandancia, para ser más específicos habló directamente con el jefe de policía Saga Cástor. El mayor no había dicho nada durante su relato pues ya estaba al tanto de lo ocurrido con Milo, sin embargo jamás se imaginó  que su pequeño hermano llegaría tan lejos.
Angelo soltó todo sin rodeos, con dolor y arrepentimiento en cada palabra que salía de su boca, había momentos en los que jugaba con sus dedos, otros en los que se aguantaba las lágrimas y en una ocasión se desmoronó ante el peli azul.

–¿Eso es todo?– preguntó Saga a lo que el peli plata asintió.– Podrías ir a prisión por ocultar toda esa información y sobre todo por tú negligencia médica al mentirle de esa manera a la familia Scorpion.

–Lo sé. – agachó la cabeza.– estoy dispuesto a pagar, ya no tengo nada.

Saga sintió dolor en las palabras de su viejo amigo.

–Sin embargo no será así.– Angelo lo miró sin entender.– Milo se comunicó conmigo hace poco.– el italiano se quedó sin habla.– Estoy al tanto de lo que Kanon está haciendo, pero Milo quiere vengarse antes de mandarlo a prisión. Mi trabajo y libertad también están en juego con todo esto.

–¿Entonces ese imbécil seguirá libre?

–Así es.– Saga se levantó de su asiento, el italiano lo siguió con la mirada.– Por tu seguridad no te preocupes, yo me encargaré de eso.

–Mi vida no es importante, no tienes porque hacerlo. – Saga se acercó a él de manera violenta y lo sujetó por el cuello de la camisa.

–¡¿Qué tu vida no es importante?! ¡Para Afrodita lo era! ¡Para tu hijo lo era! ¡¿Qué dirían si pudieran escucharte decir esto?!

Entonces nuevamente Angelo se derrumbó, la sola mención de su familia era mortífera, pues sentía como si miles de dagas se clavaran en su cuerpo, el mayor lo abrazó, sabía lo frágil que estaba y no lo dejaría solo, antes que nada él era su amigo.
.
.
.
.
Dégel se había quedado solo en la mansión, Calvera había ido a una cita con Mystoria y su esposo estaba de compras, sonrió de solo recordar el tipo de cosas que compraba y todas exclusivas para el bebé, estaba doblando y guardando parte de las prendas que Kardia había comprado para su bebé, levantó una para verla mejor, era un pequeño tragesito de león que a su parecer era adorable. Se llevó la mano a su vientre aun plano y lo acarició, estaba tan entusiasmado con la idea de formar su familia, su propia familia, se llenaba de ansias pues ya quería tener a su hijo en los brazos.
Soltó un suspiro, de repente su teléfono comenzó a sonar y sin más lo cogió y sin prestar atención al número contestó.

–Dégel Scorpion.– sonrió, a Kardia le encantaba que Dégel contestará de esa manera para dejar en claro que era suyo, el peli verde con tal de ver feliz a su esposo se había acostumbrado a aquello.

¿Qué tal Dégel?

La sonrisa se le esfumó y se le pusieron los pelos de punta, sus labios se apretaron hasta formar una fina línea, esa voz la conocía, esa voz, era indiscutiblemente él.

¿Sucede algo?

–Milo...– el nombre de él salió en un susurro, al otro lado el rubio sonrió, se dijo a si mismo que debía actuar de inmediato si quería acabar con todo y tratar de recuperar a su lindo pelirrojo.– Señor tanto tiempo. – la voz de Dégel sonaba más que sorprendida, contenta.

Deja las formalidades, en primera ya no trabajas para mi y en segunda ya sé que eres mi cuñado y que esperas un hijo de Kardia, felicidades.

Claro.– trató de relajarse, fue directo a la puerta y se fijó de que nadie estuviera cerca y pudiera oírle y regreso a donde estaba.– ¿Qué ocurre?

Necesito que me ayudes.– hizo una pausa.– contacta con Mystoria, dile lo que Camus te contó y pídele que vea la manera de hacer que la fábrica habra sus puertas de nuevo y que me contacte cuando ya todo este listo.

