√ノノノ

FINALMENTE, EL DÍA TAN TEMIDO Y ESPERADO había llegado al palacio imperial, el cual había sido preparado con esmero para que la celebración más importante que tendría lugar, después de la coronación de Takeshi, fuese especial y perfecta.

La joven Yang Liau poco había podido convivir con el emperador, pero no le importaba. Las excusas de su madre acerca de la imagen que un soberano debía tener ante la sociedad le bastaban por el momento para continuar siendo optimista.

Además, el emperador era un hombre muy ocupado que no podía distraerse en pequeñeces románticas, y esperaba que la distancia entre ambos quedara finalmente relegada una vez que los votos matrimoniales se dieran por consumados.

―Hija mía, es necesario que sepas algunas cosas importantes que sucederán esta noche, cuando el emperador y tú se encuentren a solas.

―Ya lo sé, madre. Se consuma el acto del matrimonio. Ya me lo has dicho ―sonrió ella al tiempo que se colocaba ante el espejo de pie y observaba su rostro lozano preparado para el maquillaje.

―Sí, pero hay ciertas cosas que no te he platicado. Mi posición como reina me impiden hablarte libremente, es por ello por lo que trajimos a Wai Li, ella además se quedará contigo cuando yo deba volver a nuestro palacio. Te ilustrará en todo lo relacionado al acto del matrimonio, de manera que logres satisfacer a tu esposo y así garantizarte una vida marital plena y alejada de terceras personas.

―¿Terceras?

La mujer elevó una mano para silenciar a su hija. No deseaba mortificarla con ese tipo de situaciones, y menos en un día tan especial como aquel.

―Eso no importa, querida. Te he dicho ya que Wai Li se quedará contigo y que ella resolverá todas tus dudas ―ante sus palabras, la joven criada se aproximó y, ofreciéndole una sincera sonrisa, hizo una pequeña reverencia―. Y a pesar de que yo no puedo hablarte de eso, quiero que sepas que puedes tener confianza absoluta en mí y, también quiero que tengas esto.

―¿Qué es? ―quiso saber Yang Liau cogiendo el pequeño libro.

La curiosidad se apoderó de ella, especialmente al notar la incomodidad y el temblor de su madre. Hizo el gesto de abrirlo, pero ella se lo impidió.

―Ábrelo una vez que me haya ido. Aunque te recomiendo que lo hagas antes de esta noche. Sé que es muy precipitado, ni siquiera debería mostrártelo, no es algo que se comparta entre madre e hija. Pero tu esposo será nada más y nada menos que el emperador del mundo entero. Y aunque lo último que deseo es consternarte, debes entender que cientos, miles de flores querrán retozar con él, y estarán preparadas para abrir sus pétalos ante una mínima orden de su parte. Es por ello por lo que ahora me atrevo a esto, hija mía. Pues las implicaciones de que logres desempeñar este papel tan fundamental en una esposa serán decisivas en tu relación futura y en tu posición como emperatriz.

Yang Liau se quedó boquiabierta ante sus palabras. Nunca había imaginado que el acto del matrimonio sería tan importante. ¿Y de qué hablaba su madre con flores abriendo sus pétalos? ¿Es que el emperador planeaba casarse muchas veces? ¿Entonces en dónde quedaría ella si eso sucedía?

Ansiaba que su madre se marchase para poder hablar con Wai Li y hojear aquel libro tan enigmático que parecía cosquillearle entre los dedos.

De pronto, una caravana de mujeres accedió a la habitación, cargadas con paquetes y agua caliente para la tina, la cual llenaron con destreza y rapidez.

Yang Liau entró en ella y permitió que el agua terminase de borrar todas sus dudas al respecto. Las mujeres comenzaron a lavar cada parte de su cuerpo, Wai Li cepillaba su largo y sedoso cabello, rociándole esencias perfumadas; mientras que otras chicas cepillaban desde su cuello hasta las uñas de sus pies.

La joven no podía creer lo que estaba a punto de suceder. Ni siquiera lograba expresar tanta ansiedad, alegría y nerviosismo juntos. Se sentía sobrecogida por un mar de emociones.

