Capítulo 10


Nara

Regresé al comedor sosteniendo la bandeja de postre y el calor evidente en mis mejillas rosadas. Traté de disimular mi agitación y la excitación que recorría mis venas. Probablemente nos hubiéramos besado allí mismo si no fuera por la interrupción de mi abuelo. Mis planes de mantenerlo profesional se fueron al demonio y no podía dejar de imaginar la boca de Gian sobre la mía. ¿Cómo se sentiría? ¿Qué sabor tendría?

Forcé una sonrisa y alejé los pensamientos impuros de mi mente. Mi nonna actuaba normal, pero no pasé por alto el escrutinio en los ojos de mi nonno. Él sabía que había ocurrido algo. Gian regresó segundos después con el rostro en blanco y relajado. Envidiaba su talento para ocultar las emociones. Yo era un caos por dentro. Se sentó en su posición haciendo de cuenta que no me había seducido hacía minutos. Sacudí la cabeza y me enfoqué en servir los postres. El aroma del chocolate impregnó en mi nariz. Ignoré al hombre que despertaba las mariposas en mi estómago.

―Cannolis de chocolate y frutas. Aquí no nos quedamos con un solo sabor ―dijo mi nonna ―. Te lo envolveré en un recipiente para que puedas disfrutarla en tu casa.

Gian carraspeó. Sus ojos grises se cruzaron con los míos y una sonrisa se dibujó en la comisura de sus labios.

―Gracias, Nao. Pasó un tiempo desde que comí algo tan delicioso. Tu cena fue exquisita.

Mi nonna sacudió la mano, fingiendo que los halagos de mi jefe no la hacían ruborizar. Le entregué a cada uno sus platos con cannolis. Yo dejaría el postre para más tarde. Ahora necesitaba beber un poco más de ese dulce vino y aligerar mi mente.

―De nada, querido. Eres libre de venir a mi casa cuando quieras y comer lo que desees. Las puertas siempre estarán abiertas para ti ―Le dio una sonrisa encantadora―. Has ayudado a mi nieta y le diste un nuevo trabajo. Nara es todo lo que tenemos. Nunca olvidaremos tu amabilidad.

Mi nonno la miró con el ceño fruncido.

―Demasiadas molestias por una desconocida.

Degusté el vino y lo miré mal. Era un buen comienzo que no le hubiera disparado o apuñalado. Tampoco lo había amenazado como esperaba. Lanzó varios comentarios pasivos y agresivos, pero era Aurelio Lombardi y sería tonto de mi parte esperar demasiado de él. Gian supo manejar la situación. Se ganó el corazón de mi nonna y si continuaba así pronto tendría el afecto de mi nonno. Era un hombre con muchos talentos.

―No niego que he sacado ventaja de la situación―dijo Gian―. Mi antigua secretaria un día renunció porque se comprometió y decidió formar una familia lejos del país. Dejó su trabajo tirado, pero apareció Nara como un ángel caído del cielo. Habla tres idiomas a la perfección y es muy buena con las palabras. Viajaremos a Francia la próxima semana y ella domina el francés. Será de gran ayuda tenerla en mi equipo.

Me quedé en silencio estudiando cuidadosamente la reacción de mi abuelo. Primero fue indiferencia y luego negación cuando Gian terminó de hablar. Si se atrevía a prohibirme ir a Francia me enfadaría. Yo era una mujer de veintitrés años. No necesitaba su permiso.

―¿Irán a Francia? ―cuestionó mi nonno―. ¿Solos?

Enderecé la postura.

―Soy su secretaria, nonno. Ayudarlo es parte de mi trabajo.

Mi nonna soltó una carcajada que rompió la tensión y terminó de masticar la masa de cannoli. Ella estaba relajada a diferencia de su esposo. Encantada de hecho. Siempre fue una mujer liberal que me animaba a divertirme y ser descontrolada. Su lema favorito era: Solo se puede ser joven una vez en la vida. Disfruta, suéltate y ten mucho sexo.

―¡¿Francia?! ―exclamó mi nonna eufórica―. He ido a París cuando era más joven y fue una experiencia maravillosa e inolvidable. Había hombres tan guapos―soltó con un suspiro―. Ahí disfruté los mejores años de mi vida.

