Capítulo 17
Nara
El auto deportivo de Gian se detuvo frente a mi casa. Su mano acarició mi muslo el resto del viaje y todo lo que podía pensar era en el sabor de sus labios. Rompí la regla principal que había estipulado en nuestro acuerdo.
Sin lengua...
Y fue lo primero que disfruté cuando nos besamos.
La llovizna era ligera, el limpiaparabrisas despejaba la vista y el viejo farol iluminaba la calle. La tormenta había oscurecido el cielo. Probablemente mis nonnos estaban preocupados. Me quité el cinturón de seguridad y miré a Gian. Tenía una sonrisa en los labios. Se veía feliz y relajado.
―Bueno, gracias por traerme. Ha sido un día agradable ―dije, sonando nerviosa.
Dios... era tan torpe. ¿Qué más podía decirle? ¿Agradecerle por el fantástico beso que compartimos? Era estúpido compararlo con mis otras relaciones, pero nunca un hombre me había hecho sentir así. Cómo si estuviera ardiendo y no pudiera respirar. La forma en que me miraba despertaba mi confianza. A su lado era valiente y atrevida.
―Estoy deseando volver a verte―respondió, pasando sus nudillos por mi mejilla. Me miró lentamente a la cara, bajó hasta mis pechos y volvió a subir―. El lunes es el día más esperado de mi vida.
Mis labios se separaron y lo miré pestañeando.
―Yo también estoy esperando que llegue ese día. Buenas noches, Gian.
Puse la mano en el pomo de la puerta, pero impidió que saliera y ordenó en voz baja:
―Ven aquí.
Solté un grito ahogado cuando me rodeó la cintura con un brazo y me empujó hacia él para que me sentara a horcajadas en su regazo. Nos reímos mientras nuestros labios se conectaban de nuevo en un beso apasionado. Mordió mi labio inferior y su lengua reclamó mi boca.
―Me vuelves loco―susurró.
Gemí suavemente mientras arrastraba las manos por mi espalda que se arqueó ante su toque y apretó mi trasero, gruñendo cuando me froté contra su erección. Demasiado pronto se echó hacia atrás con una mueca y presionó su frente en la mía.
―Te quiero desnuda, preciosa, pero si hacemos eso frente a tu casa sospecho que tu abuelo saldrá a recibirme con Gregoria.
Sacudí la cabeza con una sonrisita. Si Aurelio nos veía en esa situación, Gian no viviría otro día para contarlo. Me bajé de su regazo y me arreglé la ropa. Una vez que estuve menos agitada, lo observé. Él se pasó una mano por el pelo con un suspiro.
―¿Entonces nos vemos el lunes?
―Sí.
Asentí y abrí la puerta, pero antes de que pudiera salir, me detuvo por segunda vez.
―¿Nara?
Me giré hacia él.
―¿Sí?
―Sueña conmigo esta noche.
Sonreí.
―Lo haré. Hasta luego.
Esta vez sí permitió que saliera de su auto. Corrí rápidamente para huir de la llovizna y entré a mi casa. Gian solo arrancó cuando estuve segura. No podía dejar de sonreír incluso cuando saludé a mis abuelos que veían una vieja serie de comedia en la sala. Aurelio me estudió con los ojos entrecerrados mientras mi nonna le daba un sorbo a su chocolate y mordía una galleta.
―Mira como estás, querida―dijo mi nonna―. Ve a ponerte algo caliente para que no te enfermes.
Aurelio resopló, enfocándose de nuevo en la televisión.
―Mejor debería tomarse una ducha bien fría, Nao. Sus mejillas están rojas.
A este viejo nada se le pasaba por alto. Lo ignoré y le sonreí a mi nonna porque no planeaba hablarle de mi situación con Gian. No me expondría a su escrutinio o comentarios malintencionados. Fue un día maravilloso. Nadie lo arruinaría.
