Capítulo 4: Recuerdos
Transcurrían los días y nuestra etapa de estudiantes de preparatoria estaba llegando a su fin. Algunos chicos estaban tan emocionados que ya no querían saber nada más. Otros eran invadidos por la melancolía de saber que dejarían para siempre el lugar donde tantas alegrías compartieron juntos. Los días se volvían cada vez más cortos, los atardeceres más intensos; la hora estaba próxima.
Julie, evidentemente se ha dado cuenta de la relación de Emily con su hermano y notaba lo extraño que yo me comportaba, desde luego ella notó que eso me afectó en gran parte a mí. Era un día nublado y yo me encontraba ordenando mi casillero. Parecía que en todos los meses que lo tuve nunca lo aseé.
—¡Hola Zack!
—¡Hola Julie, que sorpresa! - Respondí colocando mi mochila en mi espalda.
— ¿Cómo estás? ¡Te he visto muy distante estos últimos días!
— ¡Estoy muy bien! ¿De verdad me has notado así?
— ¡Claro que sí, y creo saber a qué se debe! ¡Pero... no te enojes con mi hermano, ya sabes cómo es! — agrega Julie.
¡Wooow! En realidad me sorprendió ese comentario de Julie. Ni siquiera yo estaba muy seguro de lo que me ocurría mientras ella ya lo daba por hecho. Así que tragué saliva y respondí:
—¡No estoy enojado con Michael, estoy enojado conmigo mismo!
— ¡Sé cómo te sientes! ¡También me ha pasado eso!
— ¡Mi impotencia me tiene así! ¡No tengo ningún rencor contra Michael, él fue más atento y tuvo la destreza de conquistarla, algo que definitivamente le faltó a mi persona!
Con esas palabras dejé muy claro lo que sentía en ese momento. Desde esa vez Julie empezó a tener más cercanía conmigo. Se convirtió en la hermana mayor que nunca tuve y que me habría gustado tener. En todos estos años que llevo de conocerla jamás le tuve tanta confianza. Su personalidad me hacía tenerle un poco de miedo. Pero definitivamente viví equivocado todo este tiempo ya que ella era una gran persona y ahora una gran amiga.
Todos los días en el patio de la escuela yo me sentaba en las bancas con nada más que un carboncillo y unas hojas de papel. Trazaba líneas las cuales a primera vista parecían nada más que garabatos sin ninguna gracia, pero al terminar, se convertían en excelentes dibujos. Claro, eso para mi gusto, aunque en la clase siempre recibí buenas críticas de mis compañeros e incluso una que otra de algún profesor acerca de mis chispazos artísticos. Mi amor por el arte siempre estuvo firme. La inspiración llegaba a mí con nada más ver las nubes en el cielo. Más de otro suspiro salía a flote con eso.
En el salón de clases, yo era el primero en estar presente siempre en medio de la fila. Jamás me gustó estar al frente, ni hasta atrás. Para ser un nerd, eso era algo diferente.
—¡Qué pasa hermano! Siempre madrugando ¿Cierto?
Michael llegó temprano ese día. Algo que no era muy frecuente viniendo de su persona. A los segundos de esa tan sonora exclamación entra Clayton y Jacoby, tal como si fuera planeada la reunión entre los cuatro.
— ¡Vaya! ¡Miren quién se deja ver! — Exclama Jacoby en son de chiste refiriéndose a Michael.
Las risas e impertinencias se hacían presentes sin esperar.
—¿Qué pasó Michael? ¿Ya te perdimos? — Cuestionó Jacoby
Eso a Michael únicamente le causa gracia...
—¿Cómo van a creer? ¡Los amigos son primero!
—¡Bien dicho! Porque nos vamos a graduar pero este viaje debe seguir —Menciona Clayton rodeándonos con los brazos.
La hermandad que nos unía era evidente. La amistad incondicional se iba a respetar hasta el fin de los días, tal como si hubiésemos hecho un pacto de sangre.
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Por su parte, Emily era en ese momento la mujer más feliz del mundo. Al parecer, nada podía opacar el gran momento que vivía. Se sentía querida, amada, respetada y sobre todo muy segura de sí misma. Sin duda había encontrado el amor verdadero con el joven de los Burgesandler. Ella, así como Michael, también tenía un fuerte pacto con sus amigas, de tal manera que nada le ocurría sin que ellas lo supieran. Anabelle, Isabel y Rachel estaban siempre muy al pendiente de Emily; Julie también formaba parte del grupo pero no era tan allegada con ellas. Las demás chicas se preocupaban mucho por ella ya que llevaban mucho tiempo de conocerla y después de la muerte de su padre jamás la habían visto ser la misma chica alegre que acostumbraba ser antes de que esa tragedia ocurriera.
