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Casi cuatro semanas pasaron tras su nombramiento como chambelán de la cámara real y Katsuki no podía sentirse más feliz y complacida. Despertaba muy temprano cada mañana solo para asegurarse de que el emperador se encontrase a salvo en sus aposentos. Había sido trasladada a la habitación contigua a la de Takeshi, por si es que su majestad necesitaba algo de ella o se suscitaba alguna eventualidad. Ahora más que nunca se encontraba ligada a Yoshida, no podía separarse de él ni siquiera durante las noches. Lo seguía a cada reunión, aguardando a que se desocupase de los asuntos de Estado y por las tardes lo acompañaba durante sus solitarias meriendas en la terraza de sus aposentos. Nuevamente podían charlar durante horas sin que nada ni nadie pudiera recriminarlos por ello.
Todo se realizaba en el palacio y el emperador jamás salía de aquellas paredes que se habían convertido en una prisión a causa de aquel evento de su pasado, cuando Takeshi contaba apenas con siete años.
Pocos sabían que el nuevo emperador temía salir del palacio. No lo había hecho en muchísimo tiempo y las pocas veces que se había visto en la necesidad lo había pasado terriblemente mal. Se ponía nervioso hasta el grado de sudar y temblar sin control, casi al punto del desmayo. Katsuki sabía bien el por qué, solo ella y la emperatriz madre. Nadie podía enterarse de ese detalle.
Sin embargo, con las guerras inminentes, los deberes reales y las visitas a su pueblo, el emperador había tenido que suprimir su terror a verse indefenso fuera del palacio, y a pesar de que lo había conseguido en varias ocasiones con aparente entereza, en realidad le resultaba sumamente complicado hacerlo.
Una mañana, Katsuki aguardaba paciente a la entrada de la oficina real, con sus manos entrelazadas en el regazo. A su lado, los dos guardias reales custodiaban la puerta en la que se habían perdido el emperador, su visir Nakamura Renzo y el emisario real que volvía de Kionara.
La guerrera volvió la vista a un lado; una hermosa mujer de cabellos negros como el azabache caminaba por los corredores acompañada por un par de jovenzuelas que la seguían de cerca.
Katsuki hizo una respetuosa reverencia en cuanto esta llegó hasta las puertas del emperador.
―Madre emperatriz ―dijo a modo de saludo.
―Señorita Yamagawa ―saludó la mujer con una amplia sonrisa―. ¿Está mi emperador adentro?
―En estos momentos conversa con el gran visir Nakamura y Chong Zen, su majestad.
―Espero que traigan buenas noticias ―suspiró la madre―. Los Dioses saben que no necesitamos más enemigos de los que ya tenemos.
―Confiemos en su sabiduría, madre. Los Dioses acompañarán a nuestro emperador, de eso no hay duda.
―¡Que ellos te escuchen, Katsuki, que ellos te escuchen!
La chambelán hizo un respetuoso asentimiento e iba a decir algo más cuando un golpe en la puerta hizo que los guardias se apresuraran a abrirla. De esta, Renzo y Chong Zen salieron con paso firme.
El emisario, tras saludar a la madre emperatriz, volvió a su puesto de trabajo, pero Renzo se quedó unos momentos, solicitado por la madre del emperador.
Por su parte, Katsuki fue requerida por el emperador. Al escuchar su nombre de aquellos labios varoniles la guardia sintió un vuelco en el estómago, mismo que auguraba malas noticias. Una vez dentro de la oficina, al observar sus ojos perlados por la decepción, supo que algo andaba muy mal.
―¿Su majestad? ¿Sucede algo? ―cuestionó tras reverenciarlo.
―Katsuki, finalmente hay noticias de Kionara ―dijo de modo apesadumbrado al tiempo que se ponía de pie y rodeaba el amplio escritorio.
La joven en seguida pensó en guerras, muertes y destrucción.
―¿Malas noticias?
―Son noticias que...
―¡Ya me he enterado! ―exclamó la madre emperatriz, ingresando a la estancia con ambas manos extendidas para acunar el rostro de su hijo―. ¡Felicidades, mi emperador! Conseguiste lo que tu padre no logró en muchos años de riñas y conflictos. ¡Estoy muy orgullosa de ti!