―¿Cómo estuvieron los estudios, nonna? ―me incliné y le tomé de las manos a la mujer más importante de mi vida. Me dio una sonrisa suave y besó mi frente.
―Nada de qué preocuparte, cariño. Compramos más de mis medicinas gracias a tu aporte.
Todos los días agradecía porque descubrieron a tiempo su diagnóstico. Ella odiaba las quimioterapias, pero verla tan tranquila hizo que mi corazón se calmara. Nao Lombardi era una estrella brillante que me iluminaba en mis noches más oscuras. No sobreviviría si se apagaba.
―Me pone feliz escuchar eso, nonna―besé el dorso de su mano―. Recuerda que es importante mantener la comunicación. ¿Está bien?
Si fuera por ella nunca me diría que estaba enferma. Me enteré cuando perdió el conocimiento mientras cocinábamos juntas e inmediatamente la llevé al médico que me puso al tanto de su diagnóstico. Fue el día más aterrador de mi vida.
―No hay nada que temer, cielo―dijo, acariciando mi cabeza.
Suspiré, poniéndome de pie.
―Iré a darme esa ducha porque definitivamente lo necesito―Aurelio refunfuñó, puse los ojos en blanco―. Nos vemos en la cena.
Me despedí de mis nonnos y subí las escaleras. Vi a Cleo en mi cama cuando entré a mi habitación. Me quité la ropa húmeda, deshice la coleta y fui al baño a preparar la tina. Le sonreí a mi reflejo en el agua. Dios, mío. Aurelio tenía razón. Estaba exageradamente sonrojada. Mis labios estaban hinchados y mis ojos lucían suaves, contentos. Era el efecto de Gian Vitale, ¿eh? Ese beso era el comienzo. Mi interior se calentó al imaginar lo que sucedería cuando estuviéramos solos en París.
De regreso a mi habitación, agarré la botella de vino que tenía reservado bajo mi escritorio con una copa. Cleo ronroneó, levantando sus orejitas. Ella también notaba mi estado de ánimo. Era tan obvia.
―No puedes juzgarme ―La señalé con el dedo―. Tú también lo amaste.
Terminé de quitarme la última prenda húmeda, me serví el vino, conecté los auriculares en mis oídos mientras escuchaba una canción de Taylor Swift y me metí en la tina con un suspiro de alivio. El aroma a lavanda impregnó el aire y las burbujas cubrieron el resto de mi cuerpo desnudo. Dejé la copa en el borde y revisé mi buzón.
Tenía mensajes de Thomas y Gian. Ignoré al primero, me enfoqué en el segundo.
Gian: Kiara irá a visitarte mañana para llevarte de compras. Tendrás a tu disposición una tarjeta con dinero ilimitado. El viaje durará dos días. Asistiremos a una fiesta además de la reunión con Jean Bernoit.
Le di un sorbo al vino y fruncí el ceño. Vaya, era muy considerado de su parte. Amaba mi ropa porque las hacía yo misma, pero estaba representando a su empresa y necesitaba vestirme a la altura.
Yo: Gracias por tomarte la molestia.
Gian: No es nada, amor. También quiero que te compres más de esa lencería tan bonita que llevas puesto siempre. Mi propósito es arrancártelo con los dientes.
Tragué duro y me crucé de piernas. La excitación recorrió el interior de mis muslos por su mensaje. Habíamos cruzado todos los límites con ese beso. ¿Qué tan atrevido sería si le mandaba una foto justo ahora?
Mis dedos quedaron suspendidos en la pantalla por unos segundos, pero finalmente decidí mandar al demonio el pudor y puse una pierna rodeada de burbujas en el borde de la tina y luego capturé una foto. Esperé a sentir vergüenza o arrepentimiento. Nada de eso llegó. La respuesta de Gian vino de inmediato. Era una foto de su mano sosteniendo el volante de su auto. El Rolex de oro brillaba en su muñeca.
Gian: Pensaré el resto de la noche en ti, preciosa.
