Prologo

El año 1866 marcó el nacimiento de Sajonia como un estado unificado, una hazaña inimaginable hasta entonces. Antes de esa fecha, el territorio sajón estaba fragmentado en 42 estados independientes, de los cuales tres destacaban como las principales potencias: el Reino de Borussia, el Reino de Meissen y el Archiducado de Österra.

Desde principios del siglo XIX, el Reino de Meissen y el Archiducado de Österra mantenían una unión personal gracias al matrimonio de Frederich III el Grande de Meissen y la Archiduquesa María Teresa I de Österra. Juntos, constituían una fuerza formidable que aspiraba a la unificación de los sajones bajo un solo estandarte. Este sueño encontró un líder en su heredero, Frederich IV von Adlerberg, quien ascendió al trono en 1829 y se consagró a la causa unificadora en 1849. Bajo su mando y con la guía de su brillante canciller, Anton von Frankenburg, apodado el Canciller de Hierro, se inició la ardua lucha por la unificación sajona.

Anton, un maestro de la diplomacia y la estrategia política, logró forjar alianzas entre los estados sajones, reuniéndolos bajo la influencia de Meissen y Österra. Sin embargo, uno de los territorios clave en esta empresa era el pequeño Ducado de Lotaringia, ubicado en la frontera entre Sajonia y Galia. Este ducado, históricamente codiciado por el ambicioso Imperio Galo, representaba un punto estratégico y simbólico. La tensión llegó a un punto crítico cuando la Galia lanzó un ultimátum, exigiendo acceso militar, el establecimiento de bases en el ducado, e incluso consejeros políticos en su gobierno. En esencia, buscaban la anexión de Lotaringia al imperio galo.

La respuesta sajona fue clara y contundente. Liderados por Frederich IV y respaldados por un fervor nacionalista, los sajones proclamaron la unificación del Imperio Sajón el 12 de febrero de 1866. La noticia fue un golpe para Galia, que no tardó en declarar la guerra al recién formado imperio.

La Guerra Galo-Sajona, aunque breve, fue devastadora para Galia. Las innovadoras tácticas de guerra móvil desarrolladas por el General Paulus von Kruspe, junto con el uso de los temibles Magos Aéreos sajones, resultaron decisivas en una serie de aplastantes victorias. En la batalla de Clairvaux, los galos perdieron 30,000 soldados; en Rochefort, las bajas ascendieron a 45,000; y finalmente, en Fleurac, los sajones lograron su mayor triunfo, capturando a 150,000 soldados galos, incluido el propio Emperador Nathanaël III Boucher. Estas derrotas no solo quebraron al ejército galo, sino también su orgullo nacional.

El 4 de enero de 1867, la unificación de Sajonia se completó con la coronación de Frederich IV como Kaiser del Imperio Sajón, adoptando el título de Frederich I de Sajonia. Desde la majestuosa ciudad de Hohenelbstadt, ahora la capital del imperio, Frederich I gobernaría una nación que se extendía por todo el centro de Europa, marcando el comienzo de una nueva era para los sajones.

A pesar de que el Canciller Anton von Frankenburg defendía la idea de una Pequeña Sajonia, limitada a los territorios sajones tradicionales, el Kaiser Frederich I promovió una visión más ambiciosa: una Gran Sajonia. Su objetivo era integrar a todos los pueblos del imperio, consolidando la unidad a través de la concesión de derechos y representación a las minorías étnicas dentro de sus fronteras. Mazovianos, magiares, escanios y bohemios, habitantes de los antiguos territorios del Archiducado de Österra, fueron reconocidos como ciudadanos sajones con escaños en el Reichstag y derechos equiparables a los del pueblo sajón. Esta política contrastaba drásticamente con la opresión étnica habitual en otros imperios, generando una lealtad inesperada hacia la corona y evitando levantamientos internos que habrían debilitado la estabilidad del recién formado estado.

Bajo esta estrategia, Sajonia experimentó un crecimiento meteórico en los ámbitos económico, industrial, militar y político. En pocas décadas, emergió como una potencia temida y respetada en el escenario mundial, despertando recelos en rivales tradicionales como el Reino de Anglia, el Imperio Roslaviano y otras viejas potencias. Estas naciones observaban con inquietud cómo el orden mundial establecido se tambaleaba frente a la arrolladora ascensión sajona.

La consolidación industrial de Sajonia alcanzó hitos notables. En 1879, los ingenieros sajones presentaron el Sturmpanzerwagen A7V, el primer diseño funcional de un tanque de guerra, marcando un antes y un después en la historia militar. Tres años después, en 1882, debutó el Fokker Dr.I, el primer avión de combate, que inauguró la era de la guerra mecanizada. Sin embargo, la edad dorada del reinado de Frederich I llegó a su fin en 1883, cuando falleció a los 90 años, dejando el trono a su hijo, Matthäus I.


El reinado de Matthäus I trajo avances aún más revolucionarios. Bajo la supervisión del visionario Nikola Tesla, se introdujeron en 1895 los llamados Caminantes: enormes robots impulsados por vapor diseñados originalmente para labores industriales y agrícolas. Estas colosales máquinas facilitaban la vida en las ciudades y el campo, pero el Alto Mando sajón pronto vislumbró un uso más siniestro para ellas: la guerra.

En 1897, se desplegó el temido Eisenwanderer HB 1, un caminante armado que revolucionó el arte de la guerra. Su impacto fue tal que otras potencias comenzaron febrilmente a desarrollar sus propias versiones en un intento desesperado por no quedar rezagadas. Al mismo tiempo, se tejieron alianzas internacionales para contener las ambiciones sajonas.

En respuesta, Sajonia forjó una red de alianzas estratégicas. En 1899, firmó un tratado de defensa mutua con Liguria, una potencia mediterránea. Esta alianza, conocida como el Pacto de Hohenelbstadt, se expandió en 1902 con la incorporación del Sultanato Otomano, y en 1908, con la entrada del Shogunato de Akamura. Bajo el auspicio sajón, el Shogunato recibió luz verde para expandirse por Asia, un movimiento que Anglia había bloqueado en el pasado para proteger sus propios intereses.

Con los bloques geopolíticos definidos, el mundo se encontraba al borde de un conflicto catastrófico. Solo hacía falta una chispa para encender la llama de la guerra global.
Sin embargo la repentina muerte del Kaiser Matthäus en 1910, dejo el trono en manos de su Hija Erika Von Adlerberg, siendo coronada como Erika I de Sajonia.

El mundo estaba expectante.

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