CAPÍTULO 26

LUCCA ANDREOTTI

Mi padre se veía exactamente como lo recordaba, igual de serio y frío, además de distante; la expresión en su rostro era seca, como si mi presencia no le importara en lo más mínimo y sus acciones fueran totalmente aceptables; mi padre actuaba como si tuviera la razón absoluta en cada tema posible y era tan altivo que no hacía más que aumentar mi frustración.

Normalmente una mirada suya conseguiría amedrentarme lo suficiente para hacerme ceder y obedecerlo, pero en este tema en especial, no podía permitirme ceder, tenía que mantenerme firme y confrontarlo.

-        Di cosa hai bisogno, Lucca? – cuestionó mi padre con tanta tranquilidad que la sangre en mis venas comenzó a hervir

-        Sai esattamente perché sono qui – respondí con brusquedad

Mi padre se alejó un poco sirviéndose un vaso de whisky mientras yo solo podía quedarme quieto en mi lugar observándolo; me costaba entenderlo y aunque la misma sangre corría por nuestras venas, éramos realmente diferentes.

Quizá en el pasado mi padre fue un hombre con el cual pude haberme relacionado bien, al menos esa era la opinión de mi madre, pero francamente la persona frente a mí era alguien que me estresaba y consternaba.

Mi padre veía la vida de una forma tan vacía y monótona que para mí era imposible compartir ese pensamiento; decía que la familia era lo más importante y valioso, pero no dudaba en usarnos como simples piezas de ajedrez que estaban obligadas a cumplir un determinado papel.

Mi padre anteponía el trabajo a la vida como si el dinero y el poder fueran capaces de darle la más grande felicidad; él actuaba tan distante con nosotros a pesar de jurar que éramos su prioridad y eso me frustraba; le importaba más el linaje que los sentimientos y les daba más relevancia a las conexiones que a la honestidad.

-        Habla, Lucca – ordenó bebiendo un trago y bufé

-        Si quieres dejar la cortesía a un lado – respondí perdiendo la paciencia – Explícame como se te pasó por la cabeza decirle todas esas cosas a Alexa; no tenías ningún derecho a...

-        Tengo todo el derecho a velar por el bienestar de mi hijo – me interrumpió y apreté los puños

-        ¡¿Bienestar?! ¡Eso nunca te ha importado! – exclamé furioso - ¡Lo único que te importa es lo que te conviene!

-        Eso no es verdad – respondió con un tono que me enfureció aún más

-        ¡Querías obligarme a casarme porque era conveniente para ti!

-        Era lo mejor para la familia

-        ¡¿La familia?! – cuestioné con dureza - ¡Yo soy parte de esta familia! ¡Dime como un matrimonio que no quería, podía ser lo mejor!

-        Era lo mejor, aunque te niegues a verlo, pero como siempre, lo arruinaste

-        ¡No arruiné nada! ¡Solo tomé una decisión!

-        Una terrible decisión – respondió y apreté los puños con más fuerza

¡¿Por qué la necesidad de comportarse así?!

¡¿Por qué no podíamos mantener una conversación razonable y tranquila?!

-        Sabes bien que la única mujer para mí es Alexandra

-        Es una Pemberton – respondió como si ese fuera un argumento válido

-        Eso no me importaba antes y no me importa ahora

-        ¡Pues debería importarte! – dijo alzando la voz – Ustedes no deberían estar juntos, estás yendo contra todas las reglas de la familia

-        ¡¿Reglas?! ¡Es un estúpido conflicto! ¡Ni siquiera es un problema entre nosotros! ¡Es algo que sucedió hace décadas!

-        ¡Nuestra familia y la suya son enemigas! – gritó y perdí por completo el control

-        ¡¿Enemigas?! – cuestioné con dureza - ¡Su padre me aceptó! ¡Ella me aceptó! ¡Me perdonó pese a que me largué hace cinco años!

-        Te crie mejor que esto

-        ¡¿Criar?! ¡Lo único que has hecho desde que soy un niño es darme órdenes, como si fuera un soldado!; me educaste para que fuera quien tu querías que fuera, me llenaste la cabeza de odio hacia una familia que nunca me hizo nada.

-        ¡Ellos...!

-        ¡Ellos nada! – lo corté – Puede que sus antepasados se pusieran en conflicto con los nuestros, puede que sea verdad que tuvieron la culpa o quizá nosotros la tuvimos, a decir verdad, tal vez ambos tuvieron la culpa de toda esa enemistad, pero... ¡Alexandra nunca me hizo nada ni a ti! ¡Ella no tiene porque ser blanco de tus ataques!

-        ¡Ella es la causa de todo este problema!

-        ¡El problema solo está en tu cabeza!

-        ¡Ella está arruinando tu vida! – exclamó y bufé con frustración

-        ¡No te atrevas a decir eso!