¿Y si la señorita Calvera y Kardia preguntan?

Te lo encargo, que ninguno sepa que estoy vivo.– cortó la llamada.

Dégel se mordió el labio inferior un poco nervioso, Milo no le había explicado gran cosa, tenía que actuar normal, calmarse para que nadie sospechara y se arruinara la sorpresa de Milo, porque si de algo estaba seguro es que el rubio planeaba esto para darles una sorpresa a sus familiares o al menos eso quería creer. Se preguntó si Camus ya estaría con él o si Milo y él aún no entablaban la relación que tenían hace años atrás.

Sacudió la cabeza para alejar esos pensamientos y continuar con su labor, tomó otra prenda de la diminuta ropa y comenzó a doblar pero dos manos le obstruyeron la visión, con sus delicadas manos comenzó a palpar la piel de las grandes manos sintiendo esa piel un poco áspera y esos dedos gruesos que muchas veces habían acariciado su rostro. Sonrió de manera bobalicona, amaba los pequeños juegos de ese hombre que lo había hecho tan feliz cada día durante esos cinco años.

–Kardia, estoy ocupado. – fingió molestia.

–Solo será un segundo.– Quitó sus manos para voltear la francés y robarle un beso.– quiero que veas algo.

Lo tomó de la mano para conducirlo a una habitación continua, Kardia estaba nervioso mientras que Dégel solo un poco ansioso, el peli azul soltó un suspiro y abrió la puerta y con ello un mundo de emociones se acomularon en Dégel, la habitación estaba decorada para un bebé.

–Como aun no sé que será nuestro bebé, pinté las paredes de amarillo.

El amarillo que Kardia había pintado era un amarilo suave, un color pastel que le daba cierto toque de ternura, Dégel siguió observando, había un estante lleno de animales de felpa a su izquierda, en las paredes habían pequeñas estrellas pegadas que brillaban con la luz del sol que entraba por la ventana, a la derecha se hayaba un juguetero repleto de juguestes para bebé y a su lado un enorme armario para guardar la diminuta ropa, Kardia lo tomó de la mano y lo arrastró al interior, en el suelo había una hermosa alfombra color naranja que a simple vista se veía suave.

–Mira hacia arriba.– indicó el peli azul.

Dégel obedeció y se llevó la sorpresa de encontrar a Bambi y sus amigos pintados en un mural.

–Eres escritor, no pintor.

–Talentos ocultos. – Kardia se encogió de hombros y condujo al peli verde junto a la ventana para mostrarle un caballo de madera.

–Kardia es muy bonito. – Rozó con las yemas de los dedos la fría madera del caballito y lo balanceó, miró a Kardia estusiasmado, no era el único que esperaba con ansias a su retoño.

–Era de Milo.– sonrió.– estaba guardado, el mío lo quemé en un acto de rebeldía hace años.– Dégel soltó un suspiro y una pequeña risa.– Lo mandé a pintar pues la pintura que tenia ya estaba cayéndose.

–Kardia, eres el mejor esposo del mundo y serás el mejor padre. – se abrazó al griego.

–Aquí.– le señaló una mecedora que quedaba junto a la ventana. – Aquí podrás darle de comer y adormecer al bebé. Y allí. – lo arrastró hasta una cuna de madera, era blanca al igual que el edredón y las almohadas, sobre ella había un pabellón de igual color.– Aquí dormirá nuestro pequeño.

–Te amo.– Dégel estaba emocionado, colocó sus brazos en el cuello del griego y lo besó, lo besó lleno de alegría. Amaba a ese hombre que conoció en las condiciones menos agraciadas y agradecía a los dioses por ponerlo en su camino y enamorarse de él.
.
.
.
.
Un mes había pasado, recién le habían quitado a Milo el yeso del brazo, por lo cual estaba feliz, esa mañana había discutido con Kanon por enésima vez, el gemelo menor insistía con salir del país e ir a vivir a otra parte y había salido perdiendo ante el griego. Saga le había contando lo ocurrido con Ángelo y Pandora le mantenía informado de todo, al parecer Kanon ya tenía un secuas cuyo nombre aún no sabia. Mystoria aún no se comunicaba con él y Camus había tenido encuentros con un chico de cabellos verdes. Lo último lo llenaba de celos, rabia e impotencia, había visto entrar y salir a ese sujeto de la casa del francés.