―En realidad no está escrito en piedra, madre ―aclaró―. Aún no está del todo decidido, es necesario analizar a detalle la propuesta del rey Yang Chen y, desde luego, añadir nuestras propias condiciones.
―Lo sé, hijo, lo sé. Perdona. Me he dejado llevar por la emoción. Estoy segura de que lograrás grandes cosas, hijo mío, y tu boda con la hija del rey Yang puede ser el detonante de todas esas victorias. Tomarás la mejor decisión para nuestro reino, hijo, eso es seguro.
Takeshi echó una breve mirada a Katsuki, quien se había puesto pálida con la impresión de aquella noticia. No podía imaginar a su emperador casado con una desconocida, teniendo heredero tras heredero, compartiendo sus aposentos y sentándola a su lado. No podía, no quería.
De pronto se encontró con los ojos negros del emperador. Tenían una huella de resignación y desesperanza que no pudo soportar.
Carraspeó con nerviosismo y dio una reverencia al sentirse sobrepasada por lo que estaba escuchando.
―Su alteza, los dejaré solos para que puedan conversar. Y felicidades por esta maravillosa noticia.
La reina amplificó su sonrisa.
―Es una estupenda noticia, ¿no es cierto? ¡Kaya, que todo el palacio esté contento! Prepara una fiesta, no digas el motivo, solo celebremos..., ¡celebremos que nuestro emperador está en el palacio! Brindemos y pidamos a los Dioses con alegría para que le dé entereza a nuestra majestad.
La joven asintió y emprendió enseguida las órdenes de la madre. Mientras tanto, Katsuki salía con la cabeza agachada y el corazón lleno de tristeza y desesperación.
El emperador no podía dejar de mirarla, incluso cuando las puertas se cerraron tras su marcha.
La joven escolta atravesó los amplios pasillos iluminados por docenas de lirios encendidos y lámparas de aceite. A su paso, las llamas se contorsionaban de dolor como si fuesen capaces de percibir la honda tristeza que la embargaba. Corrió hasta sus antiguos aposentos, donde se dejó caer a mitad de la estancia en penumbras. Ahí, recargada en la pared, la joven perdió todas sus fuerzas y cayó de rodillas al suelo en medio de la oscuridad. Ahí, Katsuki derramó las lágrimas que intentaban salir de modo desenfrenado. Ahí permitió que su tristeza se hiciera evidente y que su corazón contara todo el dolor que sentía y que no era capaz de seguir soportando. Solo ahí, en la soledad, tenía permitido expresar todo su dolor.
―¿Por qué? ―susurró con el llanto opacando su vocecilla―. ¿Por qué tuve que enamorarme de él? Era un príncipe cuando mi torpe corazón comenzó a sentir algo por él ―dijo golpeando su pecho―, ¿por qué no entendí entonces que mi amor era imposible?
―Cuéntame, ¿qué le has dicho al emisario? ¿Tiene ya una respuesta de tu parte?
―Aún no. Renzo aconsejó que lo meditara con tiempo y pensara en todas las consecuencias de esta unión. Yo estoy de acuerdo con él.
―Sin duda hay que dejar en claro al rey Yang Chen que deberán existir condiciones, pero estoy segura de que todas las acatará. Escuché que su esposa solo pudo darle una hija y sabemos que el reino de Kionara, tal como el nuestro, no acepta mujeres en el trono. De manera que el rey Yang no tiene modo alguno de hacerle frente a nuestro reino; sin nadie que preserve su legado, está destinado a la ruina. Esta es su oportunidad y, desde luego, la nuestra.
―Madre, creo que deberíamos nombrarte emperatriz de todo Ziduang. Harías un mejor trabajo que yo.
―¡No te burles! ―sonrió la mujer al tiempo que le daba un pequeño golpe en la pierna. Tomó la pequeña taza dorada de té y se la llevó a los labios mientras observaba el horizonte. Siempre disfrutó de aquella vista. El balcón de los aposentos reales le traía recuerdos hermosos de su vida matrimonial, cuando cenaba en soledad con su amado emperador mientras divisaba aquel espectacular paisaje repleto de verdor, flores de cerezo y rocíos crepusculares.
―No es ninguna burla. De hecho, será una de mis reformas reales, desde este día cualquier miembro de nuestra dinastía puede aspirar a ser el emperador sin importar su género.