Su esposo le lanzó una mirada indignada. Oculté la tos detrás de una servilleta y observé a Gian que se mordía el labio para contener la sonrisa.

―No me parece apropiado que una señorita como tú viaje a solas con un desconocido.

Puse los ojos en blanco.

―No me hagas recordarte que soy una adulta y estoy en todo mi derecho de vivir mi vida como quiera.

Gian se aclaró la garganta.

―Señor Lombardi, la seguridad de Nara es importante para mí. Ella está a salvo conmigo. Tiene mi palabra.

―La palabra de un Vitale no significa nada―dijo de mi abuelo.

Gian se limitó a sonreír y probó un bocado del cannoli. La irritación retorció mis entrañas. Estaba harta de que hablara del honor o la moralidad cuando era el menos indicado para usar esa carta. Odiaría echarle en cara su pasado que era de todo excepto honesto. Sus manos estaban tan sucias como su alma.

―Yo confío en él y eso es más que suficiente―murmuré tocando el borde de la copa―. Decidió cederme el puesto de secretaria a pesar de mi poca experiencia y me está dando la oportunidad de viajar a Francia. No planeo desaprovecharla.

―¿A qué costo?

―Aurelio, detente ya ―Mi nonna lo regañó y lo señaló con el cuchillo. Él se encogió un poco―. Deja que la niña disfrute su vida y aprenda por sí misma.

Pero Aurelio no pudo mantener la boca cerrada.

―¿Cuántos corazones rotos ha sufrido? Su última pareja resultó ser un hombre casado y ella no lo vio hasta que era demasiado tarde. Lo mismo pasará con este muchachito ―asintió hacia Gian―. Conozco a los hombres de su tipo. Yo fui uno de ellos. La destruirá y solo traerá desgracias a su vida.

La humillación me estremeció y mi corazón dolió. Eso fue un golpe bajo, sobre todo, cuando me había costado meses superarlo. No pude mirar a Gian. Estaba demasiado avergonzada y solo quería que la noche terminara.

―¡Aurelio! ―La voz de mi nonna resonó y sentí a mi labio temblar por la traición. Fue una puñalada por parte de mi nonno. Me quedé fría en mi silla, totalmente anonada. No entendía la razón de su desprecio hacia Gian. No tenía sentido―. Has cruzado una línea y será mejor que te retires a dormir. No olvides tomar tus pastillas.

Gian se limpió los labios con una servilleta y nos ofreció una tensa sonrisa.

―Las horas pasan rápido y mañana tengo trabajo ―Se dirigió a mi nonna con gratitud ―. Gracias por tu comida, Nao. Espero que pronto me concedas el honor de otro plato tan delicioso como este.

Mi nonna sonrió con cariño, Aurelio estaba en silencio con la vista fija en el plato. Él sabía que lo había arruinado y ni siquiera tenía el valor de disculparse conmigo.

―Ya te he dicho que eres bienvenido, cariño.

Gian asintió.

―Que tengan una buena noche.

Me puse de pie con la barbilla en alto y el calor de la vergüenza aún ardiendo en mi piel. Mi nonno y yo tendríamos una conversación mañana. No quería hacer de esta situación más embarazosa de lo que era y odiaría decir algo de lo que me arrepentiría después.

―Te acompaño―dije.

Él besó las mejillas de mi nonna y me siguió fuera del comedor. Caminamos en silencio sin hacer un comentario al respecto, aunque tenía la necesidad de disculparme y explicarme. No lo traería de nuevo aquí. No me expondría a otra situación así. Mi nonno se pasó de la raya y no se lo perdonaría.

La luna era visible en el cielo cuando abrí la puerta. Salimos hasta detenernos bajo un farol. Me miró detenidamente esperando que dijera algo. Me cubrí el rostro con las palmas escuchando su suave risa. Quería esconderme el resto de la noche.

―Tranquila, no hay nada de qué avergonzarse.

―Lo siento tanto ―dije―. Esto no debió suceder. Mi nonno es un idiota en algunas ocasiones.

Me apartó las manos del rostro.

―Mi abuelo era peor a su edad. No estoy enojado, Nara, pero sí un poco intrigado.

