Capítulo 18
Recuerden que el libro de Liana y Andrei ya está disponible en booknet. Ahí se explica todo el contexto de su traición e infidelidad. Hay mucho drama como les gusta. Se llama Imperio De Mentiras. Mi usuario es Jessica Rivas.
Gian
Sus ojos se iluminaron cuando las palabras abandonaron mis labios y volvimos a besarnos por prolongados minutos. Nara terminó sentada en mi regazo, enredando los dedos en mi cabello mientras los míos recorrían su espalda. Tina había regresado con la comida, pero no tuvo más opciones que retirarse cuando nos vio en un momento acalorado.
―¿Qué hay ahí atrás? ―Los ojos de Nara se desviaron al pasillo detrás de mi espalda y frunció el ceño con curiosidad.
Puse un mechón de pelo detrás de su oreja.
―La habitación privada.
―Oh ―murmuró, jugueteando con el cuello de mi camiseta.
Sabía lo que estaba pasando por su mente curiosa. Probablemente se hacía ideas sobre Tina y yo. Tal vez pensaba que había follado a mi azafata en esa cama, pero en realidad lo habíamos hecho en el baño. Fue rápido, nada memorable. Aunque Nara no tenía que estar al tanto de esos detalles.
―¿Qué hacías? ―pregunté, echándole un vistazo a su Tablet.
Me sonrió.
―Repasando las preguntas que tengo para Jean Bernoit y publicando una nueva entrada en mis redes sociales sobre mi viaje a París. ¿Te incomoda?
―En absoluto, cariño.
―Gracias―Regresó a su asiento.
Capturó varias fotografías de las nubes y lo publicó en sus redes sociales. También selfies de ella en el asiento del Jet. Me entrometí en su historia, guiñándole un ojo a la cámara y Nara estalló en risitas. Pasamos el resto del viaje grabando un par de vídeos que ella compartió en su cuenta de TikTok con mi aprobación. Las reacciones no tardaron en llegar. La mayoría eran halagos por parte de las chicas.
Dos horas después, el piloto nos informó que estábamos a punto de descender en el aeropuerto. Nara aseguró su cinturón de seguridad. La sacudida de las ruedas al chocar contra la pista la sobresaltó y le apreté la mano para hacerle saber que estaba segura. Me dio una sonrisa de agradecimiento tan genuina que me apretó el pecho.
―Ya llegamos ―dije―. Tranquila.
Tomó una respiración profunda.
―Te advertí que no he viajado desde que era una niña y olvidé esta sensación.
―No pasa nada.
Cuando el Jet se detuvo en la terminal, le ayudé a desabrocharse el cinturón y luego bajamos para dirigirnos al hotel de cinco estrellas que había reservado. Nara se despidió de Tina que forzó una sonrisa antipática. Me molestó su actitud. Este sería su último día trabajando conmigo. No quería en mi equipo a personas como ella. La falta de profesionalidad era mi culpa, pero no toleraría sus groserías a mi chica.
Acomodaron nuestras maletas en el baúl de la limusina. Roberto nos abrió la puerta, sonriéndonos con amabilidad. Necesitaba un conductor designado. Nara y yo no tendríamos un descanso las siguientes horas.
Abrí una botella de agua mientras el auto se puso en marcha, sacándonos del aeropuerto para llevarnos a la autopista. Nara mantuvo su atención en la ventana, sus ojos marrones iluminándose ante el paisaje de París. Yo no podía dejar de mirarla a ella. Se veía tan hermosa y relajada.
―Te prometo que daremos un paseo por la ciudad.
Se giró a verme con una sonrisa dulce.
―Eso sería fantástico. Me encanta el turismo.
―Cualquier cosa que te haga feliz ―susurré.
No recordaba la última vez que había disfrutado mi estadía en una ciudad que no fuera Palermo. Mis viajes para la corporación normalmente consistían en reuniones en una sala de juntas y hoteles. Pocas veces me daba el lujo de explorar, pero por Nara haría una excepción. Valdría la pena ver esa expresión ilusionada.
Pasamos por El Arco Del Triunfo, los Campos Elíseos y luego entramos al garaje privado del hotel Four Seasons. Había solicitado para ambos una suite presidencial, habitaciones contiguas. Roberto nos ayudó con las maletas mientras anuncié nuestra llegada a recepción y subimos al ascensor. Nara se mordió el labio en un gesto nervioso.
