ノメ

EN LA MAÑANA SIGUIENTE A LA BODA EL palacio entero se encontraba aún más que agitado. Las celebraciones continuaban en el pueblo y aquella noche la madre emperatriz tenía planeada una cena importantísima en la que las figuras más importantes del reino se darían cita, entre personajes de elevada alcurnia de la ciudad y huéspedes del palacio. No obstante, nadie hablaba de los costosos y espléndidos cortinajes, de la vajilla de plata o de los ornamentos de bronce. Tampoco se daban por enterados de los manjares que degustarían ni de lo estrafalario de la ocasión ni siquiera de los cientos de pavorreales que habían tenido que desollar para que la mesa central estuviese adornada por un mantel hecho de su plumaje.

En el palacio solo se hablaba de la trágica noche de la emperatriz, la nueva esposa del emperador.

Los comentarios iban de lo penoso a lo grotesco y todos expresaban de modo disimulado que la joven emperatriz no había sabido complacer a su majestad o dudaban de sus capacidades amatorias.

Nunca se había visto semejante situación en el reino y todos se preguntaban consternados qué había sucedido en los aposentos del soberano para que este despachara a su reciente esposa de esa forma tan vergonzosa.

Antes de la medianoche y poco después de que el espectáculo de fuegos artificiales llegase a su final, el emperador ordenó a su joven esposa que se marchara a sus aposentos y lo dejara dormir a solas. Y aunque no estaba del todo claro, la mayoría dudaba que el acto del matrimonio se hubiese concretado.

Además, la emperatriz Yang Liau no había salido de sus habitaciones en toda la mañana.

Su madre acudió a ella muy temprano, cuando se enteró de la trágica noche de bodas que había tenido que soportar.

―¡No lo sé, madre, no lo sé! ―exclamó Yang Liau y se volvió a cubrir con las cobijas.

La mujer acarició su cabeza por encima de las prendas de cama.

―Tranquila, hija, tranquila. Estoy segura de que no ha sido culpa tuya.

―Pero sigues preguntándome qué fue lo que hice.

―Es solo para intentar comprenderlo. Llegar al motivo, a la razón de su comportamiento, no para buscar culpables.

―No hice nada más que lo que me ordenó. Durante toda la velada se mostró muy frío y distante, y aunque cambió e incluso me obsequió un collar, después me pidió que me marchara.

―¿Te dijo el por qué?

―Solo que deseaba estar solo, que estaba cansado... ―su voz se fue debilitando hasta adquirir un tono infantil.


...Yang Liau recordó los labios suaves y delineados del emperador, que le dirigían una delicada sonrisa. Los fuegos artificiales se encontraban en su máximo esplendor. La noche llevó hasta ellos un aroma fresco y relajante, la luna se encontraba encima de sus cabezas, la noche en general era perfecta.

Entonces los fuegos terminaron y el emperador la miró a los ojos con una expresión que ella no alcanzó a comprender. Y desde luego que no tenía intención alguna de indagar en su mirada. En esos momentos se encontraba pasmada por la situación, encantada por el porte varonil de su emperador y nerviosa por la noche que la esperaba junto a él.

Takeshi la tomó por los hombros y la obligó con una enorme dulzura a que lo mirara a los ojos.

―De ahora en adelante nuestros destinos han de verse sujetos uno al otro —le dijo—. Desconozco lo que nos deparará el futuro, pero para bien o para mal, te prometo que nunca permitiré que sufras debido a esta unión. No habrá nada en el mundo que yo pueda negarte, pero a cambio de ello pido tu absoluta comprensión y apoyo.

Yang Liau no supo cómo interpretar sus palabras. Ahora que podía verlo de cerca terminó de caer rendida ante los encantos de su emperador, quien poseía una de las miradas más hermosas que había observado. Ella se sumergió en esos cuencos de cristal oscuro que resplandecían con la luz de la luna.

―Mi señor, siempre tendrá mi comprensión y apoyo, así como mi amor más sincero.

Yoshida dejó escapar un suspiro y, acercándose a ella, depositó un delicado beso en su frente. Después la acercó a su cuello y permitió que su rostro reposara en él, imprimiendo un fuerte abrazo. La joven aspiró la fragancia del emperador y cerró los ojos para disfrutar de su calor.

Pasaron así un par de minutos hasta que él la alejó de sí y le pidió que se marchara con el pretexto de encontrarse demasiado exhausto. Ya tendrían tiempo de seguir conversando por la mañana.

Desde luego, ella no rechistó ni pidió unos momentos más, aunque por dentro su ser clamaba por tenerlo a su lado esa y todas las noches posibles.