Esa mañana estaba decidido a ir por Camus y recuperarlo, la excusa para ir a su casa eran sus llaves, el pelirrojo nunca se las devolvió y realmente las necesitaba.
Tomó aire antes de abrir la puerta y salió de allí con el corazón en la garganta, el gran Milo estaba nervioso, las manos le temblaban ligeramente, su respiración se volvió copiosa y su corazón latía con fuerza como si de una taquicardia se tratara. A simple vista la casa de Camus parecía estar tranquila, un mes había estado lejos de él, un mes que no lo había visto, un mes que se hizo un siglo, un mes en el que su ausencia lo torturaba. Armándose de valor tocó el timbre, esperó unos minutos pero nadie salió, volvió a intentarlo pero nuevamente nadie salió, una, dos y tres veces más sin que le abrieran la puerta, entonces se imaginó a Camus montando a aquel sujeto y furioso dio una patada a la puerta, dio otro y ésta se abrió, el lugar era un basurero, estaba mucho peor de lo que el recordaba, dejando eso de lado subió hasta la habitación del francés y se topó con la puerta cerrada, pegó su oreja a la fría madera para escuchar algo pero ningún sonido provenía de adentro, alarmado dio una patada con la fuerza suficiente para abrir la puerta, sus ojos se abrieron como platos y corrió a ver al pelirrojo que estaba tendido en la cama, al principió creyó que dormía pero al ver que no se levantaba tras unos jalones, Milo se alarmó.

–¡Camus! ¡Camus despierta!– acercó su mejilla para sentir su respiración, respiraba, pero de una menera muy lenta.

Tomó su teléfono y marcó a Aioria preocupado, habían botellas de alcohol vacías por toda la habitación y sobres con un extraño polvo que le hizo pensar lo peor, el castaño se estaba demorando en contestar el teléfono y eso lo alteraba más.

¿Bueno?

–Necesito que vengas, Camus no despierta.

No pasó mucho para que el castaño apareciera junto a Shura, ambos llevanban consigo sus herramientas de trabajo, sacaron a Milo de la habitación  pues Aioria sabía que el rubio estaría interrumpiendo cada tanto, afuera lo que Milo esperaba era que el pelirrojo no fuera a parar al hospital o que le pasara algo peor.
Una hora más tarde el castaño salió de la habitación, Milo clavó sus zafiros en su amigo  esperando una buena noticia.

–Sólo fue un desmayo, una dieta basada en alcohol no es muy saludable.

El griego apretó los puños y dio un golpe a la pared, todo era su culpa, toda eso lo había ocasionado él, si no hubiera sido tan egoísta, si le hubiera hablado claro a Camus nada parecido estuviera pasando.

–Cada paso que doy para vengarme de Kanon me aleja de él.– apoyó su frente en la pared y cerró los ojos para calmarse. Aioria colocó su mano en el hombro de su amigo para mostrarle que no estaba solo.

–Ve a verlo y no lo alejes más y sobre todo has que coma.– Milo se dio la vuelta y tomando el pomo de la puerta se adentró al interior de la habitación.

Camus y Shura estaban hablando, muy cerca para el gusto de Milo, el pelirrojo fruncio el entrecejo en cuanto lo vio y ladeó la cabeza para  no verle, el griego y el español mantuvieron una mirada asesina, el peli negro tenía las inmensas ganas de sermonear y golpear al rubio que tenía enfrente.

–No olvides lo que hablamos Camus.– el español levantó el rostro de Camus y le dio un tierno beso en la frente para despedirse.

Acto que puso celoso a Milo y se encaminó para pararse frente al peli negro, ambos se miraron con una determinación indescriptible, los zafiros de Milo se ponían imponentes ante los diamantes negros de Shura, ninguno deseaba ceder y de ser posible ambos se irían a los golpes, el rubio detestaba al español y no lo golpeaba porque sabía que su mejor amigo sentía cosas por él, de lo contrario lo haría pagar por acostarse con Camus quien sabe cuantas veces, la sangre le hervía y los celos le cegaban.