―¿Qué sucede? ―inquirí.
Apartó un mechón de pelo lejos de su rostro con un resoplido. Un gesto adorable que me hizo sonreír.
―Me da miedo no estar a la altura.
―Lo harás genial ―afirmé―. Estás lista para el desafío, Nara. Eres una de las mejores periodistas de Palermo.
Alzó una ceja.
―¿Alguna vez has leído una de mis columnas?
―¿Todas las acusaciones de corrupción que le has hecho al gobernador? ―Me burlé―. Efectivamente, sí.
Sus ojos se ampliaron.
―Oh, Dios, lo hiciste.
―Tu narración es muy fluida y tienes una gran habilidad para convencer a los lectores.
―De Rosa creía lo mismo ―Puso los ojos en blanco―. Estaba convencido de que mi inofensiva crítica arruinaría el gobierno de Adriano Ferraro así que me exigió que me detuviera o habría consecuencias.
Apreté la mandíbula, sabiendo exactamente a qué tipo de consecuencias se refería. Mi relación con el gobernador de Palermo era pacífica. Él no se metía en mis asuntos y yo le cubría las espaldas. Pero si mi chica quería despotricar en su contra nadie la detendría.
―Ya no trabajas para De Rosa. Eres libre de escribir la opinión que quieras.
―Lo sé ―sonrió―. Pero estamos hablando del gobernador. De Rosa me aseguró que podía destruir mi carrera y me cerraría muchas puertas si no era discreta con ciertas opiniones.
―No dijiste nada malo, Nara.
―¿Solo que está relacionado con La Cosa Nostra y que gracias a él la delincuencia aumentó en Palermo? Exactamente.
Me mordí el labio para suprimir la sonrisa burlona. Adriano Ferraro no era ningún santo, pero el único responsable de que las calles de Palermo estuvieran manchadas de sangre era yo. El gobernador solo era un peón que seguía órdenes. Le convenía tener a la mafia de su lado para ser beneficiado.
―Trabajas para mí ahora ―aseguré―. Eres intocable.
Me miró a través de sus gruesas pestañas oscuras.
―¿Tú quién eres además de director general?
No pude evitarlo. Me reí a carcajadas. Sabía que se estaba cuestionando la magnitud de mi poder. Incluso consideraba tomarle la palabra a su mejor amigo y aceptar que yo era el bastardo más peligroso de Italia.
―El hombre que se muere por besarte de nuevo ―Apoyé su cuerpo contra la pared del ascensor y la acorralé con mis brazos. Nara contuvo el aliento mientras nuestros labios conectaban con lentitud. Era una distracción para desviar sus preguntas.
Algún día le diría la verdad. Le mostraría mi parte oscura. Solo esperaba que me aceptara a pesar de mis defectos. Me tensé ante el pensamiento y presioné nuestras frentes. Ese tema me preocupaba muchísimo. Yo conocía su pasado. Ella huía de la mafia que mató a su madre. Me aterraba ser un doloroso recordatorio de todo lo malo que había arruinado su infancia.
―¿Gian?
Llegamos al piso más alto y las puertas del ascensor se abrieron. Nara frunció el ceño mientras me apartaba.
―Ambos necesitamos tomarnos un descanso antes de la reunión ―dije, soltando el aliento que estaba conteniendo.
Me dio una expresión confundida y me odié por ello. Lo que menos quería era hacerla sentir insegura.
―Ha sido un viaje agotador y todavía tenemos muchos asuntos pendientes ―concordó, forzando una sonrisa―. Yo me daré un baño y tomaré una siesta.
Le entregué su tarjeta de acceso mientras avanzamos por los largos pasillos. Miramos las dos puertas de ébano una frente a la otra.
―Estoy a un centímetro y a tu disposición en caso de que precises algo ―Le acaricié la mejilla―. No dudes en llamarme y vendré corriendo a ti.
Sonrió.
―Es muy amable de tu parte, pero estaré bien. Nos vemos después.
Asentí.
―Te veo luego.