Enderecé mi espalda, echando los hombros hacia atrás para parecer más alta.

―¿Ah sí?

―Quiero saber quién fue el imbécil que se atrevió a romperte el corazón.

Hice una mueca de disgusto.

―Él no vale la pena. Forma parte de mi pasado y ahí se quedará. Fue un tropiezo, nada más.

―Solo quería asegurarme de que no tenía ninguna competencia.

Oh, Dios mío. ¿Estaba hablando en serio? Pensé que había sido obvia sobre mi estado sentimental. No había querido más en mucho tiempo, pero con él me sentía diferente. Cada vez que me miraba veía el deseo en sus ojos grises. Era encantador, educado, seductor y divertido. ¿Y yo? Estaba cayendo lentamente.

―Deberías irte ―musité.

Puso las manos en los bolsillos de su chaqueta.

―¿Me estás echando? ―bromeó en tono indignado.

Eso me hizo reír.

―Para nada. No quiero robarte un minuto más de tu valioso tiempo. Sé que eres un hombre ocupado y madrugador.

―Sobre mañana... ―Se rascó la nuca―. Te veré después de las diez. Luciano y yo jugamos tenis los miércoles.

Mis ojos se iluminaron.

―¿Tenis? ¡Amo ese deporte! ―exclamé―. Solía jugar con mis antiguas amigas cuando estaba en la secundaria, pero por cosas del destino dejé de darle importancia. Era buena, por cierto.

―¿De verdad? ―Me tentó Gian―. Podríamos comprobar que tan buena eres un día de estos.

―Me encantaría.

Avanzó hacia su auto con una sonrisa que debilitó mis piernas.

―Te veré mañana―dijo.

―Buenas noches, Gian.

―Buenas noches, preciosa.

Me miró por última vez antes de subir a su auto y arrancar. Me quedé de pie bajo el farol mientras lo veía marcharse.

🌸

Gian

Empecé mi día jugando tenis con Luciano. Por lo general despejaba mi cabeza y disminuía la tensión en mis músculos. Pero esa mañana estaba distraído. No podía dejar de pensar en Nara y en su dulce sonrisa. La forma en que me miró anoche, como si quisiera entregarse a mí de una vez. No había nada que deseara más en este mundo. La idea de tenerla desnuda en mi cama había atormentado mis pensamientos desde que nos conocimos. Qué tortura.

―¡30 puntos para mí! ―gritó Luciano―. Si anoto el siguiente punto este set será mío. ¿Qué demonios está mal contigo, Gian? Odias perder.

Agarré el mango de la raqueta con más fuerza, con el sudor goteando entre mis omóplatos y lancé el siguiente tiro. Luciano me devolvió la pelota y no llegué a tiempo cuando atravesó la red. Su carcajada presumida me puso de los nervios.

―¡¡Inténtalo de nuevo!! ―instó mi hermano.

Hice rebotar la pelota una y otra vez, fingiendo que lo lanzaría a la derecha. Él nunca pudo leer mi lenguaje corporal. Mi raqueta golpeó la bola hacia la izquierda y Luciano hizo algo inesperado. Predijo el movimiento. Me devolvió el tiro con una sobrecarga que no lo vi venir y lo convirtió en el ganador. Los pocos espectadores que teníamos en la cancha estallaron en silbidos cuando mi hermano celebró con los puños en alto.

Está bien. Él podía ganar por hoy. Fui generoso.

La chica que recogía las pelotas me ofreció mi toalla. Mientras la tomaba y me limpiaba el sudor del rostro, me echó una mirada sugerente y una sonrisa coqueta que no correspondí. Tenía un vago recuerdo de habérmela follado. Probablemente ella quería más, pero esos tiempos habían terminado.

Me quité la gorra un segundo para sacudir mi cabello rubio. Mi camiseta blanca se adhería a mi piel húmeda y jadeé mientras fui a buscar una botella de agua. La máquina continuó lanzando las pelotas y Luciano maldijo para seguirme. Evidentemente no estaba centrado, ni siquiera lo estuve más temprano cuando hablamos sobre el negocio con los Ozaki y Jean Bernoit.

Dentro de pocos días estaría en París con Nara a mi entera disposición. Era todo en lo que podía pensar.