―Wei Li, ¿le enseñaste lo que debía hacer?

―Su majestad, no pude hacerlo. Durante todo el día la emperatriz estuvo ocupada y acompañada de muchísimas personas, y cuando finalmente iba a hacerlo, la madre emperatriz llegó y se la llevó.

La reina suspiró irritada.

―¡Te pedí una sola cosa! ―exclamó la mujer, poniéndose de pie―. ¡¿Acaso no te das cuenta de lo importante que es esto?!

Su mano tardó apenas un segundo en llegar hasta la mejilla de la joven que no opuso resistencia alguna.

Yang Liau echó las cobijas a un lado, descubriéndose el rostro.

―¡Madre! ―intentó controlar su voz.

Estaba sorprendida por la actuación de la reina a quien jamás había visto tan contrariada.

Wei Li cayó al suelo y se mantuvo ahí, arrodillada ante la túnica de la reina.

―Escucha ―respiró con dificultad, haciendo esfuerzos por controlar su ira―. El emperador es joven y posiblemente inexperto en esos asuntos. No nos queda más que confiar en lo que te dijo y esperar a esta noche. Seguramente él te llamará y tendrás que estar preparada para complacerlo.

Dio media vuelta y, echando su túnica hacia un lado con aire arrogante, observó a la joven que se encontraba de rodillas.

―Tienes una oportunidad más para redimirte. No me decepciones o el castigo será inolvidable.

―Sí, su majestad. Se lo prometo. Gracias por la oportunidad, le aseguro que no la defraudaré.

La mujer se marchó, dejando a la chica con la palabra en la boca. La joven criada contuvo el llanto, respiraba con dificultad y no lograba hacer acopio de las fuerzas necesarias para ponerse de pie.

―Wei Li ―susurró la ahora emperatriz―. ¿Cómo se complace a un emperador?

La joven se puso de pie con dificultad. Sentía la mejilla inflamada de dolor, pero se recompuso en poco tiempo. No le sorprendía la poca empatía de su ama.

―Su alteza, necesito que preste mucha atención.


***

Katsuki tenía los ojos hinchados y un aspecto pálido. La mayoría de los guardias y sirvientes con los que se había cruzado se lo dijeron. Ella lo achacó a una gripe momentánea, producto de las guardias nocturnas.

Takeshi, por su parte, se había limitado a ignorar su presencia. Era evidente que ni siquiera soportaba verla a la cara, de manera que era el único que parecía no notar su desaliñado aspecto.

―¿Mi comandante imperial?

―Ya tomaron rumbo a Kolnor, su majestad. Esta mañana muy temprano partió el primer batallón. Nos esperan en un par de meses para seguir el plan de ataque.

―Perfecto. Confío plenamente en las habilidades de Katsuro, sé que volverá con buenas noticias y entonces podremos comenzar la travesía. ―Se quedó mudo un momento. A pesar de su entrenamiento le preocupaba tener que enfrentarse a la batalla, a la sangre, a las muertes―. Mantenme informado.

―Por supuesto, mi señor.

La señorita Yamagawa no pareció sorprendida con la expedición de la cual no sabía absolutamente nada. Aunque olvidó que en realidad el emperador no estaba obligado a revelarle sus estrategias de guerra.

A decir verdad, se había acostumbrado demasiado a sus charlas, a escuchar sus planes, a que le pidiera consejo. Esa relación que tanto había beatificado en el pasado ahora solo formaba parte de una hermosa fantasía que no volvería a escenificarse jamás.

―Katsuki.

―¿Sí, su majestad?

―¿En dónde se encuentra mi madre?

―Me parece que fue a la despensa del palacio para hacer algunos encargos.

El emperador se puso de pie con aire cansado. Había pasado toda la mañana trabajando.

―Parece que tendré que ir a verla o pronto no quedará una sola moneda en el palacio.

Nakamura sonrió junto al emperador. Katsuki hizo el esfuerzo de sonreír también, pero solo consiguió una pequeña mueca. De todas maneras, no era importante, nadie se preocupaba de los sentimientos del chambelán. Su deber era asegurarse que los asuntos del palacio marcharan viento en popa, y mantenerse siempre pendiente de lo que sucedía en la vivienda del emperador. Y mientras más pronto se acostumbrase a ser una simple sirviente, entonces menos lágrimas tendría que derramar.

Desconocía por completo cómo le había ido en su primera noche junto a su esposa, pero por la actitud relajada del emperador y su buen humor, deducía que le había ido de maravilla.