–¿Celoso, Scorpion?– Shura se acercó a su oído para susurrarle.

–Creo que el celoso es otro. – le respondió.

Shura se apartó de él y lo miró confundido hasta que captó lo que quería decir, como acto reflejo miró hacia la puerta donde Aioria mantenía la cabeza gacha, pasó por un lado de Milo para ver a su gatito pero éste ya se encaminaba a la salida.
El griego se acercó de a poco hasta donde Camus, no sabía que hacer o que decir, el pelirrojo no se permitía verle, no quería que lo viera más humillado de lo que ya estaba, no quería que lo viera en el fondo, si Milo quería pensar en él, que lo hiciera, pero que lo hiciera pensando en el Camus que vivía en Francia, el chico que tenía muchos amigos, el joven frío que cautivaba hombres y mujeres por su belleza, ese era el Camus que Milo debía tener en mente, no ese que estaba en el fondo. El rubio acercó su mano para acariciar la mejilla del francés, éste lo miró con los ojos cristalinos, nuevamente esa sensación amarga se clavó en el pecho de Milo.

–Ya puedes reirte todo lo que quieras. – escupió con sorna, lo que sorprendió al blondo.– Estoy en el fondo tal y como querías.

Apartó su mano para no sentir ese contacto, ese dulce contacto que le quemaba, lo amaba, lo amaba, joder. Pero él creía que Milo lo odiaba, que todo lo que había hecho lo hacía únicamente para lastimarlo, para hacerle pagar por no haberle dicho la verdad en cuanto lo vio que equivocado estaba.

–Te equívocas, yo nunca te he deseado esto.– el corazón de Camus se emocionó al escuchar esas palabras pero su mente le recriminó por ser tan débil ante él.

–Ya puedes irte.– susurró el francés cabizbajo.

Sin previo aviso Milo lo sacó de la cama y lo colocó en su hombro como si de un saco de papas se tratase, Camus chilló, gritó y pataleó pero el blondo se negaba a bajarlo, abrió la puerta del baño se metió con Camus aun en el hombro, no lo bajó hasta tener la bañera con agua tibia y sin previo aviso despojó de sus ropas al francés para meterlo en el agua y se diera un baño, Camus respiraba desesperado pues no sabía como ocultar sus nervios, había algo que no quería que el blondo viera, algo que sin duda lo enfurecería, algo que ningún ser sobre la tierra debería tener tatuado en la piel.
Camus se encogió tratando de ocultarlo pero Milo alcanzó a verlo, fruncio el entrecejo y se sentó en un banco junto a la bañera, el plan era quedarse hasta que Camus terminara.

–¿Qué quieres?– preguntó el pelirrojo con miedo ante la fiera mirada del rubio.

–¿Fue ese imbécil con el que sales?– la voz de Milo parecía áspera, Camus se encogió lleno de miedo por la temible aura que desprendía Milo.– Responde.

Camus asintió, brazos, espalda y en parte de su abdomen se hallaban múltiples hematomas hechos por el sujeto con el que salía, Milo apretó la mandíbula cabreado, en cuanto viera a ese sujeto lo mataría, nadie, ¡NADIE! debía ponerle una mano encima al francés, Camus comenzó a sollozar estrujando el corazón del blondo y más con la mirada enrojecida del pelirrojo.

–Él... Los hizo cuando. – apartó la mirada, no quería verlo, no quería ver su rostro.– Lo hizo... Cuando, cuando intentó tomarme a la fuerza.

–¿Lo consiguió?

–No, me escondí en el baño hasta que se fue.

Milo se quedó sin habla, el pelirrojo lo miró de reojo, el rubio estaba ido, lo vio pararse y después hacestarle un fuerte golpe a la pared, uno, dos y tres golpes hasta que los nudillos empezaron a sangrarle, Camus salió de la tina para detenerlo, odiaba verlo así.

–¡Milo basta!– pero Milo siguió, estaba furioso y la única manera de desquitarse era golpeando la pared. –¡Milo mirame!