Saboreé el vino tinto y cerré los ojos. Ese viaje a París sería muy intenso.
🌸
Gian
Al día siguiente me vi en la obligación de visitar a Eric, aunque lo que menos deseaba era verlo. No aprobaba a Nara desde que la presenté como mi novia. Para él ninguna mujer era digna de sus hijos excepto aquellas que consideraba conveniente.
―No entiendo cuál es el motivo de este absurdo desayuno ―protestó Luciano―. Tuve que levantarme temprano porque el viejo dijo que era un asunto urgente. Fue un horrible sacrificio dejar mi cama en mi día libre ―terminó con un bostezo poco delicado.
Yo, en cambio, no pude dormir. Nara era una de las razones, pero lidiar con el oficial Baraldi había sido agotador. Me costó convencerlo de que olvidara el asunto de Filippo y su cadáver flotando en el muelle. Fue estúpido de mi parte tentar a la suerte. Debí hacer algo mucho más limpio para pasar desapercibido. Comprar el silencio del oficial me salió caro.
―Veamos qué quiere el viejo ―murmuré con irritación y entramos a la mansión de Eric.
Fuimos recibidos por Francesco, su fiel mayordomo. Había trabajado con mi padre durante treinta largos años. Luciano solía bromear diciendo que estaba enamorado de Eric y por eso le era tan incondicional. Eso explicaría la misoginia de mi padre y su extraña aberración hacia las mujeres. Quizás estaba resentido porque nunca pudo ser feliz realmente.
―El señor Vitale los está esperando en el campo de golf ―dijo Francesco e hizo un ademán para que los siguiéramos.
Miré los cuadros familiares en las paredes a medida que caminábamos por el inmenso salón. Había una sola fotografía de mi madre en el centro. Estaba vestida de novia mientras sostenía el ramo de flores y mi padre besaba su mejilla. Mi pecho se hinchó con nostalgia. Era hermosa. Tenía el cabello rubio rizado, ojos azules y una sonrisa angelical. Se veía feliz. ¿Cómo pudo irse tan rápido?
Luciano me tocó el brazo y seguimos a Francesco al patio. Los aspersores de agua mantenían húmedo el césped bien cuidado. Eric sostenía el palo de golf mientras se enfocaba en el hoyo con mucha concentración. Era fan del deporte y se había asegurado de tener su propio campo en la casa.
―Adelante, muchachos. Únanse a su padre como en los viejos tiempos ―nos animó.
Luciano y yo compartimos una mirada curiosa, pero cada uno agarró su palo para complacer al viejo. Ajusté el gorro blanco sobre mi cabeza y me posicioné cerca de mi padre. Separé un poco las piernas, mirando la pelota.
―¿Por qué no vas al grano y nos dices qué quieres?―pregunté y golpeé la pelota que terminó a treinta metros de distancia en el campo.
Mi hermano silbó, abriendo la botella de agua que se encontraba en el carrito.
―Cuando decidí cambiar la dirección de las empresas y darles el control a mis hijos es porque confiaba en ustedes ―empezó Eric―. Sabía que podrían sacarla adelante si trabajaban en equipo.
Pellizqué el puente de mi nariz y me reí. Siempre me sorprendía su nivel de descaro. La corporación estuvo en manos de imbéciles que él consideraba competentes. No creía en sus hijos. Jamás lo hizo, aunque una parte de mí lo entendía. Yo era joven e inexperto. Luciano también. Eric prefería trabajar con hombres experimentados en la industria.
Pero grande fue la decepción cuando esos mismos hombres casi nos dejaron en la ruina y fue mi momento para demostrar mi capacidad. Cerré nuevos acuerdos, vendí acciones que ya no nos favorecían y puse el alma en nuestras empresas. Luciano me acompañó todo el tiempo, siendo la mano derecha que necesitaba. Eric miraba desde las sombras sin mover un solo dedo.