Me dio la espalda para entrar a su propia habitación. Mis ojos se desviaron al balanceo de sus caderas mientras caminaba. Notó que la seguía mirando porque me echó un vistazo sobre su hombro y resopló. Levanté las manos en alto. Atrapado.
―Pervertido ―dijo y pasó la tarjeta por la cerradura electrónica y cerró la puerta en mi cara.
Todavía estaba sonriendo cuando ingresé a mi habitación y me aflojé la corbata. Tenía ganas de inclinarla sobre un escritorio y follarla duro, pero le di mi palabra de que haría las cosas bien con ella. El momento en mi auto pasó por mi mente. Nara sentada en mi regazo, mi excitación reflejada en sus ojos marrones, sus labios hinchados y sus pechos agitándose por la falta de aliento. Me froté el rostro e imaginé a mis manos explorando cada centímetro de su hermoso cuerpo desnudo.
Me desplomé en el sofá con la piel caliente. La necesitaba a ella. No recuerdos o fantasías. Mierda... La siguiente hora me quedé dormido y solo desperté cuando mi celular empezó a sonar. Tenía un correo de Jean confirmando nuestra reunión en el restaurante para la cena y un mensaje de voz de Luciano.
―Espero que hayas tenido un buen viaje, hermano. Quería recordarte que esta noche transportarán más mercancías a Ottawa. Será un operativo difícil, pero iré con nuestros hombres para asegurarme de que todo marche bien. Otros soldados custodiarán el laboratorio. No te preocupes. Disfruta tu viaje con tu chica.
Suspiré y aventé el celular en la mesita. Nadie era más inseguro que Luciano cuando se trataba de producir y comerciar nuestras mercancías. La última vez que no estuvo presente en un operativo mataron al químico estrella y robaron la fórmula. Pero no fue su culpa. Solo había una responsable.
Abrí la nevera y agarré otra botella de agua para beber. Me odié por rememorar esa estupidez. Ella ya no tenía lugar en mi vida o en mis pensamientos. Ella no valía la pena.
🌸
Nara
Paseé por los alrededores del hotel durante una hora y acepté el servicio de consejería que me ayudó a planificar el turismo que haría con Gian mañana. Me ilusionaba muchísimo explorar Los Campos Elíseos. Había capturado más de cien fotografías y las compartí con mi nonna. Thomas respondió mi historia de Instagram, deseándome ratos agradables. No sabía qué pensar de él. Un día soportaba su presencia y otras apenas lo toleraba.
A las seis de la tarde, terminé de bañarme y arreglarme. Me miré de nuevo en el espejo y alisé la tela del vestido de terciopelo negro con mangas largas. Recé para que encajara con la ocasión. Gian y yo nos veríamos en el vestíbulo del hotel. Las mariposas se sacudieron en mi estómago mientras me pintaba los labios. Me repetí que no debería acostumbrarme a esto. Lo nuestro no era nada serio. Solo era su secretaria y su falsa novia para mantener las apariencias ante su padre.
Cuanto más me recordaba mi verdadero papel, más crecía el nudo en mi garganta. Pero él había dicho que yo no era ningún juego. Odiaba estos pensamientos contradictorios. Me negué a atormentarme así recogí mi bolso y me marché. Me quedé cerca del restaurante esperando a Gian. Solo tuve un momento para apreciar la enorme fuente de agua en el centro del espacio abierto antes de verlo caminar hacia mí.
Oh, Dios... Un escalofrío involuntario me recorrió la espalda. Nunca superaría verlo vestido en sus trajes de Tom Ford. Su mirada recorrió desde mis tacones hasta que esos ojos grises pálidos chocaron con los míos. Una sonrisa arrogante se dibujó en sus labios. La misma sonrisa que me encantaba.
—¿Has esperado mucho por mí?
—Solo unos minutos —respondí nerviosa y a la vez emocionada. Le ofrecí un pequeño giro y le guiñé un ojo—. ¿Qué tal? Dime que me veo bien para la ocasión. Estaba insegura con el vestido, Kiara me juró que era perfecto...
No contestó e hice contacto visual con él, preocupada de no contar con su aprobación. En lugar de eso, lo sorprendí mirando fijamente mis labios húmedos. El labial era de color merlot. Apropiado y reservado, sin embargo, Gian me observaba como si estuviera hambriento.