—Esa jugada fue una mierda —comentó Luciano a mi lado—. ¿Qué está mal contigo hoy?

Puse los ojos en blanco y me bebí la mitad del contenido de la botella.

—No quería jugar. Eso es todo.

—Algo raro en ti—siguió presionando—. ¿Vas a contarme a donde fuiste ayer cuando la reunión terminó? Parecías ansioso y estabas impaciente.

—Olvidé el detalle de que debo darte explicaciones —dije sarcásticamente y salí de las gradas.

El club estaba lleno esa mañana. Era una de las tantas propiedades de mi familia y mi favorita. Luciano y yo jugábamos desde que éramos niños. Si no estuviéramos ligados a la Cosa Nostra seríamos tan grandes como Nadal o Federer. Estaba evaluando competir este año en algunos torneos solo por diversión. No perdía nada. Amaba el entretenimiento. Además, me emocionaba la idea de traer a Nara pronto aquí. ¿Sería idiota de mi parte admitir que ansiaba verla vestida con la minúscula falda blanca? Cristo.

—No quiero controlar tu vida. Solo estoy tratando de seguir una conversación —Se justificó Luciano y me impidió avanzar—. Ya no hablamos como antes y no soportaría que te sientas incómodo conmigo. Soy tu hermano, Gian. Puedes confiar en mí. Superé mi mierda con Nara. Pienso que es una buena chica.

Era impresionante como Luciano podía cambiar de opinión tan rápido por influencia de Kiara, pero en parte también se debía a su miedo. La última vez que lo dejé fuera de mi vida me convertí en un adicto incontrolable y sufrí una sobredosis. Mi hermano nunca se lo perdonó.

—Ella me gusta mucho —admití, apartando el pasado de mis turbios pensamientos—. Anoche cenamos con sus abuelos y te aseguro que son buenas personas.

Omití la parte en que conocía los antecedentes de Aurelio Lombardi. El anciano me juzgaba con una lupa porque había sido como yo alguna vez. Veía en mí la vida delictiva que tuvo antes de que fuera jubilado y se dedicara a su familia. Nadie me sacaba de la cabeza que fue un mercenario y no cualquiera. Quizás trabajó con la Cosa Nostra o los Yakuza. La segunda opción era más que seguro.

—No hay nada que discutir aquí si ella te hace bien—Luciano asintió—. Te conozco, hermano. Sé que no vas a detenerte hasta tenerla. Nunca has puesto tu interés en ninguna mujer desde tu ruptura con Liana y noto la forma en que miras a Nara.

—La deseo —dije—. Ella no es un juego o algo fugaz. Es serio.

Luciano se veía momentáneamente sorprendido, pero sonrió y me palmeó el hombro.

—De acuerdo. Sé que no pondrías tus manos al fuego por nadie a menos que estés seguro. Quiero que seas feliz, Gian. Eso es todo.

—No voy a arruinarlo. No con ella.

Su sonrisa creció y marchamos juntos fuera de la cancha.

—Entonces utiliza todos tus recursos para conquistarla, aunque apostaría que ya lo has hecho. Ella es linda.

—Ella es perfecta —añadí.

Me reservé mis otros pensamientos sobre Nara. No solo era esas cosas. También era apasionada y jodidamente hermosa. Me gustaba que fuera tan determinante cuando se trataba de su trabajo y admiraba su sentido de lealtad. Tenía todo para triunfar fuera de Palermo, pero se aferraba a esta ciudad por sus abuelos. Esa chica se sacrificaría por las personas que amaba. Un rasgo que compartíamos.

—El viaje a París será una completa locura —suspiró Luciano—. Me mantendré al margen para que tengas todo el espacio con ella. Solo recuerda una cosa.

—¿Qué?

—Tenemos una cita pendiente con los Ozaki dentro de dos semanas. El Oyabun enviará a su hijo personalmente para tratar con nosotros y mierda... —Se estremeció un poco—. Dicen que el tipo es un demente.

Me volví hacia él, el sol de la mañana nos golpeó.

—¿Más que yo? Lo dudo.

—Eso lo comprobaremos cuando enfrentemos a Cato Ozaki.