―No logramos nada con tu ayuda ―dije, apretando el palo de golf―. Tu estilo siempre ha sido pegarte como un parásito a otras familias para sacar beneficios. Nunca te gustó trabajar duro.
Eric crispó los labios y se quitó los guantes. De reojo vi a Francesco acercarse con una bandeja de aperitivos y colocarla en la mesita. No comería esa mierda. Era triste que ni siquiera pudiera compartir una comida decente en casa de mi padre. Me esperaba lo peor de él.
―Puede que no te guste mis métodos, pero funcionaron a tu favor―Me señaló―. Gracias a mi influencia logré que salieras de las drogas y te convirtieras en un hombre de verdad. Si no fuera por mí estarías hundido en cocaína mientras la puta de tu exnovia seguía revolcándose con el ruso a tus espaldas.
La rabia que se acumulaba en mis entrañas amenazaba con detonar, pero relajé los músculos y di un paso cerca de él. A Eric le encantaba presionar mis límites utilizando a Liana. No le daría ninguna de mis emociones. Ya no.
―¿Cuál es el punto de esta reunión? Dudo que haya sido porque nos echas de menos―escupí―. Tú no amas a nadie más que a ti mismo.
Francesco le ofreció una botella de agua que mi padre aceptó. No me pasó desapercibido la mirada cargada de odio en los ojos del mayordomo. Luciano lo obligó a retroceder, acorralándolo con su presencia. El empleado parecía pequeño a comparación de mi hermano.
―Solo quería decirles que estoy muy orgulloso de ambos. ¿Es tan malo que quiera pasar el día con mis dos únicos hijos?
―Vamos, Eric. Sabemos que la familia nunca te ha importado así que no uses esa carta con nosotros― Luciano resopló―. Termina con los sentimentalismos falsos así podremos irnos pronto.
Francesco puso varias pelotas a disposición de Eric antes de mantenerse a su lado. Mi padre debió ver el disgusto en mi rostro porque decidió despedirlo a pesar de la clara renuencia de su empleado.
―Estoy al tanto de que negociarán con los Ozaki en los próximos días―Eric carraspeó y golpeó la pelota sin mirarnos―. Debo admitir que fue una grata satisfacción para mí saber que han logrado conectar con los japoneses. Mi padre lo ha intentado durante años sin ningún éxito.
Alcé una ceja en dirección de Luciano. Asumí que la reunión sería por otras razones, como extender el límite de la tarjeta Amex que usaba o darle un cargo más importante en la organización. Eric no estaba contento con los tratos recibidos, pero debería estar agradecido de seguir vivo. Nadie culparía a Alayna si lo mataba por interferir en su relación con Luca. La vida del viejo pendía de un hilo.
―Gian encontró la forma de convencerlos con sus productos exclusivos ―intervino Luciano―. Contrario a lo que piensas de él es un hombre de negocios y muy listo.
Eric me miró.
―Jamás he subestimado a tu hermano. Sabía que llegaría muy lejos cuando terminara con esa puta que solo lo consumía y lo dejaba en ruinas.
Me aclaré la garganta, odiando cada instante respirar el mismo aire que él. Liana no tenía nada que ver con mi caída. Yo tomé mis propias elecciones. Era un hombre adulto y sabía lo que hacía cuando me intoxicaba.
―Vuelve a mencionarla y no regresaré a este infierno nunca más ―siseé―. ¿He sido claro?
Mi padre golpeó otra pelota con el palo y asintió, limpiándose el sudor de la frente. Luciano sacó una caja de cigarros de su pantalón y encendió uno a pesar de la mirada fulminante de Eric.
―He investigado durante mucho tiempo a los Ozaki por razones de negocios. Conozco a Hiro Ozaki y sus dos hijos: Cato y Nara... ―Hizo una pausa, evaluando mi rostro―. Aunque esta última ya no conserva el apellido de su padre porque fue exiliada y se refugió en Palermo después de una tragedia que sacudió a su familia―chasqueó la lengua―. Solo unos pocos sabemos que está viva y enterarme que es novia de mi hijo fue una grata sorpresa.