-        Tu futuro sería mucho mejor sin ella en tu vida; la sangre Andreotti y la sangre Pemberton no se mezclan

-        ¡Eres imposible! ¡¿Por qué diablos no podríamos estar juntos?! ¡¿Por la estúpida razón de esa pelea que ni siquiera comprendemos?! ¡Alexa es la mujer que amo! ¡Tenemos una hija preciosa! ¡Mi vida estaría vacía sin ellas!

-        No eres digno de ser un Andreotti

-        ¡¿Por qué no acepto tus reglas sin sentido?! ¡¿Por qué no desprecio a los Pemberton?! ¡¿No puedes ver que el único que está equivocado eres tú?!

Desde niño me dijeron que debía hacer honra del apellido Andreotti, dijeron que nuestros valores debían mantenerse, así como las tradiciones y una tradición que se esperaba que siguiera a ciegas era la de la disputa con la familia Pemberton; según las enseñanzas de mi padre, la enemistad entre las familias era profunda, hasta la sangre, por lo cual el hecho de que me enamorara de la hija de la familia enemiga era algo para catalogar como la historia de los amantes desafortunados; pero sucedió y no podía imaginarme como sería mi vida de no haberla conocido.

Mi padre no tenía ningún derecho a decir que no era digno de ser un Andreotti solo porque él era incapaz de dejar atrás su odio; no tenía ningún derecho para decir que Alexandra arruinaba mi vida cuando ella era la principal razón por la cual cada día despertaba con una sonrisa; mi padre no podía decir que la sangre Andreotti era incompatible con la sangre Pemberton, porque Daphne era la prueba de que, a pesar del pasado, el futuro era maravilloso.

-        Esa chica te llevará a la ruina, su familia no es de confianza

-        ¡¿Y la nuestra lo es?!

-        ¡Lucca! – gritó furioso, pero francamente yo estaba más enojado que él

-        ¡A pesar de mis negativas le dijiste a los medios que me casaría con Chiara! ¡No te importó mi opinión! ¡Me viste sufrir durante estos cinco años! ¡Y no te importó!

-        No grites – advirtió, pero ya no tenía el control

-        ¡Alexandra me llamó cuando estaba en Roma! ¡Me llamó y tú nunca me lo dijiste! ¡¿Con qué derecho le dijiste que no quería volver a verla?! ¡¿Con qué derecho le dijiste que lo mejor era que cada uno siguiera con su vida?! ¡¿Cómo te atreviste a decirle que no volviera a contactarme?!

-        ¡Lo hice por tu bien!

-        ¡¿Mi bien o el tuyo?! – cuestioné furioso

-        No sabías lo que querías

-        ¡Claro que lo sabía! ¡Siempre lo he sabido! ¡La quiero a ella!

-        Si la hubieras querido lo suficiente, no te habrías ido en primer lugar, ¿eso no te dice algo?

-        Sí, me dice que fui demasiado idiota – respondí y suspiré intentando tranquilizarme un poco – Me fui porque estabas enfermo, porque no quería que mi relación con ella siguiera afectando tu estado mental, quería que mejoraras, no quería perjudicar más tu salud; me fui porque creí que eso era lo mejor, creí que eso era lo que tenía que hacer, porque era un Andreotti, pero me equivoqué y me arrepentí cada día durante estos cinco años; ¿No sabes cuan miserable me sentía? ¿No podía ver cómo me consumía por dentro? ¡La dejé una vez y nunca más volveré a hacerlo!

-        Tomaste la decisión correcta hace cinco años – dijo y tuve que hacer uso de todo el autocontrol que aun existía en mi interior para no golpearlo

-        ¡Me perdí de ver crecer a mi hija! ¡Me perdí el poder estar a lado de Alexandra y cuidarlas a ambas! ¡Me perdí tantos momentos! ¡Era miserable! ¡¿Qué acaso no te importa?!

-        Ya tendrás tiempo para tener una familia

-        ¡Ya tengo una familia! ¡Si no quieres ser parte de ella, es tu problema!

-        ¡Lucca Leandro Andreotti! – gritó, pero simplemente me mantuve firme – Si quieres a la niña, podemos pedir su custodia, eso sería lo más fácil

-        ¡No es "la niña"! – dije molesto - ¡Tiene un nombre, se llama Daphne y no voy a alejarla de su madre!

-        Esa niña también es una Andreotti

-        Eso nunca te ha interesado

-        Por supuesto que me interesa – respondió y lo miré confundido – Al menos una parte de su sangre es Andreotti, debería ser criada como tal

-        Mi hija no crecerá en un ambiente como en el que crecí

-        ¿Qué fue tan malo, Lucca? ¿Tener cientos de juguetes? ¿Poder hacer lo que querías sin lidiar con las consecuencias? ¿Qué todos te obedecieran?