Cuando alguien mencionaba a un miembro de la Yakuza provocaba miedo o inseguridad. A mí no me intimidaban a pesar de que había escuchado durante años como operaban. No hacían las cosas a la ligera. Eran unos malditos monstruos sanguinarios. Pero ellos claramente no conocían mi juego. Yo podía ser mucho peor si me lo proponía.

—¿Qué sabes de él? —pregunté.

—Es el heredero del imperio criminal más grande y peligroso de Tokio. 29 años y un hijo de puta grotesco. Lo apodan el carnicero por su forma sucia de matar.

Me burlé. Interesante.

—Cato Ozaki será bienvenido en mi ciudad —Le guiñé un ojo—. Estoy ansioso de ver a dónde nos lleva esto.

Luciano murmuró algo más, pero mi atención se dirigió a mi padre que se acercaba a nosotros con una mujer a su lado. La botella crujió en mi puño porque conocía esa cara. No era la primera vez que la veía. Se trataba de Mercedes Bellucci. Era hija de uno de los hombres más ricos de Italia y Eric estaba empeñado en prometerme con ella.

—No de nuevo —gimió Luciano con frustración.

Empecé a retroceder.

—Hazte cargo de ellos. No tengo tiempo para esto.

Mi hermano hizo una mueca.

—¿Qué?

—Estás casado, no hay forma de que intente obligarte a nada—rodé los ojos—. Tengo mucho trabajo en la Corporación y quiero ver a Nara. Llámame si necesitas algo.

Di media vuelta e ignoré la desolación en los ojos de Mercedes. No podía hacer esto justo ahora. Estaba harto de Eric y su insistencia. Tenía que encontrar la forma de hacerlo desistir y que entendiera de una vez que no me casaría con nadie.

Y ya sabía cómo convencerlo.

🌸

Nara

Verifiqué mi bolso y me despedí de Cleo para ir a la oficina. El taxi llegaría dentro de diez minutos. Necesitaba comprarme un auto económico lo antes posible porque viajar en mi motocicleta me resultaba incómodo. Pero no se lo diría a mi nonno. Seguía molesta con él por su desliz de la noche anterior. Actuó como un idiota desconsiderado. Jamás me había echado en cara mis errores. ¿Cuál era su problema?

Salí de mi habitación y entré en la cocina. Mi nonna masticaba unas galletas con chispas de chocolate y bebía un sorbo de té mientras el abuelo terminaba de preparar el desayuno. Comería algo afuera o en la Corporación. Llegaba tarde y no quería enfrentarme a otra discusión.

—Te veo en la tarde, nonna —sonreí.

Ella cerró un botón de mi escotada camisa azul marino y me pidió que me inclinara para besar mi frente.

—¿No quieres desayunar antes de irte? Aurelio preparó algo para ti.

Ignoré como mi estómago gruñía al oler el delicioso aroma del té matcha. Era mi bebida favorita de algunas mañanas, pero mi orgullo no me permitía aceptar nada de Aurelio. Lo que hizo no tenía ninguna justificación.

—Aurelio puede ofrecer una disculpa primero —dije con amargura.

Mi nonno emitió un fuerte suspiro y apagó la estufa. Sirvió el té humeante en una taza de porcelana y me lo ofreció con el rostro cargado de culpa. No me conmovió. Lo amaba, pero soporté mucho de sus comportamientos. Era hora de que entendiera que sus palabras me lastimaban.

—Mi comportamiento fue inaceptable —masculló y me crucé de brazos—. Mi única intención es protegerte, Nara. A veces olvido que ya eres una adulta.

Asentí con un nudo en la garganta.

—Caíste muy bajo.

—Lo sé y te prometo que no volverá a suceder. Tienes mi palabra —Acepté la taza y su mano arrugada apretó la mía—. No había visto ese brillo en tus ojos en mucho tiempo como sucedió anoche. Mantendré a raya mi temperamento a partir de ahora, pero si él te lastima...

—Lo harás pedazos. No lo dudo, nonno —Bebí un sorbo de té y cerré los ojos ante esa maravilla. Era deliciosa—. Sin rencores, ¿de acuerdo? Pero me gustaría que reflexiones sobre tus acciones y pienses antes de actuar. Odio estar molesta contigo.