Takeshi, pese a su frialdad, le parecía un hombre apuesto, como nunca había conocido con anterioridad. Era muy diferente a todos los hombres que había podido conocer en la corte real, los cuales la mayoría eran demasiado viejos, desaliñados o poco atractivos. Con miradas severas o vacías, y charla aburrida. No, sin duda el emperador era muy diferente. Había en él una personalidad enigmática, un silencio atractivo y dulce, sus ojos eran dos ventanas llenas de luz y de bondad. Por momentos se mostraba frío e inalcanzable, pero en otros lucía tan tierno e inocente. Había verdadera vida en su mirada.

Yang Liau no podía hacer otra cosa más que admirarlo y, en silencio, agradecer a los Dioses por tener la oportunidad de desposar a alguien como él, cuyas cualidades encontraba mucho más valiosas que el hecho de ser emperador.

―Por favor, su alteza, acompáñenos ―solicitó Wai Li al tiempo que le ofrecía una mano para que esta se pusiera de pie.

Un par de doncellas la abrigaron en cuanto ella se irguió, mostrando su delicado cuerpo. La piel blanca exhalaba pequeñas líneas onduladas de vapor, lo que a la luz de las persianas le daba un toque romántico a su esbelta figura.

La joven se sentía totalmente confiada de su belleza.


No era mentira que en el reino del que provenía, docenas de hombres se habían enfrentado para cortejarla, y de que docenas más la amaban en silencio; desde el humilde escudero hasta el caballero de más alta alcurnia. Ahora se sentía sumamente agradecida de que su padre no hubiese considerado ninguno de aquellos pretendientes.

La reina la esperaba en la habitación, observando con paciencia cómo era ataviada con aquellas prendas tan costosas y exquisitas. Su vestido de estilo tradicional totalmente blanco estaba hecho con las telas más delicadas. Las jóvenes mostraban una gran destreza en desenrollar la tela y cubrir las formas femeninas, no sin antes aplicar una generosa capa de crema y loción a cada palmo del cuerpo. La princesa elevó ambos brazos para que la tela quedase bien sujeta a ella, de manera que las criadas pudieran apretar con fuerza la cintura.


En esos mismos instantes, Katsuki también se preparaba en soledad. Las prendas, sin demasiado colorido, se ajustaban a su pequeña cintura sobre la que se colocó un cinturón de cuero negro, bien apretado. A pesar de que la piel de su cuerpo era tersa y suave, ella debía esconderla bajo el uniforme que la distinguía como una guardiana, de modo que su atractivo era encubierto por completo.

No tenía permitido maquillarse de modo estrafalario, así que solo coloreaba un poco sus mejillas y daba algo de luz a sus labios con una tinta carmín, pero esa vez se permitió además colorear sus párpados de un naranja sutil que realzaba la belleza en ellos. Todo esto con una calma casi funeraria y los ojos a punto de desbordarse en lágrimas.


De un lado del palacio imperial se preparaba la mujer más feliz del mundo, colocándose ella misma las joyas que le habían sido preparadas para la ocasión. Primero las sortijas en todos los dedos, el collar de perlas, los aretes plateados y la corona que brillaba con una luz encantadora.

Mientras que Katsuki cubría sus dedos con la venda especial que le permitía un mejor agarre de la katana; no ostentaba anillo alguno, en el cuello ocultaba una cadena discreta que había sido un presente de su madre y, como única corona: el cabello recogido en un chongo alto. Esta vez dejó la mitad de su cabello negro en libertad.

La joven princesa se miró al espejo una vez que las muchachas terminaron con ella. Sus labios resplandecían con un tono rojo intenso, le habían coloreado las mejillas y los párpados de un rosa muy tenue que le daba un aire dulce y romántico a su rostro. Y una vez que estuvo totalmente preparada, la reina se aproximó a ella para extenderle el ramo maravilloso de orquídeas blancas y azules. Yang Liau, sonriente y emocionada, dio media vuelta para admirar su figura sin dejar de pensar en lo afortunada que era y en la felicidad que estaba esperándola junto al emperador.

Katsuki, por su parte, suspiró con resignación y una profunda huella de tristeza en los ojos. Cogió la espada que reposaba a un lado de la cama y la enfundó en la vaina. Una lágrima cayó ingrávida por su mejilla cuando ella se miró por última vez al espejo.

Llenó sus pulmones de aire, limpió el vestigio de su tristeza y se marchó, sabiendo que ese día sería el inicio de todas sus lágrimas futuras.