El griego volteó a verle mostrando una mirada cargada de ira, los zafiros de Milo carecían de ese brillo tan especial que el francés amaba, tomó el rostro del griego entre sus delicadas manos y junto sus rostros, sabía que de esa manera el rubio se calmaría, lo sabía a la perfección porque lo conocía como a la palma de su mano.

–Lo voy a matar Camus.– susurró con los ojos cerrados. – lo voy a matar.

–Milo...– le habló, comenzó a acariciarle los brazos por encima de la ropa y cerró los ojos para sentir aquel momento.

–No te volveré a dejar sólo.

Camus abrió los ojos al escuchar dichas palabras y se apartó de él, lo hizo antes de caer en su encanto, antes de besarlo, antes de no querer soltarlo. El rubio no se quejó, sabía de ante mano que recuperar su confianza no sería fácil.
Una vez que Camus terminó de bañarse, Milo lo envolvió en una toalla y lo sentó con delicadeza en la cama para buscarle ropa, fue hasta el gran armario del francés pero al parecer no había lavado ropa pues no había mucho de donde escoger, se topó con una caja blanca y sin permiso la abrió, su mirada se llenó de ternura, la caja contenía sus camisas, las que usaba en el trabajo y sobre todo las que usaba en sus citas con Camus, tomó una camisa color menta y se la puso en los hombros, el pelirrojo lo miró con las mejillas enrojecidas.

–Yo...

–Que tu hayas conservado mis camisas, me hace feliz.– una vez que el pelirrojo se colocó la prenda, Milo abotonó la camisa.

–La señorita Calvera se quedó con algunas, yo quería conservar las demás.

Sólo Camus podía romper las duras paredes del corazón de Milo, y solo el rubio podía derretir el hielo del corazón de Camus, ambos se amaban, no había dudas, sólo que se habían hecho tando daño que les costaba declararse.
La camisa de Milo le quedaba grande y apenas y tapaba sus muslos, al parecer el rubio no quería tapar las pálidas piernas del pelirrojo, lo cargó al estilo princesa y lo llevó a abajo, lo sentó en la barra de la cocina y comenzó a prepararle una sopa, Camus sólo lo veía con atención si decir nada, realmente disfrutaba la compañía del rubio y que tuvieras esas atenciones con él hacían que su corazón latiera con fuerza. Obligadamente el francés comió, debía admitir que el griego sabía cocinar muy bien. Camus levantó su plato y lo llevó al lavabo, entonces sintió dos grandes brazos abrazarlo por la espalda.

–¿Hasta cuándo vas a hacer frío y distante? – le susurró al oído provocando que su piel se erizara.

–Milo, no me lastimes más.

El rubio le dio la vuelta y lo besó, juntó sus labios en un tienro beso que no fue correspondido por la otra parte, se separó de él y juntó sus frentes, sus respiraciones chocaban, Camus no quería abrir lo ojos no quería verlo porque sabía que si lo hacía lloraría.

–No quiero. – susurró sobre los labios de Milo, éste sonrió.

–Mirame.– Camus vaciló y lentamente abrió los ojos y clavó sus rubíes en los zafiros del otro. –¿Seguro que no quieres?

–No.

Nuevamente juntó sus labios pero esta vez Camus siguió el beso, los carnosas labios de Milo devoraban los suaves y rosados labios de Camus, quien los abrió un poco para dejar que la legua de Milo explorara su cavidad bucal, colocó sus brazos en la nuca de Milo para atraerlo más a él y hacer más íntimo el contacto y poder sentir los latidos de su corazón, el rubio colocó sus manos en la cadera del francés y con sus pulgares comenzó a trazar círculos en su delicada piel, ese contacto le erizó la piel a Camus pero no desistió, continuó saboreando el dulce beso que el rubio le estaba dando, sintiendo la cálida y húmeda lengua del otro explorar su interior y enredarse con la suya, se separaron por falta de aire y se vieron a los ojos, el pelirrojo creyó estar soñando pues lo zafiros de Milo lo miraban profesando ese eterno amor de hace años atrás, colocó sus pálidas manos en el rostro del griego y acariciandolo juntó sus frentes mezclando sus respiraciones nuevamente.