Luciano me dio una expresión atónita, casi ofendido porque no compartí esa información con él. Danilo y yo éramos los únicos al tanto del pasado de Nara. Claramente Eric se tomó la molestia de investigarla cuando supo que era nieta de Aurelio Lombardi. Era muy típico de mi padre arruinar todas mis relaciones.
―No veo el problema aquí ―mascullé.
Eric se echó a reír y me palmeó el hombro como si fuéramos muy unidos. Solíamos serlo cuando era un niño. Yo lo consideraba mi héroe. Lo admiraba mucho, pero él se aseguró de manchar esa imagen y ahora solo sentía rechazo. Ya no lo respetaba.
―Hiciste una buena elección esta vez, Gian. Unir nuestra familia con los Ozaki nos dará nada más que ventajas...
Mi puño se movió rápido y duro e impactó justo en su nariz. Eric se encogió de dolor mientras me miraba en shock. Luciano no hizo nada para defenderlo. Le dio una calada al cigarro como si nada hubiera pasado.
―Mantente alejado de Nara y todo lo que ella representa. ¿Entiendes? ―advertí, mirándolo con desprecio. Eric se llevó las manos a la nariz para contener el torrente sangre, pero esta caía sin control y manchaba su camisa blanca―. Atrévete a lastimarla y te mataré con mis propias manos. Olvidaré que eres mi maldito padre.
―Intento darte mi apoyo...
―No quiero tu apoyo ni tu aprobación. Quiero que te ocupes de tus propios asuntos y olvides que existo. ¿He sido claro?
Se limitó a asentir y fue lo suficientemente listo para mantener la boca cerrada. ¿Por quién me tomaba? ¿Pensó que aplaudiría su estupidez y le diría que esa era mi intención con Nara? Imbécil. Él seguía tentando a su suerte y yo me estaba cansando.
―No volverá a ocurrir, hijo ―prometió Eric.
Rodé los ojos y Luciano rió, apagando su cigarro en el césped.
―Si fuera tú me mantendría al margen, viejo. Sabes muy bien lo que puede ocurrir cuando Gian se aburre de algo. Quizás tu cadáver será el próximo que encuentren flotando...
Eric palideció mientras le dábamos la espalda y salíamos de la mansión. Su mayordomo se precipitó a ayudarlo, gritando un par de blasfemias a nuestras espaldas.
―Tú y yo sabemos que no cumplirá su promesa ―dijo Luciano.
Bostecé.
―Debemos estar listos para el funeral.
🌸
Nara
Tal y como había prometido Gian, Kiara vino a recogerme a las diez de la mañana en su auto. Mi nonna lo recibió maravillada mientras Aurelio fue muy educado con ella. Su actitud era todo lo opuesto al que había adaptado con Gian. No consideraba a Kiara una bandera roja. Le agradaba que fuéramos amigas.
Después de disfrutar un delicioso desayuno con mis nonnos, fuimos a una tienda de ropa que estaba abierta exclusivamente para nosotras. La dependienta nos sirvió unas galletas mientras me ofrecía las mejores opciones de vestidos. Según ella, se adaptaban a la moda de París. Mis ojos se fijaron en un destello de rojo, convenientemente cubierto por una cortina.
―Tienes que probarte ese ya mismo―espetó Kiara en mi oído.
Le sonreí a la dependienta. Su nombre era Cora, de aspecto amable y seductor. Su cabello rubio era largo y lacio. Hacía que ese vestido de color extravagante luciera increíble en ella.
―Ya hice mi primera elección―dije.
Cora me devolvió la sonrisa.
―Una muy buena, por cierto.
Sacó el vestido del perchero y me lo tendió. Entré al probador para ponérmelo. La tela era de seda, con los hombros al descubierto y el escote en forma de corazón. El clima en París estaba siendo cálido así que no tendría ningún inconveniente. Di vueltas frente al espejo mientras admiraba como el vestido se ajustaba a mi cuerpo. Me quedaba muy bien y me pregunté qué pensaría Gian cuando me viera en él.