***

Durante la ceremonia, la joven no quiso convivir con nadie. Habría deseado marcharse a sus aposentos y esperar a que ese fatídico día llegase a su fin, pero era algo imposible para alguien de su posición cuyo puesto se encontraba siempre detrás del emperador.

Yoshida Takeshi estaba envuelto en una túnica negra con motivos dorados que parecían resplandecer con luz propia. Katsuki no pudo dejar de observarlo durante toda la ceremonia. Sus ojos negros llenos de una tristeza que solo ella podía comprender, los labios serenos que habría deseado besar. Algo se rompió en su pecho cuando fue Yang Liau quien depositara en ellos un suave beso, el primer beso del joven e inexperto emperador.

Echó el rostro a un lado a pesar de que los eunucos, tal y como dictaba la tradición, habían colocado un biombo blanco entre la pareja y la audiencia que se congregaba en el templo imperial. De modo que solo sus siluetas podían percibirse a través del papel.


Una vez que llegó la noche, sus más terribles pesadillas la amenazaron con volverse realidad. Sabía bien que Takeshi tendría que yacer con ella en la misma cama. Sí, la ahora legítima emperatriz tendría sus propios aposentos privados, pero al menos esa noche tan importante para la pareja, tendría que dormir en la habitación del emperador.

Ella misma los acompañó durante su lento recorrido a través de los corredores que en esos momentos le perecieron tétricos fantasmas que la observaban con tristeza. Incluso los cirios parecían iluminar un poco menos, como si se congraciaran con el sufrimiento que embargaba su corazón.

Takeshi no tomó la mano de la joven princesa al caminar, ni siquiera la invitó a pasar a la habitación tal y como se acostumbraba. Simplemente se limitó a entrar a los aposentos, permitiendo que ella la siguiera con la cabeza agachada. Una vez que ambos accedieron, las puertas fueron cerradas con suavidad para darles algo de privacidad.

Entonces Katsuki se vio libre para correr hasta sus aposentos, libre para permitir que las lágrimas salieran sin control, libre para expresar el dolor que la inundaba por completo.

En los aposentos, una dulce fragancia envolvió a la joven pareja de recién casados. Yang Liau quiso recorrer con la mirada la estancia, pero se limitó a esperar las órdenes del emperador. Tal y como su adiestramiento se lo indicaba.

Antes de hacer formal el compromiso, ella se dedicó a tomar clases intensivas que la preparasen para la vida en el palacio imperial. Conocía los usos y costumbres, las recomendaciones y los estatutos. Sabía que sería complicado para alguien como ella, consentida desde la cuna, adaptarse a tantas formalidades, pero la esperanza de lograr el amor de Yoshida era suficiente para motivarla.

El emperador tomó asiento en el pequeño escritorio al lado opuesto de la cama con dosel y se dispuso a revisar algunos documentos que había dejado pendientes aquella mañana.

―Puedes tomar asiento si lo deseas ―dijo señalándole el lecho real.

―Gracias, su majestad ―respondió Yang Liau con una suave sonrisa.

Su mirada expresaba la inocencia que albergaba en su alma, así como la emoción por lo que estaba a punto de suceder. A final de cuentas se trataba de una jovencita de diecisiete años, seguramente entusiasmada con los romances de cuentos infantiles y las novelas que circulaban por toda la región. Después de todo se trataba de una princesa y sabría leer y escribir con soltura, ¿no es así?

De pronto, Takeshi se dio cuenta de que no sabía absolutamente nada de ella. No tenía idea de sus gustos y disgustos, de sus experiencias de vida o costumbres. Esa chica era una completa desconocida para él, pero ya ostentaba el título de emperatriz, su emperatriz.

Volvió la vista hacia los papiros que descansaban en el escritorio, hojeándolos con paciencia.

Las velas se derretían a su alrededor, esperando el momento en que dejarían de arder para darle paso a una flama mucho más intensa y satisfactoria. Pero no fue así. Pasaron largos minutos en silencio, con el sonido de la pluma y la tinta raspando el pergamino y el golpeteo del sello que por instantes marcaba una melodía severa y firme.

Yang Liau no sabía qué hacer.