–Tomame.– susurró con los ojos cerrados, ese pequeño susurro sonó más como el más grande de los deseos del francés. Milo volvió a juntar sus labios y tomándolo por los muslos lo cargó, Camus lo necesitaba, Milo lo necesitaba, se necesitaban, habían nacido el uno para el otro. El tiempo se había encargado de separarlos y el destino de juntarlos, pues sus vidas de una u otra manera estaban predestinadas a enlazarse, allí estaban, sumidos en su mundo disfrutando de cada caricia y guardando cada suspiro que el otro le regalaba, cualquier dios del olimpo estaría celoso de aquel amor que trascendía a través del tiempo.

El amor se compone de un alma que habita en dos cuerpos y ellos eran la prueba viviente, con el pelirrojo en sus brazos subió las escaleras sin dejar de besarle, haciendo pequeñas pausas para recuperar el aliento y mirarle a los ojos, llegó hasta la habitación y al estar al borde de la cama recostó al francés, se miraron una vez más a los ojos, Camus le mostró una cálida sonrisa, como sólo a él podría dedicarle.

–¿Cumplirías mis caprichos?– le preguntó juguetón el rubio, la misma pregunta que le había hecho años atrás antes de proclamar como suyo el cuerpo virgen de Camus.

–Cumpliré sus caprichos señor Scorpion.– susurró de la misma manera que en aquella ocasión.

Milo se montó sobre él, se quitó la camisa que llevaba y con fuerza abrió la camisa que llevaba el francés haciendo que varios botones cayeran al suelo, con una de sus grandes manos acarició el rostro del francés, pasó por su cuello y finalmente por su pecho, el cual subía y bajaba de manera nerviosa, estaba sintiendo nervios, ansias y deseos, quería que el rubio tocase todo su cuerpo, que sus labios besaran sus zonas sensibles y que sus ojos se conectarán con los suyos, aquellas manos morenas encendían su cuerpo de una manera inexplicable y le provocaban pequeñas corrientes cargadas de placer. Nuevamente el griego capturó sus labios en  un beso en el cual sus lenguas jugueteaban, cada uno saboreando el sabor del otro y sintiendo como su parte inferior comenzaba a ponerse caliente, esos besos los volvían locos, eran tiernos, apasionados y a la vez feroces, los labios de Camus eran todo un manjar y su delirio , se retiró de ellos para atacar el cuello de cisne, besaba, mordía y lamía la delicada piel de su cuello dejando marcas rojizas y provocando suspiros en Camus. Suspiros que no reprimió y dejó salir sin pena ni gloria solo para la satisfacción de su amado.
Una de las traviesas manos de Milo se escabulló hasta llegar a su entre pierna tomando por sorpresa al pelirrojo.

–Milo...– gimoteo al sentir los fríos dedos del contrario acariciar su sexo.

Con besos húmedos bajó hasta el primer capullo rosa y sin previo aviso mordió su tetilla arqueando su cuerpo.

–D-duele.– pronunció desesperado.

–Pero te gusta. – susurró Milo y con una lengua experta acarició su pezón llenándolo de sensaciones inexplicables, la mano que yacía en su entre pierna ya no era fría, era caliente y le estaba quemando en esa zona pues el rubio no tenía intenciones de dejar de estimularle.

Marcas rojas aparecieron por el esbelto tórax del pelirrojo y un sin fin de suspiros se le escaparon por culpa del torbellino de sensaciones y emociones que Sólo Milo podría brindarle. El rubio saboreo cada centímetro de esa piel tan terza que lo volvía loco y de vez en cuando soltó gruñidos por culpa de los hematomas que tenía el pelirrojo, descendió de manera lenta hasta toparse con el elástico del bóxer de Camus.

–¿Qué haces?– preguntó confundido, el rubio solo sonrió y bajó la prenda para dejar el miembro de Camus expuesto.

–Aah.– el de nacionalidad griega introdujo el miembro de Camus en su boca, al francés no le quedó de otra más que aferrarse a las sábanas.