Con las manos enlazadas en la espalda, el emperador salió de la oficina. Sus fieles inseparables lo siguieron de cerca, Katsuki un poco más atrás que Nakamura debido a su jerarquía.

―Su alteza, con el ajetreo, la música y la fiesta no pude felicitarlo. Quería decirle que mi esposa y yo le deseamos la mejor de las suertes en su matrimonio. Mi mujer pasó varias semanas tejiendo una manta para nuestra hermosa emperatriz, espero que nuestro humilde obsequio haya agradado a su vista.

―Renzo, dile a tu esposa que estamos encantados con el obsequio, fue uno de los preferidos. Agradezco sus buenos deseos. Sé que es de muy buena suerte recibir un obsequio de bodas de un matrimonio tan largo y prolífico como el suyo.

―Para nosotros es un gran honor, mi señor.

El emperador no dijo más. Katsuki no percibía contrariedad o vergüenza en su voz al referirse al tema de su matrimonio tal y como había sucedido en las semanas previas.

Su corazón se encogía ante la idea de que Takeshi hubiese cambiado de parecer con respecto a sus sentimientos por ella. No era algo difícil de suponer dada la belleza de la princesa Yang Liau.

No. Ya no era la princesa Yang Liau, ahora se había convertido en la emperatriz Yoshida Liau, miembro de la dinastía del emperador y madre de sus futuros herederos.

En cuanto llegaron a la despensa, la madre emperatriz se abalanzó a su hijo sin olvidar el respeto que le debía.

Katsuki pudo darse cuenta de que le decía algo al oído.

―Más tarde ―repuso él con suavidad.

―De acuerdo, su alteza ―dijo ella, disimulando una pequeña sonrisa―. He ordenado que todos los cocineros sean relevados por extranjeros. Quiero que esta cena sea exótica y extravagante.

―Estoy de acuerdo, madre. Pero deja algo a mi ejército. No es conveniente mostrar tanto lujo cuando hemos enviado a nuestras tropas a la batalla.

―Descuida, hijo. Es mejor que nuestros enemigos vean el poder de nuestro imperio. Además, se trata de las cenas posteriores a la boda de nuestro magnífico emperador. Al menos esta vez déjame volverme loca.

El emperador sonrió ante las locuras de la madre emperatriz, quien desde la muerte de su padre no se había mostrado tan contenta. Esa era la razón por la que la consentía tanto. Sabía que estaba demasiado sola en ese inmenso castillo.

―De ser así, Renzo, ¿cómo se llamaba ese cocinero amigo tuyo?

―Fei Lin, su majestad.

―Es verdad. Fei Lin es famoso por sus platillos tan exóticos como creativos y dicen que muy pocos han podido disfrutar de sus exquisiteces. Sin duda debes traerlo.

―¡Sí, sería estupendo! ―exclamó la emperatriz viuda.

El emperador echó una mirada a Nakamura, quien comprendió la orden.

―En seguida, su majestad.

El hombre salió, dejando reverencias.

La madre emperatriz se aproximó a su hijo y Katsuki se alejó un poco al notar el tono de confidencialidad que percibió en ella.

―De verdad necesito conversar contigo, mi emperador.

―Si quieres hablar sobre la emperatriz, mejor no lo hagas.

―Pero...

―No quiero escuchar una sola palabra sobre eso ―su voz había cambiado y ahora sonaba fría y firme.

La mujer se limitó a callar y bajó la mirada.

―Pide lo que desees, madre.

―Gracias, hijo mío. Espero que la cena de esta noche sea de tu agrado.

El emperador asintió con suavidad, dio media vuelta y se alejó.

Aunque Katsuki no deseaba seguirlo, no tuvo más remedio que caminar, imitando sus pasos.

Ahora que Nakamura no estaba cerca esperaba no tener que verse a solas con el emperador.

Este pareció comprender sus inquietudes ya que, en lugar de volver a la enorme oficina, se dirigió a sus aposentos, donde ella tuvo que esperar frente a la puerta. En esta ocasión no fue invitada a pasar y eso terminó por destruir su corazón.

¿En verdad bastaba una sola noche para desterrarla por completo de su corazón? ¿Es que para el chico del que se había enamorado perdidamente no significaban nada todos los días que habían pasado disfrutando de su compañía? ¿De qué otra manera podía explicar ese cambio tan terrible en él? ¿Cómo es que podía convertirse de ese modo tan drástico después de haberle pedido que huyeran juntos?

Tal parecía que aquella mujer había terminado por vencerla en una sola noche.

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