—Kiara tiene razón—masculló con otra sonrisa brillante. Me quedé atónita al ver sus hoyuelos, pero logré encontrar las palabras y fingí la confianza que no tenía.
—De acuerdo. Espero que a Jean no le importe mis preguntas.
—Lo dudo, preciosa. Tú has las preguntas que quieras.
Avanzamos hacia el restaurante del hotel, el maître nos acompañó hasta nuestra mesa reservada. Allí ya estaba un hombre esperándonos. Supuse que era Jean Bernoit. Se puso de pie inmediatamente al notarnos y le estrechó la mano a Gian muy entusiasmado. Era alto, de cabello castaño y ojos avellana. Tenía un traje blanco con un pañuelo rojo alrededor del cuello.
—Gian Vitale, es un placer verte —dijo en un fluido italiano, sorprendentemente bueno.
Yo no dominaba a la perfección el francés, pero podría desenvolverme con el idioma y agradecí a mis padres por obligarme a aprender cuando era una niña.
—Merci beaucoup—contestó Gian y me puso una mano en el hombro—. Ella es Nara Lombardi, mi secretaria.
Me aclaré la garganta sutilmente y Jean me sonrió, dándome un beso breve en la mejilla. Estaba demasiado centrado en mi jefe como para notarme. Señaló las sillas libres y me senté al lado de Gian. Una bonita camarera se acercó a tomar nuestros pedidos. Ordené canapés y una copa de Montrachet 1962. Gian prefirió caviar y agua. Me sentí fuera de lugar con mi vino.
—Entonces, Jean, veo que estás en problemas —masculló Gian—. Tu inocencia ha sido demostrada, pero tu empresa entró en crisis después de la auditoria.
—Oui. Une tragédie. —El francés se tocó el pecho—. En esta situación lo más apropiado es vender la empresa que tantos años me costó construir, pero la mayoría ofrecen un costo ofensivamente bajo. La tuya fue muy considerada, Gian. No me sentí como una mercancía barata y de mal gusto.
Le di una mordida al canapé, sin pasar por alto sus ojos de cachorro a mi jefe. Oh, ahora entendía su desdén a mi presencia. El hombre era gay. Maldita sea. ¿Ahora tenía que competir con el sexo opuesto por la atención de Gian?
Me aferré a mi pequeño bolso y me hundí en mi asiento. Ahora ya no me sentía tan segura de hacerle preguntas. Durante años había soñado con mi propia línea de ropa y encontrarme cara a cara con un reconocido diseñador francés era alentador. Al parecer él no compartía el mismo entusiasmo por conocerme.
Los escuché conversar sobre la industria de la moda. La razón por la que Gian estaba interesado en comprar su empresa en bancarrota. Estaban tan absortos en el otro que quise huir. Jean miraba a Gian con ojos brillantes y le tocó la mano con una especie de afecto. Hablaban como si conocieran de toda la vida.
Un trago de vino se convirtió en cuatro y de repente ya no pude soportarlo. Ofrecí una disculpa para retirarme al baño. No debería molestarme. No era profesional de mi parte. Este viaje se trataba de Gian y sus negocios. Él lo dijo. Yo era su secretaria.
Después de hacer mis necesidades, me lavé las manos y me contemplé en el espejo. Cuando entrevisté a Gian él no dio muchos detalles de su vida sexual, aunque analizando sus interacciones con hombres y mujeres era muy obvio que tuvo experiencias con ambos.
Basta, Nara. No puedes sentirte celosa de cualquier persona que respire en su dirección. Es ridículo.
Terminé de retocar mi maquillaje y abandoné el baño. Ahogué un grito cuando choqué con la figura de Gian recostado contra el marco de la puerta. Estaba cruzado de brazos, sonriéndome. Se había aflojado la corbata y los primeros tres botones de su camisa estaban desabrochados.
—Es el baño de damas por si no te has dado cuenta —dije, tratando de pasar por su lado.
Pero él continuó obstruyendo mi camino, mirándome con la ceja alzada.
—Jean escuchará tus preguntas.
Me encogí de hombros.
—Ya no importa. No aportarán nada de todos modos.
Algo oscuro y primario cruzó sus ojos grises. Miró mi rostro de cerca con detenimiento.