Seguía sentada en la cama con las manos sobre el regazo. Tenía una postura perfecta y delicada, así como una mirada serena. No obstante, en esos instantes sus ojos solo mostraban una profunda consternación. Se sentía a punto del llanto e intentaba ser fuerte para no flaquear ante la tensión de la estancia.

Recordó entonces que no había abierto el misterioso libro que le revelaría los secretos del acto del matrimonio, y que cuando Wei Li iba a explicárselo no tuvo tiempo de conversar con ella. Ahora se arrepentía por haber sido tan irresponsable y tonta, tan distraída. Tal vez, de haber sabido un poco más, no se encontraría en esa situación. Y ahora, ¿qué hacer? ¿Cómo actuar si ni siquiera comprendía lo que se esperaba de ella? ¿Cuáles deberían ser sus acciones si desconocía por completo esos asuntos?

Takeshi la observó unos instantes.

Se veía tan tierna y frágil con su vestido de novia y sus labios mudos que parecían querer decir algo, o quizás mostrar una mueca infantil.

―Lamento tener que trabajar en estos momentos ―dijo a modo de disculpa.

―No se preocupe, mi señor. Un soberano se debe a su pueblo y yo, como su esposa, tengo la obligación y el placer de acompañarlo y apoyarlo en este servicio tan importante. Siempre sabré comprender que sus asuntos son mucho más relevantes, su alteza.

La chica hablaba con una sonrisa ingenua, siempre intentando evitar mirarlo a los ojos a pesar de que era evidente que ansiaba hacerlo. Incluso por momentos era incapaz de luchar contra sus propios deseos y sus miradas se cruzaban sin más.

Takeshi asintió y volvió la vista al pergamino, pero no podía comprender una sola palabra de lo que leía. Se sentía tan culpable, tan vacío y desgraciado.

―Discúlpame ―intentó sonreír él―. Últimamente no he sido yo mismo. Espera, tengo algo para ti.

Abrió el cajón lateral del escritorio y sacó una cajita de madera adornada con piedras preciosas y filigrana dorada. Se puso de pie y se acercó a ella con la cajita en las manos. Se sentó a su lado y abrió el presente.

―¡Es hermoso! ―exclamó la joven princesa sin mesurar su alegría en cuanto vio su regalo.

Takeshi sonrió con suavidad.

―Es un collar de emperatrices. Solo ellas han tenido el placer de usarlo en la dinastía Yoshida, y ahora te pertenece ―explicó él al tiempo que sacaba el collar y quitaba el seguro para colocárselo en el cuello.

―Me encanta, su majestad. Muchísimas gracias ―dijo observándolo con vehemencia. Tal y como se observa a un ídolo―. Nunca me lo quitaré, se lo prometo.

Yoshida asintió con cierta melancolía. La mirada de esa chica era demasiado dulce y entregada que él se sintió como un maldito al no poder sentir nada por ella. Al pensar en Katsuki en esos momentos, cuando se suponía que debían disfrutar de su noche de bodas.

La joven se quedó observándolo y él comprendió la intención de su mirada. Sus labios pedían a gritos un beso, una consumación de aquella unión tan significativa para ella.

Él se acercó para satisfacer sus deseos, pero entonces el sonido abrupto de un trueno los sorprendió. Afuera la ciudad continuaba celebrando y era la hora de los fuegos artificiales. La muchedumbre reía y gritaba. Celebrarían durante tres días, seguidos de un descanso de un día para celebrar tres más.

El emperador se incorporó y observó hacia el balcón por el que se escurrían las luces multicolores que comenzaron a llenar el cielo estrellado. La tomó de la mano y se puso de pie.

―Ven conmigo.

Yang Liau sonrió y lo siguió de modo obediente. Deseaba complacerlo en todo lo que él quisiera.

Al salir, cientos de chispazos de luz los recibieron, cayendo como cascada hacia el suelo.

La princesa dejó escapar un grito de asombro y emoción. Sus ojillos se iluminaban con semejante espectáculo mientras su mano apretaba la mano del emperador cada vez que los fuegos estallaban en el cielo.

Takeshi sonrió para ella. No intentó alejarse cuando esta se aproximó a él y apretó su cuerpo contra el suyo, y tampoco dejó de tomarla de la mano.

El cielo se encendía ante su mirada y aunque él lucía apacible y moderadamente contento, por dentro sentía que otro fuego, cruel y doloroso, quemaba su corazón. 

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top