メノノ

—Su majestad, me siento tan feliz de poder acompañarlo esta noche.

La voz de Yang Liau era suave y vibrante, como una caricia.

El emperador la recibió y permitió que esta se acercara para besar su mano. Sus ojillos lo observaban como si se tratase del propio creador del mundo y del universo enteros, como si fuera todo para ella. Y eso lo hizo sentir como un miserable.

Señaló la cama para que la joven emperatriz tomara asiento y se acomodó a su vez frente a ella.

—Yang Liau —susurró.

—Dígame, su majestad.

—Te pedí que fueras paciente, pero soy consciente de que tal vez fue pedir demasiado, así que quiero compensártelo con una cena privada, ¿te gustaría?

—¡Desde luego que sí, majestad! A su lado todo es maravilloso.

Takeshi no supo cómo responder, especialmente con el constante asedio de la joven que se aproximaba cada vez más y más a él, observándolo con esos ojos embriagados por un intenso deseo.

Las mejillas de Yang Liau se colorearon de rojo al tiempo que ella acomodaba ambas manos sobre la cama para eliminar la poca distancia que los separaba. Se acercó tanto, que el emperador pudo percibir su dulce fragancia y su aliento fresco.

La chica esperaba un beso, y él no sabía cómo responder ante semejante muestra de intimidad que, pese a haberla compartido ya con anterioridad, no se sentía capaz de ofrecer de nuevo. No cuando sabía que Katsuki se encontraba tras las puertas del dormitorio, de pie, esperando a la salida de la emperatriz.

Yang Liau entrecerró un poco los ojos para recibir el beso de su majestad, pero este, en vez de otorgarle su favor, se puso de pie con aire apremiante, sonriendo, no obstante.

—Las cocineras han preparado una cena exquisita, se los solicité expresamente.
—¿De verdad, su majestad? ¡Me honra tanto! No puedo esperar para degustar el menú que ha pensado para esta noche, mi señor.
Yang Liau se quedó inmóvil unos momentos.

Sabía bien que si el emperador no tomaba la iniciativa ella se encontraba por completo atada de manos, pero Wei Li la había instruido bien, y no pensaba soltar su presa. No después de lo que había visto aquella tarde en la oficina real.
De tal manera que se puso de pie y, contoneando sus delicadas caderas, se aproximó al emperador mientras deslizaba la tela que le cubría los hombros.

—Hace tanto calor aquí, su majestad —murmuró—. ¿No piensa lo mismo?
Colocó ambas manos sobre los hombros del emperador con la intención de despojarlo del yukata rojo. Esta vez Takeshi no supo de qué manera evitar su tacto y, permitiendo que la mujer acariciara sus pectorales por encima de la prenda, intentó contenerla apretando sus manos contra su propio pecho. Entonces pudo mirarla de frente; una joven encantadora de ojos de almendra y pestañas de seda. Sus labios de cerezo eran suaves y brillaban bajo las luces de las mamparas, al igual que los dos luceros oscuros que coronaban su rostro y que en esos momentos lo observaban con una devoción que él no terminaba de creerse.

¿Cómo era posible que una chica como ella se enamorase de forma casi instantánea, sin palabras ni contacto?


De pronto, un golpe en la puerta lo hizo soltarla de súbito, dando media vuelta para permitir que sus criadas dispusieran la mesa en la que cenarían.

Yang Liau estaba por subirse el kimono que ella misma se había deslizado, hasta que la fría mirada de Katsuki la sorprendió de pronto. La guardia real intentó desviar su vista, pero era tarde. La imagen había sido recibida y procesada.

Las mujeres salieron de forma ávida una vez que probaron los alimentos, y a su marcha, los guardias cerraron nuevamente las puertas, dejando a una Katsuki desconcertada.


Su labor y entrenamiento como guardia real y ahora su cargo como protectora de los aposentos reales le impedían volver a sus habitaciones para encerrarse y llorar amargamente. Su deber era aguardar ahí hasta que llegase la media noche, esperando por la partida de la emperatriz o, en su defecto, preparando a los sirvientes para la mañana siguiente en caso de que esta permaneciera toda la noche con el emperador.

Pese a que por dentro se encontraba muriendo lentamente, por fuera aparentaba una seriedad de hierro. Con las manos entrelazadas en su espalda y la postura firme como el mástil más fuerte, ella se mantuvo de pie junto al eunuco líder, las dos damas de la emperatriz y, desde luego, los dos guardias imperiales apostados frente a las puertas.


De lo que acontecía tras aquellas puertas no se podía percibir absolutamente nada, y aunque el eco de las voces del emperador y su esposa brotasen de aquellas puertas cerradas, la joven guerrera era incapaz de escuchar nada más que los latidos potentes de su corazón embravecido.


Transcurrieron los minutos, uno a uno. Las damas del día y de la noche hicieron su recorrido tocando unas pequeñas campanillas que anunciaban la llegada de una hora más en ese día que se le antojaba interminable.

Cuando volvieron de nuevo tocando las campanas doce veces, ella se quedó mirando la puerta de los aposentos. ¿Qué estaba sucediendo en su interior? ¿Acaso la emperatriz pasaría la noche entera con su majestad?


El eunuco la miró de reojo, preguntándose por qué aguardaba tanto tiempo para anunciar su retirada, aunque era fácil hacerse una idea de las razones ocultas tras su espera.

Katsuki sintió que el corazón se le estremecía dentro del pecho y, resignándose a su destino, comentó:

—Media noche. Eunuco líder, aguarda diez minutos más y si nuestra emperatriz no sale entonces tienes permitido retirarte. Pero espero verte mañana muy temprano aquí mismo, al igual que a las doncellas de la emperatriz.

Wei Li, el eunuco líder y Shi Tang asintieron a las órdenes de Katsuki. Ella, aún con las manos en la espalda, fingiendo tranquilidad, se despidió de ellos con un pequeño asentimiento de su cabeza y comenzó a caminar hacia sus aposentos, sintiendo que en cualquier momento se derrumbaría en el suelo y que todos observarían la cara de su desdicha.


Estaba por llegar a mitad del amplio corredor cuando escuchó las puertas reales abriéndose de par en par. Dio media vuelta para ver a Yang Liau saliendo de los aposentos del emperador con el rostro más melancólico que se haya visto en una joven emperatriz. Wei Li se aproximó para auxiliarla, pues parecía pálida y desvalida. Ella estaba a punto de revelarle la noche triste que había pasado junto a Takeshi, pero un sentido de supervivencia en ella se despertó de pronto y la hizo mirar en dirección de la guardiana de la cámara real. En cuanto sus ojos se mezclaron, Yang Liau cambió su semblante y le dedicó una amplia sonrisa.

—El emperador me ha favorecido, Wei Li —dijo ella, lo suficientemente alto para que Katsuki la escuchara—. Pero me he sentido algo indispuesta y tuve que abandonar la cámara real. Mi emperador ha sido tan atento conmigo que enviará ya mismo a la doctora a mis aposentos.

—Me alegro tanto, su alteza —respondió la joven dama.

Katsuki esperó a que la emperatriz se marchara, ofreciendo una respetuosa reverencia. A pesar de la amplia sonrisa de Yang Liau, sus ojos delataban la verdadera razón de su partida a esas horas.


La emperatriz ni siquiera quiso dedicarle una mirada más, dio media vuelta sobre sí misma y se marchó a paso veloz lejos de los aposentos reales, lejos de Katsuki y lejos de la decepcionante noche que había vivido ahí.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top