Emily nació en el seno de la pareja compuesta por Margareth Bard y Gregor McFarlane. Más consentida no pudo haber sido un ser humano en este mundo, a como lo fue ella. Ella era la luz y la razón de vivir de sus padres. Su belleza la caracterizó siempre; su piel nívea, sus ojos color miel y su cabello espeso y ondulado. De niña amaba pasar los fines de semana completos al lado de sus padres. Gregor la llevaba a ella y a su esposa Margareth al campo a tomar aire fresco. A caminar cargando a Emily en sus hombros, alimentar a las aves y lo más importante, a hacer su respectivo día de campo.
Margareth se encargaba de buscar el árbol más frondoso, luego colocaba bajo el mismo y sobre el pasto una sábana donde se acostaban los tres a contar las anécdotas de la semana. Gregor sacaba de la canasta los bocadillos que Margareth preparaba y con un grito llamaba a comer a Emily que se encontraba explorando alrededor de la reserva.
Juntos terminaban de comer e inmediatamente un profundo sueño los invadía y dormían la respectiva siesta bajo el árbol que ondeaba sacudido por el fresco viento de la tarde. Así como toda una familia, Emily se quedaba dormida en medio de sus padres y entrelazando su brazo con el de Gregor, su padre. Era así como la familia McFarlane pasaba momentos inolvidables. En casa, todos los días al llegar las 6:00 pm, Emily sabía que su padre estaba próximo a llegar a casa después de un ajetreado día de trabajo; esperaba a que cruzara la puerta, corría hacia él estirando los brazos y dando un salto Gregor la recibía con un fuerte abrazo. A él se le olvidaban todos los problemas que cualquier padre de familia pudiese cargar con el hecho de abrazar a su hija y oler su cabello por unos segundos.
—¿Cómo te fue hoy papi? - era la pregunta que hacía siempre Emily. Nunca perdía detalle con eso, era su padre el motivo de toda su alegría; y por consecuente, Emily era el mayor orgullo para su padre, Gregor.
Naturalmente, su madre, Margareth, no era despreciada por ese motivo ya que todo el día Emily pasaba a su lado, exceptuando cuando la niña se iba a la escuela. Con su cabello hecho una trenza, sus pestañas largas, sus ojos grandes, sus mejillas rosas, su uniforme reluciente, su mochila en la espalda y su lonchera en la mano; Emily caminaba hacia la escuela al lado de su madre para recibir sus clases y deslumbrar siempre a sus maestros con su alto intelecto. Desde niña, Emily se ha caracterizado por eso.
Fue en la escuela donde se hizo muy amiga de otras niñas, estas niñas que se volvieron como hermanas de Emily. Las niñas eran efectivamente la pequeña Anabelle Collins, Rachel Getz y la siempre tímida Isabel Moore. Fue mucho más adelante, cuando ya eran unas adolescentes cuando conocieron a Julie Burgesandler. Su amistad llegó a tal grado que las madres de cada una de ellas se hicieron amigas también. Hacían juntas en las casas de cada una y se reunían a conversar cosas de absoluta incumbencia de mujeres.
Las niñas muy amigas jugaban de todo juntas, vestían a sus muñecas y se divertían con lo clásico, servir el té. Emily era la niña más feliz del mundo, nada le hacía falta, tenía dos padres maravillosos y estaba rodeada por la mejor amistad que podía existir.
Todo parecía ser miel y alegría en el seno de la familia McFarlane. Hasta que una noche lluviosa, extrañadas por la tardanza del hombre de la casa, Margareth recibe una llamada en la cual se le informaba que su esposo, había sufrido un accidente fatal en la carretera principal que conduce hacia Allentown. Gregor McFarlane conducía hacia su hogar cuando fue investido por un camión que al parecer, había perdido el control por lo resbaladizo del asfalto causándole la muerte instantánea. Margareth junto con Emily se dirigieron al lugar de los hechos para nada más comprobar que efectivamente Gregor no regresaría más a casa.
Desde ese día, algo se apagó dentro de Emily; la llama de la felicidad estaba extinta. La niña de 8 años ya nunca volvió a ser la misma. Fueron noches de tristeza y lágrimas las que vivieron madre e hija después de la tragedia ocurrida. Nadie se imaginaría nunca que una niña tan simpática y risueña iba a ser consumida de esa manera por la tristeza. Emily ya no quería ir a la escuela, su madre Margareth trataba siempre de animarla y ella nunca mostraba estar triste cuando estaba frente a Emily. Las otras niñas Anabelle, Isabel y Rachel trataban de que se olvidara de su tristeza, algo que al principio parecía inútil, ya que el recuerdo de su padre la perseguía hasta en sus más profundos sueños. Emily amaba a su padre más que a nada en el mundo, y éste, se había ido para siempre sin despedirse.
Es por eso, que Emily también se ha caracterizado por ser una chica tranquila, reservada y no convivía mucho con personas que no fueran allegadas a ella.
De esta forma, sus amigas, Anabelle, Isabel y Rachel se sienten felices por ella al ver que sus ojos se han iluminado nuevamente al haber conocido a Michael. Han notado que Emily se ha llenado de alegría y evidentemente eso les da gusto a todas.