Lamió el sexo del francés como si fuera una paleta, amaba ver la expresión en la cara de Camus, sentía vergüenza pero más que eso excitación, sus mejillas se encontraban rojas y se mordía el labio inferior para reprimir los gemidos que amenazaban con salir de su boca, Milo comenzó a lamer con más fuerza y más rapidez para romper esa pose del francés, pero éste mordió con más fuerza su labio hasta sentir el sabor metálico de su propia sangre. Se sentía en el paraíso, sentía esas oleadas de placer recorrerle el cuerpo, sus manos abandonaron las sábanas para enredarse en las hebras rubias de su amado, el interior de Milo era excitante y caliente, la lengua de éste no perdía el tiempo y lo hacia gozar.

–Milo b-basta.– hizo lo contrario, sabía que Camus sentía ese cosquilleo en su parte baja anunciando un orgasmo, y entonces pasó, el pelirrojo se vino en la boca del rubio.– Milo...

Estaba tan avergonzado que incluso se tapó el rostro, pero Milo apartó sus manos para que lo viera, esa dulzura en la mirada del rubio se había ido, allí estaba esa fase de Milo que lo volvía loco, allí estaba esa mirada que lo excitaba, abrió sus piernas y rozando su entrada miró excitado al griego.

–Aquí, te quiero aquí.

Milo sonrió, se metió dos dedos a la boca y los empapó de aquel líquido blanco que Camus había segregado, el pelirrojo lo miró extrañado, sin más el rubio introdujo aquellos dos dedos provocando que el cuerpo del otro formara un perfecto arco, su plan era utilizar el semen del pelirrojo como un lubricante.
Más suspiros salieron de la boca del pelirrojo, suspiros que fueron callados por los voraces labios de Milo, comenzó moviendo los dedos en círculos para después hacerlo en forma de tigeras, aquellos dedos quemaban, el tacto del rubio quemaba, lo estaba arrastrando al infierno y no le importaba.

–Ahg.– ese gemido se le escapó a medio beso lo que fue música para los oídos del heleno, ya que habia introducido otro dedo pero para Camus no era suficiente, quería algo mas grande.–Quiero esto.

Rozó con sus dedos la entre pierna de Milo, el blondo arqueo una ceja. Camus estaba desesperado, quería unirse a él de una vez por todas, que aquellas barreras fueran rotas pues su cordura había abandonado el nido ya hace un rato y su cuerpo había sido corrompido por aquel dios griego que después de cinco años proclamaba de nuevo su cuerpo, que lo invadía y profanaba con aquellas manos morenas que sabían donde y como tocarle.

–Sigues siendo igual de lascivo Camus.

Sacó sus dedos y quitándose los pantalones y el bóxer dejó salir su erecto miembro, tomó las piernas del francés y las abrió un poco más y se acercó lento hasta rozar su entrada con su pene, Camus sentía una oleada de placer con solo sentir la punta a punto de entrar, sin más Milo le dedicó una última sonrisa a Camus y entró.

–¡Aaahh!– había sido un gemido genuinamente fuerte y para sorpresa del blondo, el pelirrojo se había corrido de nuevo.

–Vaya, te veniste apenas lo puse dentro.– sonrió. – ¿Shura y el otro podían hacer esto?

Camus negó y movió sus caderas en un acto desesperado por que Milo se moviera, comenzó lento, tomando al pelirrojo por las nalgas, sintiendo lo estrecho y caliente que estaba, el vaivén se volvió más rápido, Camus se aferró a la gran espalda del heleno y clavó sus uñas en él, Milo gruñó llenó de excitación.
Salió de Camus para darle la vuelta y levantar sus caderas, la cara de Camus quedó en el suave colchón mientras las manos de Milo se agarraban de su cadera y entraba de manera violenta.

–¡Milo!– gritó el nombre de éste llenó de placer.

Embestidas fuertes y salvajes eran bien recibidas por el culo del pelirrojo, soltaban gemidos sin remordimientos, habían estado cinco años separados y no podían esperar ni un segundo más, necesitaba volverse uno de nuevo, demostrarse cuanta falta le había hecho estar con el otro, debían demostrarse el gran amor que se tenían. Afrodita y Ares no se comparaban a ese par de amantes que de ser posible serían capaces de hacerles saber al mundo entero lo que estaban haciendo.