―¡¿Cómo dices?! ―sonrió la mujer, sorprendida.
―No quiero que nuestro imperio se pierda de las capacidades e inteligencia de otras mujeres como tú, madre.
La emperatriz sonrió y cogió entre sus manos el rostro suave de su hijo, observándolo con un amor incondicional. Veía en sus ojos el alma de su padre y a través de su hijo aún podía recordar la ternura y los años de felicidad que había compartido junto a él. Le parecía increíble ver ahora ese rostro que siempre le pareció infantil y precioso repleto de valentía y madurez.
―Será ley ―agregó el emperador para besar después las suaves manos de aquella mujer que le había dado mucho más que su vida.
—Sería algo complicado tener un harén para una emperatriz, ¿no lo crees? —sonrió ella—. Lo que me recuerda que es necesario cambiar a las chicas que se encuentran ahora en el palacio. Todas son mayores, pasan de los treinta años. No son buenas para tener hijos.
Takeshi se vio evidentemente irritado.
—Ya hablamos de eso.
—Sí, y dijiste que lo pensarías.
El emperador se acomodó en el respaldo, echando la vista al cielo.
—No me gusta la idea de comprar a una mujer y tenerla encerrada con la única finalidad de escupir hijos.
—Takeshi —inquirió la madre emperatriz, indignada por las palabras de su primogénito-. Es una costumbre de nuestro imperio, así se ha hecho durante generaciones. Tu propio padre tenía su harén.
—Y aun así no tuvo hijos más que contigo. —La mujer echó la vista a otra parte—. Él era leal a un solo amor —culminó este.
La madre no tuvo argumentos con los qué debatir sus palabras.
Takeshi la despidió una hora más tarde, pidiendo a las doncellas que la custodiaran hasta sus habitaciones y la ayudaran a prepararse para descansar. La madre emperatriz estaba llena de amor y orgullo, él podía verlo en sus ojos color avellana. Sin embargo, la felicidad y el cariño de su madre no cobijaban su corazón. En esos momentos él se sentía como un miserable por defraudarla. Sabía que su boda con la hija del rey Yang era un acontecimiento esperado que traería luz y esperanza a su pueblo, pero él era incapaz de acceder a semejante contrato. No cuando la mujer que amaba se encontraba en esos momentos en la habitación contigua a sus aposentos.
Sí. Amaba a Katsuki con locura, lo había hecho incluso desde antes de comprender que aquello era amor, cuando eran tan solo unos críos jugando a ser guerreros en mitad del jardín real, ante las miradas de sus padres que conversaban sobre tácticas militares y estrategias de guerra. Cuando el mundo era tan sencillo; cuando no cargaba en su espalda con el imperio entero.
Se mantuvo de pie en mitad de la estancia remembrando aquellos atardeceres de juegos o las inagotables conversaciones durante su adolescencia, navegando ambos en el pequeño lago adyacente al viejo palacio al cual fue enviado para su entrenamiento. ¡Cuánto había amado esos días veraniegos que se habían escapado tan pronto entre sus dedos! Y ahora, cuando finalmente la había convertido en su chambelán real y volvía a pasar tiempo a solas con ella, el emisario volvía con tan espantosas noticias.
Takeshi sentía que se derrumbaba algo en su interior, algo vital.
Los ojos de Katsuki al marcharse aquella tarde se habían incrustado muy profundo en su corazón. Anhelaba verla de nuevo, abrazarla, decirle que jamás se separaría de ella y que, si estaba dispuesta y su corazón sentía lo mismo que el suyo, él se entregaría sin reserva alguna.
Dio media vuelta y observó la puerta que lo conectaba directamente a la oficina del chambelán y de ahí a sus aposentos. ¿Aún se encontraría despierta? ¿Sería capaz de romper el velo que se había formado entre ambos y demostrar los sentimientos que guardaba en su interior?
Apretó los puños con desesperación sin dejar de mirar aquella puerta dorada y, tras unos breves momentos de reflexión, dio un paso en su dirección, dispuesto a todo.
Dedicatoria especial a Ra2175 <3<3 Creo que terminaré dedicándote el libro entero y definitivamente lo haré con muchísimo cariño. Siempre estás ahí, al pie del cañón con cada nueva historia que traigo. ¡Muchísimas gracias, de verdad!
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