-        Olvidas muchas cosas ¿no? Cómo tener que obedecer ciegamente tus órdenes porque mi opinión para ti era inútil o cómo no podía comportarme como un niño, porque eso te fastidiaba; ¿Recuerdas acaso cómo me tratabas? – cuestioné intentando sonar seguro – Siempre tratándome como si fuera una decepción, como si jamás pudiera alcanzar tus expectativas, como si algo estuviera mal conmigo; siempre fuiste despectivo, frío e inclusive cruel

-        Nunca te puse una mano encima

-        La violencia no solo es física, también puede ser emocional – respondí con algo de cautela - ¿Crees que mi madre y yo éramos felices con la forma cómo te comportabas con nosotros? Podíamos ser la familia perfecta frente a ojos ajenos, pero estábamos muy lejos de ser perfectos.

Esa era una verdad innegable; el mundo entero nos veía como si fuéramos la familia ideal, un ejemplo clásico de la lealtad y el amor familiar que se pensaba era propio de una familia italiana; para el mundo éramos perfectos, un padre trabajador, fuerte y ejemplar, una cabeza de familia que llevaba el apellido Andreotti por lo alto, después una esposa abnegada, hermosa y dulce que apoyaba distintas obras de caridad mientras se encargaba de cuidar a su familia y por último, un heredero brillante que cumplía a detalle con el papel que le había sido otorgado; el mundo nos veía como seres perfectos o al menos eso era lo que deseaban ver, porque la realidad distaba mucho de ello.

La verdad era que mi padre pasaba la mayor parte del tiempo sumido en el trabajo y cuando estaba en casa, sus críticas eran lo que más se escuchaba, ya fuera hacia mí o hacia algo que no le gustaba en la casa o algo que decía mi madre, siempre tenía alguna crítica y eso era agotador; nunca estaba conforme, no importaba cuan perfecto hiciéramos todo, para él nada era suficiente.

Mi padre era sumamente exigente en cada aspecto de su vida y de las de otros; para él, el ser un Andreotti era sinónimo de perfección y como tal, teníamos que mostrar una imagen utópica ante el mundo; en su pensamiento teníamos papeles que cumplir y debíamos ser perfectos en cada detalle, por eso mi conducta iba en contra de todo en lo que él creía.

Yo no solo cometí graves faltas durante mi juventud, faltas que sin duda lo hicieron enfurecer; pero si a eso le sumábamos que había roto la primera regla de los Andreotti, tenía sentido que su ira alcanzara niveles estratosféricos y que comenzara a ser irracional, pero eso no era justificación para su conducta o su actitud.

Podía estar molesto, podía oponerse a mi relación con Alexa cuanto quisiera e incluso podía seguir siendo igual de déspota, pero solo yo debía lidiar con ello; él no tenía porque atacar a Alexandra, a su padre o a Daphne y mucho menos tenía derecho a amenazarla como lo había hecho.

-        Mi hija crecerá en un ambiente lleno de amor; no le enseñaré a odiar como tú hiciste conmigo ni intentaré controlar su vida

Daphne no crecería bajo reglas estrictas ni expectativas inalcanzables, ella crecería rodeada de amor, siendo impulsada a descubrir quien quería ser en un futuro, con el apoyo de sus padres y un ambiente estable donde su opinión siempre sería valorada.

-        Entonces la convertirás en una mimada y caprichosa, como son los Pemberton – dijo con desdén y simplemente negué

-        No – declaré con seguridad – No por criar a alguien con amor, significa que su comportamiento será malo; no tienes que controlar la vida de un hijo, simplemente debes guiarlo y ayudarlo, eso es lo importante, lamento que seas incapaz de entenderlo

Mi padre nunca cambiaría, siempre sería Francesco Andreotti, el gran empresario, el estricto padre de familia cuya opinión era la única que realmente importaba; él siempre sería un hombre conflictivo con el cual no se podía dialogar y estaba cansado de intentar que me comprendiera o que me aceptara.

A mi padre le interesaba más su insulsa guerra con los Pemberton que mi felicidad; no le importaba si mi vida quedaba arruinada si con eso conseguía controlar hasta el más mínimo aspecto de mi existencia; no le importaba mi amor por Alexandra o que teníamos una hija, lo único que le importaba era él y aunque me negaba a aceptarlo, ahora lo veía claramente.

-        No quiero que vuelvas a ofender a Alexa o amenazarla con nuestra hija; no quiero que tan siquiera te acerques a ella

-        Cometes un error

-        El error lo cometí hace cinco años y créeme que no volveré a equivocarme otra vez

No tenía más que hablar, así que simplemente caminé en dirección a la puerta sin mirar atrás y salí dejando a mi padre solo en la habitación; estaba harto de intentar razonar con él, así que esta sería mi última advertencia, ahora él era quien tenía que decidir, podía finalmente aceptar que yo no dejaría a Alexandra o continuar oponiéndose y seguir complicando nuestras vidas, pero si elegía la segunda opción, no dudaría en actuar acorde a eso.

Estaba dispuesto a todo por defender a Alexandra y a Daphne; ellas eran mi prioridad, eran la razón por la cual sonreía cada día y aunque tuviera que enfrentarme a mi padre o poner el mundo de cabeza, las protegería y tendríamos ese final feliz que tanto merecíamos.

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¿Cuál creen que será el siguiente movimiento del padre de Lucca?
¿Los dejará en paz?

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