Kiara se unió a mí en el probador.
―Dios mío, te ves preciosa―jadeó.
―Gracias.
―Tienes que usarlo con el cabello suelto y estos zapatos ―Me mostró los tacones que sostenía.
Los siguientes veinte minutos probamos más ropa de lo que alguna vez tuve a mi alcance. También incluí lencería sexy en la compra. Estaba avergonzada por la cantidad absurda de dinero que había gastado, pero Kiara me convenció de que a Gian no le importaría en absoluto.
Salimos de la tienda con diez bolsas de compras. Luego entramos a una heladería. Fue una mañana entretenida, disfrutaba la experiencia de tener una amiga. Había sido cercana a Thomas durante tres años, pero él no me entendía. Nada como la amistad femenina.
―¿Te vas a acostar con él? ―preguntó Kiara de golpe y casi me atraganté con el helado.
La observé indignada y con las mejillas ruborizadas. Ella rió sin mostrarse avergonzada por su pregunta tan... directa.
―Probablemente ―admití y las dos estallamos en risas.
Kiara mordió su helado de fresa y me guiñó un ojo.
―Si un hombre le compra lencería sexy a una mujer es por una sola razón.
Estaba de acuerdo con ella. Esta noche planeaba sacarme varias fotografías con el liguero rosa que había comprado y se lo enviaría para continuar con nuestro juego sucio por mensajes.
―Gian me gusta mucho, pero también me asusta.
―¿Te asusta?
―Sí. Me da la impresión de que es un hombre que no está interesado en las relaciones y yo quiero que cualquier cosa que esté sucediendo entre nosotros sea serio.
―Cariño... Gian está loco por ti. Apuesto mi vida que irán a ese viaje, follarán y serán más que oficiales. Eres lo más serio que ha tenido en los últimos tres años ―afirmó―. Tengo fe de que no lo arruinará.
Unté la cuchara en el tarro de helado y comí un bocado. La ansiedad vino con la curiosidad de saber cómo fue su relación con Liana. Él se veía atormentado cuando hablaba de ella.
―No quiero salir herida.
Kiara me dio una sonrisa compasiva.
―Es el precio del amor, Nara. Es inevitable no salir lastimada.
🌸
Gian
El lunes por la mañana, esperé pacientemente a Nara dentro de la limusina. Roberto se encargó de ayudarla con su pequeña maleta. Lo haría yo mismo, pero ella me pidió que no saludara a sus abuelos porque Aurelio haría muchas preguntas incómodas y era capaz de prohibirle viajar si no era convincente con mis respuestas. Me agradaba que el viejo fuera tan sobreprotector con su nieta. Era el padre que Nara no tuvo cuando era una niña.
Después de un minuto, mi chófer personal le abrió la puerta trasera de la limusina y ella entró con una pequeña sonrisa mientras se acomodaba a mi lado. Tuvo intenciones de besarme en la mejilla, pero moví mi rostro y sus labios conectaron con los míos.
―Hola ―susurró.
La besé despacio y puse un mechón de pelo detrás de su oreja. Joder, se veía hermosa. Llevaba el cabello recogido, su maquillaje era suave. El aire era un poco gélido así que el suéter rosa con jeans ajustados era muy conveniente. Primero nos hospedaríamos en un hotel y en la noche veríamos a Jean Bernoit.
―Hola, preciosa.
Sus ojos recorrieron mi ropa informal. La camiseta gris era ajustada y destacaba mis brazos y mis abdominales. Disimulé la sonrisa cuando miró los tatuajes con el labio inferior entre los dientes. Al darse cuenta de que me estaba comiendo con la mirada, su atención se desvió hacia la ventana con un ligero rubor en las mejillas.