—Claro que importa, cariño. ¿Qué ocurre?
—Tus ideas han sido geniales. Ten por seguro que va a venderte la empresa.
—Eso no es lo que pregunté. Dime qué anda mal.
Apreté los labios con irritación.
—Solo regresemos con él y terminemos con esto.
Me aprisionó con su cuerpo, poniendo una palma encima de mi cabeza.
—Estás celosa —Se mordió el labio, conteniendo la sonrisa.
—¿Yo celosa? ¿Por qué razón? Suena ridículo.
—Vamos, Nara, actuaste del mismo modo con la azafata y ahora Jean.
Mi rostro ardió por la indignación.
—Es sumamente molesto que todos ellos actúen como si yo no existiera. Ahora no me niegues que te follaste a esa azafata.
Empezó a reírse fuerte y alto lo que me irritó aún más. Lo empujé, escapando de su alcance, pero él volvió a atraparme y me abrazó desde atrás.
—Estás celosa —repitió.
—Oh, cállate.
Su boca encontró la piel sensible de mi oreja y me estremecí de placer. Era tan fácil cuando se trataba de este hombre. No culpaba a la azafata o al idiota de Jean por mirarlo. Gian era devastadoramente hermoso.
—No me importa Tina o Jean. No me importa nadie excepto tú, Nara―Su fuerte suspiro me alborotó el cabello―. ¿Sabes qué? Al diablo con él.
Lo miré por encima del hombro, con el ceño fruncido.
―¿De qué estás hablando?
―No compraré su empresa ni haré tratos en el futuro.
La tensión se apoderó de mi cuerpo y retrocedí con los ojos bien abiertos. Las mujeres que entraban al baño le dieron una mirada horrorizada a Gian así que tuve que alejarlo antes de que llamaran a seguridad. Nos detuvimos en un pasillo cubierto de esculturas y plantas.
―Dime que no estás hablando en serio. Dime que este viaje no será en vano por mi culpa.
―Cariño, tengo mucho dinero. La empresa de Jean no me beneficia ni me afecta. Era una pequeña inversión, nada más.
―Pero no puedes descartarlo solo por mí.
―Sí puedo y lo haré. Te dije que eres importante. Tu presencia y tu opinión son importantes. Me aseguraré de recordárselo al próximo imbécil que te ofenda. Nadie volverá a hacerte sentir incómoda.
Estaba muda. Realmente estaba decidido a meterse entre mis piernas o simplemente me daba el respeto qué merecía. No sabía qué pensar.
―Estás loco. Soy tu secretaria, lo que tenemos ni siquiera es real.
Su habitual tranquilidad se desvaneció y la ira transformó sus facciones.
―¿No es real? ¿En serio, Nara? ¿Qué hay de nuestro beso? ¿También te pareció falso? Porque estoy bastante seguro de que gemiste mi nombre mientras tu cuerpo me suplicaba por más. ¿Eso también lo imaginé?
―Yo...
Dio marcha atrás, pasándose una mano por el pelo.
―Te dije que no eres un juego para mí.
―No estoy acostumbrada a lo que representas. Todos quieren una parte de ti, Gian. No soporto la idea de compartir o competir por tu atención.
Se rió con incredulidad.
―No tienes competencia. Mierda... ―Hizo una pausa―. Nadie se acercará nunca a todas las emociones que tú me provocas. Te contraté como mi secretaria porque te necesito cerca desesperadamente y la propuesta de ser mi falsa novia era otra excusa para conquistarte. No he podido olvidar tu aroma y el sabor de tus labios. La mayor parte del tiempo solo pienso en lo bien que se sentirá tenerte desnuda en mis brazos. Ni siquiera puedo dormir ante el recuerdo de tus gemidos. Todavía puedo escucharlos, Nara. Me torturas día y noche.
El calor se acumuló en mi vientre y se extendió hacia fuera. Mi garganta estaba seca, mi respiración entrecortada.
―Gian... ―Mi voz era un susurro estrangulado.
Me dio un beso suave en la boca, mi cuerpo se derritió contra él.
―Ahora mismo mandaré a la mierda a Jean Bernoit y te llevaré a mi habitación para demostrarte lo obsesionado que estoy contigo, amor.
🌸
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