Margareth por su parte, 7 años después de la muerte de su esposo Gregor, conoció a un hombre noble por excelencia. Éste hombre era Richard Heilman, un arquitecto de profesión el cual conoció a Margareth y se convirtió en su nuevo consuelo.
Obviamente el vacío que dejó Gregor sería imposible de llenar, tanto para Margareth como para Emily.
Emily nunca vería en Richard a un nuevo padre, pero le daba gusto por su madre, ya que de esta forma no iba a sentirse sola. Richard siempre fue muy atento con ella y trataba de consentirla de toda manera posible para quedar bien. Ella nunca mostró una mala actitud frente a él, lo respetaba tanto como a su madre Margareth y fue así como ahora Emily vive bajo el cuidado de su madre y su padrastro.
En el lado sentimental y del amor, Emily nunca antes se había enamorado. Nunca había conocido a un chico que la hiciera sentir así de especial como lo había hecho ya Michael. Pero, a pesar de la confianza que la unía con su madre, no la había puesto al tanto de que Michael la había cautivado. Todo lo que respecta a ese tema, lo comentaba únicamente con sus amigas. Las cuatro chicas pasaban horas conversando sus asuntos.
–¡Emily! ¿Cómo van las cosas con Michael? — preguntaba la siempre curiosa Anabelle.
—¡Siiiii, cuéntanos, es bastante guapo! — agregaba Rachel.
Emily dejando atrás su timidez respondía
—¡Parece que todo va bien, él es muy lindo conmigo! — después de esto sonreía de inmediato.
— ¡Qué bien Emily! ¡Definitivamente le tienes que corresponder, amiga! —exclamaba Rachel.
Ellas alentaban a Emily para que fuera así de linda con Michael, tal y como él lo era con ella. Al llegar la tarde, Emily se dirigía a su casa luego de su ya tradicional junta de amigas. Culminaba el día yendo a su casa y sentándose a la mesa con su madre Margareth y con Richard, su padrastro.
Al notar cada día la expresión de felicidad y conformismo que rodeaba a Emily, su madre sentía gusto y preguntaba
—¡Hija! ¿Cómo te fue hoy? ¡Te he notado diferente estos días!
Abriendo más los ojos y comprometida con la pregunta Emily respondía
—¿Diferente? ¿Cómo, mamá?
— ¡Es la misma cara que ponía yo cuando tenía una cita con tu padre! ¿A caso hay un chico en tu escuela que te guste?
— Eeehh ¡No mamá, no es eso! ¡Y si lo fuera, no me quiero ilusionar! — respondió Emily.
— ¡Vamos hija! ¡Eso es normal... tarde o temprano el día en que te enamores tiene que llegar, ya eres toda una mujer! — agregó Margareth.
Emily se quedó pensativa un instante y luego respondió
—¡Ya que lo dices mamá! ¡En la escuela sí hay un chico que conocí, y que es bastante lindo conmigo! ¡Pero... no estaba segura si corresponderle o no!
— ¡Eso me da mucho gusto hija! — responde Margareth — ¡Dale su lugar y si sientes que es el chico de tus sueños, correspóndele! — agrega.
De esta forma continuaron la conversación de madre a hija. Emily había compartido ya la noticia de que había conocido a Michael, y que ella se sentía atraído por el joven. Las palabras de su madre Margareth eran las mismas que las de sus amigas. Todo parecía indicar que su obligación era corresponderle de la misma manera a Michael. Los dos chicos vivían enamorados mutuamente y parecía no haber obstáculos para que se consumara la relación y fuera un hecho.
Evidentemente Emily no estaba segura de ello, debido a que nunca antes se había enamorado y no le gustaría pasar únicamente por una desilusión. Eso era lo que agobiaba a la chica. Pero muy en el fondo sabía que Michael era incapaz de jugar con ella. En el poco tiempo que llevaban de conocerse había notado que él le demostraba su cariño a cada minuto, que sus intenciones eran de consentirla, amarla y sobre todo de cuidarla siempre. Emily, al parecer, encontró con Michael el amor verdadero; lo que toda mujer desea sentir en un hombre, esa confianza, esa seguridad y sobre todo, ese cariño incondicional.
Por consecuente, Michael se sentía más que atraído por Emily. Un tipo como él se sentía seguro de sí mismo, nunca tímido, siempre optimista y con la mejor carta de presentación; la mejor sonrisa dibujada en su rostro. Un chico siempre abierto y con todos los recursos posibles para seducir a cualquier mujer que en su camino esté. Sin embargo, había encontrado en Emily algo tan especial que en ninguna otra chica podría encontrar, algo que lo atrajo por completo desde la primera conversación, desde el primer "Hola". Con citas a escondidas, los dos jóvenes compartían gratos momentos juntos. Momentos que imposibles eran de olvidar después. Definitivamente, el amor había surgido entre los dos.
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