—Haría cualquier cosa por ti, querida.

Besé su mejilla, bebí un último sorbo de té y le robé unas galletas del plato a mi nonna. El bocinazo del taxi afuera me recordó que estaba corta de tiempo.

—Los amo —Me despedí de ellos y corrí con mis tacones altos sin dejar de masticar.

El taxista me abrió la puerta y le tendí una sonrisa agradecida. Me puse cómoda en el asiento trasero mientras conducía y chequeé mis redes sociales. Me tomó desprevenida encontrar una cantidad absurda de notificaciones en Instagram, pero esa no fue la mejor parte. Todas provenían de una misma persona. Gian le dio me gusta a la mayoría de mis fotos. Una en especial enrojeció mis mejillas. Yo estaba sentada en la arena de la playa con un bikini rojo y el cabello suelto. Entré a su perfil y presioné el botón de seguir.

Ese hombre no era discreto, mucho menos disimulaba sus verdaderas intenciones. ¿Y yo? Amaba tener su atención.

🌸

La oficina de Gian estaba vacía cuando llegué a la Corporación. Aproveché su ausencia para chequear algunos informes sobre la propuesta de Bernoit. Ayer no había estudiado el tema porque estaba ocupada con la organización de la cena y el coraje que me produjo mi abuelo. Ahora me sentía un poco más animada después de hacer las paces con él y tenía muchas ganas de trabajar.

Supuse que no tardaría en llegar así que fui a la cafetería y compré dos cafés. Esperaba que no se enfriara antes de que se lo diera. Avancé hacia la oficina de Gian cuando la presencia de un hombre me detuvo en la puerta. Era de mediana edad con un traje caro y con el pelo escaso.

—Así que tú eres la chica nueva —me tendió la mano con una sonrisa—. Me llamo Filippo Spinnelli. Mucho gusto.

Me encogí, aferrándome a las dos tazas de café. Cualquier cosa para no tocarlo. No era el tipo de persona que juzgaba tan rápido, pero el hombre me dio una mala impresión. No me gustó como me miraba. Parecía más interesado en mi escote.

—Nara Lombardi, señor.

—¿La secretaria de Gian Vitale? Ah —Se rió—. La última no era tan guapa como tú. Las asiáticas son hermosas, sin dudas.

El comentario innecesario provocó una mueca en mis labios. Era un asqueroso degenerado con fetiches.

—Si me disculpa, tengo trabajo que hacer —Traté de pasar por su lado, pero él me acorraló contra la pared. Su sonrisa era espeluznante y desagradable. Me recordó a mi viejo jefe que acosaba a jovencitas. Qué asco.

—Soy uno de los socios principales de la Corporación. Sería prudente que fueras amable conmigo, Nara.

Sentí que prácticamente ardía de ira y tenía ganas de lanzarle el café caliente en la cara. ¿Qué demonios se creía que era? Dios mío. Su respiración cerca de mi rostro me hacía querer vomitar y odiaba que la chaqueta de su traje rozara mi camisa.

—Necesito que se aleje, por favor. Quítese de mi camino o ensuciaré su traje con café. ¿Quiere eso?

Empezó a reír con las manos en alto y afortunadamente me dio espacio.

—La última fue mucho más complaciente—chasqueó la lengua—. Lástima.

La humillación hizo que me encogiera por dentro. Pensé que estaba a salvo aquí. Pensé que no tendría que lidiar con otro pervertido, pero los depredadores se encontraban en todas partes y se escondían detrás de sus trajes y su poder.

—No sé quién se cree que es usted, pero le sugiero que mantenga su distancia, señor Spinnelli.

Alguien se aclaró la garganta.

—¿Todo en orden por aquí? —preguntó esa voz con rico acento italiano y mis hombros se hundieron con alivio.

Desvié la mirada para encontrar a Gian parado a poca distancia con un ceño feroz grabado en su hermoso rostro. Ni siquiera parpadeó en mi dirección. Su ira era palpable y estaba dirigida a Filippo. Oh, mierda.

🌸

Instagram: JessiR17

Facebook: Jessica Rivas

X: JessiRivas17

Tiktok: Jessica_Rivas17

Pinterest: JessiRBooks

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top