メノ√
Yang Liau se debatía en la confusión de sus propios sentimientos. Noches enteras se había sumergido en la contemplación de su relación con el emperador, concluyendo en ocasiones que se trataba solo de un capricho efímero, una pasión infantil y absurda, alimentada sin duda alguna por la innegable belleza de aquel hombre. Pero a medida que sus veladas se desvanecían en las tinieblas, mientras era relegada a un par de cenas privadas con el monarca y despedida a sus aposentos una vez que las velas se consumían, su corazón se llenaba de una fiera inquietud.
La emperatriz se sumergía en un malestar crónico que surgía siempre en la presencia de Takeshi, como una melodía inacabada que resonaba incesante en los pasillos de su alma.
Aquella noche, sus pensamientos se diluyeron con la gracia de un suspiro mientras el emperador continuaba hablando a su lado. Sus manos entrelazadas en una caricia fría.
—Estoy convencido de que esta encomienda es perfecta para ti —soltó el emperador con una voz que intentaba sonar dulce, pero que más bien parecía ensayada, mecánica—. Como sabes, la emperatriz viuda se encuentra siempre sola, yo no puedo hacerle compañía y sin duda alguna mi presencia no será tan agradable como la tuya. Su deber siempre ha sido proteger los jardines imperiales, y aunque yo la he ayudado dentro de mis posibilidades, sé que tu presencia le resultará mucho más amena que la mía.
—Su excelencia, me llena de gratitud que haya pensado en mí para semejante tarea. Le aseguro que entre la emperatriz viuda y yo mantendremos los jardines imperiales en óptimas condiciones. Especialmente cuidaremos de las especies khon que habitan en el estanque.
—No es una labor fácil, considerando que son las únicas parejas de khon que existen. Depende de ti el preservar sus existencias. La tarea no es apta para un espíritu ligero.
Yang Liau asintió con una suave sonrisa.
—No se preocupe, su majestad. No lo defraudaré.
—Estoy seguro de que harás un estupendo trabajo.
El emperador se alzó con la majestuosidad de un felino y depositó un beso en la diadema de cabellos de su emperatriz. La joven supo enseguida que se estaba despidiendo.
—Permíteme retirarme, querida. Esta tarde está repleta de deberes que requieren mi atención, quizás no pueda acompañarte durante la cena.
Una llama de desilusión se ocultó tras la máscara de su sonrisa.
—Descuide, su alteza —lo detuvo con un delicado toque en el brazo antes de que abandonara la habitación–. Con respecto a la guardiana de sus aposentos, ¿qué sucederá con ella?
Takeshi no mostró emoción alguna.
—Nada sucederá con ella.
Yang Liau bajó la mirada.
No estaba segura de lo que aquel intercambio de palabras había significado entre ambos. Su pregunta llevaba consigo dos cuestionamientos: por un lado, deseaba saber si es que habría una consecuencia para la negativa de Katsuki ante sus órdenes y, por otro lado, ansiaba saber si era posible que sucediera algo más entre ellos dos, si el emperador podría traicionarla con una mujer de inferior estirpe.
La respuesta, en cualquier caso, habría sido la misma, pero ¿podría fiarse de la palabra de su esposo? Las sombras del palacio imperial ocultaban secretos tan profundos como los reflejos de la luna en esos instantes, sobre las aguas del estanque de khon.
***
Una vez que el emperador se desvaneció en la penumbra, Wei Li retornó a su posición a la diestra de la emperatriz, con un aire de solemnidad que recordaba a una actriz en pleno escenario.
—¿Puedes creer lo que acaba de suceder, Wei Li?
—Sinceramente, esperaba que hubiera consecuencias graves para su alteza, y oraba para que no fuera así.
Una mirada repentina de Yang Liau cortó el aire.
—¿Consecuencias para mí?
—Debe recordar, su alteza, que en este palacio existen reglas inflexibles, y un paso en falso puede traducirse en destierro o, peor aún, en muerte. Su posición todavía flota en la incertidumbre.
—¡Estoy consciente de ello! —bufó la joven emperatriz con exasperación, levantándose de un salto para pasear por la estancia, en busca de aligerar sus tensiones–. Esa maldita mujer tiene la ventaja en todo. Conoce al emperador más que yo, y ha tenido toda una vida para conquistarlo. ¿Y se espera que yo logre eso en un par de días?
—Reconozco que esto parece un desafío colosal, su alteza. Lamento profundamente que deba enfrentarlo, pero debe hallar su fortaleza.
—¡Soy fuerte! —afirmó con vehemencia—. Tan fuerte que yo misma terminaré con esa plebeya.
—Su majestad, si me permite —intervino Wei Li con precaución—, no le aconsejo que tome medidas contra la guardiana de los aposentos; sería una empresa extremadamente riesgosa.
—¿Qué insinúas?
—Después del gran visir, ella es la figura más cercana al emperador, y un conflicto con ella no sería prudente. Su majestad, lamento recordárselo, pero mientras no goce del favor del emperador, su posición en el palacio no está garantizada.
Yang Liau se dejó caer en el sofá con un semblante desesperanzado.
—¿Entonces?
—Le sugiero que sigamos con el plan original. Si logra cautivar al emperador, no solo ganará influencia en la corte y en el palacio, también tendrá la oportunidad de engendrar herederos.
—¿Me estás diciendo que olvide a esa plebeya? ¿Que permita que mi esposo se deleite con ella a su antojo?
Wei Li inclinó la cabeza y, en un susurro meticulosamente calculado, respondió:
—Mi respetada señora, se trata del emperador. El emperador tiene la libertad de disfrutar de las mujeres a su voluntad; su palabra no puede ser cuestionada, así como sus acciones. Por ahora, lo que debe hacer es consolidar su posición en el palacio, darle herederos y aguardar pacientemente a que uno de ellos tome su lugar en el trono.
Al escuchar esas palabras, Yang Liau sintió que su corazón ardía de indignación. Por un instante, anheló abofetear el pálido rostro de su sirvienta, golpearla hasta hacerla retractarse de sus odiosas palabras, pero no pudo. En lo profundo de su ser, sabía que tenía razón. Si no lograba conquistar al emperador, un destino desdichado y lleno de lágrimas le aguardaba.
En ese momento, su desprecio hacia aquella mujer de baja cuna se intensificó. Deseaba aniquilarla con todas sus fuerzas.
—El emperador ya me ha comunicado que no me convocará a sus aposentos esta noche —respondió con decepción.
—¡Bien! Eso nos brinda esta noche para practicar.
—¿Practicar?
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