―Tenía trece años la última vez que subí a un avión―comentó con nostalgia.
Tracé círculos en la palma de su mano aferrada a la mía.
―¿Te gustaría volver a Japón algún día?
―No, realmente ―respondió y se giró a verme―. Mi hogar está en Palermo con mis abuelos.
Y conmigo.
Quise añadir, pero me limité a sostener su mano. Todavía intentaba descubrir lo que estábamos haciendo. Hablaba en serio cuando le dije que no era un juego. También quería pasar horas en una cama perdido en su cuerpo. Ella se convertiría en mi próxima adicción y me aseguraría de arruinarla para cualquier otro hombre.
Aunque tenía inseguridades al respecto. No pude evitar pensar en mi antigua relación. El sexo era fundamental en todos los aspectos. No quería que mi relación con Nara se tratara solo de eso. La respetaba y ella merecía mucho más que un hombre promiscuo.
No hablamos durante el trayecto del viaje. Respondí algunas llamadas y correos mientras Nara tenía su Tablet encendida, anotando apuntes rápidos con el lápiz óptico. Cuando llegamos finalmente al aeropuerto, Roberto nos llevó al aeródromo dónde mi Jet privado negro brillaba en la pista.
―Vaya... ―comentó Nara, guardando su Tablet en su bolso―. ¿Jet privado? No esperaba menos de usted, señor Vitale.
Sonreí mientras Roberto nos abría la puerta y los asistentes de vuelo se encargaban de nuestras maletas.
―Me gusta viajar cómodo sin tener que lidiar con gente desconocida―contesté, poniéndome las gafas de sol y le extendí mi mano a Nara―. Aprecio la privacidad que ofrece mi Jet. Me ha dado experiencias maravillosas en el aire.
Puso los ojos en blanco y me soltó la mano para caminar sola hasta el Jet. Mi mirada se desvió a su trasero que se veía increíble en esos jeans ajustados. Ella subió las escaleras, pero se detuvo en la puerta con una expresión de incredulidad.
―Esto es más de lo que estoy acostumbrada―murmuró.
―Siempre te daré lo mejor, Nara ―Subí las escaleras y mordí el lóbulo de su oreja.
Soltó un suave suspiro.
―Gian...
Fuimos interrumpidos por la azafata que nos recibió con una amplia sonrisa. Se llamaba Tina. Vi el momento en que su mirada gentil cambió cuando se fijó en Nara. Maldije internamente. Por supuesto que había cometido el error de acostarme con ella y ahora pensaba que la ocasión se repetiría.
―Señor Vitale―saludó apenas notando a Nara.
Me aclaré la garganta.
―Tina. ¿Cómo estás?
―Mejor ahora que lo veo. ¿Qué puedo servirle?
Batió sus largas pestañas postizas. Nara y yo nos ubicamos en los asientos cerca de la ventana con una pequeña mesita. El interior era exquisito como el resto. Alfombra clara, muebles de acero inoxidable y una habitación con baño incluido.
―Agua está bien para mí ―observé a Nara que se había puesto el cinturón de seguridad y se enfocaba en la ventana―. ¿Quieres algo especial, preciosa?
Ella forzó una sonrisa y se dirigió con educación a Tina a pesar de que la azafata había sido irrespetuosa.
―Café, por favor.
La azafata asintió y se retiró a la cocina a servir nuestras bebidas. Nara continuó evadiendo mis ojos y me froté el rostro.
―Mi pasado es... complicado ―Tuve la necesidad de explicarme―. Pero ya te lo he dicho una vez, Nara. Cuando alguien me interesa es todo lo que veo.
Recostó su cabeza contra el asiento.
―Me asustas, Gian.
―Y tú a mí―dije―. Deseo con todas mis ganas que esto funcione.
Se inclinó y sus labios rozaron los míos.
―Quiero que seas solo mío mientras esto dure.
―Lo soy. No quiero pertenecerle a nadie más. Lo juro, preciosa.
🌸
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