–Así no, aah, así no.– gimoteo, hilos de saliva escurrían por la comisura de sus labios pues no podía mantenerlos cerrados con los constantes gemidos que le provocaba el griego.

–¿Qué?

–Q-quiero ver t-tu rostro.– dijo entre gemidos, Milo salió de él a regañadientes y se acostó en la cama.

–Bien, montame.

Ni lento ni perezoso Camus se montó sobre Milo introduciendo el gran pene de éste en su entrada, los zafiros de Milo se clavaron en las marcas que sus dedos habían dejando en la piel del francés. Camus tomó las manos del rubio y las colocó en su cintura y comenzó a dar saltos mientras Milo movía sus caderas al compás de las subidas y bajadas del pelirrojo y enterrando sus dedos en su cadera profundizaba el contacto. Sus cuerpos ya eran cubiertos por múltiples perlas de sudor,  los gemidos roncos de Milo invitaban al de mirada escarlata a moverse más rápido, sin previo aviso Milo se sentó para besar al francés quien colocó sus brazos alrededor de su cuello y enredó sus delicados dedos en la hebras rubias y sedosas del griego.

–Ahí, ahg.– Milo se había topado con su próstata y no pensaba dejar esa parte tranquila. Volvió a besar y morder los labios de Camus con desesperación.

–Ya no puedo más. – rompió el beso y se aferró a Milo, una, dos y tres estocadas y Camus mordió el hombro del blondo para reprimir el gemido causado por su tercer orgasmo.

–Yo aun no termino.– susurró Milo y lo dejó sobre el colchón, las piernas de Camus se enroscaron en la cintura del griego y continuó un vaivén salvaje.

–Dendro, hazlo dentro. – susurró el francés.

Milo estaba al límite, sentía aquel cosquilleo que anunciaba su glorioso orgasmo, con la respiración entre cortada continuó, hasta que lo dejo salir, el líquido caliente y espeso de Milo se aferraba por las entrañas de Camus, tal y como éste había pedido.
Juntó su frente con la de Camus y cerró los ojos, sintió las manos del otro acariciarle las mejillas y sonrió ante su tacto.

–¿Esto fue real?– preguntó confundido el oji escarlata.

–Muy real Camie.– le susurró y abriendo los ojos contempló al hermoso ser que tenía debajo.

–Pensé que me odiabas.

–Jamás lo he hecho, yo sólo quería protegerte. – le explicó acariciando su cabello.

–Pero me trataste como una pieza de juego. – estaba herido por eso y sus palabras lo demostraron. Milo negó con la cabeza, acababa de hacerle el amor y aun no le creía, su Camie no había cambiado ni una pizca de su ser.

–¿Cuál es la pieza más importante en el ajedrez?

–El rey, pero eso que...– lo entendió, él era esa pieza importante que el rubio defendería hasta el final, se sintió tan tonto de crear una tormenta en un vaso se agua pero la culpa no era suya, era de aquel rubio por no dejar las cosas claras desde el principio, se sintió tan mal por haberse acostado con aquel sujeto, tanto que la segunda vez que lo quiso hacer suyo sintió escozor, pero ahora quien lo había hecho suyo había sido el amor de su vida, aquel con el que pasaría toda su vida enlazado, sonrió  con pequeñas lágrimas de felicidad en sus ojos y clavó sus rubíes en las gemas del griego.– No sabes cuanto te he extrañado.

–Y tú no sabes cuanto te he necesitado.

Juntaron sus labios de nueva cuenta, aquel contacto sellaba su compromiso y sacaba a flote las emociones atrapadas en los corazones de los dos, se amaban y eso nadie lo podía discutir, ahora todo aclarado solo debían ser pacientes, Milo le daría un golpe bajo a Kanon y lo haría pagar por tantos años lejos de Camus, de su verdadero Camus y no de ese impostor que lo único que consiguió fue hacerles daño y que se amaran más de lo que ya hacían.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top